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Si hay impuestos, no hay propiedad privada

Me gusta presentar este artículo de un atento lector colombiano que habla de la situación a político-económica de su país.
Lo que dice de Colombia es desaforadamente válido por casi todo el mundo; por de más su denuncia no es para nada nueva: es el desahogo ya expresado por otras personas que tienen la libertad y la ley, el estado de derecho, por encima de cualquier dictado político, de cada legislación positiva así llamada demócrata.

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Como siempre pasa en Colombia y en cualquier país, los medios y los políticos dirigen las discusiones al punto que más les conviene, nos introducen en el debate pequeño, siempre discusiones de grado más no de principio, dejando de lado las grandes preguntas.

En la reforma tributaria que busca tapar el hueco fiscal, lo que suena más bonito que decir que el gobierno necesita robar más, sólo se crea polémica en que tanto y en qué parte el Estado va confiscar recursos de las personas, no se discute lo que esto es, un robo legalizado a escala colosal.

Es común escuchar que en Colombia existen propietarios de propiedad privada, esto significa que una persona tiene el control exclusivo sobre ciertos objetos y espacios físicos, es decir, que puede venderlos, donarlos, destruirlos, etc, pero este no es el caso, pensemos en alguien que adquiere una casa, esta persona seguramente en un comienzo cree que es propietario exclusivo, soberano de su adquisición, lo que no sabe es que en realidad está sometido a un extenso conjunto de autoridades de planificación, urbanismo e inspección, empero, pronto notará que si quiere ampliar una habitación, construir otro piso o quitar una ventana necesita el permiso del gobierno.

Así que otros presuntos “no propietarios” pueden decirte que hacer o que no hacer con tu presunta “propiedad privada”, en otras palabras, una invasión en tu propiedad, ¿qué pasa si está persona ejerciendo su derecho absoluto a la propiedad no paga el impuesto predial? “Su” casa o su negocio es confiscado y vendido al mejor postor ¿entonces quiénes son los propietarios?

Esto no es más que una extorsión, si no pagas la cuota anual a la mafia está manda a un grupo de hombres armados para que usen la fuerza contra ti, confisquen tus bienes y te dejan con suerte en la calle y en el peor de los casos enjaulado o en un cementerio.

De esta manera, ninguna persona, ni sus bienes, están a salvo, nadie tiene un derecho de propiedad privada, ni siquiera así mismo, es una propiedad parcial que en cualquier momento puede ser regulada o sustraída por los rufianes del gobierno.

En Colombia se decía que se iban a cuidar los “huevitos” quizá romper uno, máximo dos, no obstante, como es sabido, los políticos no pueden dejar de saquear la sociedad, despilfarrar el dinero que no es de ellos y me cuentan que ya están hirviendo el agua para la “gallinita”.

En pocas palabras, en el País está legalizado el robo siempre y cuando lo cometa el gobierno, las excusas no han cambiado en siglos, el bien común, la patria, la seguridad, y en tiempos de mitos del calentamiento global, el medio ambiente, en suma, simplemente ellos consideran que pueden administrar y distribuir el dinero mejor que tú mismo.

El ejemplo más común y que agobia a la clase media, la que mantiene el resto del país, se ve en la simple compra de una moto, es “tuya” piensas, pero necesitas una serie de permisos y licencias de los amos del gobierno, no sólo eso, ellos pueden decidir arbitrariamente que en “tu moto” no subas a nadie del sexo masculino, ni a tus hijos menores de 12 años por lo que no puedes llevarlos a la escuela, pero no acaba ahí, te dicen que día no la puedes usar y si te dejan usarla aclaran que sólo puede ser hasta antes de las 11: 00 p.m. y después de las 6:00 a.m. del otro día, reitero, ¿entonces quiénes son los propietarios?

A primera vista cualquier persona detecta esto, es fácil ver como el gobierno se las ingenia para crear nuevas formas de confiscar los recursos de las personas, cualquiera que se haya topado con un retén de policía sólo puede sentir miedo, pues si no tienes lo ordenado por los amos, tu propiedad es confiscada y hasta puedes ir a pasar una larga noche junto a asesinos y violadores.

En conclusión, si nuestra opción fuera de elegir entre males, tendríamos por un lado al ladrón de a pie, el cual roba esporádicamente, no te dice que es por tu bien y una vez se queda con tus pertenencias se va, él no dice que las pertenencias sean de él, por el contrario, reconoce que son tuyas y asume todas las responsabilidades de tal acto, mientras que el gobierno, una gran organización criminal organizada, no sólo te roba todo el tiempo sino que reclama que de hecho “tu propiedad” le pertenece, tampoco se va como el ladrón, te persigue exprimiéndote hasta después de tu muerte, ¡ah! ¡Y para colmo! te dice que es por tu bien.

Finalmente, como mi objeto no era discutir si era mejor que nos robaran un 16 o un 19% con el IVA, asunto que inevitablemente va a conducir a un aumento de los productos de la canasta familiar, cosa que niegan, debido al gravamen de toda la industria que se va acumulando desde la gasolina que los transporta al alimento de los animales, o que tanto debería el gobierno extraer de nuestra renta, o sea, de “nuestras” ganancias por trabajar (en Colombia nunca se abolió la esclavitud, ¡¿no lo sabía?!), permítaseme terminar con el descubrimiento más importante de toda la filosofía política:
¡LOS IMPUESTOS SON UN ROBO!

John Alejandro Bermeo 26 oct 2016

 

Decía Lysander Spooner que el Estado era peor que un asaltador de caminos porque éste, al menos, no intentaba sermonearte y convencerte de que te estaba robando «por tu bien»: el ladrón te arrebata la cartera, se va y te deja en paz, mientras que el Estado se instala a tu lado para convertirte no sólo en su esclavo económico sino, sobre todo, en su esclavo moral.

 

 

 

Brexit

Se ha dicho mucho y mucho se ha escrito sobre el «Brexit»: la salida de Gran Bretaña del UE, querida por sus ciudadanos a través de un referendo, cosa negada – mira donde está la soberanía – a muchos pueblos europeos como a Italia, por los mismos reglamentos constitucionales.

