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La agonía de Europa

La destrucción del imperio romano

La romanidad se agotó por la falta de vitalidad y la incapacidad de defender las fronteras. Las motivaciones eran la riqueza heredada, el deseo de comodidad, la debilidad interior, el abandono de las costumbres que habían garantizado grandeza y universalidad. Se llamaba mos maiorum, los usos de los antepasados, el núcleo de la moral tradicional de la civilización romana. Terminó con emperadores derrochadores y derrotados, con descendientes de fuertes guerreros maquillados y disfrazados de mujer en busca de placeres de todo tipo, incapaces de luchar y expresar una cultura.

La Roma de Heliogábalo terminó con el pobre Rómulo Augústulo, el emperador adolescente en cuyo nombre se cerró un milenio de historia, después de que los romanos se habían confiado a generales bárbaros que derrocaban emperadores exangües y aristocracias que se habían convertido en parodia de sí mismas.

Hicieron falta siglos para que, con San Benedetto, volvieran el trabajo, la ciencia, la cultura, al desierto de ciudades abandonadas, campos que se habían vuelto estériles, vidas sin sentido. Ora et labora, era el lema: reza y trabaja, trabaja, estudia, construye y reconstruye.

Demasiadas circunstancias remiten a la penosa y larga agonía del imperio. Hoy todo sucede con gran rapidez y es dudoso que existan márgenes para cambiar de rumbo, es decir, invertir la inversión y luchar contra la disolución.

Especialmente si reflexionamos sobre la exhortación de la Unión Europea a Serbia a permitir el orgullo gay (Gay Pride), con la motivación de que forma parte de los «valores europeos». Por tanto, no es la manifestación – legítima – de quien ostenta conductas que otros tienen todo el derecho a oponerse y a considerar destructivas, sino incluso un valor de Europa y de Occidente.

Viva las desviaciones, viva las adicciones, tan difundidas, el rasgo unificador de la sociedad.
Del sexo, de las drogas, del juego, del dinero, del éxito individual, de los medicamentos, de una libertad irracional y carente de finalidad que se hace pasar por el progreso y por el derecho, por un materialismo absoluto cuyos efectos hemos experimentado en el terror pandémico.

Thomas S. Eliot escribió que es difícil que una sociedad pueda sobrevivir sin una religión, una espiritualidad compartida. Hoy debemos señalar, con el ejemplo de varias civilizaciones desaparecidas en el tiempo, que ninguna puede sobrevivir a la pérdida de la moral sexual.

* * * * *

Para seguir en el tema, como guinda del pastel, leo hoy que en España la ministra Montero (del Ministerio de la Igualdad -parece leer Orwell-) despacha la pederastia diciendo que «Los niños deben tener derecho a tener relaciones sexuales con quien quieran, siempre y cuando sean consentidos».

Jesús muriendo en la cruz:
Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!

Coca Cola en París – 1950

Los que me conocen ya saben de mi aversión a las bebidas azucaradas, ¡por supuesto prefiero a las alcohólicas! , y ante todo a la Coca-Cola.

No por el hecho que venga de los Estados Unidos, hay algo bueno también por allá (pero poco), sino porqué es algo, sabor, dulzura, manera de tomar, que se pone en total contraposición de mi manera de concebir el mundo.

 

No parezca exagerado esto del mundo: de hecho la Coca-Cola, y todo lo que le sigue y le rodea ha cambiado el mundo.

 

Tengo que volver, y mis cuatro lectores me disculparán, a los días lejanos de mi primera vida en Italia.

Que se esfuercen por ver con mis propios ojos: años inmediatamente después de la Gran Guerra Mundial; en Italia, destrucción, escombros, miseria. Era necesario reconstruir, partiendo de cero.

Y vi, ante mis ojos ingenuos y quizás torpes de niño, el despertar de un renacimiento de la voluntad y el compromiso.

Lo logramos o, mejor dicho, ellos lo lograron.

En medio de esta humanidad dolorosa y trabajadora, fatigada pero fuerte y orgullosa de sus objetivos, aquí aparece, junto al Plan Marshall (que por cierto les fue más útil que a nosotros) la Coca-Cola con su imagen festiva y siempre alegre, sonriente y feliz.

 

Una contradicción patente, para mí.

