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Manifiesto conservador

Ser conservador significa:

  • Defiende la naturaleza de los mutantes
  • Valorar la experiencia de la vida y la historia sobre el experimento y la técnica soberana
  • Prefiere la tradición al instante
  • Hágase cargo del sentido común y comunitario , considere la coherencia , la fidelidad , el honor , las bases esenciales de la educación
  • Respetar a la familia y el amor a la patria como arquitrabes de la sociedad
  • Creer que sin el sentido de lo sagrado , el vínculo social y religioso de la sociedad decae en un cinismo bárbaro.
  • Extienda la igualdad de derechos a los muertos y no nacidos.

¿Estás dispuesto a reconocer y respetar un movimiento de este tipo? Intenta definir seriamente un movimiento conservador y te clasifican como monstruos podridos. Pero, ¿qué sentido tendría para un conservador tan correcto que no quiere quedarse con nada más que el horno de leña?

El conservador ama la variedad , el radical prefiere la variabilidad. El primero valora las diferencias y elogia la continuidad , el segundo mejora la nivelación y elogia las mutaciones.

Marcello Veneziani

¿Por qué?

la gente no conoce su verdadero poder

 

Es una reflexión que escribí hace exactamente cinco años después de la lectura del artículo de Luis Pazos (Ideologías ¿al servicio del poder y del dinero?).

Me parece todavía notable y desgraciadamente siempre actual, así que la vuelvo a proponer con la esperanza de que le parezca interesante leerla como fue para mí escribirla.

 

Hay una escuela de pensamiento que, salida del liberalismo clásico (lo de Locke, Smith, Hume para entendernos) creció y se desarrolló, hasta hacerse autónoma, poniendo en evidencia los errores o, mejor, los espejismos del liberalismo.

Esta propia filosofía política se llama Libertarismo y se funda en el axioma (principio evidente que no necesita de demonstraciones) de no agresión, entendida como utilización o amenaza de la violencia con respecto a la persona o a la propiedad de alguien.

Nadie, repito nadie y por lo tanto ni siquiera los  poderes constituidos, puede acometer, violar las libertades fundamentales del hombre.

Por esto consigue la crítica del Estado, quien desde siempre, se ha arrogado el monopolio de la agresión a través de la tasación, del reclutamiento obligatorio, de la imposición de sus servicios de defensa y de justicia.

En el específico se ha arrogado el monopolio de la fuerza, de la ley, del poder judicial, del poder de acuñar moneda, el monopolio de las tierras inutilizadas, de las carreteras y autopistas, de las aguas costeras hasta la distribución del correo.

Además hay una peculiaridad del aparato estatal: es el único sujeto que se procura su propia renta con la coerción, amenazando condenas severas si la entrada no le llega; todos los otros en la sociedad, particulares y grupos, en contra, se mantienen produciendo y vendiendo bienes y servicios.

¿Porqué esta larga, espero no demasiado, digresión?

Porque es de aquí que deberíamos tomar conciencia de nuestros derechos, que están connaturales a la existencia del hombre y no son una concesión benévola del poder, del estado. Estos derechos son naturales, por lo tanto pre-estatales, pre- cualquier cosa: como cristiano me atrevo a decir que los hemos recibidos por Dios, junto con la creación y hacen parte de nuestra naturaleza de hombres.

Hasta cuando no nos daremos cuenta hasta el fondo de nuestra fuerza, de nuestros derechos; hasta cuando no cesaremos de hincarse de rodillas frente a la opresión (y la imposición fiscal es una opresión, la redistribución de las rentas es un robo, la solidaridad coactiva, en todas formas que no me pongo a enumerar, es inmoral); hasta cuando no tomaremos conciencia y valor para decir: no, para oponerse a la mascarada che llaman democracia, a la falsedad del estado del bienestar que nos quiere sometidos como siervos a la mesa del patrón; hasta entonces seremos esclavos y aunque todo viéramos y supiéramos, estaríamos callados.

Quizás no he contestado al porque, aunque he intentado explicar las causas que nos llevan a esta situación de callada, rendida y, me permitan, culpable aceptación.

La verdadera respuesta está en cada uno de nosotros: En su vida de cada día, en el rechazo de cualquiera componenda, en la propia independencia moral, en la enseñanza que dejamos a los hijos y los vecinos de honradez e integridad.

Tendremos que rehusar las lógicas y los cánones que el poder, con el parasitismo y la corrupción que le está congenial, nos ha impuesto; dejar de considerarlo inevitable e ineludible.

 

Hemos tenido otra vida antes de todo esto… y otra vida es posible.

 

 

Ayn Rand, frases y pensamientos

ayn rand

 

Ayn Rand filósofa ruso-americana, hebrea fugitiva de los horrores de la revolución rusa, llegó en los Estados Unidos en la mitad de la década 1920 -30.