Lo que los legisladores burocráticos de Bruselas y Estrasburgo, los políticos sometidos a la idea totalitaria del «gran» Estado, los comentadores y los analistas políticos, miopes y sometidos, no logran entender es como pueda haber sucedido que los ingleses, a despecho de todos los llamamientos del establishment, hayan elegido de dejar al UE y porque lo hayan hecho aunque, de un punto de vista económico, no les convino.

 

La verdadera democracia es aquel sistema político que nos da la posibilidad de tener bajo control a los gobiernos a los que estamos sometidos. Hay pocos males peores de un gobierno que sea en cambio ello a controlarnos incontroladamente.

En el UE, que se dice a palabras demócrata, la mayor parte de las leyes vienen hoy dictadas y sancionadas por burócratas que nadie nunca ha elegido y que a nadie tienen que dar cuenta de sus acciones. Algunas de las decisiones más importantes que pesan sobre nuestras existencias emanan de la Corte europea de los derechos humanos, un organismo compuesto por jueces no elegidos que muchos provienen de países que faltan de una sólida tradición de estado de derecho.

En Italia, por ejemplo, hemos tenido una reciente experiencia cuándo ha sido decidido que el crucifijo tuviera que ser removido de las aulas escolares puesto que era lesivo de los derechos humanos (?).

A frente de las miles irreversibles «normas» emanada por la Comisión europea y de las «sentencias» pronunciadas por razones ideológicas de la Corte europea de los derechos humanos, creo correcto considerar todo esto una real amenaza por la democracia.

La confiscación del proceso decisorio obrada por elites no elegidas es un defecto fatal del entero proyecto Eurofederal. Es del todo evidente que el empujón hacia un gobernanza mundial configura un movimiento que se aleja de la democracia.

Ésta en síntesis es la situación vista desde un ángulo autónomo e independiente y éstos son los presupuestos que han llevado Gran Bretaña al Brexit.

 

Lo ha aclarado una vez más, con un discurso simple y lineal durante una conferencia a Tilburg en Holanda, el filósofo conservador inglés Roger Scruton:

“Nosotros Británicos nos sentimos europeos, pero la Unión Europea no representa a Europa que somos y queremos.

El Reino Unido no ha sido ocupado por los nazis como los otros países europeos, y esto implica una diferencia psicológica profunda. No nos apetecemos de devolver soberanía a un poder supranacional después  de que hemos luchado mucho para conservarla, venciendo con muchos sufrimientos.

En según lugar, nosotros hemos tenido un género de gobierno y ley diferente de los de los otros países que se han encontrado bajo el código napoleónico.

De nosotros la ley se ha creado en las cortes de justicia, no fue impuesta por lo alto. Las cortes de common law «descubren» la ley: se llevan los conflictos delante de un juez imparcial, y él a través de la justicia natural descubre la solución.

Hemos creado un sistema legal que procede del bajo, por la resolución de conflictos entre la gente común, no con intervenciones de lo alto de parte de lo legislativo.

Hoy Bruselas produce reglamentos que son decisiones de lo alto, y ésta provoca rebelión en nuestra gente: los reglamentos no solucionan los conflictos, sino los provocan.

La tercera y decisiva cuestión es aquella de la inmigración: estamos bajo asedio a motivo de la cláusula europea sobre la libertad de movimiento y residencia de las personas.

Esta norma hace parte de los tratados y no se puede sacar, y es eso a que los británicos objetan de más: hemos perdido el control de nuestras fronteras, grandes cantidades de personas procedentes de la Europa del este compiten con nosotros por el trabajo y la casa.

La gente se pregunta qué significa soberanía nacional, si hemos perdido el control de nuestras fronteras. En su entusiasmo para disolver los confines, la Unión Europea ha quedado sin protección de las migraciones de masa.

El comportamiento de Alemania nace de su histórico sentido de culpa y se refleja sobre de nosotros: nos obligan, nosotros que nos hemos defendido en pasado al precio de mucha sangre de quien buscó aquí su «espacio vital», a aceptar a todas las personas que quieren entrar.

Se pretende que ignoramos factores como la diversidad de religión, cultura y adaptabilidad.

De todo esto la Unión Europea se niega a discutir».

Redistribución

redistribución

Ayer en Asuntos Capitales, Arturo Damm volvió sobre el concepto de “redistribución”, típico de los gobiernos estatistas de todo el mundo, citando una idea de Anthony de Jasay, que en el famoso texto “El Estado. La lógica del poder político” del 1985 escribió que “el sistema redistributivo se convierte en una maraña enredada de favores”.

Nada más cierto y a menudo verificado que esta aserción.

Pero ya en lo lejano 1952 Bertrand de Jouvenel en su obra “La ética de la redistribución” había analizado el problema.

Texto fundamental y revelador de aquella tendencia estatista que ya empezaba a difundirse en todo el mundo: la redistribución de la riqueza producida por unos y, por medio del gobierno, repartida a otros.

Y hay mucha gente, nos dice Damm, que cae en la trampa de creer que es el gobierno el que da, sin darse cuenta que no hay nada que el gobierno dé que previamente no haya quitado, de una u otra manera, en mayor o menor medida.

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Hay faltas conceptuales en la ética de la redistribución que de Jouvenel nos aclara: las nobles (¿?) intenciones de los partidarios de las políticas de redistribución, lejos del producir los resultados agorados, han acabado por dar vida a aparatos político-burocráticos caros, ineficientes y corrompidos, que tienen como único objetivo su supervivencia.

Y provocativamente: ¿[también] si las políticas de redistribución no tuvieran consecuencia alguna sobre el nivel de la producción, deberíamos empujar la redistribución hasta sus consecuencias extremas, a la perfecta igualdad de las rentas individuales?

Según de Jouvenel la transferencia, confiada al Estado, de riqueza de la parte más ricas de la población a aquella más pobre está basado en dos convicciones.

