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Ahora sí: Brexit

En julio de 2016 ya estaba claro que Inglaterra quería dejar la Unión Europea.

En aquel momento escribí un artículo sobre el tema que ahora, cuando la salida ha sido definitivamente sancionada, quiero proponerlo de nuevo encontrándolo todavía actual.

 

Brexit

Se ha dicho mucho y mucho se ha escrito sobre el “Brexit”: la salida de Gran Bretaña del UE, querida por sus ciudadanos a través de un referendo, cosa negada – mira donde está la soberanía – a muchos pueblos europeos como a Italia, por los mismos reglamentos constitucionales.

Lo que los legisladores burocráticos de Bruselas y Estrasburgo, los políticos sometidos a la idea totalitaria del “gran” Estado, los comentadores y los analistas políticos, miopes y sometidos, no logran entender es como pueda haber sucedido que los ingleses, a despecho de todos los llamamientos del establishment, hayan elegido de dejar al UE y porque lo hayan hecho aunque, de un punto de vista económico, no les convino.

La verdadera democracia es aquel sistema político que nos da la posibilidad de tener bajo control a los gobiernos a los que estamos sometidos. Hay pocos males peores de un gobierno que sea en cambio ello a controlarnos incontroladamente.

En el UE, que se dice a palabras demócrata, la mayor parte de las leyes vienen hoy dictadas y sancionadas por burócratas que nadie nunca ha elegido y que a nadie tienen que dar cuenta de sus acciones. Algunas de las decisiones más importantes que pesan sobre nuestras existencias emanan de la Corte europea de los derechos humanos, un organismo compuesto por jueces no elegidos que muchos provienen de países que faltan de una sólida tradición de estado de derecho.

En Italia, por ejemplo, hemos tenido una reciente experiencia cuándo ha sido decidido que el crucifijo tuviera que ser removido de las aulas escolares puesto que era lesivo de los derechos humanos (?).

A frente de las miles irreversibles “normas” emanada por la Comisión europea y de las “sentencias” pronunciadas por razones ideológicas de la Corte europea de los derechos humanos, creo correcto considerar todo esto una real amenaza por la democracia.

La confiscación del proceso decisorio obrada por elites no elegidas es un defecto fatal del entero proyecto Eurofederal. Es del todo evidente que el empujón hacia un gobernanza mundial configura un movimiento que se aleja de la democracia.

Ésta en síntesis es la situación vista desde un ángulo autónomo e independiente y éstos son los presupuestos que han llevado Gran Bretaña al Brexit.

Lo ha aclarado una vez más, con un discurso simple y lineal durante una conferencia a Tilburg en Holanda, el filósofo conservador inglés Roger Scruton:

“Nosotros Británicos nos sentimos europeos, pero la Unión Europea no representa a Europa que somos y queremos.

El Reino Unido no ha sido ocupado por los nazis como los otros países europeos, y esto implica una diferencia psicológica profunda. No nos apetecemos de devolver soberanía a un poder supranacional después  de que hemos luchado mucho para conservarla, venciendo con muchos sufrimientos.

En según lugar, nosotros hemos tenido un género de gobierno y ley diferente de los de los otros países que se han encontrado bajo el código napoleónico.

De nosotros la ley se ha creado en las cortes de justicia, no fue impuesta por lo alto. Las cortes de common law “descubren” la ley: se llevan los conflictos delante de un juez imparcial, y él a través de la justicia natural descubre la solución.

Hemos creado un sistema legal que procede del bajo, por la resolución de conflictos entre la gente común, no con intervenciones de lo alto de parte de lo legislativo.

Hoy Bruselas produce reglamentos que son decisiones de lo alto, y ésta provoca rebelión en nuestra gente: los reglamentos no solucionan los conflictos, sino los provocan.

La tercera y decisiva cuestión es aquella de la inmigración: estamos bajo asedio a motivo de la cláusula europea sobre la libertad de movimiento y residencia de las personas.

