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Coronavirus

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No todo es malo. Ya lo sabíamos. Se nos dijo que la vida, el hombre y la naturaleza son una mezcla de bien y mal, de alegrías y penas, de deseos y decepciones.

Lo sabíamos pero no lo creíamos: todo era tan fácil, todo parecía posible, todo a mano.

 

Despertamos de este sueño, de este torpor que nos embrujó, de este sentimiento de omnipotencia.

Fue una fiebre, una plaga, un cólera.

 

Y regresamos como hombres, con nuestro propio destino, con un comienzo pero sobre todo con un final, con un término desconocido para nosotros pero marcado, definitivo.

Fue una fiebre, una plaga, un cólera.

 

El hombre debe encontrar un fin para encontrar su propia dimensión. Es tautológico: una dimensión debe tener un principio y un fin para ser tal. Como una medida. La medida de las cosas con la que «medimos» nuestro mundo. Un principio y un final.

 

No todo es malo como dije al principio.

Estamos encerrados, atrincherados en nuestra casa; junto, los afortunados, con nuestra familia, nuestros «seres queridos» que son las personas que hemos elegido o creado para compartir nuestra existencia.

Estamos conociéndolos ahora, como quizás no antes.

Y los estamos conociendo ahora, viviendo una situación casi irreal para nuestros tiempos modernos: una reflexión, un retiro en nosotros mismos.

Nos hacemos preguntas que no sabemos cómo responder, preguntas que nos angustian, que nos molestan pero que nos hacen encontrar, o reencontrar, nuestra condición humana.

Nuestra finitud, nuestros límites, nuestra medida.

Tal vez sea hora de mirar hacia arriba y apuntar al cielo y ver lo que se esconde detrás de las estrellas.

Un hombre murió en estos días para enseñarnos.

Nostalgia

Nostalgia

EL CASO ALFIE

El silencio de la Iglesia, una traición!

 

 

 

 

He estado pensando durante tiempo acerca de si colocar una imagen al principio de este post. Tan dramática, tan angustiosa e inhumana es la cuestión que he elegido para dejar un espacio blanco.

No es hipocresía, es sólo piedad humana por una vida que han decidido apagar, por un amor, el de los padres de Alfie, que quiere luchar por la vida, contra la muerte.

 

 

Poco se ha dicho, aquí en México, sobre el caso «Alfie» y en realidad en todas partes se ha intentado silenciar este hecho para tranquilizar las conciencias y no enfrentar problemas angustiosos que la mayoría prefiere olvidar.

Pero los hechos importantes son estos: principalmente quién tiene el poder de decidir sobre la vida de un ser humano (un niño de catorce meses en el caso de Alfie Evans): padres, médicos o jueces.

Y luego ¿quién puede decidir que una vida es inútil? ¿Cuándo una suspensión del tratamiento es aceptable? ¿Dónde está el límite entre la eutanasia y la furia terapéutica?

 

Todas las terapias implican un cierto grado de sufrimiento y cuando son proporcionales al beneficio esperado, es decir, a la protección de la vida, deben ser intentadas o continuadas.

Una vez más, como sucedió con Charlie e Isaías, se considera inaceptable una «calidad de vida» lejos de lo que la cultura hedonista ha establecido.

 

Recapitulemos los hechos: Alfie Evans, de catorce meses de edad, está en coma desde diciembre en Liverpool y todavía no ha recibido un diagnóstico de la misteriosa infección que le afectó. Pero los médicos quieren apagar el reloj y los padres han comenzado una campaña para mantenerlo con vida.
Que a estas horas parece perdida.

 

Como escribió Riccardo Cascioli, periodista católico, al que me limito a traducir:

Un hospital manchado de graves escándalos contra los pacientes; una negligencia manifiesta hacia Alfie; el propio Alfie que reacciona a los estímulos y peticiones de su padre (y todo el mundo puede verlo en vídeo). Pero médicos y jueces se enfrentan y decretan la muerte de Alfie, porque su vida es «inútil». Esto es escandaloso e inquietante, y no hay suficientes palabras para expresar indignación y dolor. Esta indignación y este dolor se ven agravados por el gran silencio en el que se está produciendo esta tragedia.

Pero si se esperaba el silencio cómplice del Estado y del poder expresado a través de los grandes medios de comunicación, lo que realmente duele es el gran silencio de la Iglesia, o mejor dicho, de sus pastores. Sí, porque gracias a los sitios web y a las redes sociales, muchos católicos se han movilizado con oraciones, difusión de noticias, iniciativas para sensibilizar a la opinión pública e involucrar a los «poderosos».