La primera constituye la base lógica de las políticas de la lucha a la pobreza: es decir que sea deseable aliviar las condiciones de necesidad de los indigentes, trasladando a favor de ellos una parte de la renta de los otros. La segunda es representada por la convicción, a menudo implícita, que la desigualdad de posibilidades económicas entre los miembros de la sociedad sea de por sí un mal de combatir.

Estos convencimientos están ahora ampliamente aceptados pero sería difícil no convenir con de Jouvenel que a su difusión han contribuido los sentidos de culpa de los privilegiados (véase el estudio de Tullock “Economic of Income Redistribucion”) y la envidia de los menos acomodados (Schoek, La Envidia. Una teoría de la Sociedad).

En todo caso, cuál que sea el génesis de las solicitudes de redistribución, queda un insuperable problema: ¿si la exigencia de aliviar las condiciones de estrechez de las clases pobres es tan difusamente advertida, por qué deberíamos encargar «el Estado», o más concretamente la clase político-burocrática, de satisfacerla?

Si todos advierten la urgente necesidad de ayudar a los pobres, pueden hacerlo muy bien directamente, sin necesidad alguna de intervención «pública»; la actividad caritativa privada podría satisfacer tranquilamente aquella aspiración, sin deber molestar a políticos y burócratas por la necesidad.

En cambio – y de Jouvenel hace de este su caballo de batalla – la lucha a la miseria se ha convertido en el pretexto más difuso para trasladar recursos y poder de la sociedad civil al poder político: la redistribución, se ha vuelto monopolio público, prerrogativa casi exclusiva de la clase político-burocrática.

El objetivo del estado de bienestar no es ayudar los menos acomodados, combatir la pobreza, éste sólo es el pretexto, pero hacer el interés de cuantos viven a costa de la industria de la asistencia:

«…en realidad la redistribución, más que traslado de renta de los más ricos a los más pobres, como creímos, es una redistribución de poder del individuo al Estado»

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Además la política de la redistribución es condenada por de Jouvenel, porque demuele el sentido de responsabilidad personal.

Y provoca este efecto con el trasladar el poder, relativo a las decisiones sobre asuntos vitales, del individuo al Estado. Aún más, el efecto de esta política es perjudicar la familia respecto a instituciones como las corporaciones.

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Cómo Nozick ha aclarado espléndidamente el resultado final de la tentativa de imponer un modelo de distribución es un estado socialista que prohibe actos capitalistas entre adultos conformes.

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La política de la redistribución encarna un individualismo abstracto y falso en que las instituciones intermedias que son la indispensable matriz de la individualidad son puestas por parte o suprimidas. Especialmente es hostil a aquella institución que es la piedra angular de la sociedad civil, es decir la familia.

Nozick sigue de Jouvenel en notar que el instituto de la familia es perjudicado bajo cualquier régimen de redistribución:

«Para tales concepciones las familias son un elemento de molestia; porque en el ámbito de la familia ocurren traslados que revuelven la distribución adoptada.»

El régimen de elevada tasación, inseparable de aquel de la redistribución, tiene ulteriores, indeseables consecuencias de disminuir la esfera de los servicios gratuitos a los que los ciudadanos contribuyen por actividades sociales y consecuentemente de corroer la cultura cívica que está a la base de la sociedad liberal.

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Ideas tomadas de la relectura del texto citado y del comentario de Antonio Martino.

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Poder y mercado

PowerandMarket

Este es el título de le la última parte de la magna obra “Hombre, Economía y Estado” de Murray Newton Rothbard.

Ya les hablé de este autor, economista y filósofo libertario, y de sus relaciones con las tesis de Albert Jay Nock y Franz Oppenheimer (aquí).
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Pero ahora que estoy releyendo su obra no puedo descuidar sus aportaciones y no citar algunos pasos fundamentales del texto en cuestión.
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La actualidad y la pertinencia de los que no podrán no entender.

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Hay dos y solo dos maneras de adquirir riqueza: los medios económicos (producción e intercambio voluntarios) y los medios políticos (confiscación mediante coerción). En el libre mercado solo pueden usarse los medios económicos y consecuentemente todos ganan solo lo que otros individuos en la sociedad estén dispuestos a pagar por sus servicios.

Siempre que sea así, no hay un proceso separado llamado “distribución”, solo hay producción e intercambio de bienes.

Sin embargo, una vez que los subsidios gubernamentales entran en escena, la situación cambia. Ahora están disponibles los medios políticos para la riqueza. En el libre mercado, la riqueza solo es producto de las elecciones voluntarias de todos los individuos, en la medida en que las personas se dan servicio entre sí. Pero la posibilidad del subsidio gubernamental permite un cambio: abre el paso a una asignación de la riqueza de acuerdo con la habilidad de una persona o grupo para controlar el aparato del Estado.

(…)

Mucha gente rehúsa identificar nazismo o fascismo con “socialismo”, pues limitan este último término al proletarianismo marxista o neomarxista o a las distintas propuestas de “socialismo democrático”. Pero a la economía no le afectan los colores de los uniformes o los buenos o malos modales de los gobernantes. Tampoco le importan qué grupos o clases manejan el Estado en los distintos regímenes políticos. Tampoco importa, para la economía, si el régimen socialista elige a sus gobernantes por elecciones o por golpes de Estado.

A la economía solo le importan los poderes de propiedad o control que ejercita el Estado. Toda forma de planificación de la economía por el Estado es un tipo de socialismo, a pesar de los puntos de vista filosóficos o estéticos de los distintos bandos socialistas e independientemente de se califiquen como “de derechas” o “de izquierdas”. El socialismo puede ser monárquico, puede ser proletario, puede igualar fortunas, puede aumentar la desigualdad. Su esencia es siempre la misma: órdenes de un Estado coactivo total sobre la economía.

La distancia entre los dos polos del libre mercado puro, por un lado, y el colectivismo total en el otro es un continuum que incluye diferentes “mezclas” del principio de libertad y el hegemónico coercitivo. Cualquier aumento de la propiedad o control del gobierno es, por tanto, “socialista” o “colectivista”, porque es una intervención coercitiva que lleva a la economía un paso más cerca del socialismo completo.