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Cuando te das cuenta que, para producir, es necesario conseguir el consentimiento de los que no producen nada; cuando tienes la prueba que el dinero fluye a los que no comercian con mercancías, pero con favores; cuando entiendes que muchos se enriquecen con la corrupción y la influencia más que con el trabajo y que las leyes no nos protegen de ellos sino, al revés, ellos son protegidos por las leyes; cuando te das cuenta que la corrupción es recompensada y la honestidad se convierte en auto-sacrificio, entonces puedes afirmar, sin tener miedo de equivocarte, que tu sociedad es condenada. (¡Esta frase es del 1920!)
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El capitalismo ha sido el único sistema de la historia en el cual la riqueza no se ha adquirido mediante el saqueo, sino mediante producción, no por la fuerza sino mediante le comercio, el único sistema que ha defendido el derecho de los hombres a su propia mente, a su trabajo, a su vida, a si mismos.

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Contra el relativismo

Razonamiento y lógica

Aristóteles

Aristóteles

El razonamiento se basa en la lógica, es decir, sobre reglas fijas que permiten hablar.
Básicamente: el principio de identidad (A = A); principio de no contradicción (A # B # C); principio del tercero excluido.

Ahora usted puede también no seguir esta lógica regla: la libertad individual y el libre albedrío (la independencia de criterio y la libertad de elección) se utilizan para apoyar cualquier cosa.
Pero el hecho de que esto está permitido, de que yo seguidor de los principios de libertad permita que tú digas cualquier cosa, absolutamente no quiere decir que lo que dices es verdad, justo, correcto.
No hay que confundir la libertad de expresión, de opinión, con la convicción de que mi palabra, mi juicio, son la verdad.
Apoyar esta tesis, es decir el relativismo, significa poner en el mismo nivel, con el mismo valor, cualquier cosa quienquiera diga u afirme.

Pero no hay que confundir la libertad de decir, con la verdad de lo que se dijo.

Si bien es cierto que, a partir de ciertas premisas se puede llegar a ciertas conclusiones, no es menos cierto, sin embargo, que en la base de todo razonamiento hay algunos principios intuitivamente ciertos o axiomas, que no pueden ser probados, pero fundan la posibilidad misma de cada demostración.

Estos son los tres principios de la lógica aristotélica:
– Principio de identidad: A es A.
– Principio de no contradicción: A es A y no-A al mismo tiempo.
– Principio del tercero excluido: A es X o no-X, no hay una tercera posibilidad.
 

 

¡Cómo muchas discusiones inútiles, cuántas tonterías, falsedades se habrían salvado si todos aprendiéramos y tratáramos de seguir estas reglas simples y eternas!

 

 

 

Distopía futura: Albert Jay Nock

Distopia - l'urlo

 

¿Por qué escribimos?
Simplemente, creo, para expresar algo que nos interesa o que, pensamos, pueda interesar a los demás.

Así que podemos decir que el hecho de escribir encubre una cierta forma de narcisismo, presunción, vanidad, exhibicionismo.
Seguramente esto es lo que pasa con aquel fenómeno muy moderno, que se llama Facebook, que también es una manera de llenar el vacío de una soledad espiritual, de una falta de fe, humana y religiosa.
Pero ya es otro discurso.

 

Pidiendo disculpas por esta digresión personal me pregunto, como también se preguntaran mis 5 lectores abandonados desde mucho tiempo, que pasó para que dejara de poner mis reflexiones y sobre todo para que volviera a molestarlos.

Primero, para tranquilizarlos, no estoy seguro de que volveré a escribir como antes; segundo, dejé de escribir por el mismo motivo por el cual ahora regreso: la convicción de la inutilidad y al mismo tiempo la certidumbre que sólo las ideas pueden poco a poco cambiar este mundo que no nos agrada.

 

Así que voy a transcribir un pasaje de un autor tan profundo y clarividente como incomprendido: Albert Jay Nock, filósofo político libertario estadounidense.
El ensayo tiene como título “Nuestro enemigo, el Estado” que explica claramente la postura del autor.

Para entender cómo vienen considerados estos autores, estas ideas contrarias a la «mainstream» de la clase político-burocrática que maneja el poder, y cómo la hegemonía cultural ejercida por éstos reprima, relegue al olvido o a los estrechos espacios de disputas intelectuales; para darse cuenta de todo esto, sólo piensen que el ensayo fue escrito en inglés en 1935, traducido en italiano en el 1994 y, miren!, en español sólo el año pasado, 2013.

«Nuestro enemigo, el Estado», su obra maestra, es un tratado de filosofía política cuyas meditaciones todavía encuentran claros ecos en nuestra actualidad sociopolítica y económica.

Nock tomó como punto de partida la tesis de Franz Oppenheimer, sociólogo y economista político alemán, que en su obra “El Estado” rechazó la idea del «contrato social» y contribuyó a la «teoría de la conquista» del Estado:

El Estado, totalmente en su génesis, esencialmente y casi totalmente durante las primeras etapas de su existencia, es una institución social, forzada por un grupo victorioso de hombres sobre un grupo derrotado, con el único propósito de regular el dominio del grupo de los vencedores sobre el de los vencidos, y de resguardarse contra la rebelión interior y el ataque desde el exterior. Teleológicamente, esta dominación no tenía otro propósito que la explotación económica de los vencidos por parte de los vencedores.