Más que la ferocidad de un Estado que se apodera de nuestras vidas y decide si darnos a luz y cuándo condenarnos a muerte, es esta abdicación de la Iglesia lo que nos asusta. Hasta hace poco, frente a todas las injusticias de los hombres, frente al poder opresivo del poder, cualquiera sabía que al menos podía contar con el apoyo y el consuelo de aquellos que, por vocación, no tienen otro interés que defender al hombre, la imagen y semejanza de Dios; su irreductibilidad y su dignidad.

De estas cosas también podemos ver la profundidad de la crisis por la que atraviesa la Iglesia, inclinada a la mentalidad dominante, a la ideología de la calidad de vida; dominada por la ansiedad de acariciar al mundo, ansiosa de la idea de estar en oposición. Se está consumiendo una traición; una traición a Dios y por lo tanto al hombre.

 

 

 

#MeToo

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La revista Time nombró como “Person of the Year 2017” el movimiento #MeToo.
Aparte del hecho de que no es precisamente una persona sino una horda de estatuas sagradas (y no entiendo, si así eran frias, como alguien pudo solo pensar en acercarse) en términos del Espíritu del Tiempo no fue posible decidir mejor.

Porque aunque vivimos en tiempos en que el sexo, la atracción sexual aparece por todas partes (en la publicidad, en las películas de cualquier género en el cine o la televisión, incluso, leemos, en las redes sociales, nunca falta la escena sexual con tanto desvestirse y gritar y gemir) la hipocresía y la falsedad de la corrección político-social nos impone demonizar los aspectos de la vida que nosotros mismos hemos creado.

Una especie de sutil expiación, un intento de liberación del complejo de culpa que llevamos adelante.

 

Pero poner a los hombres en la picota porque lo han “intentado” (esto es lo que es) y las mujeres como estatuillas sagradas aunque lo hayan aceptado, es algo que no entiendo.

Y sobre todo esta forma de “outing” que se exalta como prueba de madurez y fuerza moral mientras que no es más que otra forma de narcisismo y exhibición, opuesta pero igual a la que denuncian.
Mientras tanto hay que distinguir entre el galanteo (espero sea la traducción correcta del francés avance que es la forma amable y cortés del primer acercamiento entre el hombre y la mujer)  y la coerción.

La segunda es una asfixia de la voluntad y, por tanto, de la dignidad de la persona, que debe ser protegida, incluso de los intentos; pero ya existen leyes que protegen (o al menos deberían) a los hombres y las mujeres de esta y otras posibles formas de abuso, violación, coerción física o moral.

Pero si no es coerción sino aceptación de algo que después (de un día o de unos años, como en el caso) nos está causando decepción e inquietud, me parece que es un aspecto diferente.
Cuántos de nosotros nos arrepentimos de cosas hechas o sufridas sin reacción u oposición. Es algo que es parte de la vida: más, es la vida con sus ansiedades, sus arrepentimientos, sus decepciones y sus inquietudes.
El primero, por el contrario, es el fundamento sano de la especie y como tal debe ser preservado, en las diversas formas dialécticas en que se agita. Formas que son las más efímeras, sutiles, intangibles, pues se adaptan al lenguaje de los sentidos cuando quieren y deben sustituir a la razón.

¿Quién de nosotros no se ha acercado a una mujer con una palabra galante, con un lema ingenioso, con una flor ofrecida; y qué mujer no miró de soslayo, no compuso la falda, no suspiró al peinar su cabello para atraer nuestra atención?

Por cierto a los hombres les gustan las mujeres y a las mujeres les gustan los hombres. Biológicamente, uno/a nos pone a prueba y el otro/a decide si está de acuerdo.

 

De hecho, si lo dejamos en manos de los moralistas chic, como los del Time, aquellos que la mujer no se toca con ni siquiera con una mirada, acabaremos extinguiendonos como especie.

A veces el hombre intenta y tiene éxito. Lo mismo la mujer, en este tiempo de aclamada paridad sexual.

Quienes más, quienes menos: como pasa en todos los casos de la vida.
No siempre está claro, pero con una tasa de éxito que nos lleva a creer en este buen camino a seguir.

 

 

 

 

Durango

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Me preguntan ¿Te gusta Durango? ¿Como te encuentras aquí?

De veras no sé que contestar. “Sí, claro. Me gusta mucho vivir aquí. El clima es bonito. El frío no es frío y el calor es algo suave”.
Se resplandecen los ojos de los que me interrogan: los duranguenses son muy orgullosos de su ciudad. Nunca había encontrado personas así ligadas a su tierra, a su ciudad. Tal vez los franceses o, mejor, los parisienses.

