Archivo de la categoría: ética

Manifiesto conservador

Ser conservador significa:

  • Defiende la naturaleza de los mutantes
  • Valorar la experiencia de la vida y la historia sobre el experimento y la técnica soberana
  • Prefiere la tradición al instante
  • Hágase cargo del sentido común y comunitario , considere la coherencia , la fidelidad , el honor , las bases esenciales de la educación
  • Respetar a la familia y el amor a la patria como arquitrabes de la sociedad
  • Creer que sin el sentido de lo sagrado , el vínculo social y religioso de la sociedad decae en un cinismo bárbaro.
  • Extienda la igualdad de derechos a los muertos y no nacidos.

¿Estás dispuesto a reconocer y respetar un movimiento de este tipo? Intenta definir seriamente un movimiento conservador y te clasifican como monstruos podridos. Pero, ¿qué sentido tendría para un conservador tan correcto que no quiere quedarse con nada más que el horno de leña?

El conservador ama la variedad , el radical prefiere la variabilidad. El primero valora las diferencias y elogia la continuidad , el segundo mejora la nivelación y elogia las mutaciones.

Marcello Veneziani

La nueva religión

La nueva religión del consumismo lleva a una nueva moral de total irresponsabilidad atomística e intramundana, a nuevos sacramentos (la compra en serie de productos inútiles y superfluos), a nuevos lugares de culto (los centros comerciales, el mall, e Internet del ecommerce), a nuevos sacerdotes (testimonial, influencer, instagrammers y tiktokers), en última instancia a una nueva antropología.

Nuevos monstruos, griffatos y cubiertos de marca, pueblan las ciudades del hombre, nuevos «santos» horribles de una religión toda humana, subversiva, negadora del más allá y contaminadora del mundo de acá

Redistribución 2

Leyendo sobre las extrañas ideas que los políticos de casi todo el mundo (ahora en Italia el gobierno de Conte con MS5 y la Liga, sin mencionar el próximo AMLO de México), quería escribir algo sobre políticas redistributivas y paternalistas que se están volviendo cada vez más populares.

Nada nuevo en verdad, tanto que ya había dicho el mío en 2015 y no lo recordaba.

Releyéndolo y encontrándolo todavía válido, lo propongo otra vez para su lectura.

 

 

Redistribución

Ayer en Asuntos Capitales, Arturo Damm volvió sobre el concepto de “redistribución”, típico de los gobiernos estatistas de todo el mundo, citando una idea de Anthony de Jasay, que en el famoso texto “El Estado. La lógica del poder político” del 1985 escribió que “el sistema redistributivo se convierte en una maraña enredada de favores”.

Nada más cierto y a menudo verificado que esta aserción.

Pero ya en lo lejano 1952 Bertrand de Jouvenel en su obra “La ética de la redistribución” había analizado el problema.

Texto fundamental y revelador de aquella tendencia estatista que ya empezaba a difundirse en todo el mundo: la redistribución de la riqueza producida por unos y, por medio del gobierno, repartida a otros.

Y hay mucha gente, nos dice Damm, que cae en la trampa de creer que es el gobierno el que da, sin darse cuenta que no hay nada que el gobierno dé que previamente no haya quitado, de una u otra manera, en mayor o menor medida.

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Hay faltas conceptuales en la ética de la redistribución que de Jouvenel nos aclara: las nobles (¿?) intenciones de los partidarios de las políticas de redistribución, lejos del producir los resultados agorados, han acabado por dar vida a aparatos político-burocráticos caros, ineficientes y corrompidos, que tienen como único objetivo su supervivencia.

Y provocativamente: ¿[también] si las políticas de redistribución no tuvieran consecuencia alguna sobre el nivel de la producción, deberíamos empujar la redistribución hasta sus consecuencias extremas, a la perfecta igualdad de las rentas individuales?

Según de Jouvenel la transferencia, confiada al Estado, de riqueza de la parte más ricas de la población a aquella más pobre está basado en dos convicciones.

La primera constituye la base lógica de las políticas de la lucha a la pobreza: es decir que sea deseable aliviar las condiciones de necesidad de los indigentes, trasladando a favor de ellos una parte de la renta de los otros. La segunda es representada por la convicción, a menudo implícita, que la desigualdad de posibilidades económicas entre los miembros de la sociedad sea de por sí un mal de combatir.