Era un deseo de dar una visión endulzada del futuro, de hacernos olvidar con un sorbo centelleante los horrores del pasado.

Pero, quién sabe, había algo bueno en esta locura, habría dicho Shakespeare…

 

 

Ya, Coca-Cola.

A nadie le gustó, demasiado lejos de nuestro gusto italiano, europeo.

Comenzaron a distribuirlo gratuitamente, para los hogares, los primeros carteles en las calles, publicidad con imágenes y sonidos atractivos en los cines.

Lo asociaron, fueron maestros en estas campañas de marketing, con una vida libre, poco a poco más y más transgresora: se podía beber de la botella, caminando por las calles; sin vergüenza.

Y ganaron; cambiaron nuestras reglas, nuestra forma de vida, nuestra forma de comer y nuestra forma de tomar.

 

Uno no puede oponerse, ¡ pero juzgar sí !, a la vida que pasa, a las modas que cambian, a los estilos de vida que se marchitan…

 

 

La foto que he puesto arriba la saque del internet, tiene como título Coca-Cola en Paris, 1950. Increíble y fascinante.

Es emblemático, y expresa perfectamente, además de lo de ellos, mi estado de ánimo, de aquella época y de ahora.

Mira las caras desconcertadas, sorprendidas, casi repugnantes de los clientes de este típico bistró francés. Acostumbrados, que sé, a los pastis o calvados, los codos descansando en el banco, ver un vaso de Coca-Cola servido. ¡Puah!

 

A veces una imagen dice más que mil palabras. Os dejo con esta imagen y mi asco.

 

 

 

Pero no lo llamen Europa

Europa

Tratando de poner orden entre mis cosas, libros, revistas, artículos, escritos, me encontré con este viejo folleto (octubre de 2005) escrito en Italia y, por supuesto, en italiano.
Lo he traducido y lo vuelvo a proponer ahora, aunque el tema (Europa: concepto, evolución, significado) quizás no sea de mucho interés para mis amigos mexicanos, porque ya entonces era posible vislumbrar, y lo subrayé, la disolución, la crisis, el vacío de los valores fundadores de Europa, que se quería y se creía unida.
Los hechos agigantados en los últimos años  -la inmigración masiva, el radicalismo islámico, la crisis del cristianismo, la debilidad y la aquiescencia de las clases dominantes-  están poniendo de relieve la caída inevitable.

 

 

Comenzaré diciendo que personalmente nunca he creído en el Ideal Europeo, aburriéndome la retórica que lo envuelve y no confiando en la tarea salvadora que se le encarga (defensa de los principios de libertad, democracia, respeto de los derechos humanos, libertades fundamentales y Estado de Derecho).

No a una ficción jurídica, como es el Estado, y también la Unión Europea, sino a la responsabilidad de los individuos deberíamos confiar.

 

Y luego porque, permítanme decirles, estamos hasta las narices de valores, de grandes ideales declamados con ojos severos y tonos austeros, desde gradas y balcones y salas presidenciales.

No sólo porque el nacimiento desde cincuenta años de gestación fue un texto pomposamente llamado «constitución europea» lleno de más de 500 artículos, y luego protocolos, anexos y declaraciones, para ser indigerible incluso a los franceses, sino precisamente por el propio proyecto, lo que tiene sus padres fundadores en los italianos  Altiero Spinelli, Ernesto Rossi, Eugenio Colorni y luego en los estadistas de la reconstrucción De Gasperi, Adenauer y Schuman.

 

Toda construcción impuesta, es un orden sobrepuesto, sufrido, no nacido de la libre concertación y, como tal, quita autonomía y libertad; impide, asfixia, comprime el espacio libre individual.

 

En mi concepción, que persigue el ideal libertario del orden espontáneo, de las instituciones que son “the result of human action, but not the execution of any human design” (Adam Ferguson 1782), de la gran sociedad sin Estado (lo que no significa sin reglas), la creación y la idolatración de Europa es una tontería.

 

¡Abrete cielo! Declararse hoy en contra de la UE, incluso decir que uno es escéptico, es ganarse una licencia de retrógrado, de viejo conservador, de oscurantista.

Pero era sólo la premisa, poner las cartas sobre la mesa y no hacer trampa en el juego. Ahora razonamos.

