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El alma de los hombres

Adrian Paci, Interregnum. Galleria Kaufmann Repetto, Milano 2017

Adrian Paci, Interregnum. Galleria Kaufmann Repetto, Milano 2017

 

Hace unos días mi hermano me mandó de Italia unas fotos de «Interregnum», una obra (documental) de Adrian Paci, artista albanés,  dedicada al funeral de dictadores comunistas del siglo XX.

 

El vídeo recoge vídeos de las celebraciones fúnebres de dictadores comunistas de diversas nacionalidades y épocas, con la muchedumbre silenciosa y ordenada escandalizada por el dolor, con la que el artista albanés quiere denunciar la manipulación y el sentido de despersonalización de los hombres y la naturaleza del cuerpo político tiránico.

Archivos chinos, albaneses, rusos y ucranianos, etc. Miles y miles de personas, hombres, mujeres y niños que desfilan ante los cuerpos de sus dictadores difuntos.
El verdadero dolor de millones de personas por la muerte de Stalin, Mao, Lenin, Hoxa y otros criminales (Castro, Chávez…).
 

Hay algo terrible y misterioso en el alma de los hombres: una perversa atracción por el mal. Y hay en el poder, sin duda, una formidable habilidad para manipular y estafar a pueblos enteros.

 

 

 

 

 

Día de la memoria

Ya no hay días en el calendario para recordar todos los «llamados» días de memoria que se superponen constantemente: sin sentido y sin vergüenza.

Y no quiero recordar aquí todos estos creados por los gobiernos y burocracias que sólo tienen el propósito de satisfacer las más mínima ansiedad de los ciudadanos-esclavos.

 

Pero esto sí, esto es importante. Esto no se puede olvidar.

Acaba de pasar por unos días el aniversario de uno de los acontecimientos más nefastos y trágicos que hay en la memoria histórica.
Un evento que cambió el destino del mundo y que fue el origen de hambre, horrores, destrucción y un montón de víctimas inocentes, cuyo número es mucho más alto que el de todas las otras tiranías del siglo XX.
Estamos hablando, por supuesto, de la revolución bolchevique, con la que se intentó convertir el poder en el acto de las predicciones del barbudo de Tréveris y de los otros sociales del «Socialismo científico».
 

La creación de un día de la memoria de las víctimas del comunismo puede servir, por lo tanto, para el doble objetivo de honrar adecuadamente a los millones de muertos inocentes y limitar la probabilidad de que se repitan estas atrocidades.

 

 

 

“Francisco contra las raíces judío-cristianas”

Premio Carlo Magno a Papa Francesco

Les comparto un artículo de un periodista italiano que ya he traducido, Antonio Socci, con respecto al premio Carlo Magno atribuido al Papa Francisco.
Les comento también que estoy totalmente de acuerdo con su análisis.

 

 

La atribución del Premio Carlo Magno a Papa Bergoglio induce a la hilaridad. Sería atribuir un Premio como San Tommaso de Aquino a Eugenio Scalfari (periodista y escritor reconocido ateo, quien recibió,  por extraño que parezca, la primera llamada telefónica italiana de parte de Jorge Mario Bergoglio apenas nombrado Papa). [Ndt.]

Como fue previsible el papa argentino – después de haber tirado las “raíces cristianas de Europa” y los “principios no negociables” que son a la base de la civilización europea – ha proclamado su único «principio no negociable»: la inmigración.

Y, con ella, el hundimiento de Europa.

Del resto – a despecho del título del premio – la desastrosa Europa tecnocrática y laicista, es decir a guía alemana y francés, tiene, ya desde hace tiempo, renegado Carlo Magno y el Sagrado Romano Imperio, es decir la cultura cristiana que ha construido la Europa de los pueblos.

Bergoglio ha invitado a hacer memoria del pasado, pero él es en ayunas de historia. En efecto ha repetido la usual cantilena sobre el deber de «construir puentes y derribar muros», ignorando que Europa literalmente ha nacido de la construcción de sólidas paredes de confín, defensas por milenios con la espada.

MUROS PARA DEFENDERSE DEL ISLAM

Los Francos construyeron el primero núcleo de su reino y el Sagrado Romano Imperio justo cuando, a Poitiers, en el 732 d.C., hicieron muro para parar la primera invasión islámica que desde España intentaba conquistar Europa.

Carlos Martel venció gracias a la ayuda de Visigodos, Bávaros, Alemanes, Sajones y Gépidos.
Fue el primero muro de defensa europea de la naciente civilización que estaba tomando forma en los monasterios benedictinos, dónde se salvaron y se transmitieron los tesoros de la cultura griega, judío-cristiana y latina y se hizo renacer el trabajo, la agricultura y la economía.

A parte las batallas de Carlo Magno sobre los Pirineos, Europa, continuamente saqueada por correrías sarracenas, se salvó porque en los otros dos, colosales, tentativas de invasión musulmana, los europeos todavía hicieron muro y vencieron.

A Lepanto en 1571 gracias a la flota de la Liga Santa promovida por papa Pio V (en aquel tiempo los papas defendieron la cristiandad de la islamización, mientras que el actual quiere derribar las fronteras y favorecer la invasión).

La tercera vez en que fue evitada la invasión islámica de Europa estuvo en el 1683, bajo las, sólidas, murallas de Viena.

El imperio Otomán ya había conquistado el imperio romano de oriente, devastando el milenario Bizancio y avanzando, con 140 mil hombres, sobre por los Balcanes hasta Viena.

Si hubieran caído sus murallas, Europa hubiera sido invadida e islamizada. Pero un ejército cristiano (mitad de aquel otomano), conducido por el rey polaco Giovanni III Sobiesky y formado por austríacos, polacos, italianos, francones, sajones, suevos y bávaros, venció y Europa fue salva para la tercera vez.

De otro modo hoy seríamos todo turcos, como a Bizancio que se ha convertido en Estambul. Y la Basílica de San Pietro sería una mezquita como ha ocurrido a Santa Sofía.