Estos convencimientos están ahora ampliamente aceptados pero sería difícil no convenir con de Jouvenel que a su difusión han contribuido los sentidos de culpa de los privilegiados (véase el estudio de Tullock “Economic of Income Redistribucion”) y la envidia de los menos acomodados (Schoek, La Envidia. Una teoría de la Sociedad).

En todo caso, cuál que sea el génesis de las solicitudes de redistribución, queda un insuperable problema: ¿si la exigencia de aliviar las condiciones de estrechez de las clases pobres es tan difusamente advertida, por qué deberíamos encargar “el Estado”, o más concretamente la clase político-burocrática, de satisfacerla?

Si todos advierten la urgente necesidad de ayudar a los pobres, pueden hacerlo muy bien directamente, sin necesidad alguna de intervención “pública”; la actividad caritativa privada podría satisfacer tranquilamente aquella aspiración, sin deber molestar a políticos y burócratas por la necesidad.

En cambio – y de Jouvenel hace de este su caballo de batalla – la lucha a la miseria se ha convertido en el pretexto más difuso para trasladar recursos y poder de la sociedad civil al poder político: la redistribución, se ha vuelto monopolio público, prerrogativa casi exclusiva de la clase político-burocrática.

El objetivo del estado de bienestar no es ayudar los menos acomodados, combatir la pobreza, éste sólo es el pretexto, pero hacer el interés de cuantos viven a costa de la industria de la asistencia:

“…en realidad la redistribución, más que traslado de renta de los más ricos a los más pobres, como creímos, es una redistribución de poder del individuo al Estado”

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Además la política de la redistribución es condenada por de Jouvenel, porque demuele el sentido de responsabilidad personal.

Y provoca este efecto con el trasladar el poder, relativo a las decisiones sobre asuntos vitales, del individuo al Estado. Aún más, el efecto de esta política es perjudicar la familia respecto a instituciones como las corporaciones.

.

Cómo Nozick ha aclarado espléndidamente el resultado final de la tentativa de imponer un modelo de distribución es un estado socialista que prohibe actos capitalistas entre adultos conformes.

.

La política de la redistribución encarna un individualismo abstracto y falso en que las instituciones intermedias que son la indispensable matriz de la individualidad son puestas por parte o suprimidas. Especialmente es hostil a aquella institución que es la piedra angular de la sociedad civil, es decir la familia.

Nozick sigue de Jouvenel en notar que el instituto de la familia es perjudicado bajo cualquier régimen de redistribución:

“Para tales concepciones las familias son un elemento de molestia; porque en el ámbito de la familia ocurren traslados que revuelven la distribución adoptada.”

El régimen de elevada tasación, inseparable de aquel de la redistribución, tiene ulteriores, indeseables consecuencias de disminuir la esfera de los servicios gratuitos a los que los ciudadanos contribuyen por actividades sociales y consecuentemente de corroer la cultura cívica que está a la base de la sociedad liberal.

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Ideas tomadas de la relectura del texto citado y del comentario de Antonio Martino.

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El resultado del referéndum irlandés sobre el aborto es una trágico error para Irlanda, pero aún más una derrota para la Iglesia

Irlanda pro aborto

No es casualidad que en Corea la edad de una persona no se calcule desde el nacimiento, sino desde la concepción.

 

El viernes 25 de mayo, Irlanda ha votado, en un referéndum sobre la interrupción voluntaria del embarazo, para derogar la octava enmienda de la Constitución, que equipara el «derecho a la vida del feto» con el «derecho a la vida de la madre»: el resultado es el reconocimiento legal del aborto.

Irlanda es el último país en votar a favor: en Italia, la interrupción voluntaria del embarazo se hizo legal en virtud de la Ley 174 de 1978.

La Ley 194 tiene dos sujetos (la mujer y el médico), un objeto (el niño) y un gran ausente: el huésped de piedra de 194 es el padre. Es un hecho muy grave, pero no nos sorprende. De hecho, esta ley es hija de la revolución de 1968, que fue un movimiento de rechazo de la figura del padre como símbolo de autoridad. Pero si uno elimina al padre, también elimina la ley moral y religiosa de la sociedad.

 

No tengo intención de exponer mis ideas al respecto, porque, si no es la fe la que nos guía, es un hecho personal y cada uno debe ser responsable de sus elecciones.

