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Proteccionismo y Guerra

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“Si los bienes no cruzan las fronteras, los soldados lo harán.”
Frédéric Bastiat

De un artículo de hace unos años, que he vuelto a leer por los temores del proteccionismo anunciado por el neo-presidente de los Estados Unidos de América, Donald Trump, cito el capítulo «Proteccionismo y Guerra.»

Casi un exorcismo para evitar posibles, creo y espero no probables, futuros choques….

El artículo original se encuentra aquí.

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¿Por qué el proteccionismo conduce a conflictos, y por qué el libre comercio ayuda a prevenirlos? Las respuestas, aunque bien conocidas por los liberales clásicos, son dignas de ser mencionadas.

En primer lugar, el comercio genera buena voluntad internacional. Si los hombres de negocios chinos y estadounidenses negocian de forma regular, ambas partes se benefician. Y el beneficio mutuo dispone a la gente a buscar lo bueno en los demás. El intercambio de mercancías también promueve un intercambio de culturas. Durante décadas, los estadounidenses vieron a China como un país misterioso con valores extraños, incluso hostiles. Pero en el siglo 21, el comercio entre éstas naciones ha incrementado notablemente, y ambos países se conocen un poco mejor ahora. Los adolescentes propietarios de iPods en China son como los adolescentes estadounidenses, por ejemplo. No son terriblemente misteriosos. Del mismo modo, los chinos ahora entienden la democracia y el consumismo americano más de lo que alguna vez lo hicieron. Los países tal vez no encuentren superposición de todos los valores de cada uno, pero el comercio nos ha ayudado por lo menos a entendernos el uno al otro.

El comercio ayuda a humanizar a las personas con las que comercias. Y es más difícil querer ir a la guerra con tus socios comerciales que con un país que sólo ves como líneas en un mapa.

En segundo lugar, el comercio da a las naciones un incentivo económico para evitar la guerra. Si la Nación X vende su mejor acero a la Nación Y, y sus empresarios cosechan un montón de beneficios a cambio, entonces los hombres de negocios de ambos lados van a oponerse a la guerra. Este fue el caso de Alemania y Francia, justo antes de la Primera Guerra Mundial. Alemania vendía acero a Francia, y los empresarios alemanes se opusieron firmemente a la guerra. Sólo a regañadientes llegaron a apoyarla cuando los ministros alemanes les dijeron que la guerra sólo duraría unos pocos meses. El acero alemán tenía un fuerte incentivo para oponerse a la guerra, y si la situación hubiese progresado un poco diferente – o si el gobierno alemán hubiese sido un poco más realista en cuanto a la línea de tiempo de la guerra – el incentivo podría haber dejado a Alemania fuera de la Primera Guerra Mundial.

En tercer lugar, el proteccionismo promueve la hostilidad. Es por esto que el libre comercio, no sólo el comercio global (que podría ir acompañado de altos aranceles y cuotas), conduce a la paz. Si Estados Unidos impone un arancel a los automóviles japoneses, ese arancel hace daño a las empresas japonesas: Crea hostilidad de Japón hacia los Estados Unidos. Japón podría incluso tomar represalias con un arancel sobre el acero EE.UU., perjudicando a los fabricantes de acero de Estados Unidos y enojando a nuestro gobierno, que tomaría represalias con otro arancel. Ambos países ahora tienen una excusa para aprovechar los sentimientos nacionalistas para ganar apoyo en casa; eso hace que la guerra abierta con el otro país sea más fácil de vender, en caso de llegar a esa situación.

En los círculos académicos de socio economía, a esto se le llama el proceso de Richardson de las hostilidades recíprocas y crecientes; Estados Unidos perjudica a Japón, que se venga, haciendo que Estados Unidos tome represalias de nuevo. La historia demuestra que el proceso de Richardson puede aplicarse fácilmente al proteccionismo. Por ejemplo, en la década de 1930, los países industrializados elevaron los aranceles y las barreras comerciales; los países evitaron el multilateralismo y se volvieron hacia adentro. Estas decisiones llevaron al aumento de las hostilidades, lo que ayudó a poner a la Segunda Guerra Mundial en marcha.