A decirla todo – pero Bergoglio lo ignora – Europa ha nacido, desde su lejano origen griego, justo construyendo un muro intransitable con respecto del desbordante invasión oriental.

MUROS CONTRA LOS PERSAS

En efecto Europa no existe desde siempre. Mientras todos los otros continentes son entidades geográficas definidas, ella – que es un apéndice de Asia – sólo nace de una identidad cultural.

Su cuna han estado como pequeñas ciudades griegas Mileto dónde algunos, a empezar de Tales, siglo VII a.C., tomaron a reflejar sobre el ser, sobre el Logos, la razón, y sobre el arché, el principio.

El ethos del pensamiento, de la búsqueda sobre la verdad y sobre el ser, fue el primero germen del hombre europeo que brotó luego con Sócrates y Aristóteles.
Pero el botón amenazó de ser atropellado enseguida por el oriente asiático. El imperio persa con su oscura cultura de los mitos, de las inquietantes cosmogonías y de las agobiadoras teocracias estuvo a punto de consumirse todo el occidente.

La chispa del revuelto anti-persas en el 490 a.C. brilló justo a Mileto y estrenó a Maratón, luego a las Termópilas, por fin a Salamina, pocos bravos combatientes griegos rechazaron la desmesurada potencia persa.

Gracias a este muro humano pudo florecer el primero germen de Europa, en fin exaltado por Roma, de la civilización jurídica de su imperio mediterráneo y por fin abrazado y hecho fecundo del anuncio cristiano llegado, a Atenas y Roma, con los apóstoles Pedro y Paulo que provinieron de Jerusalén.

Ésta es Europa.
Sólo de una ciudad que tiene sólidas paredes y clara identidad se pueden construir puentes.

En efecto esta cristiandad europea llevó la esperanza cristiana de la inmortalidad en todos los continentes y conjunto llevó la libertad, la dignidad humana y la racionalidad. La que ha dado a luz la tecnología, la ciencia y el bienestar económico.

EL MAL

Pero de la denegación de estas raíces también ha nacido el mal, es decir los totalitarismos que han ensangrentado Europa y el mundo del Novecientos.

Sobre sus escombros, en cambio, del 1945, la paz, la prosperidad y la unidad europea han vuelto gracias a estadistas católicos como Schuman, De Gasperi y Adenauer que recondujeron sus pueblos a las raíces cristianas, (todo y tres tienen la causa de beatificación en curso o en calle de abertura).

Después de la caída del Muro de Berlín de los ‘89 ha prevalecido en cambio una tecnocracia europeo laicista que de nuevo ha barrido fuera aquellas raíces reemplazándolas con la moneda única y con políticas desoladoras.

Los grandes pontífices, Giovanni Paolo II y Benedetto XVI, han lanzado la alarma contra esta deriva nihilista y tecnocrática, una verdadera “dictadura del relativismo” que amenaza de dar a luz nuevos monstruos.

Si Europa hubiera querido hallar sus raíces y con ellas la energía de renacer, los habría escuchado.

Pero no lo ha hecho. En efecto ningún premio Carlo Magno le ha sido dado a Benedetto XVI, que ha sido un verdadero gigante del pensamiento europeo, bastaría su histórico discurso de Ratisbona.
La oligarquía progresista alemana (a partir de los obispos teutónicos) aborreció a Ratzinger.

LAS TINIEBLAS DE BERGOGLIO

Hoy que Europa es a la deriva, en crisis, envejecida, ha cercenado sus raíces, es invadida y ahondada por una tecnocracia desastrosa, el Premio ha sido asignado justamente al símbolo perfecto del extravío espiritual de Europa: el argentino Bergoglio, el paladín de la invasión, el que más empuja por el hundimiento de la antigua Europa (han sido Jean-Claude Juncker y Martin Schulz a motivar esta asignación).
Y no al azar Bergoglio, en su discurso, ha pedido a Europa de abrir las fronteras a la marea migratoria exaltando justo aquel “multiculturalismo” que generalmente es una máscara del relativismo, a menudo del odio anticristiano y sobre todo es la puerta abierta a la islamización.

En efecto Benedetto XVI, en su diálogo con Marcello Pera titulado «Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam» dice:
“El multiculturalismo, que viene continuamente y con pasión alentado y fomentado, es a veces sobre todo abandono y denegación de lo que es lo propio, fuga de las cosas propias.”

Es esta renuncia a su identidad y a sus valores que ha hecho envejecer Europa y la devuelve hoy una frágil maceta de barro en la competición internacional.

Ratzinger explicó:
“Hay aquí un odio de sí del occidente que es extraño y que se puede considerar sólo como algo patológico; el occidente intenta sí, de manera loable, de abrirse lleno de comprensión a valores externos, pero no se quiere más a sí mismo; de su historia ya ve solamente lo que es deplorable y destructivo, mientras ya no es capaz de percibir lo que es grande y puro. Europa necesita un nueva – ciertamente crítica y humilde – aceptación de sí misma, si quiere sobrevivir de veras”.

Benedicto ha sido barrido fuera. Hoy el corazón mismo de Europa, Bruselas, es más islámico que cristiano, Europa es “desarmada” como una “tierra de nadie” dónde quienquiera puede desembarcar, como dice la reciente relación del Europol, y, en un típico alarde de buenas intenciones, la Unión Europea se rinde hasta a Turquía con tal que parar temporalmente la invasión.

Miope autoagresión. Una Europa en manos de estas absurdas tecnocracias y sin sólidas raíces cristianas no tiene ningún futuro.

 

Lepanto 1571

Lepanto - Paolo Veronese

«Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii, victores nos fecit»
(No el valor, no las armas, no los líderes, pero Nuestra Señora del Rosario nos hizo ganadores).

Hoy, 7 de octubre es el aniversario de la gran batalla naval de Lepanto (1571), en la que la flota cristiana (con la contribución fundamental de los hombres y las naves de la República de Venecia) derrotó a la flota otomana.

 

Tal vez, para muchos, esta fecha y el nombre no significa nada pero sin embargo fue una batalla decisiva para el destino de Europa, para el destino de la cultura y la civilización europea, y más allá.