Sin embargo, no puedo dejar de decir que la aprobación de una ley de aborto mata a una nación y a un pueblo, porque los hace ir en contra de la naturaleza en el punto más delicado e importante, los educa a pensar que lo que es legal también es bueno, acostumbrándolos a no distinguir más entre verdugo y víctima.

Se viola el bien supremo: la vida. Se comete un asesinato contra los inocentes por excelencia. La ley natural es revocada: en lugar de proteger, la madre mata. Y así pasamos del crimen a la ley. En resumen, el aborto es el peor mal moral de nuestro tiempo.

 

Un poco de números:

– El aborto es la principal causa de muerte en el mundo: 45 – 50 millones (legales) por año según la OMS (Organización Mundial de la Salud)

– enfermedades cardiovasculares 18 millones /año

– tumores 8 millones / año

 

Al aceptar la modernidad por razones pastorales (ecumenismo, aceptación y apertura a todos), la Iglesia acaba aceptando su doctrina (banalidad, diversión, infantilización, relativismo).

 

En el caso del referéndum irlandés, la Iglesia Toda brilló con afasia y ausencia.

Ninguna movilización, ninguna intervención de Roma, ninguna ayuda de los episcopados europeos, pero ha sido el último país de nuestro continente que ha resistido hasta ahora a la muerte del Estado.

Es ante los ojos de todos, además, que la Iglesia ha dejado desde hace mucho tiempo de luchar por la vida y de movilizar sistemáticamente las conciencias contra el aborto. Esto significa que las categorías intelectuales de la modernidad han penetrado profundamente incluso dentro de ella y la han hecho mundanamente inofensiva.

Son muchos, demasiados, los católicos -incluidos cardenales, obispos, curas- que traicionan el Catecismo y el Magisterio con aperturas desconcertantes sobre los anticonceptivos, el aborto, la eutanasia y las uniones homosexuales.

Y tenemos que recordar cómo empezó todo en 1968 con la protesta de tantos teólogos contra la encíclica «Humanae Vitae» del papa Pablo VI.

 

La cultura de la muerte gana no sólo porque algunos católicos traicionan la verdad en el campo de la moral. Gana porque millones de católicos, que en el plano doctrinal se dicen fieles al catecismo, en el plano de la teología y de la visión de la historia, y por lo tanto en el plano psicológico, son prisioneros de la dictadura del relativismo.

Tantos católicos aceptan en silencio la tesis de la supuesta «irreversibilidad» de las «conquistas» revolucionarias. Piensan que «ya no podemos volver atrás» porque ciertos procesos son irreversibles.

 

Al final permítanme repetir lo que ya había puesto en otro artículo, Frutos del relativismo, la ventana de Overton:

Y nosotros que creemos que esta “superación” es el fruto de nuestro crecimiento interior, de un juicio maduro y de una mayor libertad.

En cambio, es la sumisión, a veces inconsciente -más a menudo aceptada por incultura, ignavia, miedo-, a una lógica concebida e impuesta por un círculo restringido de personas y poderes con el objetivo preciso de desintegrar los lazos más sagrados, que las tradiciones culturales han ido insertando a lo largo de los siglos en toda la humanidad, con el objetivo, obvio u oculto, de usurpar poder y riqueza.

Volviendo al título de estas consideraciones, éste es el resultado verdadero y desolador del relativismo.
Si nada es seguro, nada es cierto, si ya no hay raíces sobre las que basar la existencia de los hombres, de los pueblos, de las civilizaciones, es fácil erradicar las creencias, los valores, las tradiciones y después de esto no quedará nada, el desierto de las almas y un destino desconocido.

 

 

Frutos del relativismo

La ventana de Overton

 

¿Pareja homo o pedofilia? Mientras tanto, las sugerencias afectan al imaginario colectivo. Diesel (firma multinacional italiana de moda) y la ambigua campaña MAKE LOVE NOT WALLS (Haz el amor no muros) con la que, aprovechando el tema de manera universal demonizado del muro de Trump, se desliza en la superación de los límites impuestos por la moral común.

 

 

 

La trayectoria de deslizamiento del sentido común operado con el mecanismo conocido como la “ventana de Overton” está en movimiento: objetivo la pedofilia.

 

Muchas otras ideas contemporáneas parecían inconcebibles hace sólo unas décadas y luego se volvieron aceptables para la ley y la sociedad: aborto, inmigración masiva, drogas «blandas», eutanasia, incesto, poli-amor.