Esta norma hace parte de los tratados y no se puede sacar, y es eso a que los británicos objetan de más: hemos perdido el control de nuestras fronteras, grandes cantidades de personas procedentes de la Europa del este compiten con nosotros por el trabajo y la casa.

La gente se pregunta qué significa soberanía nacional, si hemos perdido el control de nuestras fronteras. En su entusiasmo para disolver los confines, la Unión Europea ha quedado sin protección de las migraciones de masa.

El comportamiento de Alemania nace de su histórico sentido de culpa y se refleja sobre de nosotros: nos obligan, nosotros que nos hemos defendido en pasado al precio de mucha sangre de quien buscó aquí su “espacio vital”, a aceptar a todas las personas que quieren entrar.

Se pretende que ignoramos factores como la diversidad de religión, cultura y adaptabilidad.

De todo esto la Unión Europea se niega a discutir”.

 

 

 

Redistribución 2

Leyendo sobre las extrañas ideas que los políticos de casi todo el mundo (ahora en Italia el gobierno de Conte con MS5 y la Liga, sin mencionar el próximo AMLO de México), quería escribir algo sobre políticas redistributivas y paternalistas que se están volviendo cada vez más populares.

Nada nuevo en verdad, tanto que ya había dicho el mío en 2015 y no lo recordaba.

Releyéndolo y encontrándolo todavía válido, lo propongo otra vez para su lectura.

 

 

Redistribución

Ayer en Asuntos Capitales, Arturo Damm volvió sobre el concepto de “redistribución”, típico de los gobiernos estatistas de todo el mundo, citando una idea de Anthony de Jasay, que en el famoso texto “El Estado. La lógica del poder político” del 1985 escribió que “el sistema redistributivo se convierte en una maraña enredada de favores”.

Nada más cierto y a menudo verificado que esta aserción.

Pero ya en lo lejano 1952 Bertrand de Jouvenel en su obra “La ética de la redistribución” había analizado el problema.

Texto fundamental y revelador de aquella tendencia estatista que ya empezaba a difundirse en todo el mundo: la redistribución de la riqueza producida por unos y, por medio del gobierno, repartida a otros.

Y hay mucha gente, nos dice Damm, que cae en la trampa de creer que es el gobierno el que da, sin darse cuenta que no hay nada que el gobierno dé que previamente no haya quitado, de una u otra manera, en mayor o menor medida.

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Hay faltas conceptuales en la ética de la redistribución que de Jouvenel nos aclara: las nobles (¿?) intenciones de los partidarios de las políticas de redistribución, lejos del producir los resultados agorados, han acabado por dar vida a aparatos político-burocráticos caros, ineficientes y corrompidos, que tienen como único objetivo su supervivencia.

Y provocativamente: ¿[también] si las políticas de redistribución no tuvieran consecuencia alguna sobre el nivel de la producción, deberíamos empujar la redistribución hasta sus consecuencias extremas, a la perfecta igualdad de las rentas individuales?

Según de Jouvenel la transferencia, confiada al Estado, de riqueza de la parte más ricas de la población a aquella más pobre está basado en dos convicciones.

La primera constituye la base lógica de las políticas de la lucha a la pobreza: es decir que sea deseable aliviar las condiciones de necesidad de los indigentes, trasladando a favor de ellos una parte de la renta de los otros. La segunda es representada por la convicción, a menudo implícita, que la desigualdad de posibilidades económicas entre los miembros de la sociedad sea de por sí un mal de combatir.

Estos convencimientos están ahora ampliamente aceptados pero sería difícil no convenir con de Jouvenel que a su difusión han contribuido los sentidos de culpa de los privilegiados (véase el estudio de Tullock “Economic of Income Redistribucion”) y la envidia de los menos acomodados (Schoek, La Envidia. Una teoría de la Sociedad).

En todo caso, cuál que sea el génesis de las solicitudes de redistribución, queda un insuperable problema: ¿si la exigencia de aliviar las condiciones de estrechez de las clases pobres es tan difusamente advertida, por qué deberíamos encargar “el Estado”, o más concretamente la clase político-burocrática, de satisfacerla?

