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Pensamientos libertarios

“Pero ¿quién construiría las carreteras si no hubiera gobierno?”

Quieres decirme que 300 millones de personas en este país y 7 mil millones de personas en el planeta simplemente se sentarían en sus casas y pensarían: «Caramba, me gustaría ir a visitar a Fred, pero no puedo porque no hay una cosa plana afuera para que yo conduzca, y no sé cómo construirla y los otros 300 millones o 7 mil millones de personas posiblemente no puedan hacerlo porque no hay políticos ni recaudadores de impuestos.

Si estuvieran aquí, podríamos hacerlo.

Si estuvieran aquí para mandarnos y robar nuestro dinero y construir los lugares planos de manera realmente ineficiente, entonces estaríamos listos. Entonces me sentiría cómodo y seguro de que podría llegar a lugares. Pero no puedo ir a la casa de Fred o al mercado porque no podemos construir un espacio plano de A a B.

Podemos hacer estos dispositivos realmente pequeños que nos permiten contactar a personas de todo el mundo que caben en nuestros bolsillos; podemos hacer máquinas en las que conducimos, pero no, no podemos construir un espacio plano.

Larken Rose

Borges libertario

 

En sus propias palabras, Borges se consideraba un anarquista, pero pacífico: “Actualmente me definiría como un anarquista inofensivo; es decir, un hombre que quiere un mínimo de gobierno y un máximo de individuo”.

“Soy anarquista. Siempre he creído fervientemente en el anarquismo. Y en esto sigo las ideas de mi padre. Es decir, estoy en contra de los gobiernos, incluso más cuando son dictaduras, y en contra de los Estados”.

Pero esta definición de «anarquista pacífico» se presentó para diferir del anarquismo violento de finales del siglo 19 y principios del siglo 20.

En la actualidad su posición sería clasificada como libertaria, ya que el ideal de su admirado Spencer fue recreado en el siglo XX por Popper, Hayek, Nozick y Mises.

 

El diccionario define la anarquía como «falta de cualquier gobierno en un estado» o «desorden, confusión, ausencia o debilidad de la autoridad pública». (definición «peluda» este última que quiere ignorar el verdadero significado de la palabra: ausencia de ἀρχή, el gobierno es decir el poder impuesto sobre el individuo. Nota de Casaitalia)

 

Con esto en mente, Borges no sería estrictamente «anárquico», si nos referimos a la palabra como una falta total de reglas y orden, sino un libertario, palabra que actualmente define una amplia gama de posiciones que van desde la preferencia por el Estado mínimo a las agencias pequeñas en competencia.

Tal filosofía política pondría a Borges en contra de la sociedad argentina, que, ante la bancarrota del Estado, todavía espera salvarse a través de ella o por los políticos que la dirigen o por otros que puedan llegar.

 

 

Tomado de: Borges, Paz, Vargas Llosa: Literatura y Libertad en Latinoamérica
(Madrid y Lima, Unión editorial e Librería Sur, 2015)
La filosofía política de Jorge Luis Borges, por Martin Krause

 

 

 

 

El concepto libertario de la propiedad

Porque los impuestos equivalen a la esclavitud: el testimonio de Frederick Douglass

Frederick Douglas

Por Joe Jarvis  April 26, 2017

¿Cómo definirías la situación en la que alguien toma el 100% de tu trabajo por la fuerza? Esclavitud.

La esclavitud consiste en ser obligado a trabajar en contra de su voluntad en beneficio de su maestro. La única razón por la que poseen los productos de su trabajo es porque son suyos. Si tiene control exclusivo sobre lo que hace con su cuerpo, el derecho más básico de la autopropiedad, no debe llevar los frutos de su trabajo a nadie.

Entonces, incluso una pequeña cantidad de trabajo forzado es esclavitud, aunque en cierto grado obviamente inferior.

Si se confisca un centavo o un millón de dólares sin consentimiento, se trata de un robo. Y si alguien te obliga a trabajar durante el 1% o el 100% del tiempo, sigue siendo esclavo

Frederick Douglass era un esclavo, en todos los aspectos. Por lo tanto, es interesante leer sus propias palabras sobre el tema, ya que vio sus ganancias obtenidas honestamente confiscadas por la fuerza. En su libro My Bondage and My Freedom, Douglass describe el estado de su servicio, donde todo su duro trabajo fue confiscado.

Además, ahora gano, como dije, un dólar y cincuenta centavos por día. Contraté para ellos, trabajé para conseguirlos, gané y luego recibí; me pagaron, y eran legítimamente de mi propiedad; sin embargo, todos los sábados por la noche, este dinero, mis ganancias duramente ganadas, cada centavo, fue solicitado y tomado del Maestro Hugh. Él no los había ganado; él no había hecho nada para tener derechos; ¿Por qué, entonces, tenía que tenerlos? No le debía nada. Él no me había dado ninguna instrucción, de él solo había recibido comida y ropa; y mis servicios fueron originalmente destinados a pagarlos. El derecho de retener mis ganancias era el derecho del ladrón. Él tenía el poder de obligarme a darle los frutos de mi trabajo, y la fuerza era su único derecho. Me volví cada vez más insatisfecho con mi situación […].

Frederick Douglass tenía razón, el único «derecho» que tiene el estado de tomar su dinero es el derecho del ladrón. Sí, tiene el poder de forzarte a darle dinero, y esto es lo único que lo hace «legítimo». Seguramente nadie respalda su esclavitud solo porque el maestro le proporcionó comida y un techo sobre su cabeza.

