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Coca Cola en París – 1950

Los que me conocen ya saben de mi aversión a las bebidas azucaradas, ¡por supuesto prefiero a las alcohólicas! , y ante todo a la Coca-Cola.

No por el hecho que venga de los Estados Unidos, hay algo bueno también por allá (pero poco), sino porqué es algo, sabor, dulzura, manera de tomar, que se pone en total contraposición de mi manera de concebir el mundo.

 

No parezca exagerado esto del mundo: de hecho la Coca-Cola, y todo lo que le sigue y le rodea ha cambiado el mundo.

 

Tengo que volver, y mis cuatro lectores me disculparán, a los días lejanos de mi primera vida en Italia.

Que se esfuercen por ver con mis propios ojos: años inmediatamente después de la Gran Guerra Mundial; en Italia, destrucción, escombros, miseria. Era necesario reconstruir, partiendo de cero.

Y vi, ante mis ojos ingenuos y quizás torpes de niño, el despertar de un renacimiento de la voluntad y el compromiso.

Lo logramos o, mejor dicho, ellos lo lograron.

En medio de esta humanidad dolorosa y trabajadora, fatigada pero fuerte y orgullosa de sus objetivos, aquí aparece, junto al Plan Marshall (que por cierto les fue más útil que a nosotros) la Coca-Cola con su imagen festiva y siempre alegre, sonriente y feliz.

 

Una contradicción patente, para mí.

Era un deseo de dar una visión endulzada del futuro, de hacernos olvidar con un sorbo centelleante los horrores del pasado.

Pero, quién sabe, había algo bueno en esta locura, habría dicho Shakespeare…

 

 

Ya, Coca-Cola.

A nadie le gustó, demasiado lejos de nuestro gusto italiano, europeo.

Comenzaron a distribuirlo gratuitamente, para los hogares, los primeros carteles en las calles, publicidad con imágenes y sonidos atractivos en los cines.

Lo asociaron, fueron maestros en estas campañas de marketing, con una vida libre, poco a poco más y más transgresora: se podía beber de la botella, caminando por las calles; sin vergüenza.

Y ganaron; cambiaron nuestras reglas, nuestra forma de vida, nuestra forma de comer y nuestra forma de tomar.

 

Uno no puede oponerse, ¡ pero juzgar sí !, a la vida que pasa, a las modas que cambian, a los estilos de vida que se marchitan…

 

 

La foto que he puesto arriba la saque del internet, tiene como título Coca-Cola en Paris, 1950. Increíble y fascinante.

Es emblemático, y expresa perfectamente, además de lo de ellos, mi estado de ánimo, de aquella época y de ahora.

Mira las caras desconcertadas, sorprendidas, casi repugnantes de los clientes de este típico bistró francés. Acostumbrados, que sé, a los pastis o calvados, los codos descansando en el banco, ver un vaso de Coca-Cola servido. ¡Puah!

 

A veces una imagen dice más que mil palabras. Os dejo con esta imagen y mi asco.

 

 

 

El resultado del referéndum irlandés sobre el aborto es una trágico error para Irlanda, pero aún más una derrota para la Iglesia

Irlanda pro aborto

No es casualidad que en Corea la edad de una persona no se calcule desde el nacimiento, sino desde la concepción.

 

El viernes 25 de mayo, Irlanda ha votado, en un referéndum sobre la interrupción voluntaria del embarazo, para derogar la octava enmienda de la Constitución, que equipara el «derecho a la vida del feto» con el «derecho a la vida de la madre»: el resultado es el reconocimiento legal del aborto.

Irlanda es el último país en votar a favor: en Italia, la interrupción voluntaria del embarazo se hizo legal en virtud de la Ley 174 de 1978.

La Ley 194 tiene dos sujetos (la mujer y el médico), un objeto (el niño) y un gran ausente: el huésped de piedra de 194 es el padre. Es un hecho muy grave, pero no nos sorprende. De hecho, esta ley es hija de la revolución de 1968, que fue un movimiento de rechazo de la figura del padre como símbolo de autoridad. Pero si uno elimina al padre, también elimina la ley moral y religiosa de la sociedad.

 

No tengo intención de exponer mis ideas al respecto, porque, si no es la fe la que nos guía, es un hecho personal y cada uno debe ser responsable de sus elecciones.

Sin embargo, no puedo dejar de decir que la aprobación de una ley de aborto mata a una nación y a un pueblo, porque los hace ir en contra de la naturaleza en el punto más delicado e importante, los educa a pensar que lo que es legal también es bueno, acostumbrándolos a no distinguir más entre verdugo y víctima.

Se viola el bien supremo: la vida. Se comete un asesinato contra los inocentes por excelencia. La ley natural es revocada: en lugar de proteger, la madre mata. Y así pasamos del crimen a la ley. En resumen, el aborto es el peor mal moral de nuestro tiempo.

 

Un poco de números:

– El aborto es la principal causa de muerte en el mundo: 45 – 50 millones (legales) por año según la OMS (Organización Mundial de la Salud)

– enfermedades cardiovasculares 18 millones /año

– tumores 8 millones / año

 

Al aceptar la modernidad por razones pastorales (ecumenismo, aceptación y apertura a todos), la Iglesia acaba aceptando su doctrina (banalidad, diversión, infantilización, relativismo).

 

En el caso del referéndum irlandés, la Iglesia Toda brilló con afasia y ausencia.

Ninguna movilización, ninguna intervención de Roma, ninguna ayuda de los episcopados europeos, pero ha sido el último país de nuestro continente que ha resistido hasta ahora a la muerte del Estado.