Si todos advierten la urgente necesidad de ayudar a los pobres, pueden hacerlo muy bien directamente, sin necesidad alguna de intervención “pública”; la actividad caritativa privada podría satisfacer tranquilamente aquella aspiración, sin deber molestar a políticos y burócratas por la necesidad.

En cambio – y de Jouvenel hace de este su caballo de batalla – la lucha a la miseria se ha convertido en el pretexto más difuso para trasladar recursos y poder de la sociedad civil al poder político: la redistribución, se ha vuelto monopolio público, prerrogativa casi exclusiva de la clase político-burocrática.

El objetivo del estado de bienestar no es ayudar los menos acomodados, combatir la pobreza, éste sólo es el pretexto, pero hacer el interés de cuantos viven a costa de la industria de la asistencia:

“…en realidad la redistribución, más que traslado de renta de los más ricos a los más pobres, como creímos, es una redistribución de poder del individuo al Estado”

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Además la política de la redistribución es condenada por de Jouvenel, porque demuele el sentido de responsabilidad personal.

Y provoca este efecto con el trasladar el poder, relativo a las decisiones sobre asuntos vitales, del individuo al Estado. Aún más, el efecto de esta política es perjudicar la familia respecto a instituciones como las corporaciones.

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Cómo Nozick ha aclarado espléndidamente el resultado final de la tentativa de imponer un modelo de distribución es un estado socialista que prohibe actos capitalistas entre adultos conformes.

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La política de la redistribución encarna un individualismo abstracto y falso en que las instituciones intermedias que son la indispensable matriz de la individualidad son puestas por parte o suprimidas. Especialmente es hostil a aquella institución que es la piedra angular de la sociedad civil, es decir la familia.

Nozick sigue de Jouvenel en notar que el instituto de la familia es perjudicado bajo cualquier régimen de redistribución:

“Para tales concepciones las familias son un elemento de molestia; porque en el ámbito de la familia ocurren traslados que revuelven la distribución adoptada.”

El régimen de elevada tasación, inseparable de aquel de la redistribución, tiene ulteriores, indeseables consecuencias de disminuir la esfera de los servicios gratuitos a los que los ciudadanos contribuyen por actividades sociales y consecuentemente de corroer la cultura cívica que está a la base de la sociedad liberal.

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Ideas tomadas de la relectura del texto citado y del comentario de Antonio Martino.

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¡Ah esclava Italia! albergue de dolores…

Quiero subrayar que el artículo de hoy pretende describir la situación en Italia tras las elecciones nacionales de marzo.

Pero, ¿a quién le importa la situación en Italia? Tal vez ni siquiera a mí.

Hay muchos otros problemas para el mundo; también en México. Ahora en medio de la campaña electoral.

 

En Italia el gobierno está paralizado y ¿qué podría ser mejor para la mayoría de la población? Cada uno continúa cuidando sus propios asuntos, haciendo buenos negocios de acuerdo a sus deseos y el país continúa su camino.

Cuando el Estado ya no puede llegar, la gente se ocupa individualmente de compensar esta situación (por ejemplo, reparando baches en la calle, en Italia).

Este estancamiento permitirá a la gente «descubrir» que el Estado no es más que un parásito que forja objetivos loables sólo para chupar más sangre de la población.

Ni hay que decir que no está cumpliendo sus promesas.
Ni hay que decir que el aparato estatal es una entidad incapaz de generar beneficios de acuerdo con una economía de mercado (y de gestionar sabiamente los recursos que se han acumulado indebidamente) y la solidaridad no le interesa en absoluto, sino que es un señuelo para aquellos inflados tan idiotas que creen en el cuento de hadas de la «necesidad» de su existencia.

 

De esta manera, finalmente será visible cómo el saqueo legal está tan extendido en la sociedad actual, distinguiendo una vez más la diferencia entre la justicia y la injusticia. Sólo porque algo es legal, supongamos que tiene que ser correcto, lo que no es cierto en absoluto.