Ningún Estado primitivo conocido en la historia se originó de otra manera. Donde quiera que haya una tradición confiable divulgada de otra manera, cualquiera que se refiera a la amalgamación de dos estados primitivos completamente desarrollados en un cuerpo de una organización más completa; o bien es una adaptación a los hombres de la fábula de las ovejas que convirtieron a un oso en su rey para que las protegiera contra el lobo. Pero incluso en este último caso, la forma y el contenido del Estado se convirtió precisamente en lo mismo que en esos estados donde nada intervino, los cuales se convirtieron inmediatamente en «estados de lobos».

 Oppenheimer también contribuyó a una distinción vital sobre cómo los seres humanos satisfacen sus necesidades:

Hay dos medios fundamentales opuestos que impulsan al hombre, requiriendo sustento, para obtener los medios necesarios para satisfacer sus deseos. Estos son el trabajo y el robo, su propio trabajo y la apropiación por la fuerza del trabajo de otros. ¡Robo! ¡Apropiación por la fuerza! Estas palabras nos transportan a ideas del crimen y de la penitenciaría, puesto que somos contemporáneos de una civilización desarrollada, basada específicamente en la inviolabilidad de la propiedad. Y esta espiga no se pierde cuando nos convencen de que el robo de la tierra y del mar es la relación primitiva de la vida, como el comercio del guerrero, que también es durante mucho tiempo simplemente un robo total organizado, constituye la más respetada de las ocupaciones. Ambos debido a esto, y también a causa de una necesidad de tener, en un futuro desarrollo de este estudio, conciso, claro, términos agudamente opuestos para estos importantes contrastes, propongo la siguiente discusión de llamar al trabajo de uno mismo y al intercambio equivalente de su propio trabajo por el trabajo de otros, los «medios económicos» para la satisfacción de necesidades, mientras que la apropiación no recompensada del trabajo de otros será llamada «medios políticos».

 

Pasando por eso, Nock construye los conceptos de «poder social» y «el poder del Estado», y las aplica al análisis la historia americana (pero igualmente valida en nuestros tiempos y en nuestros países).

Él describe el proceso por el cual el “poder social”, la interacción voluntaria de personas que crean e intercambian la riqueza como individuos libres, se transforma en “el poder del Estado” que por el contrario no es más que el proceso de confiscación de la riqueza producida por otros, y viene por esto englobado.

De hecho, según Nock, sólo hay dos maneras de adquirir la riqueza: los medios económicos (creándo) y los medios políticos (sustraendo).

El Estado es la organización de los medios políticos que fue creado para garantizar, a la clase de individuos que sepan cómo aprovechar toda la parafernalia, oportunidades ilimitadas para la explotación de la riqueza generada por medios económicos.
La construcción del Estado es, pues, como la clave de cualquier relación parasitaria en todas convivencias políticas.

 

Entonces veamos el pasaje del cual les hablaba:


Pero tampoco hace falta ponerse mustios con las circunstancias probables de un futuro no tan lejano. Lo que nosotros y nuestros descendientes más inmediatos veremos es un firme progreso en el colectivismo abocado a un despotismo militar severo. Una mayor centralización, una creciente burocracia, el aumento del poder del Estado y la fe en su creciente poder, la pérdida de fe en el poder social y su decaimiento; veremos al Estado absorber constantemente una mayor proporción del ingreso nacional, y a la producción languidecer, lo que hará que el Estado pase a ocuparse de industria tras industria, dirigiéndolas con su creciente corrupción, ineficiencia y prodigalidad, y finalmente recurrir a un sistema de trabajos forzados. Y entonces, en algún punto de este progreso, surgirá algún conflicto de intereses estatales, al menos tan intenso y general como el de 1914, que dará lugar a un trastorno industrial y financiero tan grande como para que lo pueda soportar la debilitada estructura social, y de ahí el Estado quedará a manos de “la muerte oxidada de la maquina” y las fuerzas anónimas que obligarán a su disolución serán insalvables.

 

Ha pasado casi un siglo y me parece de ver el mundo de hoy…

 

 

La moralidad del sentido común

sentido comun

 

Imaginas vivir en un pueblo pequeño con un problema de delincuencia. A intervalos regulares, el pueblo es invadido por los vándalos, que se aprovechan de viviendas y bienes de las personas. Nadie parece interesado en hacer nada. Por último, en algún momento, tú y tu familia deciden arreglarlo. Hay que armarse y cazar los ladrones.
De vez en cuando tomas uno, te lo traes a la casa manteniéndolo a tiro, y lo cierras en el sótano. A los presos les das alimentos, ya que no se mueren de hambre, pero tienes toda la intención de mantenerlos allí durante unos años, que puedan aprender la lección.