Es ante los ojos de todos, además, que la Iglesia ha dejado desde hace mucho tiempo de luchar por la vida y de movilizar sistemáticamente las conciencias contra el aborto. Esto significa que las categorías intelectuales de la modernidad han penetrado profundamente incluso dentro de ella y la han hecho mundanamente inofensiva.

Son muchos, demasiados, los católicos -incluidos cardenales, obispos, curas- que traicionan el Catecismo y el Magisterio con aperturas desconcertantes sobre los anticonceptivos, el aborto, la eutanasia y las uniones homosexuales.

Y tenemos que recordar cómo empezó todo en 1968 con la protesta de tantos teólogos contra la encíclica «Humanae Vitae» del papa Pablo VI.

 

La cultura de la muerte gana no sólo porque algunos católicos traicionan la verdad en el campo de la moral. Gana porque millones de católicos, que en el plano doctrinal se dicen fieles al catecismo, en el plano de la teología y de la visión de la historia, y por lo tanto en el plano psicológico, son prisioneros de la dictadura del relativismo.

Tantos católicos aceptan en silencio la tesis de la supuesta «irreversibilidad» de las «conquistas» revolucionarias. Piensan que «ya no podemos volver atrás» porque ciertos procesos son irreversibles.

 

Al final permítanme repetir lo que ya había puesto en otro artículo, Frutos del relativismo, la ventana de Overton:

Y nosotros que creemos que esta “superación” es el fruto de nuestro crecimiento interior, de un juicio maduro y de una mayor libertad.

En cambio, es la sumisión, a veces inconsciente -más a menudo aceptada por incultura, ignavia, miedo-, a una lógica concebida e impuesta por un círculo restringido de personas y poderes con el objetivo preciso de desintegrar los lazos más sagrados, que las tradiciones culturales han ido insertando a lo largo de los siglos en toda la humanidad, con el objetivo, obvio u oculto, de usurpar poder y riqueza.

Volviendo al título de estas consideraciones, éste es el resultado verdadero y desolador del relativismo.
Si nada es seguro, nada es cierto, si ya no hay raíces sobre las que basar la existencia de los hombres, de los pueblos, de las civilizaciones, es fácil erradicar las creencias, los valores, las tradiciones y después de esto no quedará nada, el desierto de las almas y un destino desconocido.

 

 

Acerca de Halloween, los santos y la insipiencia de nosotros los cristianos

halloween

El modernismo, entendido como la superación de las creencias y tradiciones populares, prevalece en todos los rincones de la vida cotidiana.

O quizás es mejor llamarlo progresismo, una palabra de moda que se usa cada vez más para definir posiciones modernas, abiertas (sin saber a qué) en el campo político, social y desgraciadamente también religioso.

En este caso, estamos hablando de la «moda» que ha sido cada vez más popular durante varios años: la fiesta de Halloween.

La fiesta pagana por excelencia ha sustituido a la celebración católica de la solemnidad de Todos los Santos (1 de noviembre) y a la Conmemoración de los Difuntos (2 de noviembre).

 

Sin embargo, sería apropiado y correcto preguntar sobre sus orígenes, su naturaleza e implicaciones. ¿Es realmente -como se dice- sólo una forma inofensiva de divertirse, como si fuera otro «carnaval», o hay algo más?

¿Tienes que divertirte con demonios, fantasmas, brujas, murciélagos, vampiros y todo eso de horror fair?

 

Halloween, es una fiesta pagana, a la que se han añadido elementos extraídos de la cultura esotérica, magia, brujería, todos hipócritamente enmascarados (y con estudiada duplicidad) en forma de fiesta, diversión, comer y disfrutar.

Sin hablar del colosal negocio económico, impulsado por quienes se benefician de él, que ha encontrado poderosos aliados en las escuelas, la televisión y las revistas….

 

Antiguamente, las fiestas paganas fueron reemplazadas, en los mismos días, por las fiestas cristianas; hoy estamos presenciando el intento contrario: coincidiendo con las fiestas cristianas de todos los santos y de los fieles difuntos, tratamos de difundir en la cultura y en las costumbres, una fiesta pagana extraña y hostil al clima y al contexto de oración de nuestra fe.

Las nuevas «invasiones bárbaras» no provienen de las hordas de Atila, sino que se llevan a cabo imponiendo -en varios niveles y de diversas maneras- estilos de vida, cosmovisiones, hábitos, elecciones culturales, criterios de juicio, sistemas políticos ideológicos, comprometidos con prácticas y mentalidades esotéricas-magicas, que pretenden liquidar y reemplazar la cultura cristiana y sus raíces.

Las «colonizaciones salvajes» no conciernen a los territorios geográficos, sino a las conciencias, la inteligencia, las costumbres de vida, las culturas, las tradiciones, las religiones.

Sin embargo, la negación de las raíces cristianas no viene de un solo lado, no se actúa en un solo ámbito y por un único sujeto, sino que es operada por manos diferentes, en diferentes sectores, de diferentes maneras y golpeando, de vez en cuando, diferentes áreas.

* véase Frutos del relativismo (La ventana de Overton)

El verdadero problema, entonces, no es tanto la fuerza de un paganismo y secularismo generalizado, sino en el cristianismo aguado y mediocre sin el cual no veríamos cosas tan desagradables como Halloween., como la Navidad consumista, como los sacramentos del Bautismo y el Matrimonio, por ejemplo, reducidos a espectáculos de ostentación y lujo que borra y aniquila el verdadero sentido del sacramento mismo.

Como la aceptación de estilos de vida, pensamientos y comportamientos que chocan con la «visión del mundo» cristiana.