 

Durante muchos años, la idea del matrimonio entre personas del mismo sexo no se consideró porque la sociedad no podía aceptarla.

Sin embargo, los medios de comunicación han influido continuamente en la opinión pública, apoyando a las minorías sexuales. Los matrimonios entre personas del mismo sexo se han vuelto aceptables en primer lugar con excepciones, luego aceptables y finalmente neutrales. Probablemente pronto serán totalmente aceptables.

¿Qué técnicas de persuasión se han utilizado para cambiar la mentalidad del público?

La respuesta es una forma hábil y muy sutil de persuasión oculta, una especie de ingeniería social, que se basa en la «ventana de Overton», o sea cómo hacer aceptable una idea inaceptable.

Este modelo fue desarrollado en la década de 1990 por Joseph P. Overton (1960-2003), vicepresidente del centro de análisis estadounidense “Mackinac Center for Public Policy”, (fallecido casualmente en un «accidente» con un ultraligero).

Su teoría se basa en la aceptación pública de que una serie de ideas pueden ser comprendidas por la sociedad en un momento dado y que pueden ser abiertamente expresadas por aquellos personajes (élite política, financiero-economica…) que no quieren pasar por extremistas, utilizando los medios de comunicación y la propaganda cultural de intelectuales complacientes.

Las ideas pasan por las siguientes etapas:

1 impensable (inaceptable, prohibido);

2 radicales (prohibido pero con excepciones);

3 aceptable

4 sensato (racional)

5 generalizado (socialmente aceptable)

6 legalizados (consagración en política estatal)

La tecnología de manipulación de la conciencia de la sociedad para una aceptación gradual por parte de ella de ideas previamente consideradas ajenas, por ejemplo la revocación de un tabú, se basa en esta teoría.

La esencia de este método es que el cambio de opinión deseado debe ser perseguido a través de varias etapas, cada una de las cuales traslada la percepción a una nueva etapa de la norma aceptada hasta alcanzar el límite extremo. Esto implica un cambio de la misma ventana, y un debate controvertido bien gobernado le permite llegar a la siguiente etapa dentro de la ventana.
Mientras los grupos de reflexión producen y difunden opiniones fuera de la ventana de Overton, para que la sociedad sea más receptiva a la idea.

Un gran número de especialistas para la manipulación de la opinión pública aseguran que la ventana Overton funcione: expertos en tecnologías políticas, científicos, periodistas, expertos en relaciones públicas, personalidades, profesores.

Es extraño que temas como los matrimonios entre personas del mismo sexo, la eutanasia o la novedad de los vínculos entre adultos y niños ya no nos parezcan más extraños. Simplemente han pasado por todo el proceso «tecnológico» de transformación de «impensable» a «legalizados» sin nuestro conocimiento.

 

 

En la famosa novela distópica de Aldous Huxley,»El Nuevo Mundo» escrita en 1932, todo esto ya se había anticipado, cuando el tema de la pedofilia era un tabú demasiado grande para Huxley, pero la sexualización de la infancia ya había sido presagiado:

Lo que voy a decirte ahora «advertido» puede parecer increíble. Pero cuando uno no tiene el hábito de la historia, la mayoría de los eventos pasados parecen increíbles.
Reveló la asombrosa verdad.
Durante mucho tiempo antes de la época de Nuestro Ford, e incluso para algunas generaciones posteriores, los juegos eróticos entre los niños se consideraban anormales (hubo un estallido de risas); no sólo anormales, sino incluso inmorales («¡no!»); y por consiguiente, fueron rigurosamente reprimidos.
Una expresión de increíble incredulidad apareció en los rostros de los oyentes.
¡Cómo! ¿No se permitía que los niños pobres se divirtieran?
No podrían hacerlo.

Aldous Huxley no era sólo un escritor imaginario, “El Nuevo Mundo” era la transposición literaria de una ideología, una dulce dictadura basada en la instrumentalización de la ciencia.

 

Y nosotros que creemos que esta «superación» es el fruto de nuestro crecimiento interior, de un juicio maduro y de una mayor libertad.