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Bienestar

estado bienestar

El resultado de subsidiar a individuos porque son pobres es más pobreza. Si se subsidia al desempleado habrá más desempleo. Financiar a las madres solteras producirá más niños sin padre (…) Al obligar a los dueños de propiedades y a los productores a subsidiar a los políticos, sus partidos y a la burocracia, habrá menos creación de riqueza, menos productividad y más parásitos.
Hans Hermann Hoppe

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Les comparto unas consideraciones sobre el Estado de Bienestar -que es la forma más solapada y cautivadora del estatismo social o socialista- que encontré aquí: un sitio que sigo a menudo, muy inteligente y profundo “en defensa de la libertad y del sentido común”.
Expresa, de manera muy clara, las mismas ideas y convicciones que yo algunas veces, con diferentes enfoques, intenté escribir: Estado del bienestar, Familia frente al estado, Los Gansos del Capitolio.

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De Regreso al Feudalismo

Otro caso más de efectos no esperados. De consecuencias no intencionales.

Creyendo estar realizando un gran bien, se ha terminado por producir un gran mal.

Me refiero a los efectos del Estado de Bienestar.

A ese gobierno paternalista que quiere cuidar al ciudadano desde que nace hasta que muere.

El efecto más fácil de percibir es el de su quiebra económica. Las deudas públicas, los déficits públicos, todo eso es producto del Estado de Bienestar.

Asume él tantas responsabilidades que es imposible financiarlas todas. Este tipo de gobierno consume más de lo que permite producir a las personas.

Poca discusión puede haber sobre el tema. La realidad es innegable. El Estado de Bienestar no es sustentable, no es sostenible. Puede mantenerse solamente tomando fondos de quienes producen riqueza y esta riqueza no es ilimitada. Negarse a reconocerlo es otro problema, no menor.

Pero la cosa no queda solo en quiebras económicas gubernamentales. El Estado de Bienestar ha sido el mayor intento jamás implantado para hacer el bien. La escala del bien que trata de lograr el Estado de Bienestar es gigante, tan grande como el tamaño de las poblaciones que gobierna.

Y, sin embargo, esa escala enorme ha logrado producir efectos contrarios a su objetivo. Piense usted en esto.

Es intención del Estado de Bienestar mejorar a la sociedad entera: reducir consumo de drogas, índices de criminalidad, aumentar empleo permanente, riqueza. Incluso fomentar educación, valores, civilidad.

No lo ha logrado por supuesto. El problema es que ha causado lo opuesto. Más consumo de drogas, más criminalidad, más violencia social, más hijos ilegítimos, poblaciones en reducción. La sociedad producida por el Estado de Bienestar quizá sea la opuesta a la que quisiéramos tener.

¿Por qué? Después de todo, la promesa del Estado de Bienestar es una sociedad mejor, con más felicidad y bienestar, más justa y educada. Haber producido lo opuesto es digno de examen. Podemos comenzar con una cita:

“El estado de bienestar totalmente desarrollado es una versión moderna del castillo medieval, protegido por sus murallas y fosos, y ofreciendo seguridad y protección a la población leal que se reúne a su alrededor”. Irvig Kristol (1920-2009)

La comparación no es exagerada. El castillo medieval es asombrosamente similar al Estado de Bienestar.

Si antes había súbditos que vivían bajo la protección del señor del castillo, ahora los ciudadanos son súbditos también, cuya existencia depende de la protección del gobierno. Una especie de encomienda colonial dentro de la que los indígenas esperan protección paternal.

El mismo autor lo expresa así:

“…el ciudadano es metamorfoseado en un sujeto. El sujeto cede solo su derecho de autogobierno a cambio de seguridad de la cuna a la tumba… La transferencia de importantes áreas de responsabilidad al estado de bienestar, combinada con una tolerancia permisiva y flácida de la irresponsabilidad moral entre la ciudadanía, es una descripción tan correcta como la que puede uno imaginar de la decadencia nacional”.

Sí, decadencia nacional producida por el Estado de Bienestar que tanto bien se propone hacer y que tanta caridad pretende realizar.

Otro caso de compasión que ha salido mal. Muy mal. En busca de la igualdad como tema central, han producido una ciudadanía irresponsable.

Si bien la crisis económica del Estado de Bienestar es el más visible de sus efectos, no debe olvidarse la otra crisis que ha producido, la espiritual.

Puede ella verse muy bien en la desintegración familiar, justo la columna central que sostiene a la sociedad entera. El Estado de Bienestar la ataca una y otra vez, con medidas como su redefinición aceptando matrimonios homosexuales, como la legalización del aborto, el fomento de la promiscuidad como derecho.

Dos crisis ha producido el Estado de Bienestar cuya justificación es el proteger al ciudadano de la cuna a la tumba. Una crisis de quiebra financiera que produce daños materiales y una crisis espiritual que causa daños morales.

Y la conclusión es la obvia: no retirar al Estado de Bienestar es un acto irresponsable, quizá el mayor de toda nuestra historia.

Eduardo García Gaspar 23 abril 2015

Post Scriptum

Es mi impresión que buena cantidad del apoyo al Estado de Bienestar por parte de personas comunes proviene de buenas intenciones y gran ingenuidad. Su inquietud por resolver un problema, como la pobreza, les hace suponer que la única vía posible es el gobierno. Su candidez es extrema y, en ocasiones, su terquedad también.

Las citas y otras ideas fueron tomadas de Kristol, I. (2011). The Neoconservative Persuasion: Selected Essays, 1942-2009. Basic Books.

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¿Pueden los Estados quebrar?

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Siguiendo con mis lecturas, intenté profundizar otros aspectos de la economía actual.

 

 

La pregunta no es ociosa, viendo la situación en que vierten las economías de países europeos y americanos.

 

“Hay un gran potencial de ruina en los gobiernos» – escribe Adam Smith en la Riqueza de las Naciones (1776)- y comenta: “una vez que las deudas nacionales hayan sido acumuladas hasta a cierto nivel, creo que no hay quizás sólo uno ejemplo en que ellos hayan sido regular y totalmente pagados.”