 

Al alba del 7 de octubre las flotas cristiana y turca se encontraron en el golfo de Lepanto (ahora Corinto) frente a las costas de Grecia en el Mar Mediterráneo, y «comenzó la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros», según las palabras de don Miguel de Cervantes y Saavedra, que la combatió a los 24 años, siendo herido en el pecho y en el brazo izquierdo, que le quedaría inútil.

 

La flota estaba compuesta por 134 barcos venecianos (6 galeazas, 106 galeras, 2 naves y 20 fragatas), 164 barcos españoles (90 galeras, 24 naves y 50 fragatas y bergantines), 18 barcos del papado (12 galeras y 6 fragatas) y 9 galeras de Malta.

Los soldados españoles sumaban 20.000, los del Papa 2.000, los venecianos 8.000 y unos cuantos Caballeros de la Orden de Malta.

La flota era dirigida por Juan de Austria hijo natural de Carlos V y por tanto medio hermano del rey Felipe II de España.
Marco Antonio Colonna, condestable de Nápoles y vasallo de España, era el almirante del papa y Sebastián Veniero el de las naves venecianas.

La victoria cristiana fue total. Se perdieron 12 galeras cristianas y 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 de la escuadra del Papa y el resto venecianos.

Se contaron 190 galeras turcas apresadas, de las que sólo 130 estaban útiles, quemándose las otras 60. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Se estimaron entre 20.000 y 30.000 los muertos del enemigo.
(Wikipedia).

 

Fue la batalla más sangrienta de la época con la que, sin embargo, los cristianos fueron capaces de bloquear la avanzada que parecía inexorable de los turcos otomanos.

El 31 de mayo 1453, Mahoma II había conquistado la ciudad de Constantinopla y con ella el antiguo Imperio Cristiano de Oriente, y los turcos musulmanes creían inminente el día de su dominación mundial.

En 1480 tomaron Otranto, ciudad del sur de Italia, y además de los muertos en la batalla, fueron asesinados, cortándoles las cabezas, los ciudadanos que todos rechazaron convertirse al Islam. Son los 813 mártires de Otranto que fueron canonizados el mayo pasado por Papa Francisco.

En 1521 se adueñaron de la ciudad de Belgrado, en 1526 conquistaron Hungría y habían llegado a las puertas de Viena.

En Italia invadieron y saquearon todas las costas del sur. Trípoli ya se había retirado a la españoles, la isla de Chios a los genoveses, de Rodas a los Caballeros de Malta.

 

En febrero de 1570 había llegado a Venecia un embajador turco con un ultimátum: o bien el traslado al sultán de la isla de Chipre o la guerra.
Venecia había despreciado. Sin embargo, después de once meses de asedio, el primero de agosto 1571 había caído la capital de Chipre, Famagusta.

Cuando el comandante turco había penetrado en Famagusta, aunque el pacto de rendición hubiera garantizado la vida a los sobrevivientes, había matado a todos los soldados y desollado vivo el comandante veneciano Marcantonio Bragadin.

El terror reinó en el Mediterráneo, el viejo Mare Nostrum romano. El destino de los cristianos en Chipre era que el Islam parecía preparar a los cristianos de Europa.

 

 

El nombre de Lepanto pasó a la historia. Por primera vez en un siglo en el Mediterráneo quedó libre. A partir de ese día comenzó la decadencia del Imperio Otomano.

Había sido un teólogo dominico, Michele Ghislieri, Papa con el nombre de Pio V, a darse cuenta de que sólo una guerra preventiva habría rescatado al Occidente.
Instó a las potencias cristianas a unirse en contra de los agresores y la defensa de Cristiandad fue el eje de su breve pontificado.

 

El carácter extraordinario de Lepanto es que, a pesar de todo, por una vez, los príncipes, políticos y comandantes militares fueron capaces de dejar de lado sus divisiones y unirse para defender a Europa.

Esto fue posible porque la política europea del siglo XVI todavía tenía algún compromiso con una visión sustancialmente común del mundo, basada en el respeto de la cristiandad y de la ley natural.

 

 

Conmemorar Lepanto entonces tiene otro significado, para hacernos reflexionar sobre hechos, acontecimientos más cercanos a nosotros, de nuestros días.

Una civilización culturalmente homogénea, que quiera defender sus valores, tiene la capacidad de reaccionar en una manera sustancialmente compacta en defensa de su propia paz, y lo hace sin pisotear su identidad y su dignidad.

 

Pero algo ha cambiado.

El fenómeno profundo con el que tenemos que tratar es el siguiente: Occidente está cansado y desde muchos años.

Ya hubo innumerables gurús que han profetizado el ocaso, la decadencia, con argumentos sólidos, pero el cansancio ya no es indagación teórica o hipótesis filosófica de los expertos: es que realmente todos somos moralmente agotados.

Hemos perdido valores e ideales: no tenemos visión para el futuro; no tenemos fuerza para luchar contra nada y nadie.

Las palabras que cuentan para nosotros son la solidaridad, la igualdad, la hospitalidad, vacaciones, protección, seguridad, asistencia social, derecho a la salud, gratuidad de los servicios, defensas por el mercado y sus riesgos.

En cambió nos hacen sonreír palabras como la disciplina, la obediencia, la tradición, el catecismo, la ortodoxia, la valentía, la lealtad, el honor, y no parece ser irritante la idea misma de una civilización común, en efecto occidental, con sus vínculos culturales, lingüísticos y religiosos.

Odiamos los roles familiares, o sea la familia que ya no hay; rechazamos una educación rigurosa, estricta, y la ignorancia es general; tememos al dolor, el sufrimiento, el carácter efímero de la vida personal y entendemos la inmortalidad como proyecto para perpetuar la exterioridad, el cuerpo, rehaciendo también la cara o los senos o labios.

 

Estamos agotados, el Islam no lo es.

Queremos que nos dejen en paz, que nos hagan la guerra.
Pero siguen a contarnos su verdad heroica: aman la muerte más de lo que nosotros amamos la vida.