También será visible la razón por la que el político lucha con todas las armas posibles, legales y no legales, (pero con nuestro dinero) para ganar las elecciones: una vez sentado en el trono el ganador comenzará a saquear al resto de los demás, o a protegerse de ello.

Más importante que la izquierda o la derecha, que los partidos, las alianzas, es el concepto de libertad.

La solución al problema de las relaciones humanas es la libertad y ésta prospera más cuando el papel del Estado es limitado, el uso de la fuerza es limitado y la ley se limita a la administración de la justicia universal.
O más precisamente, la ley es mejor cuando se usa exclusivamente como un obstáculo a la injusticia.

 

 

Ahi serva Italia, di dolore ostello,
nave sanza nocchiere in gran tempesta,
non donna di province, ma bordello!

¡Ah esclava Italia, albergue de dolores,
nave sin timonel en la borrasca,
burdel, no soberana de provincias! 

Dante Alighieri, Divina Comedia, Purgatorio, Canto VI

 

 

 

El alma de los hombres

Adrian Paci, Interregnum. Galleria Kaufmann Repetto, Milano 2017

Adrian Paci, Interregnum. Galleria Kaufmann Repetto, Milano 2017

 

Hace unos días mi hermano me mandó de Italia unas fotos de «Interregnum», una obra (documental) de Adrian Paci, artista albanés,  dedicada al funeral de dictadores comunistas del siglo XX.

 

El vídeo recoge vídeos de las celebraciones fúnebres de dictadores comunistas de diversas nacionalidades y épocas, con la muchedumbre silenciosa y ordenada escandalizada por el dolor, con la que el artista albanés quiere denunciar la manipulación y el sentido de despersonalización de los hombres y la naturaleza del cuerpo político tiránico.

Archivos chinos, albaneses, rusos y ucranianos, etc. Miles y miles de personas, hombres, mujeres y niños que desfilan ante los cuerpos de sus dictadores difuntos.
El verdadero dolor de millones de personas por la muerte de Stalin, Mao, Lenin, Hoxa y otros criminales (Castro, Chávez…).
 

Hay algo terrible y misterioso en el alma de los hombres: una perversa atracción por el mal. Y hay en el poder, sin duda, una formidable habilidad para manipular y estafar a pueblos enteros.

 

 

 

 

 

La Religión del Estado

religione di stato

 

Qué extraño es el hecho de que muchos de los que adoran al Estado (estatistas, políticos, burócratas entre otros) se llaman a menudo ateos…

No aceptan por orgullo o ignorancia o las dos cosas juntas, la presencia de una entidad sobrenatural y trascendente (que de hecho les deja libres de toda elección e independientes, obligados sólo a su propia conciencia) y luego dependen ciegamente de una presencia real y opresiva: el Estado, el Leviatán.

Que no sólo les priva de toda libertad, efectiva, sino que les convence de que cada imposición se hace por su bien.

 

Desprecian los ritos sagrados pero adoran las liturgias del estado: desfiles, celebraciones oficiales con pabellones, estandartes e himnos y la mayor burla, llamada libertad democrática, las elecciones.

 

 

¿Por qué?

la gente no conoce su verdadero poder

 

Es una reflexión que escribí hace exactamente cinco años después de la lectura del artículo de Luis Pazos (Ideologías ¿al servicio del poder y del dinero?).

Me parece todavía notable y desgraciadamente siempre actual, así que la vuelvo a proponer con la esperanza de que le parezca interesante leerla como fue para mí escribirla.

 

Hay una escuela de pensamiento que, salida del liberalismo clásico (lo de Locke, Smith, Hume para entendernos) creció y se desarrolló, hasta hacerse autónoma, poniendo en evidencia los errores o, mejor, los espejismos del liberalismo.