Nada ha cambiado desde entonces.

 

Hace tiempo los gobiernos se endeudaban sobre todo para sustentar los gastos de guerra: hoy se endeudan para financiar derroches, subsidios y reivindicaciones de cada tipo por un número creciente de intereses particulares; para mantener el consentimiento y seguir gobernando.

A causa de los excesos de gasto, los estados, no tienen nunca superávit primarios, están constantemente en déficit y no queriendo subir la presión fiscal para no provocar estallidos sociales, crean dinero de la nada.

La política de los déficit es la esencia de la política económica moderna: endeudarse y gastar para crear poder adquisitivo, desarrollo y ocupación.

 

Pensar qué el gasto improductivo de los gobiernos crea prosperidad es ridículo.

 

El poder adquisitivo es ficticio (basado en dinero creado de la nada que hace subir los precios), el desarrollo artificial (pues no sale del capital sino de la deuda), la ocupación estadística falsa (creada por los gobiernos y por consiguiente es gasto burocrático y no riqueza).

Si, para hacer un ejemplo elemental, en el mundo hay 5 aguacates y 5 pesos: un aguacate cuesta 1 peso.
Si creamos papel moneda y ahora hay 10 pesos, el resultado es que un aguacate cuesta 2 pesos. Inflación monetaria que genera inflación de precios.

El único modo para aumentar el poder adquisitivo de la moneda es crear riqueza (aumentar la productividad, crear nuevos productos o mejorar la calidad de los existentes).

Volviendo al ejemplo de arriba, si ahora hay 10 aguacates y siempre 5 pesos, ahora sí que es aumentado el poder adquisitivo de la moneda: 1 aguacate cuesta la mitad de 1 peso.

 

El desarrollo creado con la deuda, no es desarrollo real porque surge de premisas no correctas, de señales equivocadas, de indicaciones que no salen del mercado, es decir de exigencias reales de los consumidores, pero de ficticias y erróneas premisas intervencionistas.

Sin decir que el dinero creado de la nada viene distribuido principal y primeramente a los «amigos», es el crony capitalism.

Y luego, ya Mises dijo que el dinero no es neutral: no beneficia a todos en el mismo modo. En el ejemplo, el primero que recibe 1 peso en más, sin que los otros, el mercado, se dé cuenta, puede comprar su aguacate siempre a 1 peso. Cuando el restante dinero viene distribuido, los 4 pesos restantes más los 5 iniciales encuentran a la venta sólo 4 aguacates que van a costar 4/9 de peso (aproximadamente 0,44): es decir menos de los 0,5 que habíamos dicho antes. Cuantos más “amiguitos” reciban a escondida y primeramente el dinero fiat, tanto más suben los precios para los demás, (los que están afuera del círculo mágico y milagroso de la multiplicación del dinero.

También la ocupación es falsa: no crea riqueza, la consume. La ocupación se mide con la cantidad de riqueza producida (bienes industriales) de consumo, servicios, no del número de sillas puestas alrededor de una mesa. Ésta es burocracia no ocupación.
Éste es cavar hoyos en el terreno por luego cubrirle con la misma tierra: «trabajo» inventado y aprobado por el propio Keynes.

 

 

¿Pero por cuánto tiempo puede durar está “mana” de los gobiernos?

En la economía no existe un fondo permanente de donde sacar sin límites; hay que continuamente renovarlo con el gasto productivo que crea desarrollo sólo si supera aquello improductivo.

Ahora sí está claro que el debido gubernamental no representa otro que la antelación de la renta de impuestos futuros: la teoría del estímulo económico se derrumba con otro ejemplo elemental.

Fulano, que no tiene dinero, pide un préstamo a Mengano para hacer compras de Zutano. Fulano por lo tanto se encuentra en déficit con respecto de Mengano. Ahora sería absurdo que Fulano, después de haber hecho compras de Zutano pretendiera de este último la extinción de la deuda hacia Mengano.
Pero ya no es absurdo si Fulano es el gobierno que se endeuda con Mengano, o sea con el mercado de la deuda, obligando luego Zutano o bien la economía (o bien nosotros los contribuyentes), a reembolsarle la deuda.
Fulano, pues, siempre está libre de gastar y extinguir la deuda hacia Mengano con los impuestos pagados por Zutano.
¿Cómo es pues es posible que el déficit de Fulano vaya aumentando la renta de Mengano?

Obviamente no puede y por lo tanto el déficit no estimula la economía pero la deprime en cuanto lo total de la deuda de Fulano, que es la suma de todos sus déficit pasados, siempre es pagado por Zutano.

 

Si no nos damos cuenta que ésta es la consecuencia del déficit nunca vamos a entender porque tal política sustraiga los recursos de un país hasta el colapso.

Incapaces de poner frenos al gasto los gobiernos son obligados a hacer otras deudas llevándolos a una altura tal que serán necesarias nuevas dosis de deuda sólo para pagar los intereses. Se llega por tanto a la situación de deuda perpetua e insolvencia definitiva que comporta la imposibilidad de conseguir ulterior crédito.

 

A pesar de la evidente quiebra, esta política mantiene su popularidad sea porque la opinión pública no comprende plenamente el mecanismo y las consecuencias, sea porque las elites al gobierno hacen atractivo el déficit justificándolo con gastos por objetivos sociales, que en realidad conciernen intereses particulares que nunca arraigarían en una economía sana.

 

Si las elites al gobierno en lugar de perseguir tal política derribaran los impuestos, realmente alcanzarían el objetivo de mejorar la economía pero perderían el poder de administrarla, de corromper el electorado, someterlo, adquirir privilegios permanentes y continuar en la obra de expoliación de los contribuyentes.

 

 

Adam Smith tuvo razón: hay un gran potencial de ruina en los gobiernos. La causa de la ruina es la deuda, siempre creciente e imposible de liquidar.

