Al margen de Elba Esther


Sindicatos y salario mínimo

Pellizza da Volpedo – El camino de los trabajadores 1898

Cuando el genio apunta a la luna, el tonto se queda mirando el dedo

Profético, y cenizo, el artículo que hace unos meses Denise Dresser escribió bajo el título “Elba Esther: tiempo de irte” (aquí la liga).
Una larga serie de claras y escuetas preguntas que la “Maestra” dejó sin respuesta.
Hasta ahora; cuando pero deberá responder ante el juez, encerrada en su celda de la cárcel.
Quizá  habría sido mejor por ella, leérselo bien y escuchar los consejos que, tal vez en forma perentoria, la periodista le ofrecía.

Recuerdo que me quedé sorprendido por la claridad y la fuerza el artículo y también por el valor de enfrentarse a un personaje considerado intocable.

Ahora en los periódicos salen acusaciones contra la Gordillo: todos sabían todo; pero, ¿qué raro que nadie hizo nada?
Con la bestia herida y encarcelada, ninguno le tiene miedo y todos son héroes: al final la Gordillo se ha convertido en el chivo expiatorio de todas las fechorías, las impunidades, las malversaciones que hemos vivido en México.
Hay que esperar que la justicia siga su curso, rápido y regular, aclarando culpas, si hay, y responsabilidades.

Pero sí el proceso palingenésico se para en la Gordillo será difícil no estar de acuerdo con Román Revueltas Retes –¿Qué tan lejos va a llegar la restauración priista?– en que este acontecimiento podría asumir los contornos de una venganza.

¡Hay mucho que hacer para sanear el ámbito de las organizaciones laborales! Y un Ferrari rojo no es muy diferente de un ropaje en Neiman Marcus…

Pero el verdadero problema, para mí, no está tanto en la persona, en ésta u en otras que, según lo que aparece, tienen el mismo costumbre; cuanto en el mismo sistema social político que ha permitido, ayudado, empujado, por el propio beneficio, estas anomalías.
¡Corrupción, clientelismo y nepotismo no salieron a la luz sólo el otro día!
Y no están todos en el lado en el que estamos mirando.

Porque los sindicatos no sólo reciben los recursos de sus agremiados sino también reciben recursos públicos. No hay datos oficiales –hablan de más de 6 millones de pesos diarios, sólo de cuotas laborales para el SNTE- que indiquen el monto ni tampoco la utilización, es decir, como, en donde y porqué se gastan.
A los políticos les sirvió esta opacidad, esta falta de transparencia en el uso de los fondos recaudados. Y también les sirvió, les sirve, el control, el manejo que los sindicados tienen sobre sus agremiados en los momentos tópicos de la vida social: mítines, huelgas, votos. Sobretodo votos.

El movimiento sindical obrero surgió en Europa, concretamente en Gran Bretaña en los primeros des siglo XIX, en respuesta a la nueva situación creada por la revolución industrial: las primeras fábricas, el ludismo, la división del trabajo, la urbanización de masas que dejaban el campo para entrar en una nueva forma de vida.

En esta situación, en este momento histórico se injerta la influencia de unos pensadores alemanes, Karl Marx y Friedrich Engels, que darán origen a un particular pensamiento obrero, el marxismo, o socialismo científico.

Según esta visión la clase obrera es una clase revolucionaria –esto explica el enorme éxito del sindicalismo en Latinoamérica donde se encontraron recurrentes movimientos revolucionarios- que se le encomienda la tarea de transformar la sociedad.
La lectura ideológica de la realidad, de acuerdo con la ortodoxia del historicismo determinista de Marx, nos cuenta que  -puesto que la historia es una determinación hecha por la lucha entre dos clases opuestas e irreconciliables- con el advenimiento del capitalismo todo gira en torno a la lucha entre la clase burguesa, poseedora del capital, y la clase obrera, estructuralmente desposeída de su trabajo y explotada por la clase capitalista.

El verdadero revolucionario, consciente de esta determinación, actúa para sublevar la clase obrera hasta llegar al derrocamiento del poder burgués, a fin de tener a su vez el poder a través de la creación de una dictadura, la dictadura del proletariado.