Esta propia filosofía política se llama Libertarismo y se funda en el axioma (principio evidente que no necesita de demonstraciones) de no agresión, entendida como utilización o amenaza de la violencia con respecto a la persona o a la propiedad de alguien.

Nadie, repito nadie y por lo tanto ni siquiera los  poderes constituidos, puede acometer, violar las libertades fundamentales del hombre.

Por esto consigue la crítica del Estado, quien desde siempre, se ha arrogado el monopolio de la agresión a través de la tasación, del reclutamiento obligatorio, de la imposición de sus servicios de defensa y de justicia.

En el específico se ha arrogado el monopolio de la fuerza, de la ley, del poder judicial, del poder de acuñar moneda, el monopolio de las tierras inutilizadas, de las carreteras y autopistas, de las aguas costeras hasta la distribución del correo.

Además hay una peculiaridad del aparato estatal: es el único sujeto que se procura su propia renta con la coerción, amenazando condenas severas si la entrada no le llega; todos los otros en la sociedad, particulares y grupos, en contra, se mantienen produciendo y vendiendo bienes y servicios.

¿Porqué esta larga, espero no demasiado, digresión?

Porque es de aquí que deberíamos tomar conciencia de nuestros derechos, que están connaturales a la existencia del hombre y no son una concesión benévola del poder, del estado. Estos derechos son naturales, por lo tanto pre-estatales, pre- cualquier cosa: como cristiano me atrevo a decir que los hemos recibidos por Dios, junto con la creación y hacen parte de nuestra naturaleza de hombres.

Hasta cuando no nos daremos cuenta hasta el fondo de nuestra fuerza, de nuestros derechos; hasta cuando no cesaremos de hincarse de rodillas frente a la opresión (y la imposición fiscal es una opresión, la redistribución de las rentas es un robo, la solidaridad coactiva, en todas formas que no me pongo a enumerar, es inmoral); hasta cuando no tomaremos conciencia y valor para decir: no, para oponerse a la mascarada che llaman democracia, a la falsedad del estado del bienestar que nos quiere sometidos como siervos a la mesa del patrón; hasta entonces seremos esclavos y aunque todo viéramos y supiéramos, estaríamos callados.

Quizás no he contestado al porque, aunque he intentado explicar las causas que nos llevan a esta situación de callada, rendida y, me permitan, culpable aceptación.

La verdadera respuesta está en cada uno de nosotros: En su vida de cada día, en el rechazo de cualquiera componenda, en la propia independencia moral, en la enseñanza que dejamos a los hijos y los vecinos de honradez e integridad.

Tendremos que rehusar las lógicas y los cánones que el poder, con el parasitismo y la corrupción que le está congenial, nos ha impuesto; dejar de considerarlo inevitable e ineludible.

 

Hemos tenido otra vida antes de todo esto… y otra vida es posible.

 

 

La mística del estado y los bienes comunes

Retomando un viejo artículo mío (hace casi seis años) con algunos ajustes al lenguaje y un creciente pesar por la inmovilidad de la situación y por la inutilidad del razonamiento.

careteras

Preguntar “¿Sin estado, quién construirá las carreteras?” es como preguntar “¿Sin esclavos, quién cosechará el algodón?”

Cuando me preguntan «¿quién construirá las carreteras?» a menudo me inclino a decir: «No lo sé»; lo que normalmente crea una sensación de triunfo en el partido opositor, que la admisión de «no sé» confirma su sospecha de que el mercado es inferior a la coerción estatal.
Pero «No lo sé» no es una admisión de derrota, sino una admisión de que no puedo predecir el proceso del mercado.
Caleb McMillan

 

En el pasado, cuando todavía creía en la utilidad del debate y en la validez de las razones, a menudo me preguntaba cómo era posible que personas sensatas, educadas e informadas pudieran caer en el deslumbramiento o error de creer en el estado como una entidad indispensable y omnipotente.

Como había sucedido que el Estado, una institución -si bien se mira bastante reciente-, ha logrado a construir, enraizado en la mente y en la vida misma del hombre, una imagen de sí mismo que llamaré mística, absoluta y dogmática, mitológica.

