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Propiedad: derecho primario

Provocó mucho revuelo la frase del Papa Francisco con motivo de la apertura de los trabajos de la Conferencia Internacional de Jueces miembros de los Comités de Derechos Sociales de África y América:
“Construyamos la justicia social sobre la base de que la tradición cristiana nunca ha reconocido como absoluto e intocable el derecho a la propiedad privada”.

Al menos en aquellos que se preocupan, y me parece que no somos muchos, por derechos inviolables como la libertad y la propiedad.

Todos los Pontífices anteriores (incluido el Papa Wojtyla – de quien es la frase si bien en otro contexto-) siempre han comenzado enseñando la legitimidad intrínseca del derecho de propiedad privada y su fundamento divino y natural, explicando las limitaciones derivadas de su «función social».

Al invertir este Magisterio, el Papa Francisco, en cambio, pone el acento exclusivamente en el carácter «secundario» de la propiedad: un derecho subordinado y sujeto al arbitrio del Estado en nombre de la «justicia social».

Esta unilateralidad se inserta perfectamente en la línea seguida hasta ahora por el Papa Francisco, y debe leerse desde esta perspectiva: la denuncia de la «economía que mata» (es decir, la basada en la propiedad privada y la libre iniciativa) a su evidente simpatía con regímenes socialistas que reducen al mínimo la propiedad privada.

Recordemos que Marx y Engels escribieron en el «Manifiesto comunista»: «En este sentido, los comunistas pueden resumir sus teorías en esta propuesta: abolición de la propiedad privada».

Recordemos también que en el pasado se le dio (al papa Francisco) un crucifijo con la hoz y el martillo en un país sudamericano.

Añadamos que, además del derecho natural, la propiedad privada se funda en dos mandamientos de la Ley de Dios: el 7° y el 10°.

Entonces volvemos a John Locke, a quien llamamos el padre del liberalismo, filosófico y económico.

Locke ofreció una de las primeras y más reconocidas teorías sobre la propiedad privada. Viene del Segundo Tratado de Locke sobre el gobierno, al punto 27:

“Aunque la tierra y todas las criaturas inferiores, pertenecen en común a todos los hombres, cada hombre tiene, sin embargo, una propiedad que pertenece a su propia persona; y a esa propiedad nadie tiene derecho, excepto él mismo. El trabajo de su cuerpo y la labor producidas por sus manos, podemos decir que son propiamente suyos. Cualquier cosa que él saca del estado en que la naturaleza la produjo y la dejó, y la modifica con su labor y añade a ella algo que es de sí mismo, es, por consiguiente, propiedad suya. Pues al sacarla del estado común en el que la naturaleza la había puesto, agrega a ella algo con su trabajo, y ello hace que no tengan ya derecho a ella los demás hombres. Porque este trabajo, al ser indudablemente propiedad del trabajador, da como resultado el que ningún hombre, excepto él, tenga derecho a lo que ha sido añadido a la cosa en cuestión, al menos cuando queden todavía suficientes bienes comunes para los demás.”

La propiedad es lo primero

propiedad

Hoy les comparto, con total adhesión, un importante artículo de Gerardo Garibay Camarena en http://www.wellington.mx, que destaca las deformaciones aplicadas en México al concepto de propiedad privada.

Finalmente, una iniciativa de un senador panista de Sonora propone modificar el artículo 27 constitucional para reconocer de manera clara y abierta el derecho a la propiedad de los ciudadanos.

“Actualmente, el artículo 27 de la constitución es un auténtico monstruo autoritario, que se extiende a lo largo de más de 3,500 palabras en las que el gobierno se otorga a sí mismo (por medio del eufemismo de “la nación”) la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, concediéndose a continuación el “derecho” de transmitir el dominio de ellas a los particulares.”