 

Por lo tanto, la verdadera enfermedad es interna, no externa: es este cristianismo secularizado y modernista el que ha producido y produce estos daños junto con otros más graves y profundos: la pérdida de nuestra cultura y de nuestra identidad.

 

 

P.D.

Este análisis mío tiene como referencia a la cultura occidental de la que procedo.

En México todavía es costumbre preparar el Altar de los Muertos: este artefacto se enriquece con imágenes de los difuntos, una cruz, un arco y un incienso.

Es una verdadera y apropiada conmemoración de los muertos, para acercarlos más, para que los vivos recuerden los muertos que han perdido.

Nada que ver con Halloween, aunque estas manifestaciones se están confundiendo y mezclando cada vez más, que nació y sigue siendo un ritual pagano y satánico.

 

 

¿Hacia dónde vamos?…

stereotipi-di-genere

En Italia a Molfetta, pequeña ciudad del sur (Apulia), han instituidos cursos de formación a la educación de género por la construcción de la identidad dirigidos a enseñantes de cada orden y grado para sensibilizar los estudiantes a la lucha a las discriminaciones, al homofobia y a los estereotipos.

A promoverlos son, ay de mí, la Diócesis ciudadana y la Acción Católica.

Relatores: un militante LGBT, una psicóloga que promueve las adopciones gay y la autora del libro: «¿Mamá, por qué es Dios macho?

En cartel, pero luego ha borrado la presencia, también el obispo de la ciudad.

 

 

 

La Política – Trilussa

La politica - spaghetti

Me estoy dando cuenta, según la estadística del sitio, que todavía muchos de mis amigos siguen leyendo un viejo post del 2012 “El gato socialista (en ayunas) – Trilussa”.

Pero, hablando de estadística, no puedo olvidar la más famosa de las poesías, que el propio Trilussa escribió, propio sobre la estadística que en el tiempo (alrededor del 1900) como disciplina, utilizando el método científico, empezó a ser tenida en gran consideración en los estudios político-sociales.

La fábula se conoce en Italia como “los pollos de Trilussa”, como la más proverbial observación a propósito de las medias estadísticas, pero su título es propio “Estadistica”.

Aquí viene:

« Sai ched’è la statistica? È ‘na cosa
che serve pe fà un conto in generale
de la gente che nasce, che sta male,
che more, che va in carcere e che spósa.
Ma pè me la statistica curiosa
è dove c’entra la percentuale,
pè via che, lì, la media è sempre eguale
puro co’ la persona bisognosa.
Me spiego: da li conti che se fanno
seconno le statistiche d’adesso
risurta che te tocca un pollo all’anno:
e, se nun entra nelle spese tue,
t’entra ne la statistica lo stesso
perché c’è un antro che ne magna due. »

 

¿Sabes que es la estadística? Es una cosa
que sirve para echar en general una cuenta:
de la gente que nace, que se ha enfermado,
que muere, que va a la carcel, que se casa.
Pero para mí la estadística más extraña
es adonde se hace el porcentaje,
por el hecho que, allí, la media siempre es igual
también con la persona necesitada.
Me explico: de las cuentas que se hacen
según las estadísticas actuales
resulta que te toca un pollo al año:
y, si no tú no te lo comes,
cabe igual en la estadística
porque hay otro que come dos.

 

 

Así que vuelvo a proponerlo actualizándolo con otra poesía del mismo Trilussa escrita en el 1915: «La Política.»

Espero que le guste como la anterior.

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La Politica

Ner modo de pensà c’è un gran divario:
mi’ padre è democratico cristiano,
e, siccome è impiegato ar Vaticano,
tutte le sere recita er rosario;

De tre fratelli, Giggi ch’è er più anziano
è socialista rivoluzzionario;
io invece so’ monarchico, ar contrario
de Ludovico ch’è repubbricano.

Prima de cena liticamo spesso
pe’ via de ‘sti principi benedetti:
chi vò1 qua, chi vó là… Pare un congresso!

Famo l’ira de Dio! Ma appena mamma
ce dice che so’ cotti li spaghetti
semo tutti d’accordo ner programma.

 

La Política

En el modo de pensar hay grandes diferencias;
Mi padre es democrático cristiano,
y como trabaja en Vaticano,
todas las tardes recita el rosario.

De los tres hermanos, Juan que es el más anciano
es socialista revolucionario
en cambio yo soy monárquico;
al revés de Ludovico que es republicano.

Antes de cena a menudo peleamos
a causa de estos principios benditos:
quien dice esto, quién dice otro… ¡Parece un congreso!

¡Se azuza el cólera de Dios! Pero cuando mamá
nos dice que los espaguetis son cocidos
estamos todo de acuerdo en el programa.

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Junto a comida lenta hay también cocción lenta

slow cookingcomida chatarra

Escribí, hace años, algo sobre la comida rápida (fast-food) y la comida chatarra (que muchas veces son lo mismo).
Por uno de esos misterios que, aún para mí, envuelven los procedimientos y las prácticas del equipo, este artículo se ha perdido: en casaitalia y en la carpeta donde guardo las copias.
Y lo siento mucho porque me había parecido salir bien… .

Ahora tengo sólo la foto que adornaba el post y la pongo ahora de un lado a lo que voy escribiendo ahora sobre el”slow food” la comida lenta que tiene su respaldo en la cocción lenta.

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Me encanta hablar de estas cosas por una serie de razones, la primera de las cuales es que sé que voy en contracorriente: algo que me anima, me divierte, me emociona.