 

Si queremos que la Unión Europea antes del acontecimiento político sea un proyecto bien fundado y compartido, creo que es apropiado añadirle algún significado, transformarlo de un lema en un concepto: debemos aclarar en qué consiste la identidad europea, e incluso antes de eso, si existe esta identidad.

 

Se ha subrayado en varias ocasiones que Europa no ha tenido ni tendrá hoy ni tendrá mañana una sola filosofía, una sola fe, una sola moral.
Y hemos visto en ello la debilidad de Occidente.

Hemos tratado de encontrar el pegamento “en el sueño y el compromiso de transformar los campos de batalla en lugares de contactos pacíficos entre los pueblos”, en la construcción de un mayor grado de “justicia social”, en la concreción del “sueño europeo” expresado en el ensayo homónimo de Jeremy Rifkin como “el énfasis en las relaciones comunitarias más que en la autonomía individual, en la asimilación más que en la diversidad cultural, en la calidad de vida más que en la acumulación de riqueza, en el desarrollo sostenible más que en el crecimiento material ilimitado, en los derechos humanos universales y derechos de la naturaleza más que en los derechos de propiedad, en la cooperación global más que en el ejercicio unilateral del poder».

Palabrería hueca, retórica de buenas intenciones, utopía válida sólo como apisonamiento y sustitución de otra mucho más desastrosa, y tal vez sólo por esta razón aceptable.

 

Mirando hacia atrás, si queríamos dejar de lado el rechazo básico, el único fundamento plausible, real, histórico, pero olvidado o rechazado, era, y debería haber sido, la reconstitución de una mancomunidad cristiana de Europa de inspiración burkeana.

De hecho, fue el propio Edmund Burke quien habló de la civilización europea, como la unión del cristianismo germano-romano, fundada sobre tres elementos fundamentales: la cultura de la antigua Grecia fusionada con el derecho romano clásico; el cristianismo por sus fundamentos religiosos y morales; y las costumbres de las tribus germánicas que abrumaron y superaron al Imperio Romano.

“Estos tres elementos se combinaron en las provincias y naciones de Europa de diferentes maneras y en diferentes grados, dando a todo el continente un modelo social común, a pesar de la multiplicidad de lenguas y características nacionales.”

 

Una vez olvidadas las fundaciones burkeanas, rechazada la raíz judeocristiana, considerada no compartida y común, nada queda para apoyar un principio fundador.

Entonces, como siempre en ausencia de ideales e ideas, las visiones retóricas vinieron al rescate o, en otra lado, volvieron a caer en concepciones utilitarias.

 

Ya he dicho acerca de la primera.

Sobre este último, sin entrar en consideraciones geopolíticas que no pretendo subestimar, nos hemos reducido a una especie de Organización Comercial Europea, fuertemente burocrática y centralizadora, dentro de la cual, sin embargo, es conveniente agregar, por razones económicas, pero también por conveniencia política, el mayor número posible de miembros. Así que tenemos a los países bálticos, Turquía, Rusia en el futuro y, finalmente, por qué no, el Iraq pacífico y democrático.

Precisamente, ¿por qué no? No hay razón para discriminar.

Es más, el valor político, agregador y pacífico de las actividades comerciales no se ha descubierto ahora: lo ha dicho Bastiat.

 

Por supuesto, pero dejamos de considerarnos, desde las alturas de los bancos de Bruselas en nombre de unos principios que ya hemos pisoteados o rechazados, como «elegidos» para expedir licencias de democracia, para examinar civilizaciones, culturas y pueblos, para establecer codicilos y plazos.

 

Abramos el mercado inmediatamente y para la nunca desmentida ley de las consecuencias involuntarias florecerán desarrollos, aperturas, conmixtiones, contagios de la libertad.
No lo convirtamos en una cuestión prejudicial, permitamos que sea una consecuencia: solo puede darse un buen resultado para todos.

 

Pero, por favor, no lo llamen Europa.

 

Es mirando lo antiguo que se puede identificar los caminos del futuro.

 

Agradezco a Gugliemo Piombini por sus ideas de «Antes del Estado, la Edad Media de la Libertad» y a Marco Respinti por sus valiosos y documentados comentarios a la obra.

 

 

Disidentia

No es cierto que lo que se encuentra en Internet sea toda basura.