Douglass luego reflexiona sobre cuáles fueron las condiciones que permitieron a los esclavistas mantener a los hombres esclavos.

Para evitar que un esclavo se rebelara, era necesario evitar que pensaran. Es necesario oscurecer su visión moral y mental y, en la medida de lo posible, aniquilar su capacidad de razonamiento. No debe poder vislumbrar ninguna inconsistencia en la esclavitud. El hombre que toma sus ganancias debe poder convencerlo de que tiene todo el derecho de hacerlo. No debe depender solo de la mera fortaleza; el esclavo no debe conocer otra ley que la voluntad de su amo. El informe no solo debe ser necesario, sino también absolutamente legítimo. Si incluso hay una sola grieta por la que puede caer una gota, terminará oxidando la cadena esclava.
Y es por esta misma razón que la gente acepta los impuestos. Respetamos la autoridad y aceptamos el estado como una necesidad, y creemos que recibimos los beneficios de nuestra esclavitud.

¿Cuántas veces cree que la gente apoya algo porque «la ley lo dice»? ¿Hay una ley más alta que la que el estado emite para su propio beneficio y que ejerce por la fuerza? La fuerza del estado es la ley más alta que conocemos.

Pero tan pronto como entendemos que nunca es derecho de ser estafado, no importa lo que el valor mínimo, la injusticia es una poderosa demostración de que estamos a merced de una banda de ladrones que convenció a la mayoría de las personas que, en este caso , la el robo y la esclavitud son aceptables.

Por el porcentaje del trabajo robado, es interesante notar que Frederick Douglass no siempre fue confiscado con el 100% de su dinero.

No veo ninguna razón por la que debería, al final de cada semana, pagar mi trabajo por el dinero de mi amo. Cuando le traigo el salario semanal, después de contar el dinero, él me mira con el orgullo del ladrón y pregunta: «¿Eso es todo?» Él quiere el último centavo. A veces, cuando le pagué seis dólares, me devolvió seis centavos, para animarme. Tuvo el efecto opuesto. Lo vi como una especie de admisión de mi derecho a la suma total. El hecho de que devolviera parte de mi indemnización fue la prueba, en mi mente, de que él sabía que tenía derecho a todo. Me sentía cada vez peor si había recibido algo; porque temía que darme unos centavos aligeraría su conciencia, haciéndolo sentir como un ladrón con honor.

¿Cuántas veces grita la gente que los ricos tienen que pagar su » parte justa «? No importa cuánto ganes una persona, el estado quiere robar más y más. Y de alguna manera ha convencido a millones de personas de que los ladrones son buenos y que los productores de riqueza merecen ser esclavizados y robados.

Ni siquiera deberíamos emocionarnos cuando recibamos un reembolso de impuestos, deberíamos, por el contrario, estar aún más furiosos. El estado sabe y admite que ese es nuestro dinero, que lo hemos ganado y sobre el cual no tiene derecho. Sin embargo, lo toma de todos modos, y seguimos siendo esclavos pasivos e impotentes mientras nos roban. La peor parte es que el ladrón está convencido de que es un gesto honorable, dadas las circunstancias. Bienestar, caminos, un ejército para «protegernos»: nuestros ladrones, nuestros esclavistas, ¡quieren que les agradezcamos por devolvernos los centavos de nuestros dólares robados!

Pero no lo aceptaré. No pretenderé como el resto de los esclavos que esto es correcto. Sí, daré mis salarios frente al cañón de un arma, pero ese es el único derecho que el estado tiene sobre mí, el derecho del ladrón.

Me instó a estar contento y a ser obediente. Me dijo que si quería ser feliz, no tenía que hacer planes para el futuro. Dijo que si me comportaba bien, él me cuidaría. Él me aconsejó el completo despreocupación por el futuro y me enseñó a depender exclusivamente de él para mi felicidad. Parecía que no veía nada más que la necesidad de disipar mi naturaleza intelectual para poder disfrutar de la esclavitud. Pero a pesar de él, e incluso a pesar de mí mismo, seguí pensando y pensando en la injusticia de mi esclavitud y en las formas de escapar.

Este pasaje tiene un tono siniestro, porque cualquiera puede ver cómo el estado nos da exactamente el mismo consejo, como el dueño de Frederick Duglass hizo con él. ¡Pague sus impuestos, vote, pague las contribuciones y todo estará bien! No se preocupe, no necesita nada más que la red de protección del estado para ser feliz y feliz. 

Si las personas se sienten dependientes del estado, ¡estarán aterrorizadas de ser libres! El estado se ocupará de usted, siempre que abandone su intelecto y elimine todos los pensamientos relacionados con su futuro. Deja tu destino en manos del estado.

Frederick Douglass ha demostrado una intuición increíble al identificar la verdadera naturaleza de la esclavitud. Era el esclavo consciente de sí mismo que todo conductor de esclavos teme. Frecuentemente, a Frederick Douglass se lo colocó en el mismo tipo de esclavitud en que nos encontramos hoy, donde tenemos la apariencia de libertad. Pero en realidad es lo peor de ambos mundos.