 

La propiedad es lo primero

En medio de todas las polémicas intrascendentes, todos los escándalos grotescos, los desastres naturales, con los huracanes y todos los desastres anti naturales, con la administración Peña Nieto, de repente surge alguna noticia capaz de alegrarnos la semana y mantener viva la esperanza de que después de todo existe vida inteligente en el lejano planeta de la política nacional.

Hoy tenemos una de esas noticias, pues este jueves Francisco Búrquez, Senador del PAN por Sonora, presentará en el Senado la que a mi parecer es la iniciativa más urgente y más trascendente en la historia moderna de este país. Así, de ese tamaño y con esas palabras; la reforma que propone es un primer paso inaplazable e indispensable para enderezar los entuertos legales, políticos y culturales que con el paso del tiempo han derivado en muchos de los más graves problemas que enfrentamos los mexicanos para vivir en paz a través del respeto y para prosperar en justicia, a partir del esfuerzo.

¿De qué se trata? Muy sencillo, de modificar la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, para reconocer, clara, abierta y contundentemente un derecho que durante demasiado tiempo los gobiernos nos han esquilmado: el derecho a la propiedad privada.

El senador propone que el artículo 27 constitucional esté conformado por tres párrafos, en donde se mencione explícitamente que toda persona tiene derecho a la propiedad privada, incluyendo el derecho de adquirir, recibir, usar, ocupar, defender, intercambiar, dividir y ceder su propiedad de cualquier manera, siempre que no menoscabe con ello los derechos de terceros.

La propuesta también incluye poner más candados al concepto de expropiación, limitando la causal de utilidad pública a “aquellas que sean indispensables para generar un beneficio general en la comunidad” y planteando directamente la obligación de que el Estado pague la indemnización al precio de mercado de la cosa expropiada.

Actualmente, el artículo 27 de la constitución es un auténtico monstruo autoritario, que se extiende a lo largo de más de 3,500 palabras en las que el gobierno se otorga a sí mismo (por medio del eufemismo de “la nación”) la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional, concediéndose a continuación el “derecho” de transmitir el dominio de ellas a los particulares.

Esta norma, claramente socialista, constituye quizá la peor traición del Constituyente de 1917 al espíritu de la constitución de 1857 y durante todo el siglo XX fue el pretexto para robarle sus 22 propiedades, de forma más o menos descarada, a cientos de miles de personas, y para construir monopolios “públicos” (especialmente PEMEX) que en la práctica funcionaron como botines privados de multitud de camarillas y caciques creados, engordados y amancebados al abrigo del poder federal, el mismo que aún hoy se regala para uso y riqueza de sus funcionarios “el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés público, así como el de regular, en beneficio social, el aprovechamiento de los elementos naturales susceptibles de apropiación” (por “público” y “social” entiéndase “al gusto de la mafia gubernamental en turno”).

Además de las consecuencias inmediatas de abuso por parte de las autoridades y de manipulación política por parte de los partidos, especialmente claras en el caso del “reparto agrario” realizado a punta de pistola durante décadas y repartiendo lo robado en “ejidos” a quienes tampoco se les dio la propiedad de lo entregado, la actual redacción del artículo 27 tiene un profundo efecto corruptor sobre toda la práctica de gobierno y todo el diseño de políticas públicas, e incluso sobre los valores a partir de los cuales se lleva a cabo la convivencia social.

¿Por qué es tan grave que el gobierno se adjudique la propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro de los límites del territorio nacional?

  • En primer lugar, porque la concepción colectivista y autoritaria que inspiró la redacción actual se refleja en el resto 23 de la legislación y de la administración pública, implicando la sumisión absoluta de todo lo que poseemos a la voluntad del gobierno, convirtiéndonos (en la práctica) en súbditos, y no en ciudadanos.