 

Hay todavía hombres dispuestos a “tomar algunos riesgos por sus ideas”

 

 

 

 

Si nos paramos a votar

voto

Dejar de jugar a un juego amañado es la mejor manera de salir de una espiral descendente que nos va a destruir.

El rey está desnudo, pero mientras la gente no lo entienda de ninguna manera tratando de imaginarlo con su ropa, la comedia nunca llegará a su fin.

 

Se han tenido elecciones, aquí en Durango y en otros 14 estados de la república, y estaba reflexionando sobre dos anomalías o más bien dos acontecimientos que he visto suceder en mi ciudad en estos días.

 

Me llamó la atención la incesante propaganda electoral que se desencadenaba sobre la ciudad.
No tanto con mitin que aquí que no se usan mucho: no hay realmente necesidad de explicar al público el propio programa de gobierno cuando, primero, no interesa a los ciudadanos (las evaluaciones son hechas por los ciudadanos sobre la base de ventajas personales, prometidas u obtenidas en el momento de la votación), y, en segundo lugar, todos los programas son iguales en la retórica de las promesas utópicas (siempre lo mismo: la reducción de la pobreza, la lucha contra la delincuencia, la lucha contra el hambre, la seguridad, y toda la lista de ilusiones).

Cuanto con espectáculos (cantantes en todos lados, bailes, desfiles que parece carnaval) en un ruido ensordecedor que sólo sería suficiente para entorpecer las mentes.

Bueno, después de todo esto, vamos (van) a votar

Luego, el silencio absoluto.
Aparte de las proclamas triunfalistas del primer día cuando todos han ganado, han pasado cuatro días y en ninguna parte (periódicos, televisión, internet), logré leer una previsión, una indicación de voto, un resultado, un anuncio oficial, aunque parcial, de los resultados.

Lo que en el mundo se ofrece en directo (en los EE.UU. es casi inmediato; en Europa el recuento de votos es constantemente seguido por los periódicos, con esquemas, con cuadros sinópticos que indican el porcentaje de votantes, de los votos escrutados, y la repartición entre los partidos, con el Ministerio del Interior que da cada hora información oficial a través de la radio y la televisión), aquí, aparte las reclamaciones individuales de la victoria de varios partidos, no se da ninguna comunicación, a ningún nivel.

Y, lo que me aparece lo más raro, es que a la gente, aparentemente no le interesa de saber. Antes se discutía, como es normal, a favor del uno o del otro candidato encontrando calidades o defectos: ahora no, nadie habla de eso.

 

Quizá, estaba pensando, ¿es porque ya saben quién ganó? ¿Saben que no es posible ir en contra de unos aparatos políticos que manejan, compran, deciden todo?
Y esto con una resignación, con una aquiescencia frente a los juegos de poder de candidatos y partidos que me deja atónito.

Por lo tanto, sí es así, me pregunto: ¿por qué ir a votar?

 

La cuestión no es nueva: muchos se han preguntado en el pasado, incluso en países con tradición democrática más establecida.
La pregunta no es ni retórica ni vana.

 

La teoría del gobierno de los representantes electos es que estos chicos son contratados por votación ciudadana para cuidar de todos los asuntos relacionados con los intereses comunes.

Es esta transferencia de poder a los agentes elegidos por el votante que es el punto crucial de la ideología republicana.
La transferencia es casi absoluta y el mandato es irrevocable. Para el abuso o mal uso de su cargo, el único recurso que nos queda, es para expulsar a los agentes en las próximas elecciones.

 

Esto es lo que se llama “la tragedia de la representación”: aquellos que en el pasado sólo eran portavoces y representantes de quienes los habían delegados, a través de los siglos han sido capaces de apropiarse plenamente de la voluntad de los que se supone habrían debido defender e incluso han reivindicado, con éxito, un mandato libre de todas las obligaciones y compromisos contractuales.

Fue Bruno Leoni, jurista y economista italiano del siglo pasado del cual ya les hablé, señalando que en los siglos que precedieron al triunfo del estado moderno los representantes del pueblo estaban estrechamente conectados con las personas representadas, hasta el punto que en 1295, cuando el rey Eduardo I (de Inglaterra) convocó a los delegados elegidos por los pueblos, los condados y las ciudades ingleses, “las personas convocadas por el rey en Westminster fueron considerados verdaderos representantes y agentes de sus respectivas comunidades”.

Originalmente, el antiguo principio de “no taxation without representation” con lo que los colonos eligieron la independencia de América del Norte fue entendido como que ningún impuesto puede ser legítimo en ausencia del consentimiento de la persona gravada.

 

Así que si pudiéramos dejar de votar por partidos y candidatos, volveríamos a apropiarnos de la responsabilidad individual de nuestras acciones y, por lo tanto, de la responsabilidad por el bien común. Tal retiro sería equivalente a una advertencia a los políticos: ya nosotros, como individuos, decidimos cuidar de nuestro negocio, ya no son necesarios sus servicios.

 

Así sería, ¡si los políticos permitieran ser expulsados de sus posiciones de poder y privilegio!

Hay que darse cuenta que la propuesta de dejar de votar es básicamente revolucionaria; equivale a un cambio de poder de un grupo a otro, de los políticos a los ciudadanos, lo que es la esencia de la revolución.

 

No hay duda de que los hombres de grandes intenciones siempre darán sus talentos para el bien común, sin pensar en ninguna recompensa, sino al bien de la comunidad. Pero mientras nuestro sistema tributario sigue siendo, siempre y cuando los medios políticos para adquirir bienes económicos son disponibles, los hombres tratarán de satisfacer sus deseos con el mínimo esfuerzo.

Es interesante pensar en el tipo de campaña electoral y el tipo de candidato que tendríamos si la tasación fuera abolida y si el poder de dispensar privilegios desaparecido. ¿Quién competiría por cargos públicos si no hubiera “nada en ellos?”