Sí, Durango es bonito, pero más que las “avenidas”, los palacios, las iglesias me gusta la gente que la vive, la ciudad: el hombre al final.
Entonces no sólo lo que es bonito, que tiene su propia belleza arquitectónica, artistica, cultural, sino también las casas, las viviendas más humildes, los barrios pobres.
En todos quiero ver un aliento de vida, una historia que ha pasado o que sigue, un drama o una comedia, un llanto o las risas de esto acontecimiento que es la vida.
La historia no es algo que tenemos que ver como un resto arqueológico, como algo muerto, de analizar bajo la lupa del microscopio.
La vida sigue: nosotros somos lo que fuimos.

Entonces no la historia sino las historias.
No existe la humanidad sino el hombre –el hombre de carne y hueso, como ya dijo el grande español- y yo también quiero ver el hombre, conocer al hombre.
Al ver un palacio o una catedral, una piedra o una pintura, me parece que estoy viendo la vida que fue atrás y como en un espejo, en un juego de reflejos, la vida de nosotros que estamos viendo.
Que nos dice algo que nos pueda servir. Si no ¿para que?

Me gusta andar por las calles; pasar para donde nuca había pasado, como descubrir un mundo en lo conocido, en lo que pensamos de conocer.
Todo es conocido, todo es nuevo: depende de los ojos a través de los cuales estamos viendo. Depende del alma, del corazón más que del cerebro.

Las puertas están abiertas, las ventanas no tienen cortinas; de las casas sale el olor de los frijoles cociendo y de la cebolla picada; los niños gritando y el ruido sinsentido de la televisión eternamente encendida. Y las caras de los hombres, los ojos negros y punzantes de jovenes mujeres ya engordadas.

Hay pobreza en Durango. Se la lee por cómo son, en la cara de muchos; por lo que comen: comida pobre, simple, que viene de lejos, de una cultura atávica, de un acostumbre heredado de los padres (si no fuera por los horribles refrescos  -CocaCola y otros parecidos-  importados por una cultura masificante y destructora emitida de continuo en la televisión.
Comiendo en la calle, en la acera, sentados en la banqueta de las miles de tienditas de tortillas y carne picada que se encuentran en las esquinas.

Pero también mucha dignitad, mucho respeto. En ningun lado había escuchado dar las gracias cuando rehusas lo que  te ofrecen o les niegas la moneda que te piden.

O quizás no es pobreza: es una manera de vivir diferente que acaso no entiendo. Puede ser una cuestión de clima, de latitud, lo que es bastante común en todos los paises del sur. Les sirve poco, no piden más.
Es lo mismo que asombró al antropólogo Marshall Sahlins cuando, como nos cuenta en su “La economía de la edad de piedra”, los Bosquimánes de la Africa ecuatorial a los que les preguntaban porque no van en busqueda del desarrollo económico,  contestaron con otra pregunta: “¿Porqué deberíamos dedicarnos al cultivo mientras hay en el suelo así tantas nueces de mongo-mongo?”
Correcto: no es obligatorio imitar los occidentales y los occidentales tienen que dejar de imponer su reglas, su estilo, también su supuesta democracia. Sobre todo cuando se hace valer con la coerción, o, peor, con las armas.

Lo grave es que este pueblo, aunque vive en su naturaleza de manera simple y tranquila, va a ser corrompido por las politicas del gobierno que se aprovecha de ellos y los sumete, yo diría casi en una forma “oculta” de esclavitud, los hace pobres “institucionales” con la distribucion de ayudas, de subsidios, de ofertas lúdicas (panem et circenses de antigua memoria y de sempiterna actualidad).
No es más el orgullo, la consciente independencia de una elección de vida –muy particular pero quizás inteligente de los Bosquimánes- sino llegará ser el apagamiento de las aspiraciones  más nobles, la derrota de las ilusiones en los jovenes más valientes y más orgullosos.

También esto aparece en la ciudad. Los muchos estudiante de una escuela que no prepara, o quizás prepara para algo que no se encuentra.
Esta es la verdadera tragedia en estos momentos: jovenes que estudian en una carrera que en la vida no encuentrarán.
Más que vivir tienen que sobrevivir, aceptando trabajos marginales, informales, cuando no illegales.
No son buenos auspicios para la ciudad, para México.

Y hay responsabilidades, culpas en los que mandan pero también en los que aceptan.

Durango como una ocasión, como una ilusión.

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