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El movimiento Slow Food, que tiene come símbolo el caracol, emblema de la lentitud, nació hace treinta años en Italia (¡y te parece!) como oposición a la fast food (comida rápida) con el propósito de promover la educación del gusto, redescubriendo aromas y sabores de la cocina tradicional, considerando, y está la otra razón por la cual me gusta platicar de esto, que la alimentación, la cocina, la comida es una forma de cultura, como producto de la historia y de las tradiciones de los pueblos.

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Ya sobre esto hablé en lo que era la misión de Casaitalia y que ahora se encuentra, bajo del título Casaitalia, en la raya roja, como acerca de.

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Luego, last but not least, la cultura de la comida se combina con el placer de la misma.

No más hamburguesas inundada de “cátchup, mostaza y mayonesa”, no más sabores artificiales, y toda la química de los saborizantes, antioxidantes, colorantes, conservantes, antifermentos; comidas tragada en silencio, colando grasa y colores en las manos cuando no en la camisa, en un rincón de una mesa sucia junto a otros tragadores mudos y ausentes.

El placer de la mesa viene en primer lugar de una disposición mental, por una inclinación del espíritu, el amor por la hermosura (yo diría por lo sagrado).
Es cultura, respeto, sensibilidad, estudio. Se forman en la casa de los papás, con los principios que nos transmiten, con la tradición de los abuelos, con los recuerdos y las historias de la primera infancia.

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¡Lástima que estos principios, estos valores, de la fe en Dios a la cocina, se pierdan!
Ya los hemos perdidos; ya no los tenemos más adentro y no los sabemos más transmitir.

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Hablaba antes de la contracorriente. Y así es. Somos, soy, la reducida reserva de algo que está desapareciendo.
Hablamos entre nosotros, pocos, de cosas que ya no interesan a los más.

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Como en el título, a la cocina lenta se junta naturalmente la cocción lenta: como el comer, también el hacer comida tiene algo de sagrado, de misterioso, de antiguo.

Ahora, los pocos exploradores del gusto han redescubierto esto de la cocción lenta: hay chefs que haciendo su fortuna, escribiendo libros y abriendo restaurantes, nos hablan de las bajas temperaturas, del tiempo largo de cocción, de nuevos instrumentos para hacerlo.

Pero me acuerdo de papas cocidas bajo cenizas en la chimenea, de guisados en ollas de barro, de carne puesta en la chimenea apagada pero todavía caliente hasta la mañana del día siguiente… Y todo tenía otro sabor, otra suavidad.

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Los aficionados a la cocina, los falsos jóvenes como yo -los del alma vintage nacidos el siglo pasado al otro lado del océano, con la memoria, sí no los ojos, de la guerra sangrienta y terrible- que sueñan extender la masa en hoja y fettuccine y lasañas; odiando a la “nueva” cocina, la que le pone crema en aquel sublime platillo dicho a la “Alfredo”; que le junta vodka a las “penne rigate”; que confunden la margarina con la mantequilla (y creen que sea más saludable); los aficionados a la cocina, estaba diciendo, ya saben lo que es cocinar lento: que le pasa a un guiso, a un trozo de buena carne a la baja temperatura.

Ya, entre un asado y un guiso, habíamos puesto en práctica inconscientemente la reacción de Maillard, seguida de una cocción lenta a bajas temperaturas. Resultado: la carne suave y jugosa, perfecto, ya que nunca había estado.

Ya habíamos conocido el conde de Rumford, aquel estadunidense transferido en Londres al empezar de la revolución, y sus pruebas en la misma chimenea que había inventado. Rumford había intuido lo que ahora sabemos, que la cocina dulce exalta las bondades del ingrediente, que no le hace perder los jugos sabrosos, y que el tiempo ayuda a disolver los tejidos conectivos, los que hacen que la carne dura.

¡El tiempo también es un ingrediente! Nunca he pensado que el tiempo en la cocina era un detalle, tal vez debido al hecho que en repetidas ocasiones fue sometido de niño a la preparación de la salsa de tomate, o al cierre de los “cappelletti” (que tienen otra forma de los más conocidos “tortellini”) alrededor del dedo pequeño.

Todas cosas que también ahora sigo haciendo, con gusto y sin que nadie me empuje.

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Ya es tiempo de regresar al antiguo.

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Lo que nos falta

prensa

 

Estamos hundidos por un sinnúmero de informaciones que nos llegan de todas partes: televisión, periódicos, internet y redes sociales, charlas, chismes.

Pero a menudo nos faltan las herramientas para distinguir, para discernir lo importante de lo que no lo es,  lo verdadero de lo falso, las noticias disfrazadas y tendenciosas de la verdad, del real acontecimiento.

Mientras hace tiempo el peligro era la falta de información que nos tenía en la ignorancia, ahora estamos en la misma ignorancia por el exceso de información; con una agravante que mientras antes sabíamos de no saber nada, ahora creemos de saberlo todo.

 

El problema entonces es lo de encontrar puntos firmes de referencias que tengan afinidad con nuestras ideas, nuestros pensamiento sin olvidarnos pero de escuchar también las así dichas voces afuera del coro, las excéntricas, las marginadas por el poder o por las instituciones.

Y esto porque, siempre, cualquier gobierno, cualquier autoridad, trata de mantener el estatus quo, minimizar las cosa negativas para agrandar, como su mérito, los hechos positivos intentando hacernos vivir en una especie de limbo sin ruidos y sin problemas.

 

En esto, para despertarnos, para concientizarnos, es fundamental la función de la prensa que debería ser, según lo que dijo W. Churchill el perro guardián de la democracia, de la sociedad civil.

¿Pero estamos seguros que es así? ¿Hasta donde podemos tener confianza?

 

Quien parece que tenga muy poca confianza en los periódicos y en los periodistas es un valiente señor Fernando Miranda Servín director del periódico Razacero que sale cada quince días aquí en Durango y viene a diario actualizado en internet (aquí el sitio).