Para llevar a cabo la revolución sugerida todo lo que es necesario es mantenerse alejados de las mesas electorales. A diferencia de otras revoluciones, no se requiere de organización, no se requiere de violencia, no se requiere de ninguna guerra, no se requiere de un líder.
En la tranquilidad de su conciencia todo ciudadano se compromete consigo mismo, prometiendo a sí mismo de no dar apoyo moral a una institución inmoral y el día de las elecciones se queda en casa. Eso es todo.

 

En estas elecciones en México fueron más del 53 % que se comportaron así, y no creo que el país se encontrará en una condición peor que antes.

 

Para este artículo tomé en cantidad, a manos llenas, de un olvidado texto, “If We Quit Voting” del 1945, de un autor olvidado: Frank Chodorov.

¿Por qué olvidado?
Quién canta desde fuera del coro, o no nos dejan oírlo, o no queremos oírlo.

 

 

Los Gansos del Capitolio

Oche

Es una leyenda de la Roma antigua, de la Roma virtuosa, republicana, y en mi tiempo la estudié en la secundaria en la clase de historia.

Está relacionada con el asedio que Roma sufrió por los Galos, pueblo bárbaro (hay que aclarar que por los Romanos todos los pueblos, excepto ellos, eran barbaros) que vivía en el norte, en los lugares que ahora se llaman Francia, más o menos alrededor del año 390 aC .

La historia, así como se relata, tiene lugar en el Capitolio, alrededor del templo de Juno, donde los romanos sitiados habían refugiados y donde vivían unos gansos consagrados a la diosa.
Después de unos días, los romanos empezaron a pasar hambre por lo que fueron fuertemente tentados de matar a los gansos que vagaban libremente en el Capitolio, pero no tuvieron el valor, por miedo a contrariar a la diosa.

Y bien hicieron en este propósito pues una noche, los Galos, intentando un ataque contra la fortaleza del Capitolio, ya estaban escalando las paredes cuando los gansos, con sus aleteos, despertaron la centinela, Marco Manlio desde entonces apodado Capitolio, que con los soldados romanos luchando con gran energía logró repeler a los Galos y liberar el Capitolio y Roma.

Y ahora aquí, pero no quisiera aburrir a mis siete amigos lectores, se asentaría otra leyenda que nos cuenta que en realidad los Galos aceptando de marcharse pidieron un tributo de mil libras de oro. En el momento de pesarlas, los romanos se dieron cuenta que las balanzas estaban desajustadas y, aún más, Brenno el jefe de los Galos, juntó a la balanza su pesada espada pronunciando la desde entonces famosa frase: «Vae victis!» («¡Ay de los vencidos!»).
Pero, y la historia sigue narrando, llegó el comandante romano Marcus Furius Camillus que enseñando a Brenno su espada le gritó: «Non auro, sed ferro, recuperanda est patria» («No con del oro sino con el fierro, hay que rescatar la patria»).

Los hechos fueron narrados por el historiador Tito Livio, pero eso no nos garantiza nada de la veracidad.
Ya sabemos cómo la historia, y los historiadores, ahora los llamaríamos periodistas, relatan los hechos: según la enfoque de los vencedores o, igual, de los que mandan.

Esta la historia o, según les guste, la leyenda; pero desde entonces los gansos del Capitolio se convirtieron en un símbolo de la necesidad que alguien, persona o institución, se haga despertador, alertador de conciencias, defensor de los principios más sagrados de la libertad y de la independencia individual contra cualquier enemigo.

Eterna vigilancia es el precio de la libertad.
Thomas Jefferson

Pero en un mundo siempre más masificado, hedonista, apagado en su efímeras certezas de redistribuido bienestar, ¿quién o quiénes son, o deberían ser, los despertadores de las conciencias, los gansos capitolinos de nuestra civilización?

El panorama es desolador.

En tiempos recientes, ya después de la segunda guerra mundial, fue Winston Churchill quien asignó a la prensa la función de perro guardián de la democracia, de la libertad.

Habían cambiado los tiempos: el enemigo más peligroso, el asedio más solapado a la libertad, ya no se encontraba afuera de las fronteras nacionales, sino propio adentro de las instituciones, del estado.
Aumentando sin límite su tamaño y su poder, impregnando toda la vida social, seguía aplastando autonomía y libertad del individuo.

Pues democracia es un término, una forma de organización social, que formalmente atribuye la titularidad del poder al pueblo, a la sociedad, mientras en realidad es una gestión del poder tomada por los políticos de profesión, es decir por los que han hecho de su vida el negocio del poder.

Faltan  -no hay más o están sujetos, comprados de una forma o de la otra por el poder-  los que un tiempo se llamaban las elites intelectuales, los forjadores de palabras y de conciencias: artistas, pensadores, escritores, periodistas que tenían el valor y la capacidad de guiar, o mejor enseñar el camino y los peligros conectados, a un pueblo, a una humanidad a veces sorda, a veces desconfiada, a veces desanimada, desalentada.

Por un tiempo hemos creído que la modernización económica y social nos habría llevado a la liberación de todos vínculos y sujeciones: creíamos que también la religión era un vínculo desagradable.
Los laicistas modernizadores saludaban el hecho de que la ciencia, el racionalismo y el pragmatismo estaban eliminando las supersticiones, mitos, irracionalidades y rituales en que reducían religión y fe. La sociedad naciente habría sido tolerante, racional, pragmática, progresista, humanista y laica.

Muy pocos, tachados despectivamente de conservadores, nos advertían de las nefastas consecuencias de la desaparición de la fe religiosa religiosas y de la guía moral que la religión proporcionaba para la conducta humana individual y colectiva.

El resultado final lo estamos viendo.

«Si no quieres tener Dios (y Él es un Dios celoso)», decía T.S. Eliot, «tendrás que rendir homenaje a Hitler o Stalin. (u a Chavez)» cursiva adjunta.

Este es mi tímido, humilde, esperanzado aleteo.

Mis escritos tienen muchos padres en el sentido que salen de mis lecturas, de libros y ensayos de muchos autores, así que, a veces, me parece que mis pensamientos sean hijos de nadie, sólo míos.
Es una hybris, un orgullo que, afortunadamente, mi modestia natural y mis evidentes y reconocidos límites pronto ahuyentan.