 

 

Tengo amigos pensando que sin estado no tendríamos agua en las casas o desagüe y alumbrado en la calles. A parte que aunque con el estado a veces no los tenemos, de veras no entiendo cómo se pueda pensar que el estado sea el único posible proveedor de estos bienes cuando vivimos en una sociedad que nos proporciona cualquier cosa deseamos, -a veces para crearnos nuevas necesidades, pero también nuevas satisfacciones-, que nos ofrece lo que nunca abríamos pensado querer.

Y, peor de todo, estos que así creen son los mismos que están convencidos que en los gobiernos y en sus instituciones se anida incompetencia si no corrupción; donde hay arbitrariedad y desperdicio de recursos, donde aparecen enriquecimientos personales y familiares dudosos…

 

Éste es el punto crucial: aunque no tenemos confianza en el estado y en su mano operativa: el gobierno y los políticos, sin embargo por oportunidad, por rutina, por debilidad, indolencia espiritual, vileza, no deseando sacar las conclusiones necesarias, lo seguimos acreditando, creyendo indispensable e insustituible.

 

De otro lado el mismo estado, el mismo gobierno con la retórica de las manifestaciones, de las celebraciones de todos los aniversarios posibles -pabellones al viento, himnos, desfiles, tambores- fortalece la sensación, hasta hacerla convencimiento y dogma, que afuera del contexto organizado por el, haya un cultivo de “hombres-lobos” -para citar a Hobbes- que viven en manera egoísta y asocial, en una condición de conflictividad permanente.

Entonces es correcto, es inevitable que el estado se ponga arreglando, dirigiendo y supervisando cualquier cosa: todo se convierte en “bien común” no porque sea tal sino porque el estado se arroga el derecho-deber de hacerlo.

 

Y al final, acostumbrados, domesticados, esclavizados, son los mismos ciudadanos reclamando que sea el gobierno quien se haga responsable de solucionar cualquier problema de su propia vida.

Desde la escuela con sus programas estatalizados de educación, al trabajo regimentado por los sindicatos obreros, a la seguridad social, a la asistencia médica, a todas aquellas formas de intervención pública (gota de ayuda, despensas, vales…) que crean dependencia y subyugación en un pueblo sometido que va perdiendo su iniciativa, su espíritu emprendedor, su dignidad, su responsabilidad.

 

Es la apoteosis del Estado, el poder esclavista que ha creado su necesidad así perpetuando su vida.

 

A fuerza de mirar la realidad con las lentes deformadas y deformantes de la mística estatista, erróneamente somos llevados a creer que más allá del horizonte visual del estado no haya nada.
Sólo el estado puede asegurarnos los bienes y servicios ya considerados esenciales.

Sólo el estado y sus gobiernos pueden proveernos con eficacia de la protección, de la seguridad, de la justicia.
Sólo del estado a través de sus intervenciones nos puede garantizar la reducción de la incertidumbre y del riesgo.

 

Lo que queda en la sombra en esta glorificación del estado es “la otra cara de la luna”, -“lo que no se ve”- citando a Bastiat.

La cara oculta del estado moderno en cualquiera latitud se encuentre: el aumento del peso político-burocrático, de los impuestos y de la reglamentación; el asalto a la creación de riqueza y valor económico, al beneficio del intercambio de mercado; la proliferación de un fenómeno de colosal relevancia y consecuencia: el parasitismo político y su corrupción.

 

Bienes comunes. Para regresar al inicio, el agua en las casas, el alumbrado en las calles, siempre son la mejor justificación y la coartada perfecta para los gobiernos legitimando su elefantíasis y su parasitismo.

 

P.D.
Murray Rothbard, irónicamente, explicó una vez que si el gobierno fuera el único fabricante de zapatos, la mayoría de la gente sería incapaz de imaginar cómo podría producirlos el mercado. ¿Cómo podría el mercado producir todas las tallas? ¿No sería un desperdicio fabricar estilos para cada gusto? ¿Qué hay de los zapatos fraudulentos y los fabricantes de baja calidad? Y supuestamente los zapatos son un bien demasiado importante como para soportar las vicisitudes de la anarquía de mercado.