Estos factores ayudan a explicar por qué el libre comercio lleva a la paz, y el proteccionismo conduce a más conflicto.

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La Gran Ilusión

La gran ilusion

Es el título de la mítica película francesa dirigida en 1937 por Jean Renoir catalogada por la mayoría de los críticos y estudiosos del cine entre las mejores de la historia.

A través de la narración de los acontecimientos pasados por un grupo de prisioneros franceses en un campo de concentración alemán durante la Primera Guerra Mundial la película quiere explorar como, a pesar de las diferencias sociales, de nacionalidad, de papel que había entre prisioneros franceses y captores alemanes pudiera nacer amistad y solidaridad.

¡Una ilusión!

En el año en el cual la película fue dirigida ya se amontonaban las nubes negras de una nueva guerra mundial.

La respuesta amarga y terrible que nos queda es que hay algo que traiciona la natural disposición a una vida compartida, que impide vivir según una lógica humana, que impone una voluntad de poder y de guerra.
Ha pasado casi un siglo y la ilusión, la gran ilusión, sigue.

¿Cuándo lograremos nosotros los hombres a convertirse en dueños de nosotros mismos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de decidir con nuestra cabeza, con razón y sentimiento? ¿Cuándo llegará el momento en que la voluntad de cada uno se opondrá a los abusos del imperio de la mayoría?

 

Estaba leyendo, hace algún tiempo, “La relación del estado con el individuo” escrito por Benjamin Tucker, anarquista individualista, precursor del libertarismo en los EE.UU. .

Me pareció muy relevante para lo que traté de expresar aquí con mis palabras. Y muy cierto. Aunque, a juzgar por el tiempo transcurrido -el texto es de 1890-, utópico, sin cumplir.
¿Sin embargo, será imposible?

El hombre común de cada nueva generación se dice a sí mismo, en forma mucho más clara y consciente que su predecesor:
“Mi vecino no es mi enemigo sino mi amigo, y yo también lo seré de él si ambos reconocemos mutuamente este hecho. Nosotros nos ayudamos para lograr una mejor, más llena y más feliz vida y este servicio aumentaría grandemente si nosotros cesáramos de restringir, estorbar u oprimir a otros.
¿Por qué no podemos estar de acuerdo en que cada cual viva su propia vida, sin transgredir ninguno de nosotros el límite que separa nuestras individualidades?”.
Mediante este razonamiento la humanidad se encamina al verdadero contrato social, que no se encuentra, tal como Rousseau lo imaginara, en el origen de la sociedad, sino que es el resultado de una larga experiencia social, el fruto de sus tonterías y desastres.

Lampedusa

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«¡Basta!» y «Vergüenza» Son los dos gritos haciendo eco en los medios de comunicación italianos después de otra tragedia en el mar de un barco sobrecargado de inmigrantes africanos hundido frente a la Isla de los Conejos, cerca de Lampedusa.

Esta es una tragedia muy grave, pero anunciada. En las últimas semanas se ha producido un aumento de las llegadas de inmigrantes a las costas italianas y ya el 30 de septiembre 13 personas habían muerto a pocos metros de la playa de Sampieri y Scicli, en la provincia de Ragusa (Sicilia). Estaban en un barco con 200 inmigrantes de diferentes nacionalidades.

Y anoche, poco antes de la tragedia, fueron rescatados otros 463 inmigrantes llegados con un barco. En los primeros nueve meses de 2013 fueron más de 30 mil personas llegando a la isla, con un repunte alarmante en las últimas semanas.

Es claro entonces que a este ritmo una tragedia de este tipo estaba en el aire.

Es un horror que no puede dejarnos indiferentes, o provocar una respuesta emocional que acaba con echar la culpa a alguien. Pero propio por eso es importante dejar con humanitarismo ingenuo de la hospitalidad a toda costa. La política de puertas abiertas a cualquiera no hace más que fomentar este tráfico criminal y tragedias relacionadas.

E incluso el Papa Francisco, con sus palabras a veces demasiado “espontáneas”, parece no entender el verdadero problema y las posibles soluciones.