Después de unos meses, te tomas el tiempo para ir por el país, a partir de tus vecinos. Tan pronto como los encuentras, preguntas a quemarropa: «¿Han notado la reducción de la delincuencia en las últimas semanas?».
Con paciencia, les explicas que nada sucede por casualidad: es el resultado de tu programa de lucha contra la delincuencia.
Pero no buscas cumplidos. “Estoy aquí para recoger a su contribución al Fondo para la prevención de la delincuencia. La cuota mensual es de $ 100.”

El vecino te mira aturdido, sin intención de echar mano a su cartera.

En ese te toca explicarle, rozando con la derecha la pistola colgada al cinturón, que si él se niega a pagar la cuota, tendrás que tenerlo en cuenta que un criminal, y enviarlo a hacer compañía a los demás en el sótano.

 

Así, más o menos, empieza “The Problem of Political Authority. An Examination of the Right to Coerce and the Duty to Obey” (El problema de la autoridad política. Un examen del derecho de coaccionar y el deber de obedecer) por Michael Huemer, profesor de Filosofía en la Universidad de Colorado, EE.UU..

 

¿Qué respuesta puedes esperar de tus vecinos? pregunta el autor a la conclusión de la historia.

“Probablemente, en el primer lugar, que nadie estaría de acuerdo en que te debe algo. Aunque alguien podría pagar por miedo a terminar en la cárcel y otros también podrían ayudar a causa de su hostilidad hacia los vándalos, nadie se sentiría obligado a hacerlo.
Los que se negaran a hacerlo despertarían admiración, en lugar de ser condenados. Y en cambió tus acciones serían consideradas injuriosas y tu solicitud para ser pagado considerada extorsión, pura y simple.

 

El vigilante y el Estado tienen dos actividades no diferentes. Pero cuando entra en juego el poder político, esto legitima la cosa: es decir aceptamos las acciones de los gobiernos que evidentemente serían consideradas inmorales, en caso de llevarse a cabo por un individuo o por un grupo de personas sin uniforme.

Ahí radica la autoridad política: la supuesta propiedad moral en virtud de que “los gobiernos ejercen la coerción de manera no permitida a los demás y los ciudadanos deben obedecer, ya que no estarían obligados a obedecer a nadie.”

 

Huemer llama a sí mismo un «extremista razonable», sus conclusiones son «extremas», excéntricas a la discusión contemporánea anclada al estado, pero sus premisas son planas, inmediatamente comprensibles para la mayoría.

Propugnador del “intuicionismo ético” –la moral del sentido común, que todos entendemos, que todos tenemos “adentro”- Huemer se aleja de los caminos trillados por los pensadores libertarios que defienden sus puntos de vista en la práctica (la intervención estatal tiende a no funcionar y produce efectos perversos) o por referencia a alguna versión de la teoría de los derechos naturales de Locke.

Para demostrar que “la autoridad política es una ilusión”, Huemer en cambio apela a un cierto escepticismo sobre la benevolencia del poder, que en realidad es una de nuestras «ideas» más inmediatas sobre el tema de las relaciones políticas.

Quiere traer a su lector a ver la “sensatez” de la opción anarquista: es decir del orden sin estado, sin coerción: “¿Qué da al gobierno el derecho a comportarse de maneras que consideraríamos malas si fuese otro agente el que se comportase así? ¿Y por qué deberíamos obedecer los mandatos del gobierno?”

 

Típicamente, si algún tipo de acción viola los derechos de alguien – por ejemplo, robos, secuestros o asesinatos – la acción no se convertirá en éticamente permisible y no violadora de derechos si un gran número de personas apoyan la acción en vez de oponerse. Si estás en un grupo de amigos y cinco de ellos deciden robarte, mientras que sólo tres se oponen a ello, el voto mayoritario no hace éticamente permisible robarte. Igualmente, incluso si toda ley fuese directamente autorizada por un referéndum popular de todos los afectados por la ley, no está claro por qué esto legitimaría una ley que de otra manera hubiese sido una violación de derechos. (Las cosas se vuelven más complicadas en una sociedad en la que vota una minoría de la gente, y votan simplemente para elegir a representantes que pueden o no cumplir sus promesas, y hacer o no lo que sus votantes querían).

 

En conclusión nos obliga a una comparación detallada entre los argumentos en contra de una sociedad anarquista, y la situación en la realidad en que vivimos. Los estados nos enseñan «fracasos» no diferentes de los desastres que nos hacen temer por la anarquía. ¿Estamos seguros de que las cosas cambiarían para peor en la ausencia de un tomador de decisiones absoluto y de última instancia?

El libro de Huemer, anarquista del sentido común, puede agrietar las certidumbres de muchos.

 

 

He aprovechado de la reseña y de unas páginas del libro en cuestión que encontré en un periódico en Italia por Alberto Mingardi.