En cambio, es la sumisión, a veces inconsciente -más a menudo aceptada por incultura, ignavia, miedo-, a una lógica concebida e impuesta por un círculo restringido de personas y poderes con el objetivo preciso de desintegrar los lazos más sagrados, que las tradiciones culturales han ido insertando a lo largo de los siglos en toda la humanidad, con el objetivo, obvio u oculto, de usurpar poder y riqueza.

 

Volviendo al título de estas consideraciones, éste es el resultado verdadero y desolador del relativismo.
Si nada es seguro, nada es cierto, si ya no hay raíces sobre las que basar la existencia de los hombres, de los pueblos, de las civilizaciones, es fácil erradicar las creencias, los valores, las tradiciones y después de esto no quedará nada, el desierto de las almas y un destino desconocido.

 

 

 

«Populismo» es ahora este el pecado más grave

Ya parece que para todo el mundo el pecado más grave sea lo de ser «populistas»; la de «populista» la más gran infamia, igual quizás sólo a aquella de «fascista» en los años Setenta.

Ser “comunista”, a pesar de todo el infierno que desató en el mundo empezando con Lenin en la Rusia, Mao en la China, Pol Pot en la Camboya, para seguir con los Castros en Cuba, nunca fue una infamia.

 

Los comentarios al resultado de las elecciones holandesas han sido todo de este género: Parada la deriva del «populismo», Alejado el espectro del «populismo», «Europa respira»: así los periódicos de ayer, 16 de marzo.

 

Las elecciones holandesas han destacado un fuerte malestar que a su modo también el populista Wilders ha expresado.

Pero populista es si acaso el modo de evidenciar el malestar, no el malestar mismo.

Holanda es un país rico y acomodado. Tiene un crecimiento del 2% y un paro bajado al 6%. Tiene el balance estatal en nivelación y la relación entre déficit y Pil a las 1,4%. Tiene servicios sociales eficientes, un sistema sanitario avanzado y una población instruida.

Sin embargo los holandeses son a malestar, al punto de haber dado de modo consistente, aunque no mayoritario, el voto a un partido «populista» que quiere poner fuera ley las mezquitas y prohibir la venta del Corán. ¿De dónde viene este malestar?

 

La sociedad holandesa ya ha acogido por ley todos los derechos individuales y una sociedad que reconoce todos los derechos es una sociedad que ya no cree en nada.

En Holanda el cristianismo no existe más: la boda es un recuerdo lejano, las leyes sobre el aborto, las convivencias, la homosexualidad son las más avanzadas al mundo.
Los holandeses giran el mundo en caravana, quieren la naturaleza, cuidan de los animales, ciertos sus barrios parecen jardines, pero practican la eutanasia a grandes números y viven un profundo sentido de vacío.

Ellos saben que el adelantamiento de los inmigrados con respecto de los autóctonos está cercano.

Enseguida Holanda ya no será Holanda.

La reciente actitud de Erdogan (llamamiento de Erdogan a los turcos en Ue: «Hagan al menos 5 hijos, el futuro es vuestro») los ha despertado.

Fueron ilusionados de poder «importar» así a muchos turcos sin que luego Turquía fuera a Holanda a hacer campaña electoral. Se han dado cuenta de tener un gran número de ciudadanos principalmente fieles a Turquía – un estado extranjero – qué a su patria adquirida. Se han enterado que la fidelidad y el sentido de pertenencia no dependen automáticamente de una «visa».

 

El tema de la identidad no es sólo egocentrismo y nacionalismo, también es el problema del sentido.

Ciudad y barrios holandeses están en mano islámica. Holanda es una de los ejemplos de multiculturalismo salido peor.

Multiculturalismo consentido, para la mayor parte, pero también impuesto por la Unión Europea y por la situación geopolítica internacional que empuja de modo programado, y a menudo financiado, los flujos migratorios.

El populismo usa palabras desventajosas, emplea un lenguaje de plaza o de cuartel, es grosero y poco elegante, pero de algún modo vehicula el sentido de extravío del ciudadano mediano occidental delante de la capa de plomo de un sistema fuertemente unitario e impositivo: de Soros a la ideología socialista, de los aparatos europeos a la inmigración incontrolada, del sistema corporativo de los bancos a las cuestiones de la moneda y el euro, de las periferias insoportables de las grandes ciudades a la competencia de los inmigrados, de la crisis de la idea de nación a la prohibición de hablar de identidad nacional pena la execración de parte de la ideología mundialista, de la deconstrucción sistemática de los valores tradicionales a la nueva permisividad moral de Estado, impuesto a través del consentimiento ganado por los grandes medios de comunicación.