Hay un artículo hoy, en el cual lista 17 de 53 periodistas “chayoteros” de Durango (así se le llama a los comunicadores que reciben dadivas por los políticos) que “contribuyen con el gobierno estatal a saquear el erario”. Hay nombres y sumas: este es el artículo.

 

Conozco bastante poco de la vida política del estado y de sus comunicadores para decir algo sobre el asunto.

Pero lo que viene denunciado aquí en este artículo es pan común en todos los países donde, después de la enseñanza de Antonio Gramsci teorizante comunista de la conquista del poder intelectual total, el poder siempre está conectado a sus “intelectuales” infiltrados en los medios, a sus periodistas, a sus voceros.

Entonces no es una novedad o algo impensable, aunque sea, una vez demostrado y probado, un sometimiento cultural e informativo intolerable para la vida social de la comunidad.

 

 

Matrimonio gay

matrimonio gay

El asunto del matrimonio es un problema ético, no político.
Atribuirlo a la política, esperar que la política nos guie, nos indique el rumbo correcto, o ver en las indicaciones que surgen de ella -que son oportunistas, utilitaristas, dictadas por la conveniencia del momento y la supervivencia de unos- la manifestación de un sentido superior, quiere decir encargar nuestra conciencia a quienes no la tienen (o no la usan).

En esto estaba pensando cuando me puse a leer y reflexionar sobre el artículo, muy preciso y seguro aunque para mí no convincente, de Víctor H. Becerra, Matrimonio gay en Latinoamérica: tarde pero llegará.
Ahora bien, el artículo está alojado en el sitio web del Movimiento Libertario de México. Yo también soy libertario, aunque italiano y católico.

No podía dejar de pensar en la admonición de Kenneth Minogue (The Servile Mind: How Democracy Erodes the Moral Life): “Un pueblo que confía sus reglas morales a los gobiernos, por más que sea impecable su motivación, se vuelve dependiente y servil”.
Como problema ético el asunto del matrimonio es un problema individual, personal.

Que en todo el mundo los gobiernos se encuentren enfrentando el argumento del matrimonio entre personas del mismo sexo y que en alguna parte lo hayan resuelto aceptándolo, es una realidad que pero no dice nada más que los políticos están alzando las velas: van, como de costumbre, donde sopla el viento.

Lo indudable es que el viento sopla hacia allá. Pero que tarde o temprano llegaremos a aceptarlo, no quiere decir que sea lo más correcto.
Lo inevitable no es lo cierto.

Hemos, por lo menos yo hace mucho tiempo, dejado de creer que la historia tenga su espíritu (el Zeitgeist hegeliano) que nos lleva dialécticamente a un estado superior; que la historia requiera la perfección de la sociedad humana. La historia no tiene su conciencia: la historia es una secuencia de acontecimientos, y nada más. Es el hombre que tiene, o mejor debería tener, una conciencia como guia para el futuro.

Es otro mito de la modernidad que el progreso, como progresión en el tiempo, sea superación de etapas precedentes e inferiores: de aquí el hombre nuevo, libre de las vinculaciones y discriminaciones del pasado; el pasado mismo visto como oscurantismo es decir restricción y oposición a la difusión del conocimiento, de la verdad, de la supuesta libertad.

Creo sea oportuno aclarar unas cosas.
En mi opinión, el malentendido fundamental radica en la definición del matrimonio entre personas del mismo sexo como “derecho” y en su pretensión de incluir en la categoría de los “derechos” todas las reivindicaciones -por más que respetables y aceptables- de cualquier grupo social.

En primer lugar, el hecho de que los homosexuales (o algunos de ellos) consideran el matrimonio como un concepto completamente independiente de la identidad sexual no significa automáticamente que sea así en absoluto o para cualquier persona (público, instituciones, leyes).

Pero sobre todo es falso que la falta de acceso a la misma condición jurídica de los demás siempre conduzca a la discriminación.

Parece que los partidarios incondicionales del matrimonio entre personas del mismo sexo consideren su falta de reconocimiento como una violación de un derecho al igual que (por ejemplo) la privación del derecho de voto y otros derechos civiles y políticos.

Como negocio jurídico, del matrimonio derivan derechos y obligaciones. Pero en cualquier acuerdo existen también razones de discapacidad que les impide concluir a ciertos sujetos; sin tener que armar un escándalo por la intolerable desigualdad de trato.

No es correcto invocar el matrimonio como único amparo legal del familiar (propiedades, herencias, etcétera): hay otras formas; como única defensa del hecho (real) de quererse (no se puede reconocer el derecho al matrimonio para todos aquellos que se aman por el mero hecho de que se aman): por ejemplo, una mujer que ama a dos hombres, o viceversa; como justificación de las razones emocionales para la adopción de un niño por una pareja homosexual.

Y luego, ¿a dónde llegaremos?

En Canadá, los partidarios de la poligamia exultan, porque con la introducción del matrimonio homosexual no hay más las bases jurídicas para negar la poligamia que ya, aunque no legal, es aceptada.
Y, de veras, ¿porque no? Cuándo hemos rechazado, borrado que el matrimonio sea la unión de un hombre con una mujer.

Al final hemos introducido el concepto relativista que el matrimonio puede ser cualquier cosa nos guste en el momento, pues de esta manera se ha ampliado la aceptación de un modelo de inestable unión basada en el deseo cambiante de compañía

Confundimos los términos. El matrimonio es una cosa y la unión libre de dos personas es otra.

Nadie niega, creo, que cualquier persona puede vivir y estar con quien crea. Es parte de la libertad fundamental del individuo y no seré yo a rechazarlo.