 

 

El temor de Einstein

einstein

 

A Einstein, quizás uno de los más grandes físicos modernos, le fue reprochado, y con razón, de hablar a veces, en sus escritos más populares, más allá de sus conocimientos.

Por ejemplo él, al igual que otros científicos de su época imbuidos de supuestos constructivistas, nunca entendió la función del mercado y como buen socialista fue enemigo del capitalismo.

También encontramos que Einstein repite (en el ensayo Why Socialism del 1946) frases comunes de la propaganda socialista sobre “la anarquía económica de la sociedad capitalista” en la cual “los salarios de los trabajadores no están determinados por el valor del producto”; “la economía planificada […] distribuiría el trabajo a realizar entre todos los que son capaces de trabajar”; “la anarquía económica de la sociedad capitalista tal como es hoy es la causa principal de nuestras desgracias”; “la producción trabaja con fines de lucro, y no de solicitud” y cosas por el estilo.

 

“Corruptio optimi malo” (La corrupción de los mejores, es la peor): si un Albert Einstein se expresa así, ¿qué podemos esperar de los demás?

Esto quiere decir que también un excelentísimo físico y matemático no puede tener conocimientos de todo, en este caso de economía, y que la presunción es en tal vez fatal.

 

Pero, además de sus descubrimientos científicos, muchas sus reflexiones son profundas y hay que darle reconocimiento que logró anticipar unas previsiones sobre el futuro muy precisas aunque pesimistas.
Sobre todo cuando, él científico, nos advierte de los peligros de la ciencia e de la tecnología destruyendo y aniquilando la naturaleza del hombre, el humanismo.

Esto encontré en un correo que una querida amiga me envió el otro día.

Hay una serie de imágenes y una lapidaria reflexión final de Albert Einstein: “Temo el día en que la tecnología sobrepase nuestra humanidad. El mundo sólo tendrá una generación de idiotas”

 

Einstein, claro, fue un genio.

 

 

Propiedad

La propiedad es un robo
[Qu’est-ce que la propriété, Pierre-Joseph Proudhon 1840].

Pierre Joseph Proudhon

Contrariamente a lo que algunos pueden pensar, el lema de arriba -bandera y pabellón de todas las revoluciones, de todos los socialismos, de todos los populismos igualitarios, como también de todos los fracasos que estamos viendo en los países más retrasados- no fue dictada por Karl Marx sino por Pierre-Joseph Proudhon, el primer intelectual en decirse anarquista.

Parece que fue Marx, o quizá sus epígonos –los del “socialismo real- que le juntaron la especificación “privada” (la propiedad privada es un robo) pues por aclarar que la pública –que sólo es una manera conveniente para enmascarar con un adjetivo persuasivo (público) la propiedad y el control de los recursos por parte de bandas y clanes que no tienen nada que ver con el interés general- era justificada y aún más deseada.
Pero puede ser que sea, ésta, una elucubración personal…

Por incidencia, Proudhon puede ser considerado también como libertario ya que su forma ideal de gobierno rechaza la presencia de una institución estatal que sólo tiene como objetivo simplemente lo de explotar el trabajo ajeno por parte de algunos hombres. Él niega cualquier tipo de poder sobre la persona, incluyendo a Dios, que, en el ámbito religioso, es exactamente como el estado en el ámbito político y la propiedad en el económico: instituciones ilegítimas destinadas al control de los otros hombres y su explotación.

Sin embargo, muchas personas pasan por alto, a menudo deliberadamente, que en un escrito posterior Proudhon dio otra definición de la propiedad: “La propiedad es la libertad!” [Théorie de la propriété, 1862].

Algunos podrían ver en estas formulaciones contrastantes unas paradojas tiradas para trastornar y confundir a la gente con sentido común.
Sin embargo, a considerar bien, hay una semilla de verdad en ambas declaraciones.

Todo depende de lo que entendamos por “propiedad” y de los medios por los que la hemos conseguida.

En primer lugar hay que señalar que la propiedad no es un derecho y mucho menos un derecho natural.

La mayoría de la gente ve en el estado y en sus leyes el origen y el fundamento de los derechos. Así que, para muchos, el derecho a la propiedad es algo creado y asegurado por el Estado. Sin el Estado –piensan- no habría derecho de propiedad garantizado a los individuos.
Pero esto no es cierto, esto es una equivocación.

La era del estatismo en el que aún vivimos, sobre todo en su forma asistencial (estado de bienestar), ha creado una serie de derechos ficticios, como el derecho al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a un salario mínimo, el derecho a tener hijos, el derecho a joder (¡no es una broma! En Italia en una residencia de ancianos pidieron la distribución gratuita de pastillas azules como derecho encontrando a políticos dándoles razón).

Cuando hablamos de derecho natural queremos decir algo que nos viene por una ley natural, es decir una ley pre-estado, pre-legislación, que nos garantiza los derechos inalienables que son inherentes a la persona desde su concepción.
Porque si la propiedad es simplemente el resultado de “decisiones políticas” (como lo es en los sistemas democráticos sociales contemporáneos) la justicia da paso al imperio de la fuerza y a la arrogancia de los que saben doblar la ley a sus intereses personales.