Muchas veces, de verdad, lo he pensado pero ahora tengo que cambiar de opinión y enmendar mi fácil y superficial generalización.

 

He encontrado, hace poco en la web, una revista española cuyo nombre ya explica la manera, el enfoque que tiene de analizar vida, costumbres, conceptos: Disidentia, subtitulo: Pensar está de moda.

 

Mejor, yo pienso, intentan hacer que pensar esté de moda. Porque, según yo, este es más un auspicio, un intento, una auspicata questio que la verdadera realidad.

Pero los autores tratan argumentos, exponen ideas que por cierto nos hacen reflexionar. Y en estos tiempos de conformidad y sometimiento cultural creo sea, además de un propósito noble e inteligente, un poner el dedo en las diferentes llagas que nosotros los modernos (o post-modernos) tratamos de esconder.

Por lo cual hago una fuerte y clara invitación a mis cuatro lectores para que abran esta página (dejé el enlace) y se dejen guiar en el análisis profundo e inteligente de sus autores.

 

Echo el anzuelo de uno de los últimos artículos que he leído que analiza las distopías de Orwell y Huxley y cómo se hicieron realidad en la modernidad occidental.

Creo que el poco esfuerzo por reflexionar sobre estos conceptos valdrá la pena para mis pocos pero atentos, curiosos y abiertos lectores.

 

¿Orwell o Huxley? ¿Una sociedad occidental oprimida o narcotizada?

Se percibe desde hace un tiempo en Occidente un creciente descontento con los sistemas políticos, una pérdida de credibilidad de los dirigentes y las instituciones. Y una desconfianza en los medios de comunicación, raramente capaces de ofrecer información y opinión independientes. Pero no existe acuerdo sobre las causas de este fenómeno. Mientras unos cargan la culpa sobre las élites y los grupos de presión por su poder desmesurado, por manipular la información, por difundir ideologías absurdas, contrarias al sentido común, otros atribuyen la responsabilidad a los ciudadanos por su pasividad, indolencia, desconocimiento o comodidad, por su extrema apatía y dejación, que permiten a los gobernantes actuar a placer y voluntad. Entonces, ¿hay que buscar la raíz de estos males arriba o abajo? ¿En la perversión de las instituciones, en la depravación del poder o, por el contrario, en la acentuada desidia de las masas? Quizá no exista respuesta sencilla porque ambos problemas podrían estar interconectados.

La tiranía de ‘1984’ es más opresiva… pero resulta mucho más fácil de identificar y combatir que la de  ‘Un mundo feliz’

En Amusing ourselves to death (1985) Neil Postman plantea ingeniosamente esta disyuntiva contraponiendo las dos distopías más geniales del siglo XX: 1984, de George Orwell y Un mundo feliz de Aldous Huxley. Ambas describen sistemas totalitarios con un desmedido control político y social, donde no queda rastro de la democracia clásica. Pero cada novela señala un camino muy distinto hacia el despotismo. En la distopía orwelliana la opresión es explícita, agobiante y activa. Pero la tiranía huxleyana resulta sutil, imperceptible para mucha gente que se siente feliz, cómoda, encantada con ella. En una, el gobierno prohíbe los libros peligrosos; en la otra no necesita proscribirlos pues a nadie le interesan. En la primera, el poder tergiversa la verdad, controla la información y la ofrece a cuentagotas; en la otra, el torrente de información es tan abrumador que la verdad queda disimulada, disuelta en un océano de noticias irrelevantes. En la sociedad orwelliana la cultura está cautiva, en la huxleyana es simplemente insustancial, frívola y trivial.

La televisión no prohíbe los libros; simplemente los desplaza por la ley del mínimo esfuerzo

La tiranía de 1984 es aparentemente más opresiva… pero resulta mucho más fácil de identificar y combatir que la de Un mundo feliz. Siempre habrá personas dispuestas a resistirse a una dictadura represora pero no hay tantas que se opongan a un despotismo paternalista, donde la gente se deleita con diversiones banales mientras se desentiende de los problemas reales. Se rebela antes el oprimido que el narcotizado. Alexis de Tocqueville anticipó hace casi dos siglos este peligro: “Trato de imaginar nuevos rasgos con los que el despotismo puede aparecer en el mundo. Veo una multitud de hombres dando vueltas constantemente en busca de placeres mezquinos y banales con que saciar su alma. Cada uno de ellos, encerrado en sí mismo, es inconsciente del destino del resto. Sobre esta humanidad se cierne un inmenso poder, absoluto, responsable de asegurar el disfrute. Esta autoridad se parece en muchos rasgos a la paterna pero, en lugar de preparar para la madurez, trata de mantener al ciudadano en una infancia perpetua”.