 

¿Por qué en vez de conformarse a ciegas al coro anti-populista, no queremos aclarar el concepto, distinguir entre los populismos y, sobre todo, a destacar las muchas razones de un fuerte malestar difundidas en Europa?

¿Es más grave decir de querer salir de la Unión Europea o aprobar una ley que permite la eutanasia como está haciendo el Parlamento italiano?

¿Es más grave pronunciarse contra la sociedad multicultural o destruir con leyes y políticas a la familia, haciendo desaparecer el mismo concepto de padre, madre e hijos?

¿Es más grave querer gobernar las migraciones en entrada o extender el derecho de aborto hasta el octavo mes y hacer pedacitos, a gastos del servicio sanitario nacional, un niño que está a punto de nacer?

¿Es más grave poner el problema del islam – por qué el islam, lo se quiera o no, hace problema – o reducir los nacimientos a través de planificación gubernativa, incentivar los abortos “hazlo tú mismo” de las menores de edad o enseñar las técnicas homosexual en las primarias?

 

Los aparatos anti-populistas como los partidos de la burguesía iluminada, las “nomenclaturas” europeas, las grandes fundaciones internacionales, los dueños de la prensa y la televisión, el “jet set” del espectáculo que levanta el dedo mediano en desprecio y ofensa de nuestras familias, los rico que querrían también extender su estilo de vida hedonista a los pobres dejándolos pero pobres …

¿Por qué ésos deberían ser mejores de los «populistas?»

¿Y por qué para evitar el apelativo despreciativo de populista nosotros deberíamos estar en todo caso de su parte y contribuir al mantenimiento de su sistema?

 

Tomado de una idea de Stefano Fontana

 

 

Corrupción (2

corruzione

La corrupción es un tema que está en la agenda de todos periodistas, ensayistas y también políticos: para estigmatizarla, denunciarla, combatirla o minimizarla.

Es interesante el artículo de Godofredo Rivera en Asuntos Capitales que nos habla de la relación entre la corrupción y el estatismo: un cerrojo de doble llave.

Y no es algo de hoy en día, o de Latinoamérica; siempre y en todos lados ha existido, aún más con el crecimiento desbordante del poder del estado.

Yo también he hablado sobre el tema (Corrupción y cleptocracia, Corrupción) y continuando le voy juntando unos pensamientos de Antonio Martino, ensayista, economista liberal, político (¡!), pero sobretodo mente aguda.

Son sacados de un libro que Martino escribió en el 1987): El estado dueño.

 

Estatismo y corrupción

Si uno gasta 10 y cobra 100, se trata de un buen negocio; si uno gasta 100 y cobra 10, se trata de un pésimo negocio; si uno para poder cobrar 10, hace gastar 100 a otros, se trata de la intervención pública y de su inseparable compañera, la corrupción….

La corrupción sólo es posible si la cuota es cobrada por persona diferente por la que soporta el entero coste de la operación, el ajeno contribuyente.

El estatismo es la condición necesaria y quizás hasta suficiente de corrupción…

El daño que la corrupción trae a la colectividad no es para nada representado por cuanto cobrado por el corrupto (10), pero de cuánto el contribuyente ha sido obligado a desembolsar (100) para permitir al corrupto percibir la mordida…

No es la mordida la medida de nuestro daño sino el despilfarro: el gasto público superfluo o solapadamente inflado a niveles muy superiores a aquellos estrechamente necesarios.

 

El hombre y el dinero

En nuestras relaciones con el dinero las posibilidades son cuatro:
Ante todo podemos gastar dinero a nuestra ventaja: en este caso tenemos sea un incentivo a economizar, a no gastar demasiado (porque el dinero es nuestro) sea un incentivo a gastar bien (porque somos los beneficiarios del gasto).
La segunda posibilidad se tiene cuando gasto mi dinero a beneficio de otros: en este caso trataré de no gastar demasiado, pero nos faltan las informaciones para gastar de la mejor manera.
La tercera posibilidad es gastar dinero ajeno a nuestro beneficio: en este caso no hay incentivo a economizar, mientras que trataremos de gastar de la mejor manera.
Por fin tenemos la actividad de gasto en el sector político, que consta en gastar dinero ajeno a ventaja de otros. En este caso falta sea el incentivo a economizar que la información necesaria a gastar bien y el resultado es el despilfarro.