Es claro que hay que tener cuidado de aquellos que, sin embargo, llegan a nuestras costas, pero tiene que ser igualmente claro que estas tragedias no son consumidos por falta de bienvenida, sino porque en alguna parte estos barcos van y se enfrentan al gran peligro de una travesía en barcos inadecuados, manejados por criminales sin escrúpulos.

Se culpa a las autoridades italianas y una política de inmigración que “los progresistas” definen no suficientemente acogedora. Pero si no fuera por las autoridades militares locales, para las unidades de la Marina y la Guardia Costera, ahora la cifra de muertos podría ser mucho más larga.
No eran ni los pesqueros ni las unidades navales italianas para hundir el barco de los desesperados. Se hundió a causa de un incendio, pegado a bordo en el intento ingenuo y trágicamente equivocado para señalar la presencia a los socorros.

El barco zarpó de Misrata, Libia. Los náufragos de Lampedusa procedían principalmente de Eritrea y Somalia. Huyendo, sin tratar de vivir mejor en Europa. Ellos estaban tratando de sobrevivir. Porque quedarse en Eritrea y Somalia, para muchos de ellos, significa morir.

Eritrea, Somalia, Siria e incluso Libia, países que -con enormes responsabilidades de la ONU y la comunidad internacional (FAO, FMI, UE, Banco Mundial) con sus políticas de cooperación y desarrollo que dan resultados contraproducentes- son dirigidos por dictadores despiadados, donde la guerra civil se ensaña, señorean bandas armadas y las milicias islamistas (los mismos autores de la reciente masacre de Nairobi).

No tiene sentido de reforzar las políticas de acogida de los inmigrantes ilegales, cambiar las leyes de inmigración, sin hacer antes algo para estabilizar la situación política de los países de los que los inmigrantes podrían venir.
La solución no está en una mejor recepción de las barcazas. La solución es que los barcos no son para salir. Porque no se vayan, tenemos que identificar en cada momento las mejores políticas extranjeras para la estabilización de este o aquel país árabe o africano.

Si en Eritrea el Estado siga manteniendo en armas cientos de miles de ciudadanos de sexo masculino (hay personas que portan el uniforme durante 20 años y cuyo periodo depende totalmente de la discreción del Estado), está claro que cada nueva generación intentará salir del país. Si el Shabaab en Somalia seguirá controlando grandes extensiones de territorio, mientras que las áreas controladas por el gobierno viven en una economía de guerra, es inevitable para los somalíes buscar fortuna en otros lugares. Si la guerra civil que en los dos años y medio ha causado 110.000 muertes en Siria no dejará finalmente paso a una tregua con las garantías internacionales, los sirios siguen prefiriendo el riesgo de muerte en el mar a la casi certeza de la muerte por arma de fuego y proyectiles de artillería.

El hecho es que Europa Unida, a pesar de sus mastodónticos aparatos, de su voluntad de hacerse como Superestado, no tiene una política exterior, bueno no tiene política que no le sirva a su perpetuación.

Está bajo los ojos de todo el espectáculo de las grandes potencias europeas que aprovechan la oportunidad presentada por las guerras civiles para extender su influencia sobre tal o cual país árabe a expensas de otras naciones europeas.

Igualmente es erróneo alentar o incluso a creer que hay posibilidades de recepción en Italia, cuando esto no es posible. España, Grecia y Malta ya rechazan con la fuerza estos barcos de miserables engañados.

No sirve negar la evidencia de la clandestinidad, proscribiendo la misma palabra, pidiendo una ley que no criminalice la inmigración ilegal sin ver que se trata de una actividad delictiva que paga más que el comercio de la droga y debe ser contrastada con el máximo rigor.

Hasta que nos enfrentamos a estos nodos, la tragedia de los inmigrantes ilegales que mueren en el mar seguirá siendo un tema de especulación política, lucha ideológica, oportunidades de carrera para los funcionarios de los gobiernos, burócratas sin visión pero con sueldo.

Lo único que han hecho es declarar un día de luto.

¡Pero sí, lo hacemos otra guerra!

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Todo parece decidido. El premio Nobel de la paz está listo para la guerra (¡y no es una broma!).