El devastador efecto de la televisión

Postman afirmaba que el mundo occidental ha evolucionado siguiendo las pautas de Huxley, no las de Orwell. Pensaba que los cambios en la tecnología de la información, especialmente la televisión, habían generado una sociedad de banalidad y diversión, que rechaza el pensamiento, que se infantiliza a pasos agigantados. La tele no requiere formación, capacidad comprensiva o lectora ni pensamiento crítico. Y ofrece noticias sin contexto, seriedad ni valor. No hay conceptos, sólo variedad, novedad, acción y movimiento; puro placer y entretenimiento. La pequeña pantalla anula los conceptos, las ideas, atrofia la capacidad de abstracción y anquilosa el entendimiento, sustituyendo el conocimiento profundo por una visión superficial.

Por ello, los televidentes estarían muy entretenidos pero pésimamente informado, aunque su percepción sea justo lo contrario gracias a esa falsa sensación de conocimiento que ofrece la pequeña pantalla. Pocas cosas resultan más correosas, más difíciles de combatir que la ignorancia disfrazada de sabiduría, ese panem et circenses para unas masas embrutecidas que se creen Cicerón. La tele no prohíbe los libros; simplemente los desplaza por la ley del mínimo esfuerzo. Para Postman, no es que los dirigentes engañen ahora mejor que antes; es la sociedad la que ha perdido la capacidad de detectar la mentira.

Postman acertaría, en parte, a juzgar por esa apoteosis de vulgaridad que se ha contagiado incluso a buena parte de la prensa seria. Algunos medios escritos imitan a ciertos programas televisivos promocionando el cotilleo más obsceno, el chascarrillo, el escándalo, el sensacionalismo, esas noticias que hacen las delicias del público con mentalidad adolescente. Se percibe una fuerte deriva hacia el puro entretenimiento, la mera diversión, en detrimento de la información y análisis rigurosos.

También es orwelliana la asfixiante opresión de la corrección política, creadora de una absurda  neolengua

Pero existen otros elementos que apuntan más a la línea de 1984, como el control que ejercen los gobernantes sobre los medios para manipular la información, sea de forma directa o indirecta. O los malsanos vínculos que, en muchos países, parte del periodismo mantiene con el poder político y económico. Unas relaciones basadas en intercambio de favores o la utilización de la información como moneda de cambio para obtener ventajas, prebendas o subvenciones.

También es orwelliana la asfixiante opresión de la corrección política, creadora de una absurda neolengua obligatoria, que condena a los transgresores a la marginación, el vilipendio o el ninguneo. La corrección política es una ideología opresora, que pretende fijar la forma de hablar, de sentir y de pensar de los individuos, inmiscuyéndose en lo más íntimo de su vida personal y familiar. Un marco en el que el Gran Hermano, ese dictador genialmente descrito por Orwell, intentaría vigilar todas y cada una de las conciencias… afortunadamente con un éxito incompleto.

Aceptémoslo, Occidente posee hoy día bastantes elementos huxleyanos y unos cuantos orwellianos. Pero todavía espacios de libertad… para quien tenga los arrestos de ejercerla.

 Juan M. Blanco 13 enero, 2018

 

 

 

Jorge Luis Borges

“Creo que con el tiempo mereceremos que no haya Gobiernos” — J. L. Borges

 

 

Terrorismo islámico

El problema, aquí en México, no es sentido mínimamente.

La actualidad nos enseña otras cosas indudablemente igualmente graves: el narcotráfico, la corrupción difusa, los homicidios y los secuestros, los robos y las extorsiones.
Pero el futuro no está lejano; la amenaza que implica Europa no tardará a también rozar la América latina: el terrorismo islámico si no será combatido y vencido en Europa no encontrará obstáculos a su expansión.