 

 

Estado

Una defensa del Estado sostiene que el hombre es un «animal social», que debe vivir en sociedad, y que individualistas y libertarios creen en la existencia de «individuos atomizados» sin influenciar y sin guardar relación con sus semejantes.

Pero no, los libertarios nunca han celebrado individuos aislados como los átomos, por el contrario, todos los libertarios han reconocido la necesidad y de las enormes ventajas de la vida en sociedad, y de participar en la división social del trabajo. La gran non sequitur cometido por los defensores del Estado, incluidos los filósofos aristotélicos y tomistas clásicos, es saltar de la necesidad de la sociedad a la necesidad del Estado.

Murray N. Rothbard

 

 

Familia frente al estado


Aquel inefable calor que la modernidad no logra comprender.

Comparto un articulo que escribí hace propio 5 años. Lo vi como recuerdo en fb pero el enlace no era correcto. Lo busqué en mis carpetas y me gustó. Espero a vosotros también.

 

Hay dos maneras de encarar el asunto.

La primera: objetiva, concreta.
La familia, así como la hemos entendida desde su aparecer con hombre y mujer, está desapareciendo.
Y al igual que la familia, está desapareciendo la comunidad, el pueblo como un conjunto de mismas raíces, sustituidos, reemplazados por el estado.

El asunto no es así simple como se escucha.
Ya que las consecuencias de este reemplazo llevan al desmoronamiento, a la caída, de la sociedad humana, que se funda en la familia, que trae su fuerza, sus verdaderos vínculos, en la familia.

Y mucho de lo que estamos viendo: la pérdida de la fe, el creer en nada o nihilismo, el egoísmo, el hedonismo, la denegación – incapacidad-no voluntad – del compromiso, el convencimiento que sea derecho todo lo que queremos, que no sea nuestro asunto empeñarse sino de los otros, sale de aquí, de la familia que no es más el centro y el fundamento de la vida asociada.

 

Disculpen si repito lo que ya escribí:

“El auge del estado del bienestar puede describirse entonces como la constante transferencia de la función de “dependencia” de la familia al estado, de las personas ligadas por lazos de sangre, matrimonio o adopción a las personas ligada a funcionarios públicos, a burócratas.
El paso final se produjo cuando el estado implantó un programa de pensiones de ancianidad o jubilación; un sistema público de seguridad social, recortando los lazos naturales entre generaciones de una familia, de otra manera dejaba al estado como centro de la lealtad primaria.
El hecho subyacente fue aquí la socialización de otra función de la dependencia, esta vez la dependencia de los “muy viejos” y los “débiles” respecto de los adultos maduros.
Durante milenios, el cuidado de los ancianos había sido asunto de la familia.
A partir de aquí, iba a ser cosa del estado”.

¿Y dónde está pasando esto? En todo el mundo, sobretodo en el mundo más avanzado, más civilizado, lo que llaman el primer mundo.
Vaya, la civilización que mata a sí misma.

¿Y por qué está pasando esto? La explicación más sencilla es que nos hemos equivocado: el positivismo científico nos ha llegado a la civilización, al desarrollo, como algo que pudiera salir en contra del hombre, sin el hombre, afuera de su espíritu ético.

 

Pero, desde los albores de la humanidad, el hombre siempre ha necesitado una guía moral -la religión, su conciencia, la fe en algo que trascendiera la vida misma- así que cuando nos hemos ido apartando de esos valores hemos caído en ilusiones, espejismos, desaciertos; hemos caído en la trampa del estado y hemos hecho del estado una sublimación, como sustituto de Dios.

El positivismo científico que ha ganado a la vida, a la fe.