Los fracasos de estas ideologías se destacan en el contexto histórico desde entonces hasta ahora que no vale la pena repetir.

Pero el mito del sindicato, en su dimensión casi religiosa, y, en particular, el «mito supremo» que la condición de las clases trabajadoras se ha deteriorado como resultado de la aparición del capitalismo sigue e insiste.

Uno se pregunta cuanto pudo haber pesado en esta mitificación la falta de comprensión de las causas reales de crecimiento de los salarios y, en general, de la economía.

De hecho, muchas personas todavía creen que, sin sindicatos, los salarios habrían sido generalmente más bajos. Sin embargo, la ciencia económica ha demostrado desde hace tiempo que los salarios dependen de la productividad y no por la fuerza relativa del monopolio sindical.

Lo que un sindicato puede conseguir es el aumento temporal de los ingresos de algunos grupos de trabajadores a expensas de otros, o pueden aumentar los salarios relativos, pero sólo por un tiempo muy limitado.

El punto es que, si los salarios no aumentan en paralelo con la productividad, disminuyen las personas que se contratan con el consecuente aumento en la tasa de desempleo. Todavía prevalece la idea ingenua de que, fijando los salarios, se pueden subir los sueldos de todos los trabajadores a pesar de que debería resultar obvio que cualquier salario por encima del nivel de competencia significa necesariamente que algunos ganen más a costa de que otros no encuentren trabajo en absoluto.

Y fue el capitalismo, no el sindicato, con el ahorro hecho inversión, que cambió de manera total la calidad de vida de los obreros y del mundo entero.

Como explicaba Mises: “En la sociedad capitalista prevalece una tendencia a un aumento constante en la cuota por cabeza de capital invertido. (…) Consiguientemente, la productividad marginal del trabajo, los salarios y los niveles de vida de los asalariados tienden a aumentar continuamente”.

Y fue el capitalismo, no el sindicato, que permitió de acabar con el “trabajo infantil” en la Inglaterra de Dickens: como ahora lo acabará en China y en el tercer Mundo, sí y cuando será posible una economía libre de mercado.

Los jóvenes, los niños, originalmente abandonaban las granjas para trabajar en duras condiciones en las fábricas porque era un asunto de supervivencia para ellos y sus familias. Pero a medida que los trabajadores fueron mejor pagados (gracias a la inversión de capital y los consiguientes mejoras en la productividad), cada vez más gente podía permitirse mantener a sus hijos en casa y en la escuela. La legislación respaldada por los sindicatos que prohibía el trabajo infantil llegó después de que hubiera empezado ya su declive.

Esto contrasta con la opinión actual de que todo progreso depende de la unión de los trabajadores; ingenua opinión, el resultado de un sofisma.
Desde que el sindicato existe, cualquier aumento salarial parece ser logrado sólo después de una dura lucha contra los “patrones”: ergo, los propietarios nunca aumentarían el sueldo sin la intervención del sindicato. Pero no es así: los propietarios están obligados a aumentar por una fuerza muy superior a la sindical, la fuerza del mercado competitivo.
Por lo tanto, los salarios aumentaron incluso antes de la difusión del sindicalismo y se elevarían incluso después de su (improbable) expulsión del mercado.
Cuando hay las condiciones, es decir cuando aumenta la productividad del trabajo o, según la ley de la demanda y de la oferta, hay más trabajo que trabajadores, los salarios suben; en los casos contrarios deberían bajarse.
Digo “deberían” porque con el salario ”impuesto”, “fijo”, no es posible y en este caso el resultado es el paro, la subida del desempleo.

Entonces la “defensa de los trabajadores” actuada por el sindicato es una defensa de los privilegiados, de los que ya tienen el trabajo, que son los afortunados y no siempre los más capaces, los más preparados.
Y una condena para los desempleados, para los jóvenes que se ven excluidos del mercado laboral.

Los lugares de trabajo son creados por la inversión de capital, por el desarrollo tecnológico y mercadotécnico: para ninguno de estos sirve el sindicato.

En este artículo he tomado y adaptado al hecho del día algo que ya había escrito en Sindicatos y salario mínimo.

 

 

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