Lincoln

Lincoln

Hay películas. Y luego está la realidad histórica.

 

Tuve la ocasión de ver, hace poco, la celebrada película “Lincoln”, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Daniel Day-Lewis en el papel protagonista.
Relata los esfuerzos del presidente Abraham Lincoln, en enero de 1865, para pasar la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que abolió formalmente la esclavitud en el país.

A pesar de los premios que recibió para mí fue larga y aburrida; pero no es mi asunto de hoy hacer una reseña sobre el lenguaje fílmico.
Lo que me interesa es exponer como a menudo las películas históricas intentan de transformar la realidad de los acontecimientos pasados para transmitir e inculcar una visión políticamente correcta y en consonancia con el espíritu de este tiempo.

Lo que pasa es que, con nuestra falta de cultura y de conocimiento histórico, vamos tomando como verdad, sólo por el motivo que lo vemos en una película, o lo leemos en un libro, bajo la indicación de hechos históricos u acaecimiento realmente existido, lo que sólo es una interpretación o manipulación del mismo.

Mientras una reconstrucción histórica -aunque hollywoodiana- debería tener como objetivo básico lo de narrar en términos relativamente exhaustivos hechos reales soportados por una investigación sobre documentos históricos.

Nada de esto en la película.

La reconstrucción está en los límites de la “fanta-historia”, el partidismo es desagradable e indigesto, la perspectiva “yankee” se convierte en voz dominante de la peor violación de una realidad tan dramática como la de la Guerra Civil Americana.
De esta forma, una figura compleja, inquietante y contradictoria como el decimosexto Presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, viene pintado en tonos hagiográficos y santificadores, con el habitual oropel del emancipador de los esclavos, del salvador de la paz y de la libertad.

En cambio muchas otras son las causas profundas de ese terrible conflicto que desgarró los Estados americanos. Se le llamó Guerra Civil ya que se libró entre los estadounidenses. Pero ante todo es la Guerra de Secesión, que los Estados Confederados de América combatieron para preservar la concepción federalista de los padres fundadores, la de Thomas Jefferson, la de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

Nosotros los representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en Congreso general, acudimos al juez supremo del mundo para hacerle testigo de la rectitud de nuestras intenciones. En el nombre y con el poder pleno del buen pueblo de estas colonias damos a conocer solemnemente y declaramos que estas colonias unidas son y por derecho han de ser Estados libres e independientes; que están exentas de todo deber de súbditos para con la Corona británica y que queda completamente rota toda conexión política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña, y que, como Estados libres e independientes, poseen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, anudar relaciones comerciales y todos los demás actos y cosas que los Estados independientes pueden hacer por derecho. Y para robustecimiento de esta declaración, confiados a la protección de la Providencia divina, empeñamos unos a otros nuestra vida, nuestra fortuna y nuestro sagrado honor.
Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams

Según Jefferson cada Estado, como parte soberana del pacto constitucional, dispone de un «derecho natural» para declarar la ilegalidad de un acto del Congreso contrario a la distribución de competencias establecida por la Constitución.

En la práctica el gobierno federal fue creado por un pacto entre los Estados; la Entidad indicada por la frase “We the People” se había unido al pacto únicamente por medio de cada uno de los Estados.
Como consecuencia, los Estados tenían que ser considerados como los “señores” de la Constitución, los únicos depositarios del derecho de interpretarla en una manera decisiva y vinculante.

Jefferson declaró, en una carta de tiempo, estar dispuesto «a separarse de la Unión, a pesar de que nos gusta tanto, antes de rendirse los derechos de autogobierno que hemos conservado y que se considera la clave para nuestra libertad, nuestra seguridad y nuestra felicidad».
A partir de entonces, esto se convertiría en uno de los temas clásicos del pensamiento de Jefferson: la libertad y el autogobierno no puede subordinarse a la Unión.

Este es el antecedente que no debemos olvidar, si queremos juzgar con ecuanimidad la Guerra Civil o mejor la Guerra de Secesión

Comúnmente se dividen en «norteños», y en «sudistas»; los primeros guapos y brillantes en sus chaquetas azules cielo, los segundos desaliñados y canallescos con camisa gris como su causa. Pero Hollywood no es la realidad histórica.

La idea de una “guerra civil” en la que, entre 1861 y 1865, se enfrentaron el Norte y el Sur de los Estados Unidos de América es correcta hasta cierto punto. Normalmente se transmite otra: el del Norte se vio obligado a utilizar las armas para reducir el Sur a la razón y poner fin a la práctica ilegal de la esclavitud.
Los buenos, los legalistas, se encontraban en el Norte; los bandidos, los forajidos, estaban en el Sur. En el norte los abolicionistas, los dueños de esclavos en el Sur.
¡Lástima que en 1865, al final de la guerra, el general Robert E. Lee, comandante del ejército confederado, hacía tiempo que había liberado a sus esclavos, mientras que el ganador norteño, el general Ulysses S. Grant, seguía siendo propietario de los suyos!

Cuando todo se acabó, la libertad para todos, lo que caracteriza al Norte, se hizo ley, incluso en el Sur reaccionario.
La expresión «guerra civil» nació aquí. Funciona, pero es una gran mentira.

Así que cuando, en 1861, después de las elecciones a la presidencia de Abraham Lincoln, formalmente se separaron y luego declararon la independencia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas, poco después, seguido por Virginia, Arkansas, Tennessee y Carolina del Norte, lo hicieron en la legitimidad constitucional completa.

Inmediatamente, dieron a luz a un nuevo orden político-institucional, el CSA (Estados Confederados de América), y lo forjaron en una Constitución confederada, que explícitamente se ponía en continuidad con la Federal del 1789.

La secesión, en definitiva, fue el instrumento para romper el pacto federal y volver a forjarlo en la continuidad (como las colonias que habían roto institucionalmente con la madre patria británica para salvaguardar la continuidad jurídico-cultural): lo que era el sentido común de todo el país y no sólo un hábito “sudista”.