Me permitieron firmar contratos con mis colaboradores y encontrar mi trabajo; y, a cambio de esta libertad, tuve que pagar tres dólares al final de cada semana; encuentre las herramientas para enmasillar, alojamiento y ropa por mi cuenta. Mi alojamiento me costó dos dólares y medio a la semana. Esto, con el desgaste de la ropa y las herramientas, trajo mis gastos semanales a seis dólares a la semana. Me vi obligado a recaudar esta suma o renunciar al privilegio de poder usarla. Lluvia o calma, trabajar o no trabajar, al final de cada semana el dinero tenía que llegar, o tenía que renunciar a mis privilegios. Este acuerdo definitivamente fue a favor de mi maestro. Lo aliviaba de cualquier necesidad de cuidarme. Su dinero estaba asegurado. Recibió todos los beneficios de la posesión de esclavos, sin las desventajas; mientras que soporté todos los males de un esclavo, y sufrí todas las preocupaciones y ansiedades de un hombre libre.

Precisamente. Somos «libres» solo hasta cada fin de semana pagamos el precio de nuestra protección al estado. Si no encontramos trabajo, todavía tenemos que recurrir a la atención médica, todavía tenemos que pagar impuestos sobre la propiedad, los impuestos al consumo, etc. ¡Tenemos el estrés de los hombres libres sin tener los beneficios! Y el estado tiene todos los beneficios del propietario del esclavo sin complicaciones.

La crítica que expresa Frederick Douglass en relación con sus maestros es perfectamente superponible a la crítica del estado. Presta atención a sus palabras. Douglass era un esclavo a veces al 100%, a veces al 99% y en algún momento incluso un 50% esclavo, dependiendo de cuánto de su trabajo fue confiscado.

Pero él todavía era un esclavo. No dejes que los maestros te mantengan esclavo sin cerebro.

 

[*] traducción de Roberto Rossi para Freedonia de Francesco Simoncelli http://francescosimoncelli.blogspot.it/

¿Por qué?

la gente no conoce su verdadero poder

 

Es una reflexión que escribí hace exactamente cinco años después de la lectura del artículo de Luis Pazos (Ideologías ¿al servicio del poder y del dinero?).

Me parece todavía notable y desgraciadamente siempre actual, así que la vuelvo a proponer con la esperanza de que le parezca interesante leerla como fue para mí escribirla.

 

Hay una escuela de pensamiento que, salida del liberalismo clásico (lo de Locke, Smith, Hume para entendernos) creció y se desarrolló, hasta hacerse autónoma, poniendo en evidencia los errores o, mejor, los espejismos del liberalismo.

Esta propia filosofía política se llama Libertarismo y se funda en el axioma (principio evidente que no necesita de demonstraciones) de no agresión, entendida como utilización o amenaza de la violencia con respecto a la persona o a la propiedad de alguien.

Nadie, repito nadie y por lo tanto ni siquiera los  poderes constituidos, puede acometer, violar las libertades fundamentales del hombre.

Por esto consigue la crítica del Estado, quien desde siempre, se ha arrogado el monopolio de la agresión a través de la tasación, del reclutamiento obligatorio, de la imposición de sus servicios de defensa y de justicia.

En el específico se ha arrogado el monopolio de la fuerza, de la ley, del poder judicial, del poder de acuñar moneda, el monopolio de las tierras inutilizadas, de las carreteras y autopistas, de las aguas costeras hasta la distribución del correo.

Además hay una peculiaridad del aparato estatal: es el único sujeto que se procura su propia renta con la coerción, amenazando condenas severas si la entrada no le llega; todos los otros en la sociedad, particulares y grupos, en contra, se mantienen produciendo y vendiendo bienes y servicios.

¿Porqué esta larga, espero no demasiado, digresión?

Porque es de aquí que deberíamos tomar conciencia de nuestros derechos, que están connaturales a la existencia del hombre y no son una concesión benévola del poder, del estado. Estos derechos son naturales, por lo tanto pre-estatales, pre- cualquier cosa: como cristiano me atrevo a decir que los hemos recibidos por Dios, junto con la creación y hacen parte de nuestra naturaleza de hombres.

Hasta cuando no nos daremos cuenta hasta el fondo de nuestra fuerza, de nuestros derechos; hasta cuando no cesaremos de hincarse de rodillas frente a la opresión (y la imposición fiscal es una opresión, la redistribución de las rentas es un robo, la solidaridad coactiva, en todas formas que no me pongo a enumerar, es inmoral); hasta cuando no tomaremos conciencia y valor para decir: no, para oponerse a la mascarada che llaman democracia, a la falsedad del estado del bienestar que nos quiere sometidos como siervos a la mesa del patrón; hasta entonces seremos esclavos y aunque todo viéramos y supiéramos, estaríamos callados.

Quizás no he contestado al porque, aunque he intentado explicar las causas que nos llevan a esta situación de callada, rendida y, me permitan, culpable aceptación.

La verdadera respuesta está en cada uno de nosotros: En su vida de cada día, en el rechazo de cualquiera componenda, en la propia independencia moral, en la enseñanza que dejamos a los hijos y los vecinos de honradez e integridad.

Tendremos que rehusar las lógicas y los cánones que el poder, con el parasitismo y la corrupción que le está congenial, nos ha impuesto; dejar de considerarlo inevitable e ineludible.

 

Hemos tenido otra vida antes de todo esto… y otra vida es posible.

 

 

Estado

Una defensa del Estado sostiene que el hombre es un «animal social», que debe vivir en sociedad, y que individualistas y libertarios creen en la existencia de «individuos atomizados» sin influenciar y sin guardar relación con sus semejantes.