El presidente de los EE.UU. Barack Hussein Obama, ha puesto todo el mundo, casi todo de verdad, de acuerdo en que la guerra se debe hacer.
Si prevalecerá su visión para nada harán servido los llamamientos a la paz en marcha en estos días por el Papá Francisco y cuantos, como Él, ven en la guerra, cualquier guerra incluso esta, una tragedia de la humanidad.

 

Quince años después de la guerra de Kosovo contra el presidente de Yugoslavia Slobodan Milosevic, la Casa Blanca podría tomar como ejemplo los polémicos bombardeos de la OTAN para llevar a cabo una acción similar contra Siria sin un mandato de la ONU.

En aquel entonces, el 1999, el presidente estadounidense Bill Clinton pudo justificar 78 días de bombardeos y miles de muertos y heridos también entre los civiles.
Como entonces la justificación es “guerra humanitaria” para poner fin a las matanzas que están ocurriendo en Siria de una parte y de la otra: el gobierno de Assad y el heterogéneo grupo de “rebeldes”: yihadistas islámicos, qaidisti, combatientes del «Ejército Sirio Libre», el “Frente de Liberación de Siria” y el “Frente Islámico de Siria”, partidarios declarados de la sharía.

Como entonces la guerra es “democrática”, es decir tiene el apoyo de los gobiernos europeos gobernados a su vez en gran número por la izquierda, y por lo tanto es “correcta”, casi una “guerra santa” cristiana: una cruzada.

 

La motivación: las armas químicas, gases tóxicos, utilizados en la lucha.
Sin embargo, existen serias dudas sobre el uso real y sobre todo de qué lado se ha puesto en marcha, ya que no hay evidencia de que las ojivas químicas serían lanzados por terroristas islámicos y no el Ejército que, nos guste o no, es la ley y tiene el deber de defender el estado.
Los gases, de todas maneras, fueron hechos y vendidos por Francia e Inglaterra.
¡Un poco de pudor, señores!

Por último, el objetivo: ¿cómo es posible que después de haber tenido experiencia de primera mano en Túnez, Libia y Egipto, -las trágicas consecuencias de la llegada al poder de los Hermanos Musulmanes con el apoyo de los salafistas y flanqueado por Al Qaeda-, Obama y los europeos son tan decididos a querer llevar al poder en Siria la misma tríada de fanáticos islámicos que en dos años se han traducido en la destrucción del país?
(Más de ochenta mil muertos -la mitad de ellos soldados- y dos millones de personas desplazadas internamente -la mitad de los cuales son niños).

 

Obama, con su titubeante e irresoluta política exterior, ha conseguido el odio a los Estados Unidos tanto por laicos y por los musulmanes. Es increíble cómo, después de ayudar económicamente, políticamente y militarmente tanto los gobiernos al poder como los opositores internos, los estadounidenses hoy en día sean expuestos por unos y por otros como los enemigos de la democracia y los partidarios de los terroristas o dictadores.
La verdad es que el Occidente no es más creíble ni como autoridad política, debido al fracaso de su modelo de civilización al reto de la globalización, ni como autoridad moral para la conducta asumida en las guerras en los Balcanes, Afganistán, Iraq y Libia.

 

Quizá  tenía razón Randolph Bourne, anarquista individualista de principios del siglo XX, cuando publicó su panfleto “La guerra es la salud del estado” con ocasión de la participación estadounidense en la Primera Guerra Mundial.

En este tiempo, Estados Unidos tienen muchos problemas: políticos (como estamos viendo), económicos, sociales…
Qué mejor que crear una coagulación de intereses y valores en torno al estado, una fuente de unidad y orgullo: la misión humanitaria, exportar la paz, inculcar la democracia.
El ciudadano se identifica con una tarea que lo trasciende; su apego a la bandera, el símbolo del estado, se vuelve más fuerte; olvida o eclipsa las dificultades del momento: tiene un papel, una función, se siente parte de algo que no entiende totalmente, pero que le da valor: libra una cruzada.

Randolph Bourne, menos retóricamente escribió que se convierte en un rebaño.

 

 

 

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