A este propósito de la lucha, o mejor de la lucha fracasada, al terrorismo en Europa, es alumbrante un artículo aparecido en Italia sobre «Il Foglio» a firma del director, Claudio Cerasa.
El título: «De Teherán a Londres. La guerra que el occidente se niega de combatir.»

«Teherán tal como Manchester tal como Londres tal como París tal como Estocolmo, nos dicen que la guerra que el occidente se niega de combatir no es aquella para derribar las centrales del terror islamista pero es aquella para revelar uno de los dramas negados sobre todo en el mundo progresista del choque de civilización: la conexión entre el terror islamista y la religión en nombre de la que los terroristas matan a los infieles (dónde para infiel, como testimoniado ayer por el atentado en Irán, se entiende sencillamente quien profesa un credo diferente con respecto de aquel de los terroristas, a veces puede ser un católico, a veces basta con ser un chiíta y no un sunita).

El verdadero límite de nuestra época no es pues aquel de no contestar con la justa medida al fuego de las tropas jihadistas pero es si acaso aquel de haber renunciado a destacar un hecho ya innegable: las acciones violentas de los islamistas radicales no pueden ser separadas por los ideales religiosos que los inspiran.

Es al día siguiente de cada atentado a menudo se olvida que para combatir el jihad no es suficiente desenganchar alguna bomba contra los presidios islamistas pero sería importante destacar un concepto que en teoría es elemental: nuestro verdadero enemigo no es el terrorismo sino la idea de que el terrorismo es el producto.

Naturalmente la operación no es simple y presentaría muchas complicaciones. Obligaría, a, a admitir que el terrorismo no nace como reacción al intervencionismo del occidente pero nace donde el occidente elija de no intervenir contra el fundamentalismo. Y obligaría (b) sobre todo a romper aquel pacto cultural que desde hace años nos lleva a negar que el islam violento no es solo lo que mata en nombre de un dios pero también es lo que cotidianamente mata la libertad de conciencia, de pensamiento, de expresión de millones de musulmanes por ahí por el mundo”.

 

Aquì el sentimiento más noble es condolerse por el calentamiento global (que es casi mentira y negocio de grupos de científicos que buscan reafirmar su poder), o también por la desaparición de una rara especie de abejas.

El hombre, la familia, su libertad y su futuro se queda en la falsas promesas de los comicios.

 

 

 

«Populismo» es ahora este el pecado más grave

Ya parece que para todo el mundo el pecado más grave sea lo de ser «populistas»; la de «populista» la más gran infamia, igual quizás sólo a aquella de «fascista» en los años Setenta.

Ser “comunista”, a pesar de todo el infierno que desató en el mundo empezando con Lenin en la Rusia, Mao en la China, Pol Pot en la Camboya, para seguir con los Castros en Cuba, nunca fue una infamia.

 

Los comentarios al resultado de las elecciones holandesas han sido todo de este género: Parada la deriva del «populismo», Alejado el espectro del «populismo», «Europa respira»: así los periódicos de ayer, 16 de marzo.

 

Las elecciones holandesas han destacado un fuerte malestar que a su modo también el populista Wilders ha expresado.

Pero populista es si acaso el modo de evidenciar el malestar, no el malestar mismo.

Holanda es un país rico y acomodado. Tiene un crecimiento del 2% y un paro bajado al 6%. Tiene el balance estatal en nivelación y la relación entre déficit y Pil a las 1,4%. Tiene servicios sociales eficientes, un sistema sanitario avanzado y una población instruida.

Sin embargo los holandeses son a malestar, al punto de haber dado de modo consistente, aunque no mayoritario, el voto a un partido «populista» que quiere poner fuera ley las mezquitas y prohibir la venta del Corán. ¿De dónde viene este malestar?

 

La sociedad holandesa ya ha acogido por ley todos los derechos individuales y una sociedad que reconoce todos los derechos es una sociedad que ya no cree en nada.

En Holanda el cristianismo no existe más: la boda es un recuerdo lejano, las leyes sobre el aborto, las convivencias, la homosexualidad son las más avanzadas al mundo.
Los holandeses giran el mundo en caravana, quieren la naturaleza, cuidan de los animales, ciertos sus barrios parecen jardines, pero practican la eutanasia a grandes números y viven un profundo sentido de vacío.

Ellos saben que el adelantamiento de los inmigrados con respecto de los autóctonos está cercano.

Enseguida Holanda ya no será Holanda.