De hecho, nadie nace con el derecho natural a la propiedad, pero sólo con el derecho natural de libre acceso a la propiedad, que se logrará como resultado de ciertos comportamientos productivos.
Y esto hay que aclararlo bien: el derecho a la propiedad sólo quiere decir que lo el hombre gana, con su esfuerzo, con su trabajo (véase Locke) es suyo y que nadie puede quitárselo.

De lo contrario, estaríamos en la situación actual en la que incluso los ociosos y los parásitos, reclamando su “derecho natural” a la propiedad, quieren despojar a través del estado recaudador de los bienes a quienes los han ganado con su compromiso y sus esfuerzos.

Por eso la propiedad es libertad en el límite que es compatible con el respeto a la persona y por ende a la propiedad privada entendida como una barrera moral, como la frontera que define los límites legales de nuestro libre albedrío.

Entender que «buenas cercas hacen buenos vecinos», es decir, que los hombres pueden utilizar su propio conocimiento para perseguir sus propios fines, sin que interfieran entre sí, sólo si pueden establecer límites claros entre las respectivas áreas donde pueden actuar libremente, es la base sobre la que todas las civilizaciones han evolucionado conocido
F. A. von Hayek, Derecho, Legislación y Libertad.

Norberto Bobbio

Bobbio

En serio, no creo que pueda ser de interés para muchos de los que me leen lo que voy a escribir.
Pero es una especie de compromiso que me tomé con un caro amigo cuando fue a encontrarlo en su casa. Conociéndome de ser italiano me preguntó a quemarropa, estábamos hablando de comida: “Y tú, ¿qué piensas de Bobbio?”

Hace poco, el mismo amigo -como de veras no había logrado darle una respuesta clara y cumplida, sólo le había contestado de manera bastante superficial: “el papa negro de la política izquierdista italiana”- me mandó por correo un ensayo der este autor sobre liberalismo y democracia, temas repetidos en Bobbio, que pero, éste, no había leído.

Conozco a mi amigo: es una amable provocación y un sacarme a cuento.

 

Antes que nada ¿quién es Norberto Bobbio? Quien fue, sería mejor decir, pues este afamado profesor universitario, jurista, filósofo y politólogo murió en el 2004 a los 95 años dejando a muestra de su compromiso de estudioso e intelectual militante miles de ensayos, ponencias, libros, artículos, conferencias.
Y mucho más son los escritos sobre él.

No podemos rehusar la importancia que el hombre ha tenido por más de cincuenta años en la vida cultural y política del país. Era un hombre de grande cultura, de profundos estudios, aunque de personalidad “inquieta” como fue definida: ha representado la más alta expresión de una cierta idea de “cultura”.

Esa idea que puede no gustar –a muchos le gusta, a mí no me gusta.

 

Aclaramos.

Dejamos de un lado unos acontecimientos de su vida aun cuando expliquen bien la personalidad del hombre.

Cuando, en el 1928 se unió al Partido Fascista y tuvo una rápida carrera académica en camisa negra.
Cuando escribió al Duce (Mussolini) unas cartas de devoción apasionada mientras otros terminaban en la cárcel: una de éstas salió a la luz hace pocos años.
Cuando juró lealtad al Duce, incluso un año después de las leyes raciales en 1939, con el fin de obtener una cátedra en la Universidad de Siena
Cuando volvió a jurar lealtad al Duce, todavía en 1940, durante la guerra, para ubicarse en la Universidad de Padua en la silla del profesor Adolfo Rava, que había sido despedido porque judío.
De los más de 1.200 académicos de la época, sólo doce se negaron a prestar ese juramento: Bobbio decidió quedarse no con los 12, sino con los 1188.

Justo después de la caída del fascismo, inmediatamente, se convirtió en anti-fascista afiliándose, por supuesto, a las logias partidista “Justicia y Libertad” y se vinculó a los círculos “accionistas” y judíos de Turín.
Después de la guerra, continuó su carrera intelectual bajo la égida de los Agnelli, de la fundación Fiat y la del comunista-editor Giulio Einaudi.

Él fue la mente de aquel equipo de filósofos e intelectuales turineses que durante cincuenta años, junto a los ideólogos del Pci (partido comunista italiano), han controlado la cultura italiana (y no sólo italiana), persiguiendo y excluyendo de las editoriales, de los periódicos, del grupo de poder todas las voces disonantes, católicas, liberales y conservadoras, para no mencionar la cultura de “derecha”.