Pero no, los libertarios nunca han celebrado individuos aislados como los átomos, por el contrario, todos los libertarios han reconocido la necesidad y de las enormes ventajas de la vida en sociedad, y de participar en la división social del trabajo. La gran non sequitur cometido por los defensores del Estado, incluidos los filósofos aristotélicos y tomistas clásicos, es saltar de la necesidad de la sociedad a la necesidad del Estado.

Murray N. Rothbard

 

 

Liberal, liberista, libertario

grafico de nolan

diagrama de Nolan

 

Cuando la atmósfera se hace irrespirable (estoy hablando de Italia, mi país de origen, pues ahora en México, en el estado en donde vivo, un aire fresco soplando parece haber despejado la capa que ha agobiado por casi noventa años los que han vivido aquí); cuando las noticias de corruptelas, de manejos políticos, económicos y judiciales contaminan el aire, para hallar serenidad de espíritu y juicio tengo mis “oasis verdes”, mi remanso de paz.

Uno de éste es la lectura, o más bien relectura, de unos pasajes de autores que más tengo cercanos.
Éstos son, por ejemplo, Luigi Einaudi y sus “Prédicas Inútiles” (nomen omen) y también lo que tengo guardado de Sergio Ricossa. El primero economista liberal del siglo pasado, el segundo, recién fallecido, también economista que de sí mismo escribió su arribada final al liberalismo integral entendido como libertarismo.

De este último, del cual siento la despedida aliviada por sus agudos y profundos ensayos, cito, con el gusto de traducirlos a cuantos les puedan interesar, unos pasos, siempre actuales, que son también el fundamento de mi concepción filosófico-política.

 

Aquí (en Italia) “estado” se escribe siempre con el E mayúsculo y nos aparentamos de considerarlo una divinidad, ignorando que es una mera ficción jurídica.

El estado sería nada sin los hombres políticos que lo animan, y ésos no son superhombres. Son hombres como los otros, pero más peligrosos porque dotados de más poder, incluido el poder fiscal de quitar y usar el dinero de los otros, por arrobas.

Cuando los elegimos se jactan de “representar el pueblo”, otro ejemplo de lenguaje engañador. El pueblo de que hablan es aquel de sus clientes conniventes, que participan a la repartición del botín. Los hechos históricos demuestran que es mínimo el grado de democracia cuando es máxima el porcentaje de los votos recogido por los gobernadores: 99,9% de lo total.
Son los porcentajes del comunismo soviético. Los disidentes han sido matados o cerrados en el gulag.

Enemigos del poder en sí, los libertarios también se preocupan por el poder económico. No se arriesgan nunca a sustentar que el capitalismo sea bueno o malo. Si los interrogaran al respeto, contestan: “Depende”.
Hay un capitalismo a veces bueno, un capitalismo regular, un capitalismo malo o pésimo. Más bien, ya que los libertarios son individualistas, les cuida a las personas en que el capitalismo se encarna: hay el capitalista a veces bueno, aquel regular, aquel malo o pésimo, ladrón, estafador, bribón, etcétera.

Pero la experiencia histórica enseña: el poder económico es tan más peligroso cuanto más se alía y es connivente con el poder político o, peor que nunca, con el poder militar.

De aquí la aversión de los libertarios por el socialismo y el comunismo, en los cuales los dos poderes, lo económico y el político-militar, se completan como máximo, se suman y fatalmente se convierten en liberticidas.

Pues, los libertarios tienen confianza en la sociedad libre. El socialista no tiene confianza en la sociedad, cree que debe ser conducida desde fuera, por un planificador, una “experta” autoridad, un revisor por encima de los controlados.

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Rothbard, veinte años después

rothbard

 

Han pasado 20 años desde la muerte de Murray Newton Rothbard, economista y filósofo estadounidense, un judío de origen bielorruso que ha desmantelado el sistema de pensamiento liberal clásico para implantar, uno de los primeros en Estados Unidos, una doctrina libertaria coherente.

 

Me da gusto hablar de este intelectual, inconformista y aquí casi desconocido, con la esperanza de que este escrito empuje a las personas interesadas a un conocimiento más profundo.
Tomo inspiración de unos escritos de Carlo Lottieri, Nicola Iannello y Stefano Magni, filósofos, científicos políticos y periodistas italianos.

 

Si, en las palabras del filósofo austriaco Karl Raimund Popper, el liberal es un anarquista que se da cuenta que no puede hacer sin el Estado, Rothbard llegó a la conclusión opuesta: el liberal coherente, no sólo se da cuenta de que puede prescindir del Estado, sino que debe hacer todo lo posible para eliminarlo.

Su horizonte era la anarquía, en el sentido etimológico, orden político sin gobierno, sin estado.

Pero en contraste con los anarquistas colectivistas clásicos (desde Bakunin y Kropotkin) que apoyaron la lucha contra el Estado a partir de una profunda renovación de la humanidad, a Rothbard le vale el hombre así como es, con su egoísmo, sus costumbres, tradiciones, ideas racionales o irracionales.

Rothbard, de hecho, no era un utopista visionario, un místico soteriológico; siempre estaba anclado en una visión realista de la humanidad y sus instituciones espontáneas.

 

Entonces, ¿cómo llevar a cabo la anarquía “realista”?
Para Rothbard la única salida era la de borrar por completo el estado del mercado.

La seguridad? Que la guarden las agencias de protección privadas, compitiendo entre sí. La Justicia? Los tribunales pueden ser servicios de arbitraje privados. Y las carreteras? ¿Quién dice que el Estado es el único que construirlas bien?