Al final, fue el Gobierno central-centralista contra los Estados, no es el “Norte” contra el “Sur”.

Para los confederados, de hecho, fue el gobierno federal que traicionó a la Constitución y el país cuando, con Lincoln y una gran parte del Partido Republicano, se atrincheró en un centralismo que propio el original tratado constitucional había evitado sabiamente. Eran los Estados del Sur, pero fue una batalla constitucional universal: entre los instrumentos de revisión de aquel contrato voluntario que se fue llamado Constitución fue comúnmente aceptada también la salida: lo que se llama técnicamente “secesión”, pero que, desde entonces, se ha convertido en una palabra tabú.

La carta que Lincoln envió a Horace Greeley es la refutación más evidente de la idea de que él haya desatado la guerra contra el Sur con el noble objetivo de erradicar la mala hierba de la esclavitud; él no quería que “alguien albergaba la más mínima duda” sobre las verdaderas razones del conflicto:

Lo que quiero es salvar la Unión. […] Mi objetivo primordial en esta lucha es salvar la Unión, y no para mantener o eliminar la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a un esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla liberando a todos los esclavos, lo haría. Si pudiera salvar liberando a algunos y abandonar otros también lo haría. Lo que hago con la esclavitud y para la raza de color, lo hago porque creo que ayuda a salvar la Unión y lo que no hago, no lo hago porque yo no creo que vaya a ayudar a salvar la Unión.

La esclavitud no fue la causa de la guerra, pero la excusa con la que se impartió al sistema del país un inédito giro neo-jacobino-estatista.
Fue fácil porque la esclavitud era insostenible, pero el hecho de que el Sur ha perdido ha allanado el camino para un nuevo poder que a partir de entonces ya no ha encontrado obstáculos.

Todo esto fue posible gracias a la derrota de la Confederación: América murió el 9 de abril 1865 en Appomattox, cuando el general Lee firmó la rendición incondicional frente a Ulysses S. Grant. Esta escena es, por desgracia, representada por Spielberg en su himno a Lincoln como el comienzo de una nueva era de hombres libres e iguales.
La Old Republic, la América de los orígenes fundada en la tutela de los derechos naturales de los individuos, en el sistema federal, en los poderes reservados a los estados o al pueblo según la Décima enmienda y en la idea más clara de libre mercado, murió en la Guerra Civil y la derrota de los Estados Confederados.

La película, que representa una visión deformada de la realidad y de los acontecimientos históricos -es cierto que la historia la escriben los vencedores a través de sus lameculos-, al final es un homenaje a la política autoritaria y centralista de la América actual y a su presidente Obama.

Los “Oscar” se ganan también así.

 

 

La masacre de Boston, integración y multiculturalismo.

Boston a

Lo que ocurrió en Boston hace pocos días ya se ha olvidado. Desaparecidas, obscurecidas, las tremendas y horribles imágenes de la pequeña pantalla, también se ha eliminado la atención, la reflexión sobre los acontecimientos.
Es el resultado inevitable de esta civilización de la imagen, emocional y superficial, que en el amontonarse de noticias, en el sobreponerse de emociones, no deja espacio para la reflexión, la profundización, el análisis.

Pero no es sólo esto. Al natural deseo de alejar las amarguras (aparta de mí esta copa -Marcos 14:36), hay que sumar también la indiferencia, la ignavia, el miedo que todos tenemos en el enfrentar lo que no entendemos o mejor, la defensa que actuamos cuando no queremos entender.

El verdadero problema a propósito de Boston es que nosotros los occidentales no queremos ver más allá de la punta la nariz y practicamos la política del avestruz, la de poner la cabeza en la arena.

Siempre harán en el mundo luchas, agresiones, asesinatos, como desastres y calamidades: son parte de nuestra imperfecta vida. Pero también hace parte de nuestra vida el compromiso, el esfuerzo de oponerse a éstos, por cuanto sea posible, sobre todo cuando originados de la voluntad, de la acción de los hombres.

Y el primer paso en el intentarlo es de llamar a las cosas con su nombre, no esconderse atrás de un dedo, no fijarse en el árbol y olvidar a la foresta.

Me parece, pero, que esto es lo que está pasando: hemos creado el término “lobos solitarios” para calificar de esporádico, sin conexión, sin lógica no más la de unos “normales” extremistas, los acontecimientos del otro día y de casi todos lo que se sucedieron después del 11-sep.

En la realidad, por mucho que se quiera “relativizar” y “justificar” a los homicidas con peregrinas teorías de inadaptación, pobreza o ignorancia, nunca estos eran inadaptados o pobres o analfabetos.

Esta “cobertura” podría ser aceptable si fuera sólo para no crear miedo, alarma, desasosiego en la gente pero me temo que sea también una actitud de los gobiernos y de la prensa “asociada” que intentan enmascarar la ideología islámica, que siempre ha inspirado a los terroristas, con subterfugios de falta de integración y de arraigo en la sociedad.

Lo que no entienden, que no quieren entender por un malentendido y estúpido irenismo, es que hay una guerra en curso, entre dos mundos, dos conceptos opuestos de vida, de religión, de estado y de individuos. Esto es.

El Islam es la única religión que exige a sus seguidores matar a los que no creen en Alá, a los infieles, y tomar venganza en su nombre.
Más que una religión es una ideología.
En el Corán, la venganza y la represalia santas son ordenadas a los musulmanes: «¡Oh vosotros que creéis. La venganza es prescripta para vosotros. El que transgreda esto tendrá un doloroso castigo!» [Corán 2:178]. O: «Tomaremos venganza sobre los pecadores» [id. 32:22].