 

 

 

Redistribución

redistribución

Ayer en Asuntos Capitales, Arturo Damm volvió sobre el concepto de “redistribución”, típico de los gobiernos estatistas de todo el mundo, citando una idea de Anthony de Jasay, que en el famoso texto “El Estado. La lógica del poder político” del 1985 escribió que “el sistema redistributivo se convierte en una maraña enredada de favores”.

Nada más cierto y a menudo verificado que esta aserción.

Pero ya en lo lejano 1952 Bertrand de Jouvenel en su obra “La ética de la redistribución” había analizado el problema.

Texto fundamental y revelador de aquella tendencia estatista que ya empezaba a difundirse en todo el mundo: la redistribución de la riqueza producida por unos y, por medio del gobierno, repartida a otros.

Y hay mucha gente, nos dice Damm, que cae en la trampa de creer que es el gobierno el que da, sin darse cuenta que no hay nada que el gobierno dé que previamente no haya quitado, de una u otra manera, en mayor o menor medida.

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Hay faltas conceptuales en la ética de la redistribución que de Jouvenel nos aclara: las nobles (¿?) intenciones de los partidarios de las políticas de redistribución, lejos del producir los resultados agorados, han acabado por dar vida a aparatos político-burocráticos caros, ineficientes y corrompidos, que tienen como único objetivo su supervivencia.

Y provocativamente: ¿[también] si las políticas de redistribución no tuvieran consecuencia alguna sobre el nivel de la producción, deberíamos empujar la redistribución hasta sus consecuencias extremas, a la perfecta igualdad de las rentas individuales?

Según de Jouvenel la transferencia, confiada al Estado, de riqueza de la parte más ricas de la población a aquella más pobre está basado en dos convicciones.

La primera constituye la base lógica de las políticas de la lucha a la pobreza: es decir que sea deseable aliviar las condiciones de necesidad de los indigentes, trasladando a favor de ellos una parte de la renta de los otros. La segunda es representada por la convicción, a menudo implícita, que la desigualdad de posibilidades económicas entre los miembros de la sociedad sea de por sí un mal de combatir.

Estos convencimientos están ahora ampliamente aceptados pero sería difícil no convenir con de Jouvenel que a su difusión han contribuido los sentidos de culpa de los privilegiados (véase el estudio de Tullock “Economic of Income Redistribucion”) y la envidia de los menos acomodados (Schoek, La Envidia. Una teoría de la Sociedad).

En todo caso, cuál que sea el génesis de las solicitudes de redistribución, queda un insuperable problema: ¿si la exigencia de aliviar las condiciones de estrechez de las clases pobres es tan difusamente advertida, por qué deberíamos encargar «el Estado», o más concretamente la clase político-burocrática, de satisfacerla?

Si todos advierten la urgente necesidad de ayudar a los pobres, pueden hacerlo muy bien directamente, sin necesidad alguna de intervención «pública»; la actividad caritativa privada podría satisfacer tranquilamente aquella aspiración, sin deber molestar a políticos y burócratas por la necesidad.

En cambio – y de Jouvenel hace de este su caballo de batalla – la lucha a la miseria se ha convertido en el pretexto más difuso para trasladar recursos y poder de la sociedad civil al poder político: la redistribución, se ha vuelto monopolio público, prerrogativa casi exclusiva de la clase político-burocrática.

El objetivo del estado de bienestar no es ayudar los menos acomodados, combatir la pobreza, éste sólo es el pretexto, pero hacer el interés de cuantos viven a costa de la industria de la asistencia:

«…en realidad la redistribución, más que traslado de renta de los más ricos a los más pobres, como creímos, es una redistribución de poder del individuo al Estado»

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Además la política de la redistribución es condenada por de Jouvenel, porque demuele el sentido de responsabilidad personal.

Y provoca este efecto con el trasladar el poder, relativo a las decisiones sobre asuntos vitales, del individuo al Estado. Aún más, el efecto de esta política es perjudicar la familia respecto a instituciones como las corporaciones.

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Cómo Nozick ha aclarado espléndidamente el resultado final de la tentativa de imponer un modelo de distribución es un estado socialista que prohibe actos capitalistas entre adultos conformes.