La reciente actitud de Erdogan (llamamiento de Erdogan a los turcos en Ue: «Hagan al menos 5 hijos, el futuro es vuestro») los ha despertado.

Fueron ilusionados de poder «importar» así a muchos turcos sin que luego Turquía fuera a Holanda a hacer campaña electoral. Se han dado cuenta de tener un gran número de ciudadanos principalmente fieles a Turquía – un estado extranjero – qué a su patria adquirida. Se han enterado que la fidelidad y el sentido de pertenencia no dependen automáticamente de una «visa».

 

El tema de la identidad no es sólo egocentrismo y nacionalismo, también es el problema del sentido.

Ciudad y barrios holandeses están en mano islámica. Holanda es una de los ejemplos de multiculturalismo salido peor.

Multiculturalismo consentido, para la mayor parte, pero también impuesto por la Unión Europea y por la situación geopolítica internacional que empuja de modo programado, y a menudo financiado, los flujos migratorios.

El populismo usa palabras desventajosas, emplea un lenguaje de plaza o de cuartel, es grosero y poco elegante, pero de algún modo vehicula el sentido de extravío del ciudadano mediano occidental delante de la capa de plomo de un sistema fuertemente unitario e impositivo: de Soros a la ideología socialista, de los aparatos europeos a la inmigración incontrolada, del sistema corporativo de los bancos a las cuestiones de la moneda y el euro, de las periferias insoportables de las grandes ciudades a la competencia de los inmigrados, de la crisis de la idea de nación a la prohibición de hablar de identidad nacional pena la execración de parte de la ideología mundialista, de la deconstrucción sistemática de los valores tradicionales a la nueva permisividad moral de Estado, impuesto a través del consentimiento ganado por los grandes medios de comunicación.

 

¿Por qué en vez de conformarse a ciegas al coro anti-populista, no queremos aclarar el concepto, distinguir entre los populismos y, sobre todo, a destacar las muchas razones de un fuerte malestar difundidas en Europa?

¿Es más grave decir de querer salir de la Unión Europea o aprobar una ley que permite la eutanasia como está haciendo el Parlamento italiano?

¿Es más grave pronunciarse contra la sociedad multicultural o destruir con leyes y políticas a la familia, haciendo desaparecer el mismo concepto de padre, madre e hijos?

¿Es más grave querer gobernar las migraciones en entrada o extender el derecho de aborto hasta el octavo mes y hacer pedacitos, a gastos del servicio sanitario nacional, un niño que está a punto de nacer?

¿Es más grave poner el problema del islam – por qué el islam, lo se quiera o no, hace problema – o reducir los nacimientos a través de planificación gubernativa, incentivar los abortos “hazlo tú mismo” de las menores de edad o enseñar las técnicas homosexual en las primarias?

 

Los aparatos anti-populistas como los partidos de la burguesía iluminada, las “nomenclaturas” europeas, las grandes fundaciones internacionales, los dueños de la prensa y la televisión, el “jet set” del espectáculo que levanta el dedo mediano en desprecio y ofensa de nuestras familias, los rico que querrían también extender su estilo de vida hedonista a los pobres dejándolos pero pobres …

¿Por qué ésos deberían ser mejores de los «populistas?»

¿Y por qué para evitar el apelativo despreciativo de populista nosotros deberíamos estar en todo caso de su parte y contribuir al mantenimiento de su sistema?

 

Tomado de una idea de Stefano Fontana

 

 

Ocurre en Eurabia

Eurabia está tomando forma.

Los dueños de la información alistados por un poder de incapaces, pueden seguir disimulando el problema, tratando de manipular la verdad contándonos que estamos en manos de una manada de enfermos mentales disfrazados de jihadistas.

Los verdaderos enfermos mentales son los que siguen negando que el Islam en Europa sea un peligro por todo nosotros.

padre Hamel

Francia

Han hecho arrodillarse a padre Jacques Hamel, un sacerdote jubilado de 86 años, cuando daba misa.

Luego han recitado «un sermón en árabe cerca del altar.» Luego los dos despiadados jihadistas, «dos soldados» del Estado islámico, han puesto mano a la daga y lo han degollado como una bestia sacrifical.