Y si esto les parecerá raro, pregúntense, por favor, porqué el mayor jurista liberal italiano, Bruno Leoni editó su magna obra en inglés “Freedom and the law” en 1961 y sólo en ¡1995! hubo la traducción en italiano.
¿Quién conoce al filósofo Augusto Del Noce, el contra-altar católico de Bobbio?
También unas palabras se veían como sospechosas: “Capitalism and Freedom” de Milton Friedman fue traducido en italiano como “Eficiencia económica y libertad”.
Y en Latinoamérica, que siempre ha tenido una inclinación izquierdista -aparte de caudillos y dictadores que tienen partido sólo por ellos- ¿cuál difusión han tenido hombres, ideas, proposiciones opuestas, o sólo diferentes, de las expresadas por está cúpula?

Las frases impactantes pero llenas de ambigüedad: “a pesar de todo, hay quien sigue creyendo que democracia sin socialismo y socialismo sin democracia sean una democracia e un socialismo imperfectos”; “Ni con Marx ni contra Marx”; “la superioridad ética” del izquierdismo; “Siempre me he considerado un hombre de izquierdas […] siempre ha sido mi malestar frente al espectáculo de las enormes desigualdades tan desproporcionadas como injustificadas, entre ricos y pobres […]”.

Sus arengas a favor del colectivismo y en contra de la propiedad privada pintando en tonos de rosa la “grandiosa” (sic) utopía marxista. Decididamente establece que los horrores del socialismo real no son intrínsecos al comunismo, sino que derivan de un no bien aclarado “cambió” en el comunismo ideal. A los asustados huérfanos de las utopías marxistas asegura que sus antepasados difuntos eran buenos, aunque no aptos para nuestro mundo malo.
¡Vaya con culpar a los otros, a la sociedad!

Había todo por hacer de él un mito; el icono, el santo, el Papa laico de la cultura y de la política italiana.

 

Pero no por eso, Bobbio nunca me ha gustado: no por sus errores, ni por su deslealtad, ni por su falta de coraje y de honor, ni por su ambigüedad, ni por su ambición encubierta detrás de una supuesta superioridad moral.

Propio por su pensamiento filosófico: el positivismo jurídico, el anti-iusnaturalismo.

En esto sus faros ideológicos han sido Hobbes y Kelsen.
Casi tres siglos separan estos dos pensadores y sus obras, el Leviatán (1651) y la Teoría pura del derecho (1934); pero la conexión entre el teórico del absolutismo político y él doctrinario del Derecho como fenómeno ajeno a consideraciones ideológicas o morales es muy fuerte, como fuerte e intensa fue la influencia que tuvieron sobre Bobbio.

Siempre él combatió el iusnaturalismo en favor del iuspositivismo: no existe un derecho, “el” derecho, que no sea puesto en leyes positivas, hechas por el hombre, por el poder que tiene el hombre, o mejor por el poder del estado.

Según este concepto no hay leyes inscritas en la conciencia humana, puestas en la naturaleza, aclaradas por la autoridad de la razón. Así que la legalidad –lo que viene expresado por la ley- está arriba de la legitimidad –lo que es justo, lo que corresponde a los derechos naturales que, para mí y para muchos de los en que me reflejo, son antes, temporal y éticamente, de cualquier código o ley escrita por el hombre.

Pero no, para los ius-positivistas a la Bobbio la ley no es más que envoltura de la fuerza. Hobbes lo dice inmejorablemente:

«No es la sabiduría ni la autoridad, la que hace la ley. […] Por leyes entiendo leyes vivas y armadas. No es, pues, la palabra de la ley, sino el poder de quien tiene la fuerza de una nación lo que hace efectivas las leyes.»

El Estado y su anverso, el derecho, son amenazantes condensaciones de la fuerza, que deberíamos aceptar como defensa, como amparo del vacío que encontraríamos en su ausencia.

Entonces el derecho no tiene valor absoluto; la validez de las normas jurídicas consiste en la fuerza de la sanción, en la capacidad de construir una estructura social, el estado, la “organización de la fuerza”.

 

¡Lo lejos que estamos del sentido íntimo y religioso del liberalismo libertario!
Entendido como objeción contra el estado cuya dimensión teológico-política estriba en la idea según la cual el prójimo nos trasciende y por eso le debemos respecto absoluto. Interpretado desde la experiencia de los demás  que en la tradición cristiana es un misterioso encuentro con Dios mismo: «En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí.» (Mt 25, 40).

Los derechos individuales son inviolables no porque haya una ley que los protege, no porque sean una pretensión del individuo que se afirma autosuficiente y autónomo, sino más bien como un reconocimiento de la inviolabilidad del prójimo, cual derecho absoluto a no atacar a la persona que está delante de nosotros.

La fuerza de estos derechos no está impuesta por afuera, sino sale de dentro de nosotros, está adentro de nosotros.

 

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La confesión

Al final, unos años antes de morirse, Norberto Bobbio fue entrevistado y confesó.

“¿Porqué – accionistas, democráticos, anti-fascistas, nunca han confesado sus compromisos con el fascismo? «.
La respuesta fue revelada en la orquestación honesta de un suspiro hecho todo de guiones: “Yo estaba inmerso en la duplicidad: fascista entre los fascistas y antifascista con los antifascistas. Nunca hablaba de esto porque me a-ver-gon-zá-ba.”