La doctrina del gasto en déficit es una terapia absurda: no se crece gastando y tasando.

Más los gobiernos gastan, más la economía se pone inestable y gravita hacia la depresión con costes sociales enormes.

Pero es gracias a los déficit que las elites al gobierno refuerzan la posición de poder, aumentan los mismos privilegios, financian la corrupción y alimentan un sistema que, en el caso argentino, se llama peronismo, en el caso griego cleptocrazia; en el mundo estado ladrón.

 

 

 

Lloriqueo griego

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El término deriva del antiguo teatro griego, donde uno de los principales componentes de las tragedias fue el coro subrayando los pasajes más dramáticos con llantos y lamentaciones.

 

En estos años, expresa la situación dramática que económica y políticamente viven todos los estados europeos, Grecia in primis; pero también Japón, EEUU y Latinoamérica entre otros.
Es decir, prácticamente todos los estados, más o menos democráticos pero de cierto socialistas, en el mundo.

 

 

Más allá de la evolución de las negociaciones entre el Gobierno griego Tsipras-Varoufakis y autoridades europeas me parece útil pensar en el proceso que llevó a Grecia en un estado de colapso de las finanzas públicas y un crecimiento económico asfíctico.

Un razonamiento que luego se aplica, mutatis mutandis, no sólo para Grecia sino también para todos los países maduros plagados de deuda, por el estatismo y el colapso demográfico.

 

Así que la pregunta es: ¿Como un país puede crecer de forma sostenible?

En una economía sana y libre, el crecimiento se desarrolla desde el trabajo y el ahorro a través de un proceso de acumulación de capital – no sólo material, sino también de conocimiento, catalizado por la iniciativa empresarial – que aumenta la productividad y los salarios reales, con la producción de bienes y servicios útiles a las familias.

Un proceso que se inicia desde las raíces, sin planificadores centrales presumidos omniscientes, en el que el sistema de precios y la competencia orientan las decisiones económicas de ahorro, el consumo y la inversión, obviamente dentro de un marco legal e institucional y un tejido social sano y articulado.

Por lo tanto, el papel del Estado se limita a unas pocas tareas, y siempre de acuerdo a una lógica de subsidiariedad (en pocas palabras el Estado haga lo que los ciudadanos no pueden hacer); un principio que es un verdadero baluarte para defender la libertad de los individuos y las iniciativas de los “cuerpos intermedios” contra las emboscadas omnipresentes del estatismo.

 

En la visión keynesiana, dominante en el mundo académico y en las políticas de los gobiernos durante los últimos 70 años, el crecimiento depende más bien en la “demanda agregada”, es decir, la atención se centra en el consumo. En el caso de “recursos inutilizados” el crecimiento debe ser estimulado por el gobierno y por los bancos centrales con varias combinación de políticas “expansivas”, tanto fiscales (aumento del gasto público) y monetaria (manipulación a la baja de las tasas de interés, monetización de la deuda), para alcanzar el pleno empleo.

 

Este planteamiento – falacia económica total – ha proporcionado y sigue proporcionando a los gobiernos de casi todo el mundo la coartada para la adopción de políticas económicas de dirigismo estatista, con un intervencionismo creciente en la vida social y económica.

Esto ha llevado a la hipertrofia de los actuales estados asistenciales y empresariales, así que la expansión del ámbito público parece imparable.

 

El desplazamiento de la empresa privada, en este contexto, se ve agravado por la falsificación de la competencia, no más ni libre ni recta, dando lugar a una red de clientelismo entre los negocios y la política: beneficios privados y pérdidas públicas, malas inversiones, malversación de fondos, derroche de recursos en detrimento de los consumidores-contribuyentes, con altos precios de los bienes y servicios producidos y además de una imposición fiscal creciente que estrangula la economía.

 

Las políticas de gasto deficitario (deficit spending) – el déficit presupuestario debido al exceso de gasto público en los ingresos fiscales – llevan a una acumulación de deuda pública: un verdadero “esquema Ponzi” en el que la emisión de nueva deuda viene utilizada para pagar los intereses y devolver vencimientos de deuda, en un crecimiento exponencial que se alimenta de sí mismo.

Cuando la dinámica de crecimiento de la deuda excede la de la economía (el famoso ratio deuda / PIB) se llega a un punto de no retorno.

Medidas fiscales más restrictivas sólo estrangularían aún más la economía real con la caída del PIB, haciendo aún más insostenible la trayectoria deuda / PIB: una verdadera “trampa de la deuda”, que vampiriza la posibilidad de crecimiento económico.

 

Además de la transferencia de la riqueza hecha por “gobiernos ángel de la guarda, que intentan preservarnos de todos los males, y hada madrina, que pretenden concedernos todos los bienes”, el manejo de rendimiento a la baja a través de las políticas monetarias ultra expansivas de los bancos centrales implica varios efectos secundarios: retorno inadecuado en el ahorro, el envío de señales falsas a la economía con un incentivo al riesgo moral, la “financiarización” de la economía y las malas inversiones.

El riesgo, mejor la realidad, es socavar la raíz del proceso de acumulación del capital esencial para el crecimiento de la productividad, los salarios reales y la distribución de la riqueza. Los primeros dañados, contrariamente a la vulgata «solidaria», son propio las clases sociales más necesitadas, las categorías menos favorecidas por los entrelazamientos prejudiciales con el poder público y la generaciones jóvenes en general cuyo futuro viene comprometido.

 

Deberíamos darnos cuenta del fin del paradigma de “crecimiento con deuda”, que lleva a la quiebra de estos sistemas socio-económicos, de hecho, “socialistas” en los que la interferencia pública recompensa las malas decisiones y hace sobresalir de la competencia no los mejores, pero los más cabildeados.
Esto conduce inexorablemente a secar las mismas fuentes de riqueza, a desalentar la iniciativa, el trabajo duro y la austeridad, en detrimento de los consumidores, los trabajadores, las empresas sanas, los contribuyentes.