¿Pero esto tiene que ver con el matrimonio? No hablo por supuesto del matrimonio religioso, sería obvio; sino también el matrimonio civil, regulado por el Estado, es algo completamente diferente.

El matrimonio, y su consecuencia la familia, no es una relación privada, es una institución social, tiene que ver con la responsabilidad que la sociedad tiene hacia las generaciones más jóvenes. La familia es confianza de la civilización a través del tiempo, su relación con el futuro.

La introducción del matrimonio gay no es una cuestión de terminología, sino una decisión que cambia la esfera social en su conjunto.

¿Debemos prepararnos para un nuevo orden social en el que cada tipo de relación sexual se puede transformar en matrimonio con la firma en un formulario?
¡Y se anuncia como un gran paso adelante para la libertad humana!

Esta ley hace insignificante a la historia de Adán y Eva y a toda la narración civil, política y literaria acerca de aquel momento de la conciencia humana que es la propagación de la especie.

Es una reforma autoritario-democrática disfrazada de progreso libertario, una regla que niega a los niños el derecho a ser criado por un hombre y una mujer o ser emocionalmente cuidados por las dos secciones de la humanidad, por las dos mitades del cielo.

Conecten todo esto de arriba y… tengan miedo.

No quisiera hablar de fe: por supuesto, si entramos en el proyecto religioso, no deberíamos haber discusión; pero también debemos recordar que nuestra fe, -además de ser la adhesión a los principios sagrados que cada cual puede o no aceptar-, es el gran legado, la fuerte herencia de la tradición judeo-cristiana que impregna nuestra cultura occidental, que se enraíza en nuestras tradiciones, que es el origen y la esencia de nuestra cultura.

Citando una grand lección  di Gilles Bernheim, Gran Rabino de Francia, retomada al final de su pontificado por Benedicto XVI (“Si no hay hombre ni mujer, entonces no hay ya ni siquiera la familia”):

«Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1:27). El relato bíblico funda en el acto creador la diferencia sexual. La polaridad masculino-femenino atraviesa todo lo que existe, de la arcilla a Dios. Es parte del dato primordial que guía su vocación – ser y actuar – del hombre y de la mujer. La dualidad de los sexos pertenece a la constitución antropológica de la humanidad.

Norberto Bobbio

Bobbio

En serio, no creo que pueda ser de interés para muchos de los que me leen lo que voy a escribir.
Pero es una especie de compromiso que me tomé con un caro amigo cuando fue a encontrarlo en su casa. Conociéndome de ser italiano me preguntó a quemarropa, estábamos hablando de comida: “Y tú, ¿qué piensas de Bobbio?”

Hace poco, el mismo amigo -como de veras no había logrado darle una respuesta clara y cumplida, sólo le había contestado de manera bastante superficial: “el papa negro de la política izquierdista italiana”- me mandó por correo un ensayo der este autor sobre liberalismo y democracia, temas repetidos en Bobbio, que pero, éste, no había leído.

Conozco a mi amigo: es una amable provocación y un sacarme a cuento.

 

Antes que nada ¿quién es Norberto Bobbio? Quien fue, sería mejor decir, pues este afamado profesor universitario, jurista, filósofo y politólogo murió en el 2004 a los 95 años dejando a muestra de su compromiso de estudioso e intelectual militante miles de ensayos, ponencias, libros, artículos, conferencias.
Y mucho más son los escritos sobre él.

No podemos rehusar la importancia que el hombre ha tenido por más de cincuenta años en la vida cultural y política del país. Era un hombre de grande cultura, de profundos estudios, aunque de personalidad “inquieta” como fue definida: ha representado la más alta expresión de una cierta idea de “cultura”.

Esa idea que puede no gustar –a muchos le gusta, a mí no me gusta.

 

Aclaramos.

Dejamos de un lado unos acontecimientos de su vida aun cuando expliquen bien la personalidad del hombre.

Cuando, en el 1928 se unió al Partido Fascista y tuvo una rápida carrera académica en camisa negra.
Cuando escribió al Duce (Mussolini) unas cartas de devoción apasionada mientras otros terminaban en la cárcel: una de éstas salió a la luz hace pocos años.
Cuando juró lealtad al Duce, incluso un año después de las leyes raciales en 1939, con el fin de obtener una cátedra en la Universidad de Siena
Cuando volvió a jurar lealtad al Duce, todavía en 1940, durante la guerra, para ubicarse en la Universidad de Padua en la silla del profesor Adolfo Rava, que había sido despedido porque judío.
De los más de 1.200 académicos de la época, sólo doce se negaron a prestar ese juramento: Bobbio decidió quedarse no con los 12, sino con los 1188.

Justo después de la caída del fascismo, inmediatamente, se convirtió en anti-fascista afiliándose, por supuesto, a las logias partidista “Justicia y Libertad” y se vinculó a los círculos “accionistas” y judíos de Turín.
Después de la guerra, continuó su carrera intelectual bajo la égida de los Agnelli, de la fundación Fiat y la del comunista-editor Giulio Einaudi.

Él fue la mente de aquel equipo de filósofos e intelectuales turineses que durante cincuenta años, junto a los ideólogos del Pci (partido comunista italiano), han controlado la cultura italiana (y no sólo italiana), persiguiendo y excluyendo de las editoriales, de los periódicos, del grupo de poder todas las voces disonantes, católicas, liberales y conservadoras, para no mencionar la cultura de “derecha”.