Al desmantelar todos los clichés sobre la “indispensabilidad” del monopolio de los recursos, de la violencia y los servicios básicos, Rothbard teorizó la sociedad sin Estado.

No lo hizo con ejemplos abstractos, sino por su trabajo como historiador de la economía, enseñando como cualquier intervención del Estado en el pasado antiguo, así como en la modernidad, ha hecho más que empeorar la condición del hombre.

Para la solución de los problemas privados no sirven más que los derechos de propiedad, como derecho de todo hombre a disponer de su cuerpo y habilidades.

El individualismo propietario de Rothbard se limita a marcar la diferencia cualitativa entre los asuntos privados y las cuestiones políticas que están fundadas sobre categorías problemáticas como soberanía, territorio, obligación política, ciudadanía: son los derechos de propiedad la base sólida sobre la que se encuentra el modelo anarco-capitalista.

 

No sólo eso. Su mayor contribución a la filosofía política fue la formulación de la ética libertaria, basado en el axioma de no agresión: nadie puede legítimamente comenzar con la violencia. Este axioma funciona como una navaja que elimina cualquier posible legitimidad del Estado, que no puede arrogarse el derecho de acometer a sus ciudadanos, agobiarlos, quitarles sus derechos.

Pues el principal agresor contra los derechos humanos es el estado: los ejemplos más dramáticos de esta agresión son la guerra, una forma de asesinato en masa que viola el derecho a la vida, el servicio militar obligatorio, una forma de esclavitud que viola el derecho a la libertad de la disposición de su propio cuerpo; los impuestos, una forma de robo que viola el derecho a la propiedad privada y también lo de disponer de los frutos de su propio trabajo.

 

En consecuencia, y sin la posibilidad de agresión, el Estado deja de existir.

Como resultado, la única sociedad verdaderamente libre, totalmente moral y respetuosa del axioma de no agresión, es la anarquía.

 

Me doy cuenta que esta teoría parezca vertiginosa y también ha sido un problema moral para todos los teóricos liberales contemporáneos, que se ven obligados a enfrentarse a su propia coherencia: un partidario del estado mínimo, como el mismo Nozick, se sentiría un empedernido estatista frente a la anarquía rothbardiana.

Y el teórico libertario ha puesto más de una vez el dedo en la llaga a sus colegas; con una controversia interminable ha atacado a Hayek, Friedman, Ayn Rand y todos los demás, tratando de socavar sus teorías, demostrando las incoherencias.

 

Rothbard se reconoce en deuda con el gran libertario anti-estatista Albert Jay Nock (y aquí) de quien adopta la distinción entre el poder social (la conquista de la naturaleza) y el poder del estado (el poder político, el uso de medios políticos en contra de los medios económicos y el poder del hombre sobre el hombre, la violencia coercitiva de un grupo sobre el otro), y la lleva a sus estrictas consecuencias: “La doctrina libertaria, por lo tanto, apoya la maximización del poder del hombre sobre la naturaleza y la eliminación del poder del hombre sobre el hombre”.

Por lo tanto hay una diferencia substancial entre las relaciones de libre mercado y la violencia de la intervención del gobierno, sólo el Estado adquiere los recursos a través de la coerción. El hecho de que los estados en los que casi todos vivimos son democracias no cambia las cosas (siempre llevan al matadero): “La mayoría no es la sociedad, no es cada uno de nosotros. La coerción de la mayoría sobre la minoría es siempre la coacción”.

 

 

Un filósofo político del siglo XVII alimentado de realismo, Thomas Hobbes, había dicho que la condición humana no puede nunca estar sin problemas, y para resolver estos fue la necesidad de dar vida artificial al gran Leviatán, el Dios mortal del estado; dos generaciones más tarde, otro filósofo Inglés, John Locke, pensó que, para remediar los problemas de la sociedad humana, fuera necesario establecer el gobierno civil, limitado por los derechos naturales de los hombres.

Después de tres siglos de lucha dramática para forzar el monstruo Leviatán en la cama de Procusto de un gobierno limitado, la propuesta libertaria de Rothbard nos hace comprender totalmente las categorías de la política para una nueva era de libertad.

Después de estatismo y liberalismo, el libertarismo se pone en juego.

 

 

 

Testimonio Autodefensa Ciudadana

grupo autodefensa

Ya había hablado en Armas de fuego de la postura de los gobiernos frente a la posibilidad de los ciudadanos de poseer y tener armas.

En el caso se trataba de EE.UU. con ocasión de los tiroteos en una escuela primaria de Sandy Hook; pero lo mismo pasa en muchos otros países en donde el estado prohíbe con leyes severas -a los buenos ya que los malos no se dan cuenta de ellas- la tenencia de armas.

 

Aun cuando resulta evidente la incapacidad, imposibilidad, del estado de garantizar seguridad y protección a sus ciudadanos, primero y fundamental deber, para mí único, entre los muchos que éste se arroga.

 

En México, frente a esta situación han surgidos en muchos estados, los más afectados por la delincuencia y por la incapacidad –¿colusión, connivencia, complicidad?- de las fuerzas policiacas y del ejército,  los grupos ciudadanos de defensa que van a ser, a veces, el único baluarte de seguridad y de confianza de la ciudadanía.

Por supuesto los gobiernos, los diputados y todos los políticos se sublevaron contra estas muestras de autonomía de los ciudadanos que es, en el mismo tiempo, una prueba del fracaso del estado.