Los “cuerpos intermedios” están vaciados de vitalidad, deprimidos en su creatividad empresarial por una mentalidad parasitaria y asistencial. La huida de la responsabilidad y la consecuente abdicación de la libertad destruyen las «virtudes» de un pueblo, hacen desaparecer la clase media, secar el bienestar material y crecer tensiones y conflictos.

 

La «crisis griega», entonces, se convierte en emblema de una crisis general: el presente de Grecia podría convertirse en el futuro de todos los países estatistas que estrangulan la economía con impuestos, que hacen huir a las empresas y los jóvenes más valientes, fomentan el asistencialismo y el parasitismo.

Estamos en una profunda crisis «generacional»: pase lo que pase con Grecia y el euro, lo único seguro es que vamos a tener para rato.

Continuar pretender que esto es sólo una «coyuntura» desafortunada no nos ayuda a revertir la tendencia.

Menos aceptaremos que la riqueza es creada por los gobiernos y los bancos centrales, más lograremos volver antes de la luz.

 

A partir de una idea de Mauricio Milano, analista financiero líder.

 

Cuando la ayuda es el problema

aiuti umanitari

Gracias a las ayudas, la corrupción fomenta la corrupción, y las naciones se sumergen en un círculo vicioso de dependencia. Los países extranjeros apoyan a los países corruptos, proporcionándoles dinero para utilizar libremente.

Estos gobiernos corruptos interfieren con el Estado de Derecho, la creación de instituciones civiles transparente y la defensa de la libertad, desalentando la inversión tanto nacional como extranjera.

Una mayor ambigüedad e inversiones más bajas reducen el crecimiento económico, lo que conduce a un menor número de oportunidades de empleo y el aumento de los niveles de pobreza. En respuesta a la miseria creciente los donantes ofrecen más ayuda, que hacen continuar la espiral descendente. Este es el círculo vicioso de la ayuda.

El ciclo que ahoga las inversiones de las que hay una necesidad desesperada, crea una cultura de dependencia y facilita la corrupción flagrante y sistemática, con consecuencias desastrosas sobre el crecimiento. El ciclo que, de hecho, perpetúa el subdesarrollo y garantiza el fracaso económico de los países más pobres y dependientes de la ayuda.

 

 

Hasta aquí Dambisa Moyo* en su excelente ensayo, Cuando la ayuda es el problema, 2009.

 

Hay que añadir, y no debemos ocultar encantados por las sirenas de los parásitos partidarios del estatismo, que esta forma de despojo de los pobres en los países ricos para ayudar a los ricos de los países pobres, llamado, en manera farisaica y jesuítica, “caridad”, no surge por un verdadero espíritu humanitario, por un sentimiento de compasión y amor.

Es una de las muchas formas que el parasitismo estatista toma para vivir y enriquecerse a las espaldas de quienes trabajan, los que producen la riqueza real.

Ni un dólar, un euro, un peso proviene de los bolsillos de los políticos, los burócratas de las distintas instituciones, organismos nacionales e internacionales, que sin manifestado fin lucrativo, en cambio, tienen como única finalidad el lucro, la especulación y el enriquecimiento. Por sí mismos.

 

*Dambisa Moyo (Lusaka, 1969) es una economista zambiana. Doctora en ciencias económicas por la Universidad de Oxford, tiene un máster en la Universidad de Harvard, un MBA en finanzas y una licenciatura en químicas en la Universidad de Washington.
Trabajó como consultora del Banco mundial de 1993 a 1995 y en Goldman Sachs de 2001 a 2008, donde fue jefe de investigaciones económicas y estratégicas para el África subsahariana. (http://es.wikipedia.org/wiki/Dambisa_Moyo)

 

 

¿A dónde va Grecia? El doble rasero de Tsipras.

De una idea por Alberto Mingardi.

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doppia morale

Hay varias maneras de contar la crisis griega.

Por supuesto, sabemos que una de las partes en la negociación es el gobierno, nos guste o no, democráticamente elegido por el pueblo griego (aunque con poco más de un tercio de los votos).

No está igualmente claro quién es la contraparte: hay el Banco Central Europeo, hay el Fondo Monetario Internacional, y también la Comisión Europea aquel monumento de insipiencia tecnocrática, que no está todavía claro lo que hace ni a los que responde, en la cual no hay ni un europeo que se siente “representado”.

También son en el juego los gobiernos nacionales que temen una Grecia insolvente, porqué ellos mismos le han dado prestado dinero.

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Pero el dinero de los gobiernos en realidad es el dinero de sus ciudadanos: en los periódicos aparecieron simulaciones de costo per cápita de un default de Atenas para los otros ciudadanos europeos.

La gente, sin embargo, presta poca atención. Son decisiones que se sienten muy lejos. Y luego en Italia hay el Festival de Sanremo, el fútbol, los chismes sobre Ronaldo y Buffon.

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El relato democracia contra tecnocracia es emocionante.

Alexis Tsipras, cuyo lema es «la democracia en todas partes», en su discurso ante el Parlamento, ha renovado sus compromisos electorales: aumentar el salario mínimo, detener la privatización, elevar el umbral de “no tax area”. Un programa centrado en un aumento del gasto público, compensado por la reducción del 50% de la flota de carros oficiales, cortando el costo de la política o la lucha contra la evasión fiscal.

Felicitaciones a los griegos, pero al menos en Italia parece el habitual libro de los sueños; que nunca se cumplen porqué es imposible cumplirlos.

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Según Tsipras, “la austeridad no sólo ha empobrecido a nuestro pueblo, pero le privó del derecho a decidir”.

El habitual populismo de los rétores de la democracia.

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¿Las decisiones, pero con el dinero de quién?

El “derecho a decidir” se resta a la gente para la venganza de entidades misteriosas, los «mercados», que se divertirían pisoteando sus prerrogativas.

A estos «mercados», los estados, entre ellos Grecia, han exigido durante años los préstamos: que, por definición, a un momento dado tienen que ser correspondidos.

Estos préstamos los han pedidos para «decidir», dice Tsipras.
Decidir créditos, asignaciones, programas de subsidios, despilfarros.