Y si esto les parecerá raro, pregúntense, por favor, porqué el mayor jurista liberal italiano, Bruno Leoni editó su magna obra en inglés “Freedom and the law” en 1961 y sólo en ¡1995! hubo la traducción en italiano.
¿Quién conoce al filósofo Augusto Del Noce, el contra-altar católico de Bobbio?
También unas palabras se veían como sospechosas: “Capitalism and Freedom” de Milton Friedman fue traducido en italiano como “Eficiencia económica y libertad”.
Y en Latinoamérica, que siempre ha tenido una inclinación izquierdista -aparte de caudillos y dictadores que tienen partido sólo por ellos- ¿cuál difusión han tenido hombres, ideas, proposiciones opuestas, o sólo diferentes, de las expresadas por está cúpula?

Las frases impactantes pero llenas de ambigüedad: “a pesar de todo, hay quien sigue creyendo que democracia sin socialismo y socialismo sin democracia sean una democracia e un socialismo imperfectos”; “Ni con Marx ni contra Marx”; “la superioridad ética” del izquierdismo; “Siempre me he considerado un hombre de izquierdas […] siempre ha sido mi malestar frente al espectáculo de las enormes desigualdades tan desproporcionadas como injustificadas, entre ricos y pobres […]”.

Sus arengas a favor del colectivismo y en contra de la propiedad privada pintando en tonos de rosa la “grandiosa” (sic) utopía marxista. Decididamente establece que los horrores del socialismo real no son intrínsecos al comunismo, sino que derivan de un no bien aclarado “cambió” en el comunismo ideal. A los asustados huérfanos de las utopías marxistas asegura que sus antepasados difuntos eran buenos, aunque no aptos para nuestro mundo malo.
¡Vaya con culpar a los otros, a la sociedad!

Había todo por hacer de él un mito; el icono, el santo, el Papa laico de la cultura y de la política italiana.

 

Pero no por eso, Bobbio nunca me ha gustado: no por sus errores, ni por su deslealtad, ni por su falta de coraje y de honor, ni por su ambigüedad, ni por su ambición encubierta detrás de una supuesta superioridad moral.

Propio por su pensamiento filosófico: el positivismo jurídico, el anti-iusnaturalismo.

En esto sus faros ideológicos han sido Hobbes y Kelsen.
Casi tres siglos separan estos dos pensadores y sus obras, el Leviatán (1651) y la Teoría pura del derecho (1934); pero la conexión entre el teórico del absolutismo político y él doctrinario del Derecho como fenómeno ajeno a consideraciones ideológicas o morales es muy fuerte, como fuerte e intensa fue la influencia que tuvieron sobre Bobbio.

Siempre él combatió el iusnaturalismo en favor del iuspositivismo: no existe un derecho, “el” derecho, que no sea puesto en leyes positivas, hechas por el hombre, por el poder que tiene el hombre, o mejor por el poder del estado.

Según este concepto no hay leyes inscritas en la conciencia humana, puestas en la naturaleza, aclaradas por la autoridad de la razón. Así que la legalidad –lo que viene expresado por la ley- está arriba de la legitimidad –lo que es justo, lo que corresponde a los derechos naturales que, para mí y para muchos de los en que me reflejo, son antes, temporal y éticamente, de cualquier código o ley escrita por el hombre.

Pero no, para los ius-positivistas a la Bobbio la ley no es más que envoltura de la fuerza. Hobbes lo dice inmejorablemente:

«No es la sabiduría ni la autoridad, la que hace la ley. […] Por leyes entiendo leyes vivas y armadas. No es, pues, la palabra de la ley, sino el poder de quien tiene la fuerza de una nación lo que hace efectivas las leyes.»

El Estado y su anverso, el derecho, son amenazantes condensaciones de la fuerza, que deberíamos aceptar como defensa, como amparo del vacío que encontraríamos en su ausencia.

Entonces el derecho no tiene valor absoluto; la validez de las normas jurídicas consiste en la fuerza de la sanción, en la capacidad de construir una estructura social, el estado, la “organización de la fuerza”.

 

¡Lo lejos que estamos del sentido íntimo y religioso del liberalismo libertario!
Entendido como objeción contra el estado cuya dimensión teológico-política estriba en la idea según la cual el prójimo nos trasciende y por eso le debemos respecto absoluto. Interpretado desde la experiencia de los demás  que en la tradición cristiana es un misterioso encuentro con Dios mismo: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.» (Mt 25, 40).

Los derechos individuales son inviolables no porque haya una ley que los protege, no porque sean una pretensión del individuo que se afirma autosuficiente y autónomo, sino más bien como un reconocimiento de la inviolabilidad del prójimo, cual derecho absoluto a no atacar a la persona que está delante de nosotros.

La fuerza de estos derechos no está impuesta por afuera, sino sale de dentro de nosotros, está adentro de nosotros.

 

*   *   *   *   *

 

La confesión

Al final, unos años antes de morirse, Norberto Bobbio fue entrevistado y confesó.

“¿Porqué – accionistas, democráticos, anti-fascistas, nunca han confesado sus compromisos con el fascismo? «.
La respuesta fue revelada en la orquestación honesta de un suspiro hecho todo de guiones: “Yo estaba inmerso en la duplicidad: fascista entre los fascistas y antifascista con los antifascistas. Nunca hablaba de esto porque me a-ver-gon-zá-ba.”

Bobbio tenía 90 años.

Tomado de: Pietrangelo Buttafuoco, IlFoglio 12 nov 1999

 

Oda a McDonald’s – una respuesta

comida chatarra

Un joven amigo, Gerardo Enrique Garibay Camarena que sigo con atención en su blog, puso ayer un artículo titulado Oda a McDonald’s.
Les aconsejo de leerlo, lo encuentran también en Facebook, pues hay cosas inteligentes y verdaderas.