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La política de la redistribución encarna un individualismo abstracto y falso en que las instituciones intermedias que son la indispensable matriz de la individualidad son puestas por parte o suprimidas. Especialmente es hostil a aquella institución que es la piedra angular de la sociedad civil, es decir la familia.

Nozick sigue de Jouvenel en notar que el instituto de la familia es perjudicado bajo cualquier régimen de redistribución:

«Para tales concepciones las familias son un elemento de molestia; porque en el ámbito de la familia ocurren traslados que revuelven la distribución adoptada.»

El régimen de elevada tasación, inseparable de aquel de la redistribución, tiene ulteriores, indeseables consecuencias de disminuir la esfera de los servicios gratuitos a los que los ciudadanos contribuyen por actividades sociales y consecuentemente de corroer la cultura cívica que está a la base de la sociedad liberal.

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Ideas tomadas de la relectura del texto citado y del comentario de Antonio Martino.

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La ley

la ley

 

“La ley, ¡pervertida! La ley y tras ella todas las fuerzas colectivas de la nación, ha sido no solamente apartada de su finalidad, sino que aplicada para contrariar su objetivo lógico. ¡La ley, convertida en instrumento de todos los apetitos inmoderados, en lugar de servir como freno!
La ley, realizando ella misma la iniquidad de cuyo castigo estaba encargada! Ciertamente se trata de un hecho grave, como pocos existen y sobre el cual debe serme permitido llamar la atención de mis conciudadanos”.

 

Así comienza «La ley», el extraordinario ensayo escrito por Frédéric Bastiat en 1848, (ya he escrito sobre él) uno de los más conocidos de su extensa de obra.
Hay que disfrutar leyendo y meditando este memorable alegato en defensa de la justicia y el Estado de Derecho, tan vigente y actual hoy como en el tiempo en que se escribió.

De Educación para la libertad por Luis A. Iglesias

 

 

 

La Gran Ilusión

La gran ilusion

Es el título de la mítica película francesa dirigida en 1937 por Jean Renoir catalogada por la mayoría de los críticos y estudiosos del cine entre las mejores de la historia.

A través de la narración de los acontecimientos pasados por un grupo de prisioneros franceses en un campo de concentración alemán durante la Primera Guerra Mundial la película quiere explorar como, a pesar de las diferencias sociales, de nacionalidad, de papel que había entre prisioneros franceses y captores alemanes pudiera nacer amistad y solidaridad.

¡Una ilusión!

En el año en el cual la película fue dirigida ya se amontonaban las nubes negras de una nueva guerra mundial.

La respuesta amarga y terrible que nos queda es que hay algo que traiciona la natural disposición a una vida compartida, que impide vivir según una lógica humana, que impone una voluntad de poder y de guerra.
Ha pasado casi un siglo y la ilusión, la gran ilusión, sigue.

¿Cuándo lograremos nosotros los hombres a convertirse en dueños de nosotros mismos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de decidir con nuestra cabeza, con razón y sentimiento? ¿Cuándo llegará el momento en que la voluntad de cada uno se opondrá a los abusos del imperio de la mayoría?

 

Estaba leyendo, hace algún tiempo, “La relación del estado con el individuo” escrito por Benjamin Tucker, anarquista individualista, precursor del libertarismo en los EE.UU. .

Me pareció muy relevante para lo que traté de expresar aquí con mis palabras. Y muy cierto. Aunque, a juzgar por el tiempo transcurrido -el texto es de 1890-, utópico, sin cumplir.
¿Sin embargo, será imposible?

El hombre común de cada nueva generación se dice a sí mismo, en forma mucho más clara y consciente que su predecesor:
“Mi vecino no es mi enemigo sino mi amigo, y yo también lo seré de él si ambos reconocemos mutuamente este hecho. Nosotros nos ayudamos para lograr una mejor, más llena y más feliz vida y este servicio aumentaría grandemente si nosotros cesáramos de restringir, estorbar u oprimir a otros.
¿Por qué no podemos estar de acuerdo en que cada cual viva su propia vida, sin transgredir ninguno de nosotros el límite que separa nuestras individualidades?”.
Mediante este razonamiento la humanidad se encamina al verdadero contrato social, que no se encuentra, tal como Rousseau lo imaginara, en el origen de la sociedad, sino que es el resultado de una larga experiencia social, el fruto de sus tonterías y desastres.

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