Desde que Hegel y más tarde Friedrich Nietzsche proclamaran que “Dios ha muerto” y posteriormente Marx declarara a la religión como el opio del pueblo, la idea de un Dios como garante de una moral con la que conducir la vida terrena ha sido sustituida por la figura del Estado como institución moral y garante a su vez de todas las prebendas antes atribuidas a Dios.

 

 

La segunda: más íntima, más personal, como intentaré hacerla yo, que me encuentro a ser abuelo sin nietos, que creo en la familia de mi memoria más que en la de ahora (la llaman moderna, o mejor, posmoderna).

Hablaba hace tiempo con un amigo de Italia: me decía que, en el “liceo clásico” (la escuela secundaria más calificada, adonde se estudian latín y griego) de su ciudad, los hijos de parejas regularmente casadas son mirlos blancos.

Y esto pasa a los treinta años de la introducción del divorcio en Italia.

La ideología de los derechos tiene sus costos y sus consecuencias: no hay nada que hacer; y este costo es lo de borrar el sentido de los deberes naturales, te hace más libre, en una forma total, absoluta, libre también de anular tu especie.

 

Pero, tengo que aclarar, a látere porque mis amigos entiendan, que esta es una malentendida forma de libertad, no es la libertad en la cual yo creo: esta es una libertad sin responsabilidad, sin compromiso con la vida, libertad sin consecuencias.
Yo entiendo la libertad como un compromiso con sí mismos; pero si bien nada haría para prohibir estas formas de vivir, de entender la vida, en el mismo tiempo reafirmo mi derecho de desdeñarla intelectualmente, de oponerme con mis palabras y mis escritos, porque el camino de la verdad es único y no podemos caer en el relativismo que todo lo que pasa es correcto, es moral. Pasa y entonces tiene su razón:  pero equivocada. Y yo, sin compararme a Dios, le dejo al hombre el derecho de fallar.

 

 

Pero en todo esto que está pasando ¿Dónde está la familia?

Falta, no hay más. No hay más aquellas cosas, aquellos sentimientos, quizá banales, las de que nos hablaban los curas, las abuelas, los filósofos del buen sentido, del sentido común: el sentimiento de la vida, la vida que es don, que es espera y esperanza, asombrosa y aturdida necesidad.

Falta la virtud, estamos viviendo tras la virtud, sin la gracia: según Alasdair McIntyre.

 

Y nos dicen que la crisis de la familia es un hecho económico, las dificultades del cada día que impiden relaciones firmes. Mentiras que el estado y sus pífanos comprados nos imbuyen después de haberla capada a la familia.

Le han quitado su función de núcleo vital, responsable y edificante; han destruido el lugar de las memorias y de los recuerdos, donde se crean lazos afectivos y solidales que permanecen toda la vida y también después.

¿Y para qué?
Para substituirle con la guardería infantil, los asilos de ancianos, la escuela estatal para todos, el seguro social y en adelante, con el objetivo -que más que un accidente inesperado es un resultado buscado y querido- de substituir los papás con el funcionario- burócrata…

 

 

 

Lo que estoy diciendo a veces corresponde más al mundo europeo, con la caída de la natalidad, el hedonismo, el culto del cuerpo y el olvido del anima; pero esta forma de vivir, esta mentalidad, en un mundo que se hace siempre más pequeño, ya va extendiéndose.

Pensar que sea asunto de los demás, que no sea de nosotros, es la manera segura de no darse cuenta del problema, de vivir como el avestruz que frente al peligro se mete con la cabeza bajo la arena.

 

http://www.libertad.org/el-grafico-de-la-semana-comer-en-familia-es-beneficioso-para-los-adolescentes/#more-7761

http://www.libertad.org/familia/ciclo-sobre-la-familia/

 

La hombría se rebajó a vicio; la femineidad se confunde en los centros de belleza, en el gimnasio.

 

 

 

Las funciones del Estado

“Las funciones del Estado se dividen en dos: aquellas que se pueden privatizar y aquellas que se pueden eliminar”

Murray Newton Rothbard

 

 

 

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