 

A mayor explicación pongo este video con el texto introductor de SubVersiones, agencia autónoma de comunicación, que logró rodarlo. En el sitio podrán encontrar otras entrevistas interesantes.

 

El siguiente video muestra la entrevista realizada a uno de los Consejeros Generales del Consejo Ciudadano de Autodefensa del municipio de Tepalcatepec, Michoacán. Pese al cerco policiaco y militar, la Agencia SubVersiones logró adentrarse en esta región conocida como Tierra Caliente y escuchar de primera mano varios testimonios acerca de la situación de violencia e inseguridad que se vive en esa zona.

Fuimos testigos de la organización comunitaria que ha logrado frenar los ataques de la organización llamada Caballeros Templarios y de la ineptitud de los cuerpos federales y militares. Lo que testificamos es a varias poblaciones procurando su seguridad y la reconstrucción del tejido social que la guerra entre distintas organizaciones del crimen organizado había fracturado. Ponemos a disposición del público en general el siguiente video como un adelanto del reportaje completo que circulará en los siguientes días.

Pedimos se vea y/o escuche esta entrevista con atención.

http://www.youtube.com/watch?v=JR6zUlX7QYU&feature=youtu.be

 

 

 

 

¿Quién va a pagar?

Hace tiempo, los primeros de diciembre del año pasado, escribí sobre el concepto, mítico y místico, del estado que muchos de nosotros tienen.
El título “La mística del estado y los bienes públicos” se encuentra aquí.

Trataba de contestar a la pregunta, emblemática, “¿Quién va a construir la carreteras?” como ejemplo típico de un bien “definido” público, a falta del estado.
Un amigo me contestó con otra pregunta, de hecho, más pertinente: “¿Quién va a pagar a los contratistas la construcción de las carreteras?”
Lo que voy a poner ahora, con mucho retraso, es la respuesta que le mandé.

trabajo basura

 Hay, en el mencionado artículo de Caleb McMillan, una curiosa y simpática viñeta sacada de una película Trabajo Basura (Office Space) del 1999.

Aquí la anexo, con la traducción (de izquierda a derecha, de arriba abajo), porque empieza explicando el asunto

Y entonces ¿qué hace el estado? ¿Construye físicamente las carreteras?

Pues, no, las construyen las empresas privadas

Entonces ¿el gobierno paga directamente las carreteras?

Pues, no, son los contribuyentes que las pagan

Y entonces ¿porque los contribuyentes no pueden pagar directamente ellos quien construye las carreteras?

Les digo yo el porqué. ¡Porque los contribuyentes no son capaces de tratar con las empresas privadas!

* * * * *

Entonces, ¿Quién pagaría, quien tomaría la decisión de construir carreteras, puentes, tuberías, alumbrado, alcantarillado?

Las calles, las carreteras, las autopistas se construyen porque sirven para alguien. La gente tiene necesidad de moverse, de ir de un lugar (pueblo, ciudad, estado) a otro y entonces las pide, las requiere. Y el mercado, el conjunto de empresas libres y en competencia entre ellas, le proporcionaría lo que es requerido. Los dueños de las carreteras pueden ser los mismos contratistas, o sociedades como las que construyen viviendas, o grandes empresas (en Italia la Benetton u otras) que quisieran diversificar sus inversiones.

Igual que viviendas, casas, departamentos; igual que bebidas, comidas, ropa.

En los EE.UU., antes de la ola estatista, los trenes eran privados y las varias compañías se acordaban para utilizar los mismos carriles. Históricamente las redes viarias no nacieron por obra del estado: en Inglaterra, en el siglo XVIII muchas carreteras fueron administradas por compañías privadas, igual que en los Estados Unidos.

En este entorno no hay plan general municipal de ordenación. La planificación urbanística está encomendada a los particulares según las necesidades de los residentes y no a través de disposiciones arbitrarias (e interesadas) de políticos y burócratas. La ciudad de Houston es un ejemplo.

En todo el mundo hay constructoras de viviendas que compran el terreno, construyen y alquilan o venden. Y junto a las casas le dan climatización, agua, luz, desagüe y, en unos casos, también seguridad con aparatos electrónicos y policía privada.
Empiezan a nacer ciudades privadas, donde todo está administrado por particulares. No hay estado al cual pagar impuestos y hay competencia entre los constructores y administradores para ofrecer lo mejor y encontrar el gusto y la satisfacción del usuario-consumidor.

Porque siempre es la iniciativa privada que descubre oportunidades, novedades, mejoras y solo luego el estado llega con su coerción impositiva y su burocracia.

Claro al estado no le gusta (pierde su vaca de leche) y fomenta nacionalismo, integridad popular, movimientos ciudadanos (como en Honduras con las ciudades libres) para dificultar, impedir esta forma de estar al mundo.
Libres, sin coerción, sin opresión, sin impuestos.
En Italia, querían construir un puente que conectara Calabria a Sicilia y estaban inversionistas de todo mundo dispuestos a hacerlo. Si lo hiciera el estado, el dinero lo sacaría de los ciudadanos con los impuestos (o deuda, o dinero papel cuyos efectos son los mismos), y lo pagaría también yo que nunca iré a Sicilia. Lo más correcto es que paguen los que lo utilizan.

