No todo es malo. Ya lo sabíamos. Se nos dijo que la vida, el hombre y la naturaleza son una mezcla de bien y mal, de alegrías y penas, de deseos y decepciones.
Lo sabíamos pero no lo creíamos: todo era tan fácil, todo parecía posible, todo a mano.
Despertamos de este sueño, de este torpor que nos embrujó, de este sentimiento de omnipotencia.
Fue una fiebre, una plaga, un cólera.
Y regresamos como hombres, con nuestro propio destino, con un comienzo pero sobre todo con un final, con un término desconocido para nosotros pero marcado, definitivo.
Fue una fiebre, una plaga, un cólera.
El hombre debe encontrar un fin para encontrar su propia dimensión. Es tautológico: una dimensión debe tener un principio y un fin para ser tal. Como una medida. La medida de las cosas con la que «medimos» nuestro mundo. Un principio y un final.
No todo es malo como dije al principio.
Estamos encerrados, atrincherados en nuestra casa; junto, los afortunados, con nuestra familia, nuestros «seres queridos» que son las personas que hemos elegido o creado para compartir nuestra existencia.
Estamos conociéndolos ahora, como quizás no antes.
Y los estamos conociendo ahora, viviendo una situación casi irreal para nuestros tiempos modernos: una reflexión, un retiro en nosotros mismos.
Nos hacemos preguntas que no sabemos cómo responder, preguntas que nos angustian, que nos molestan pero que nos hacen encontrar, o reencontrar, nuestra condición humana.
Nuestra finitud, nuestros límites, nuestra medida.
Tal vez sea hora de mirar hacia arriba y apuntar al cielo y ver lo que se esconde detrás de las estrellas.
Un hombre murió en estos días para enseñarnos.
Deja un comentario