A contar la locura islamista es la monja que, después de la irrupción en la iglesia de Saint-Etienne-du Rouvray, cercana Ruán en Normandía, ha logrado escapar sin hacerse ver de los dos terroristas y a dar la alarma permitiendo a las cabezas de cuero a franceses de intervenir tempestivamente.

El terror jihadista hace su entrada por la primera vez en una iglesia europea.

Dos terroristas de nacionalidad francesa, probablemente «inmigrados» de segunda generación, cinco personas le han tomado en rehén en la iglesia de Saint-Etienne-du-Rouvray, una pequeña localidad en el corazón de Normandía. Un sacerdote ha sido degollado. Otras tres personas han quedado heridas y una de ellas, una monja que peligró de ser decapitada, ahora versa entre la vida y la muerte.

La policía ha matado a los dos agresores que han atacado los fieles gritando «Allah u Akbar» y «Daesh», el acrónimo en árabe que indica el Califato.

Ahora aquella pesadilla revive en el cuento de la monja que no quiere revelar a los medios de comunicación su misma identidad.

Los dos terroristas han irrumpido en el lugar de culto, alrededor de las diez, durante la Santa Misa. Han entrado de la puerta posterior, mientras en iglesia estaban, además del sacerdote, dos religiosas y dos fieles.

«Padre Jacques Hamel – ha contado a la monja que ha sobrevivido a la ejecución – ha sido hecho arrodillarse y uno de los verdugos ha recitado un sermón en árabe cerca del altar.» El otro, en cambio, retomó todo con lo celular.

«He escapado cuando han empezado a atacar a padre Jacques – la monja ha explicado – no sé tampoco si se han dado cuenta que estaba escapando.»

A los inquisidores la religiosa ha contado que entre de ellos los dos jihadistas, que han dicho de actuar «en nombre del Isis», hablaron en árabe.

Una vez llamadas por la monja, las fuerzas del orden han intervenido rápidamente y han circundado el barrio. Alrededor de las 11, el secuestro fue acabado. Las cabezas de cuero del Bri (brigada especial contra las pandillas) y los hombres del Raid (unidad de élite de la policía nacional francesa) estuvieron sobre el sitio. Han sido los hombres del Bri de Ruán que los dos agresores han neutralizado, cuando los dos, cuchillos a la mano, han aparecido sobre la anteiglesia al grito «Allah u akbar.»

  • El término EURABIA ha sido acuñado por Bat Ye’or, pseudónimo del escritora judía Giselle Littman, nacida en Egipto y de nacionalidad británica, y sucesivamente retomado y «hecho incandescente» por Oriana Fallaci.

Locura de género

Reinas Magas

En Madrid desfilan las reinas magas. Melchiorra y Gasparra desfilarán por las calles de la capital española. No es un anticipo del carnaval, pero la última idea de Ahora Madrid, partido de área izquierdista que quiere introducir las cuotas en el famoso trío de los tres reyes.

En su lugar se queda Balthasar porque cuenta la tradición que sea negro y luego cumple con la corrección política.

 

 

Locura laicista y antirreligiosa

Belen - nacimiento

En Europa, en nombre de un malentendido sentido de acogida y comprensión, para no chocar sensibilidades y valores «diferentes» no se puede, o es contrastado y escarnecido, colgar el crucifijo en las aulas o en los lugares públicos, no se puede tener entre las manos un rosario, a Navidad no se tiene que preparar el belén….

Pero el punto más alto tocado por la locura laicista y antirreligiosa que de décadas, ya, arrecia en Europa es quizás este que paso en estos días en Gran Bretaña.

Un concesionario de publicidad ha prohibido la transmisión de un spot, destinado a los cines antes de la proyección de «Guerras Estelares», en que comparecieron personas absortas a recitar Nuestro Padre, oración-símbolo del cristianismo.

La decisión ha sido motivada con la consideración de no querer «ofender la sensibilidad de los espectadores de fe no cristiana o ateos.»

Una elección que pretende imponer, por la censura, el respeto al conformismo antirreligioso más absurdo y tosco borrando uno de los textos fundacionales de la historia de la humanidad, tan más grave en cuanto perpetrada en un lugar de “cultura” y de difusión de imágenes, sentimientos e ideas como debería ser el cine.

 

Tenemos que rezar “Padre, perdónalos…

 

 

 

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Jerónimo Alayón

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