A este respecto, mencionando a un artículo de mi amigo Rodolfo Cordero Sosa (México Liberal) titulado “La Patraña del Gasto Gubernamental” (aquí) en el cual desarma mentiras y equivocaciones (Los impuestos financian la prosperidad y por ello parece tan distante -ay, ay donde caíste Denise!-), me gusta repetir un comentario que él mismo puso:

 “[…] en donde vivo, un fraccionamiento en Cuernavaca, las calles las hizo el fraccionador, y tenemos servicios municipales PRIVADOS, nosotros los pagamos, y claro ¡Funcionan! pavimentamos nuestras calles, regamos y hacemos jardinería en nuestros prados, la recolección de basura es diaria y puntual, el agua, ¡El Agua! Mientras que en Cuernavaca es un problema, aquí no, perforamos nuestros propios pozos, recientemente uno con cuota extraordinaria, y no obstante que tenemos que venderle a una colonia «popular» que está junto. Tenemos cámaras de vigilancia, patrullas privadas, en fin. Así que no tiene que ser el gobierno el que ponga las calles. Nosotros podemos ponerlas y tenerlas mejor. Si me subsidian es problema del gobierno, no mío.
Por otra parte, la infraestructura tampoco tiene que ser gratis, es más no es gratis, ya que te cobran cuota. La Carretera México-Cuernavaca se ha pagado varias veces y siguen cobrando. NO veo por qué yo tenga que pagar una carretera en Chiapas. Que la pagan los que la usan.
Aún así lo que se paga por infraestructura es mínimo comparado con el grueso del gasto gubernamental, que se va en mantener parásitos y zánganos.
Mi cueva privada está bien bonita”.

 Al final, como escribió McMillan, podría decir que no lo sé quién podría hacerlo, quien podría pagarlo, porque el libre proceso de mercado es tan impredecible cuanto rápido en el encontrar soluciones diferentes y nuevas.
Hay que pensar en lo que pasa continuamente con los celulares, iPod, iPad, iPhone, para encontrar necesidades, deseos, a menudo anticipándolos, del consumidor.

Igual sería con calles, tubería y alumbrado.

Y todo sin coerción, sin imposición fiscal: cada uno pagaría lo que le sirve, lo que consuma, lo que utiliza. Como al supermercado.

Norberto Bobbio

Bobbio

En serio, no creo que pueda ser de interés para muchos de los que me leen lo que voy a escribir.
Pero es una especie de compromiso que me tomé con un caro amigo cuando fue a encontrarlo en su casa. Conociéndome de ser italiano me preguntó a quemarropa, estábamos hablando de comida: “Y tú, ¿qué piensas de Bobbio?”

Hace poco, el mismo amigo -como de veras no había logrado darle una respuesta clara y cumplida, sólo le había contestado de manera bastante superficial: “el papa negro de la política izquierdista italiana”- me mandó por correo un ensayo der este autor sobre liberalismo y democracia, temas repetidos en Bobbio, que pero, éste, no había leído.

Conozco a mi amigo: es una amable provocación y un sacarme a cuento.

 

Antes que nada ¿quién es Norberto Bobbio? Quien fue, sería mejor decir, pues este afamado profesor universitario, jurista, filósofo y politólogo murió en el 2004 a los 95 años dejando a muestra de su compromiso de estudioso e intelectual militante miles de ensayos, ponencias, libros, artículos, conferencias.
Y mucho más son los escritos sobre él.

No podemos rehusar la importancia que el hombre ha tenido por más de cincuenta años en la vida cultural y política del país. Era un hombre de grande cultura, de profundos estudios, aunque de personalidad “inquieta” como fue definida: ha representado la más alta expresión de una cierta idea de “cultura”.

Esa idea que puede no gustar –a muchos le gusta, a mí no me gusta.

 

Aclaramos.

Dejamos de un lado unos acontecimientos de su vida aun cuando expliquen bien la personalidad del hombre.

Cuando, en el 1928 se unió al Partido Fascista y tuvo una rápida carrera académica en camisa negra.
Cuando escribió al Duce (Mussolini) unas cartas de devoción apasionada mientras otros terminaban en la cárcel: una de éstas salió a la luz hace pocos años.
Cuando juró lealtad al Duce, incluso un año después de las leyes raciales en 1939, con el fin de obtener una cátedra en la Universidad de Siena
Cuando volvió a jurar lealtad al Duce, todavía en 1940, durante la guerra, para ubicarse en la Universidad de Padua en la silla del profesor Adolfo Rava, que había sido despedido porque judío.
De los más de 1.200 académicos de la época, sólo doce se negaron a prestar ese juramento: Bobbio decidió quedarse no con los 12, sino con los 1188.

Justo después de la caída del fascismo, inmediatamente, se convirtió en anti-fascista afiliándose, por supuesto, a las logias partidista “Justicia y Libertad” y se vinculó a los círculos “accionistas” y judíos de Turín.
Después de la guerra, continuó su carrera intelectual bajo la égida de los Agnelli, de la fundación Fiat y la del comunista-editor Giulio Einaudi.

Él fue la mente de aquel equipo de filósofos e intelectuales turineses que durante cincuenta años, junto a los ideólogos del Pci (partido comunista italiano), han controlado la cultura italiana (y no sólo italiana), persiguiendo y excluyendo de las editoriales, de los periódicos, del grupo de poder todas las voces disonantes, católicas, liberales y conservadoras, para no mencionar la cultura de “derecha”.