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Endeudarse nunca ha sido obligatorio. Si un Estado quiere hacer más cosas, siempre se puede subir los impuestos. En este caso, pero, la población se da cuenta de inmediato cual es el costo de la “solidaridad”, “inversiones” y “Estado de bienestar”. Al ver esto, puede pensar que es mejor vivir en un país donde el gasto público es un poco menos generoso, pero la gente puede decidir por sí misma qué hacer con una mayor proporción de sus ingresos.

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Si el Estado se endeuda, el problema no se plantea: alguien un día tendrá que pagar la factura, pero no los votantes que votan en las próximas elecciones.

La clase política promete alegremente: en el largo plazo todos estaremos muertos (decía con indiferencia esnob el no añorado John Maynard Keynes).

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Tienen sus razones los que recuerdan que los Estados siempre cuentan con sus deudas de manera diferente a la de las familias o los ciudadanos comunes: es decir, que siempre han buscado evitar de honrar a ellos. Recurrir a la devaluación fue una manera que les ayudó a diluir el peso.

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Ya en algún lado he recordado lo que Adam Smith dijo: “Lo que es la sabiduría en el manejo de cada familia privada, difícilmente puede ser la locura en el gobierno de un gran reino.”

Aquí está la cuestión: ¿es justo que haya una “doble moral”? Los Estados ya hacen cosas que nadie más puede hacer: si soy detenido después de robar un banco, ¡por más que diga a la policía que sólo quería reducir las desigualdades!

¿Es deseable que los Estados puedan considerar sus deudas desperdicio de papel?

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¿Y por qué, en un estado que no paga sus deudas, los ciudadanos deberían confiar en sus promesas de regresarles la pensión; o cuando jura que no abuse de los datos confidenciales en su poder; o cuando dice su verdad a las familias de las víctimas de un secuestro; o cuando niega de saber de quienes son los restos encontrados en unas fosas?

¿Dónde está la frontera entre las mentiras lícitas e ilícitas? Y más, ¿por qué mentiras?

Al igual que todos los “Tsipras” del mundo político: para ellos “decidir” es hacer lo que quieren sin sufrir las consecuencias de sus decisiones.

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Corrupción

leones ciudadanos

Es algo recurrente. Y siempre de actualidad. En todo el mundo.

Italia, según Transparency International -que publica anualmente el Índice de Percepción de Corrupción, una lista corporativa de corrupción a nivel mundial- es el país más corrupto de Europa.

El último escándalo que estalló fue, poco antes de Navidad, lo que está pasando con los inmigrantes. Ya saben que Italia es el puerto seguro, también fue bendito por papa Francisco, de todos los inmigrantes que vienen de África: lo que es un negocio para los barcos que los llevan y para los “Centros de acogida”, gestionados por organizaciones parapolíticas subvencionadas por el Estado.

“Además de tráfico de drogas, no tienen idea de que el beneficio es en los inmigrantes.” Así en una escucha telefónica captada por la policía.

Los «inmigrantes» como contratación pública: rentas ciertas bajo el pretexto de contribuir al bienestar de la comunidad. Dinero fácil que ningún traficante de drogas, ningún oponente puede quitar: por qué no viene de la cartera de algún adicto a las drogas, sino de la del estado: es decir de la de nosotros desconocedores.

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Pero, sí Atenas llora, Esparta no se ríe.

También México está en el ojo del huracán: casa “gaviota”, casa Videgaray, el metro chino, los Abarca: para no decir de matanzas, desapariciones, “fosas”.
México el “país de uno” come ya en el 2004 apuntaba Denise Dresser: también México no es el país de sus ciudadanos.

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Y, de veras, estamos hartos de esta situación que empeora cada día más: el rosario de los escándalos es tan largo que se ha hecho dolorosamente aburrido: sólo cambian los nombres.

Hay que dejar de pensar en apañarse con la reacción moral o legal. El cáncer de la corrupción no se gana con el parche de la indignación, pero con menos burocracia y menos Estado.

El caldo de cultivo de la corrupción viene de la amplitud del intervencionismo público y su discreción. La corrupción crece con la hiper-regulación, la concesión de subvenciones y la opacidad de las elecciones y los procesos decisorios. En consecuencia es cierto que la liberalización, la estabilización, la desregulación y la privatización pueden reducir significativamente las oportunidades de corrupción.

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En otras palabras, la corrupción está luchando con más competencia y menos intromisión del Estado. Más mercado y menos burocracia, en fin. Los mejores aliados de corrupto y corruptor son intervencionismo público, la lentitud judicial, la rigidez de los trámites rigidez. Sus enemigos son las reformas que obligan al Estado a hacer sólo algunas cosas y hacerlas bien.

No necesitan más gendarmes, más leyes (de acuerdo con el lema de Tácito, corruptissima re publica plurimae leges) pero menos carros de tomar por asalto.

Los gendarmes deberíamos ser nosotros mismos, una prensa independiente y no comprada y sometida: “el perro guardián de las instituciones”.

¿Pero qué, si aguantamos todo para “una gota de ayuda”, para un cantante en la plaza; si la prensa no muerde?

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Por ultimo dejamos de pensar, de escribir que la clase política pueda autogenerarse de sí misma; dejamos de esperar al hombre honesto y justo: si existiera nunca sería un político.

Seguir esperando, come leemos en demasiados artículos, más que una utopía es una estupidez, una ignorancia histórica, una falta de realismo.

Les aconsejo, otra vez, que lean y lleven a la práctica la enseñanza que nos dio hace más de quinientos años Étienne de La Boétie en su Discurso de la servidumbre voluntaria: “dejamos de obedecer y estaremos libres”.

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Hay que luchar para tomar posesión de nuestros derechos, para reafirmar nuestra independencia, para ser, retomando el lema del Congreso Nacional Ciudadano, los mandantes, los leones.

No hay otra.

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Leer también Corrupción y cleptocracia que escribí en 31 ene 2013
La corrupción como «el abuso del poder encomendado para beneficio personal»

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Lingüista y filólogo. Escritor. Profesor universitario.

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