Aunque no me encuentre totalmente de acuerdo.

Para mí manera de ver, en el artículo se olvidan unos conceptos fundamentales: la comida es cultura, la comida es algo que nos ancla a la tradición. Y sin tradición, sin memoria, no hay raíces por el hombre.

Quiero aclarar mi punto de vista y hacer un contrapunto.

Sí, es cierto yo soy “embriagado de nostalgia”, por mí edad sobretodo que me hace ver el pasado con lupas rosadas y el futuro un poco más gris.
Pero no soy ni aristócrata ni super rico: sin embargo no me gusta la “comida rápida” o la que yo llamo “chatarra”.
Además veo la cocina como un lugar muy agradable y acogedor donde se puede estar trabajando sin sufrimiento mucho mejor que en unas oficinas o fabricas. Este pero es un discurso que me alejaría del asunto.

Me doy perfectamente cuenta de lo importante que fue, en todo el mundo, la industrialización, el fruto más significativo del capitalismo, del ahorro que se hace inversión. El mismo Marx, que no era ciertamente tan tierno con él, tuvo que admitir que la riqueza producida y difundida en los últimos cincuenta años -en la segunda mitad del siglo XIX- había sobrepasado la generada en los miles de años antes.
La industrialización de las fábricas empezada en el siglo XVIII, la industrialización en la agricultura, el desarrollo científico y tecnológico han aportado bienestar y riqueza para todos, para todos los más humildes.

(Es bastante ver los gráficos de la tasa de mortalidad en los últimos cincuenta años, la tasa de supervivencia de los neonatos, las probabilidades de vida de mujeres y hombres, para entenderlo.)

Además, consiguiente a esta revolución industrial, cambió el clima sentimental de la familia no sólo el económico. La familia campesina y la familia obrera evolucionaban hacia la familia burguesa y se difundía una revolución en los afectos-sentimientos, hacia los hijos por ejemplo, que fue, según unos estudiosos, el alcance, el logro más importante en la historia de la humanidad.

Ni estoy en contra de la globalización, ni veo en las empresas una forma de imperialismo disfrazado.

Ni, y esto quizá  es lo más importante, quiero imponer a nadie mis ideas, mi manera de vivir, y, de comer.

Pero, como me gusta decir, no todo es lo mismo, hay una escala de valores y cada cosa tiene su consecuencia.

 

Todo esto aclarado, ¿porqué estoy en contra de está manera de comer, que es, al final, una manera de vivir?
Porque la comida es tradición, es cultura en el sentido más a la letra de la palabra. La comida viene de la tierra, de lo que la tierra ofrece y puede dar y esto es diferente de lugar a lugar, sigue el ritmo de las temporadas; tiene forma, sabores, colores distintos del norte al sur, de la montaña al mar, del Viejo Mundo al Nuevo Mundo.
Hay un vínculo profundo que une la comida a la tierra, a la cultura misma de los lugares y de los hombres.

Que no parezca exagerada o fuera de lugar esta asimilación de la comida a la cultura; aunque el llevado de la modernidad, con la modificación (deformación) de los estilos de vida y la marginación de ritos y tradiciones está llegando a un progresivo empobrecimiento de la relación comida-cultura.

Y sería que profundizar la conexión entre la comida “hecha” en la casa y la familia. Al desaparecer de la primera va desapareciendo el sentido de la segunda.

Porque comer no quiere decir simplemente satisfacer a la sensación física del hambre sino también satisfacer el “apetito”, nuestras “ganas” y nuestras emociones.
La comida es una manera de festejar, de consolar, de aliviar; la comida es expresión de sentimiento: un plato hecho con amor, con pasión, no es el mismo de lo hecho con indiferencia y rapidez en la anónima cocina de un “fast food”.

La comida señala el pasaje a un tiempo cultural y social cuando viene consumida por sus valores nutrimentales pero también simbólicos y rituales.
Pensamos en este ultimo caso cuanto sea profundo el portado cultural de la comida en las dimensiones de la religiosidad, de la sociabilidad y de la identidad adentro de las grandes tradiciones culinarias.

Como el pan, el vino y el aceite ascendido a símbolos litúrgicos de la religión cristiana
La comida como rito: el sentido de la unión alrededor de la mesa de la familia, de la comunidad, que la comida favorece y más aún impone en su forma tradicional de comida hecha y servida.
Unión simbolizada por el mantel que, transformando la mesa de trabajo en mesa de comida, señala también una separación temporal entre los momentos del día, y a la vista creaba unidad e identidad.

Todo esto le falta a la “comida rápida” que es exaltación de la uniformidad, contra la diversidad de las diferentes culturas, contra la tradición.
Es una “socialización” del gusto, ya la palabra me pone miedo, un aplastamiento de acostumbres y comportamientos. Todos comemos lo mismo (la pobreza del menú es evidente), en lugares todos iguales, limpios pero asépticos, simples pero anónimos, prácticos y baratos pero colectivos, sin intimidad.
La televisión a todo volumen, los celulares en la mano pulsando teclas.

¡Ah! ¡La mesa de mi cocina!

Ya lo sé, esta es la nueva manera de vivir, de estar en el mundo.
Parafraseando a Bastiat, es fácil ver lo que se gana, sería que pensar también en lo que se pierde.

 

En está respuesta he tomado y arreglado las ideas que hace más de dos años había puesto como programa de mi Casaitalia, que ahora se encuentra en el blog a la página “acerca de”.
En aquel tiempo tenía unas ambiciones comerciales que luego se perdieron, pero los conceptos fundamentales sobre el valor y el sentido de la comida quedan fijos.

 

 

 

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