Y nosotros somos los “infieles”, nosotros somos los pecadores:

«¿Quién considera usted que es infiel?» Murgan Salem: «A cualquiera que no acepte el Islam. O bien son infieles de origen, al igual que los judíos y los cristianos, o los apóstatas, tales como los laicos, liberales, comunistas o socialistas. El que no acepte el Islam es un infiel. Alá lo dijo, no yo».
Extracto de una entrevista con el clérigo salafista egipcio Jeque Murgan Salem, transmitida en el canal de televisión Tahrir TV el 16 de abril, 2013

El Islam ha demostrado a lo largo de sus catorce siglos de vida no sólo que es inasimilable, sino que es agresivo e intolerante; no todos los musulmanes son terroristas, esto es cierto, pero es un hecho indiscutible que cuando ocurre un atentado terrorista en un marco religioso, hay un 99% de probabilidades de que los asesinos sean musulmanes.

La prueba es que en los países islamistas la masacre produjo un gran júbilo, con danzas y alegría en las calles, como al tiempo de la estrategia de las «mil heridas» de Al-Qaeda.

Al final tenemos que considerar, sin bobos histerismos y sin baratos pacifismos que el bagaje cultural de las células “durmientes”, o “lobos solitarios” si nos gusta más, es la crisis, el fracaso del multiculturalismo, generoso aunque irrazonable y masoquista arranque que se refleja en la asignación de derechos colectivos diferentes a comunidades étnicas o religiosas.

La así llamada “buena sociedad”, aquella sociedad abierta fundada en el pluralismo de las ideas, es decir la tolerancia y el reconocimiento de las diversidades, nada tiene a que ver con el multiculturalismo, que nos lleva a una desintegración multiétnica.

Es importante a este punto distinguir entre dos palabras que a menudo (y mal) se utilizan como fueran sinónimos: multiétnico y multicultural. De hecho, existe la sociedad multiétnica antes de cualquier sociedad multicultural. La diversidad étnica es un hecho, el multiculturalismo es una de sus consecuencias.
Hoy en día, hablamos de sociedades multiétnicas y / o multiculturales en cuanto a la inmigración, pero históricamente el concepto se inició durante el período colonial. La sociedad multiétnica nació después de una conquista: así fue la perspectiva de los pueblos indígenas que han sido conquistados por los extranjeros.
La «solución» del problema multiétnico era, como es bien conocido, bastante expeditiva: los indígenas a veces convertidos, por las buenas o por las malas, a la cultura de los conquistadores (el caso del mestizaje en Latinoamérica); a veces matados o relegados a las reservas (el caso de los EE.UU.) donde pudieron preservar su cultura (en una forma de muerte civil) sin «mezclarla» con la de los conquistadores.
En las primeras décadas del siglo XX los EE.UU. fue el primer país para abordar la cuestión de las minorías étnicas o creadas por la inmigración que llegaba de todas partes, o derivadas de los descendientes de los esclavos: se tenía la intención de fundir, literalmente, las diferentes culturas para formar una nueva que no existía antes. El objetivo era la igualdad final.
El modelo del melting pot no tuvo éxito: de la igualdad final se ha puesto el énfasis en la protección de las diferencias de base: es el llamado pluralismo cultural.
Pero nos conduciría a un discurso más largo pues este pluralismo o multiculturalismo es, de hecho, uno de los muchos frutos del relativismo cultural, la idea de que todas las tradiciones culturales, incluso aquellas que, por ejemplo, niegan los principios de la libertad individual y la igualdad ante la ley (y en el nuestro caso la libertad de religión), deben encontrar respeto y protección legal como la de nosotros.

En nuestro tiempo, averiguado que los inmigrados no son todos iguales, aún más los que vienen de una cultura teocrática, muy diferentes de los que aceptan la separación entre política y religión, las cosas se ponen más difíciles.

El islam occidental es muchas cosas diferentes, pero el rasgo emergente es la re-islamización de la generación más joven -a menudo nacida en occidente-; el comando cada vez más cercano de la ortodoxia de la mezquita sobre la comunidad; la militancia religiosa que tiene como sencillo y único programa que la sociedad debe basarse en los principios del Islam.

Esto es lo que hemos visto en los años pasados en Francia, en las afueras de París; en los Países Bajos; en Inglaterra, en la Londres que han llamado Londonistan.

A este teoconservadurismo recio y a menudo armado no podemos oponerle las grotescas polémicas laicistas, el rechazo ideológico de unas palabras como “cristianismo”, “catolicismo”, “civilización”; oscurecer imágenes del Cristo, cubrir con lienzos el Santo Caliz, para no estropear el sueño pacifista.

En esto, terrorismo islamista, dictaduras neocomunistas, pensamiento “liberal-izquierdista”, tienen un marco común que los asocia.

No entenderlo puede ser peligroso. También en Latinoamérica.

No pasará mucho tiempo antes de que nos demos cuenta.

Raúl González Avelar: “La vida del General Patoni”

Gral Patoni

Ayer, a los ocho de la noche en el Palacio de los Gurza en Durango, Raúl González Avelar dio una interesante y documentada conferencia sobre un héroe duranguense: José María Patoni.

No quería hablarles de lo que no sé, si no por haber escuchado ayer por primera vez, pero queda claro que los que no intervinieron se perdieron una buena ocasión para conocer la vida y los acontecimientos de un hombre, nacido en El Mineral de Guanaceví, Durango, en el año de 1828, que fue General combatiendo por la Independencia contra los Franceses y llegó a ser Gobernador del Estado de Durango.

Les apunto que ese hombre tenía descendencia italiana: su padre fue Giovanni B. Patoni, nacido en el norte de Italia, Tirolo del sur.
También  por eso lo menciono.

Margaret Thatcher murió en Londres a la edad de 87 años

 

En este momento en el cual en todo el mundo aparecen necrologías recordando esta fuerte y espléndida mujer, vuelvo a poner lo que escribí hace poco más que un año sobre la “Dama de Hierro”.

 

Tengo también que subrayar la poquedad y la miseria intelectual de un político italiano, Romano Prodi, que siempre ha vivido con honores bajo la manta burocrática del estado. Sin entender nada.

Y lo confirmó declarando: “Responsable junto a Reagan de la crisis actual”; “Margaret Thatcher fue el portador de la idea de ‘un mundo sin reglas y controles’ que está en la base de la actual crisis económica y financiera”.

¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen (y dicen)!

MT, la “Dama de Hierro”

 

 

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