Bobbio tenía 90 años.

Tomado de: Pietrangelo Buttafuoco, IlFoglio 12 nov 1999

 

La ley de las consecuencias no previstas

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Dicen que cuando la reina Isabel I de Inglaterra le pidió a su consejero financiero, Thomas Gresham, que le explicara porque en el reino las reservas de metales preciosos se habían bajado hasta ocasionar una crisis monetaria, el ministro tuvo que decirle que era la consecuencia de la política monetaria del rey Enrique VIII, su padre, quien para financiar el gobierno sin recurrir a impuestos, había decidido de acuñar el chelín con un contenido de plata más bajo.

Y que había pasado. Dándose cuenta de esto, mercaderes y empresarios fundieron las viejas monedas, vendieron la plata al exterior, donde tenía mayor cotización, utilizando al interior la moneda “corrupta”. La desaparición de la plata había debido a su diferencia de valor con la nueva moneda legal: el valor nominal del chelín era más alto que su contenido en plata.

La explicación tomó el nombre de Ley de Gresham según cual “la moneda mala siempre expulsa del mercado a la buena”. En definitiva, cuando es obligatorio aceptar la moneda por su valor facial, y el tipo de cambio se establece por ley, los consumidores prefieren ahorrar la buena y no utilizarla como medio de pago.
La decisión de Enrique VIII había provocado una reacción inesperada y opuesta a la que él se había propuesto, agravando la crisis financiera de Inglaterra.

La ley de Gresham es un caso particular de la más amplia que el sociólogo americano Robert K. Merton llamó la ley de las consecuencias involuntarias o no previstas (The Unanticipated Consequences of Purposive Social Action,1936) que siempre se verifican cuando se planean acciones que llevan a resultados no buscados o queridos.

En la ciencia medica hemos encontrado que muchos estudios dieron resultados non esperados (aspirina, antibióticos); como en la Física (el neutrón); en la historia pasada el caso de la descubierta de la América es el más epatante.
Resultados no previstos pero positivos.

En cambio, es en el campo de la política económica que los resultados de la acción planeada por los gobiernos son siempre negativas y contraproducentes.

Hace treinta anos el economista de la escuela de Chicago, George J. Stigler, ganó el Nobel propio por sus estudios sobre los efectos de la reglamentación pública, demostrando que ninguna de las medidas tomadas por el gobierno americano para controlar, dirigir y reglamentar la economía había tenido éxito: a lo mejor las disposiciones habían sido inefectivas, a lo peor habían tenido efectos opuestos a los deseados.

Ha pasado mucho tiempo desde entonces pero las consecuencias de la introducción de reglas y de cupos, también llamadas “efectos perversos”, constituyen la pesadilla de la política económica contemporánea.
Más la reglamentación se hace detallada y sistemática, más los efectos perversos se multiplican, mostrando como sea imposible prever la consecuencia de todos los comportamientos que siguen a la introducción de una nueva regla o de un nuevo drenaje.
Esto se explica sobretodo con el hecho que sistemas bastante simples (p. e. una estructura burocrática) tratan de controlar sistemas complejos (mercado, vida social) presumiendo de tener la totalidad del conocimiento para substituirse a los millones de decisores, que, juntos, son los únicos que la tienen.

Es la “presunción fatal” de los intervencionistas de la cual nos habló Hayek:

“los socialistas son victimas de una presunción fatal: creen de conocer más de lo que es posible conocer, y piensan de conseguir objetivos imposibles de alcanzar. … Son constructivistas: creen erróneamente que todas las instituciones y todos los sistemas de reglas, en sus génesis y en sus mutaciones, sean resultados de planes y proyectos intencionales.
Ellos abusan de la razón; pero la razón tiene que ser correctamente usada es decir tiene que conocer sus limites y enfrentar las consecuencias del hecho sorprendente que un orden generado sin intención puede con mucho superar los planes que los hombre crean conscientemente”

 Los efectos que se manifiestan en la realidad son definidos “perversos” simplemente porque “los expertos” –a quienes no les gusta que la realidad termine con imponerse- no los habían integrados en sus ecuaciones.
En la realidad este género de resultados son lógicos y no tienen nada de “perverso”.

¿A ser “perversas” no son acaso las causas mismas?

La eficacia de la política económica presupone lo que no es: que los individuos, obedientes y previsibles, actúen como átomos en trayectorias inmutables y predeterminadas.
Presupone el control social y es este el verdadero “efecto perverso”.
¡Maldita sea la libertad individual que choca con las previsiones de nuestros benévolos planificadores!

La idea que les voy compartiendo sale de unas lecturas italianas en IBL Istituto Bruno Leoni que tiene como lema “ideas para el libre mercado”.
Otras ideas sobre el tema en ContraPeso.info: Efectos no Intencionales.

 

 

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