Y si esto les parecerá raro, pregúntense, por favor, porqué el mayor jurista liberal italiano, Bruno Leoni editó su magna obra en inglés “Freedom and the law” en 1961 y sólo en ¡1995! hubo la traducción en italiano.
¿Quién conoce al filósofo Augusto Del Noce, el contra-altar católico de Bobbio?
También unas palabras se veían como sospechosas: “Capitalism and Freedom” de Milton Friedman fue traducido en italiano como “Eficiencia económica y libertad”.
Y en Latinoamérica, que siempre ha tenido una inclinación izquierdista -aparte de caudillos y dictadores que tienen partido sólo por ellos- ¿cuál difusión han tenido hombres, ideas, proposiciones opuestas, o sólo diferentes, de las expresadas por está cúpula?

Las frases impactantes pero llenas de ambigüedad: “a pesar de todo, hay quien sigue creyendo que democracia sin socialismo y socialismo sin democracia sean una democracia e un socialismo imperfectos”; “Ni con Marx ni contra Marx”; “la superioridad ética” del izquierdismo; “Siempre me he considerado un hombre de izquierdas […] siempre ha sido mi malestar frente al espectáculo de las enormes desigualdades tan desproporcionadas como injustificadas, entre ricos y pobres […]”.

Sus arengas a favor del colectivismo y en contra de la propiedad privada pintando en tonos de rosa la “grandiosa” (sic) utopía marxista. Decididamente establece que los horrores del socialismo real no son intrínsecos al comunismo, sino que derivan de un no bien aclarado “cambió” en el comunismo ideal. A los asustados huérfanos de las utopías marxistas asegura que sus antepasados difuntos eran buenos, aunque no aptos para nuestro mundo malo.
¡Vaya con culpar a los otros, a la sociedad!

Había todo por hacer de él un mito; el icono, el santo, el Papa laico de la cultura y de la política italiana.

 

Pero no por eso, Bobbio nunca me ha gustado: no por sus errores, ni por su deslealtad, ni por su falta de coraje y de honor, ni por su ambigüedad, ni por su ambición encubierta detrás de una supuesta superioridad moral.

Propio por su pensamiento filosófico: el positivismo jurídico, el anti-iusnaturalismo.

En esto sus faros ideológicos han sido Hobbes y Kelsen.
Casi tres siglos separan estos dos pensadores y sus obras, el Leviatán (1651) y la Teoría pura del derecho (1934); pero la conexión entre el teórico del absolutismo político y él doctrinario del Derecho como fenómeno ajeno a consideraciones ideológicas o morales es muy fuerte, como fuerte e intensa fue la influencia que tuvieron sobre Bobbio.

Siempre él combatió el iusnaturalismo en favor del iuspositivismo: no existe un derecho, “el” derecho, que no sea puesto en leyes positivas, hechas por el hombre, por el poder que tiene el hombre, o mejor por el poder del estado.

Según este concepto no hay leyes inscritas en la conciencia humana, puestas en la naturaleza, aclaradas por la autoridad de la razón. Así que la legalidad –lo que viene expresado por la ley- está arriba de la legitimidad –lo que es justo, lo que corresponde a los derechos naturales que, para mí y para muchos de los en que me reflejo, son antes, temporal y éticamente, de cualquier código o ley escrita por el hombre.

Pero no, para los ius-positivistas a la Bobbio la ley no es más que envoltura de la fuerza. Hobbes lo dice inmejorablemente:

«No es la sabiduría ni la autoridad, la que hace la ley. […] Por leyes entiendo leyes vivas y armadas. No es, pues, la palabra de la ley, sino el poder de quien tiene la fuerza de una nación lo que hace efectivas las leyes.»

El Estado y su anverso, el derecho, son amenazantes condensaciones de la fuerza, que deberíamos aceptar como defensa, como amparo del vacío que encontraríamos en su ausencia.

Entonces el derecho no tiene valor absoluto; la validez de las normas jurídicas consiste en la fuerza de la sanción, en la capacidad de construir una estructura social, el estado, la “organización de la fuerza”.

 

¡Lo lejos que estamos del sentido íntimo y religioso del liberalismo libertario!
Entendido como objeción contra el estado cuya dimensión teológico-política estriba en la idea según la cual el prójimo nos trasciende y por eso le debemos respecto absoluto. Interpretado desde la experiencia de los demás  que en la tradición cristiana es un misterioso encuentro con Dios mismo: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.» (Mt 25, 40).

Los derechos individuales son inviolables no porque haya una ley que los protege, no porque sean una pretensión del individuo que se afirma autosuficiente y autónomo, sino más bien como un reconocimiento de la inviolabilidad del prójimo, cual derecho absoluto a no atacar a la persona que está delante de nosotros.

La fuerza de estos derechos no está impuesta por afuera, sino sale de dentro de nosotros, está adentro de nosotros.

 

*   *   *   *   *

 

La confesión

Al final, unos años antes de morirse, Norberto Bobbio fue entrevistado y confesó.

“¿Porqué – accionistas, democráticos, anti-fascistas, nunca han confesado sus compromisos con el fascismo? «.
La respuesta fue revelada en la orquestación honesta de un suspiro hecho todo de guiones: “Yo estaba inmerso en la duplicidad: fascista entre los fascistas y antifascista con los antifascistas. Nunca hablaba de esto porque me a-ver-gon-zá-ba.”

Bobbio tenía 90 años.

Tomado de: Pietrangelo Buttafuoco, IlFoglio 12 nov 1999

 

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