En súbditos, porque nuestras propiedades son en realidad meros usufructos obtenidos y conservados por gracia de Peña Nieto (o de quien encabece el gobierno en un momento dado). De esta certeza tácita se deriva también buena parte de la cultura paternalista, basada en la idea de que, ya que el gobierno es dueño de todo, es responsable por todo, lo que constituye uno de los mayores lastres de la política en México, como lo reconocen constantemente incluso los candidatos de izquierda y de derecha en debates y entrevistas televisivas.

  • En segundo lugar, porque la propiedad estatal “de los elementos naturales susceptibles de apropiación” ha resultado en monopolios mafiosos, e inoperantes, pensando por ejemplo en el propio Pemex, o en las cooperativas pesqueras y por supuesto, en los ejidos, que a pesar de toda la tinta gubernamental pasaron el siglo XX convertidos en trampas de incertidumbre, baja productividad y abandono.

Por eso es tan importante la iniciativa que presentará hoy el senador Búrquez:

  • Porque corrige una de las más graves tropelías de nuestra constitución.
  • Porque reconoce claramente un derecho que por décadas se nos ha arrebatado.
  • Porque las estadísticas internacionales muestran consistentemente que un mayor nivel de protección a la propiedad privada se relaciona con mejores niveles de desarrollo humano y de Producto Interno Bruto, es decir: entre más se protege la propiedad privada, hay más bienestar y más dinero para las personas y para el país en general.
  • Porque es el primer paso para sanear los paradigmas a partir de los cuales se desarrollan las políticas públicas y consolidar verdaderos diques a la corrupción gubernamental, que no sólo sucede cuando los burócratas se roban el dinero, sino también cuando van más allá del legítimo ámbito de su autoridad y trasgreden los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, que no se originan en “la nación” (o sea, en el gobierno),sino en el individuo, y que por lo tanto anteceden y superan al Estado.

En pocas palabras: porque la propiedad es lo primero.

Gerardo Garibay Camarena sept 2017
Gerardo Garibay Camarena es editor de wellington.mx, columnista en diversos medios digitales y autor de los libros “Sin Medias Tintas” y “López, Carter, Reagan”.

 

Si hay impuestos, no hay propiedad privada

Me gusta presentar este artículo de un atento lector colombiano que habla de la situación a político-económica de su país.
Lo que dice de Colombia es desaforadamente válido por casi todo el mundo; por de más su denuncia no es para nada nueva: es el desahogo ya expresado por otras personas que tienen la libertad y la ley, el estado de derecho, por encima de cualquier dictado político, de cada legislación positiva así llamada demócrata.

proprieta-privata

Como siempre pasa en Colombia y en cualquier país, los medios y los políticos dirigen las discusiones al punto que más les conviene, nos introducen en el debate pequeño, siempre discusiones de grado más no de principio, dejando de lado las grandes preguntas.

En la reforma tributaria que busca tapar el hueco fiscal, lo que suena más bonito que decir que el gobierno necesita robar más, sólo se crea polémica en que tanto y en qué parte el Estado va confiscar recursos de las personas, no se discute lo que esto es, un robo legalizado a escala colosal.

Es común escuchar que en Colombia existen propietarios de propiedad privada, esto significa que una persona tiene el control exclusivo sobre ciertos objetos y espacios físicos, es decir, que puede venderlos, donarlos, destruirlos, etc, pero este no es el caso, pensemos en alguien que adquiere una casa, esta persona seguramente en un comienzo cree que es propietario exclusivo, soberano de su adquisición, lo que no sabe es que en realidad está sometido a un extenso conjunto de autoridades de planificación, urbanismo e inspección, empero, pronto notará que si quiere ampliar una habitación, construir otro piso o quitar una ventana necesita el permiso del gobierno.

Así que otros presuntos “no propietarios” pueden decirte que hacer o que no hacer con tu presunta “propiedad privada”, en otras palabras, una invasión en tu propiedad, ¿qué pasa si está persona ejerciendo su derecho absoluto a la propiedad no paga el impuesto predial? “Su” casa o su negocio es confiscado y vendido al mejor postor ¿entonces quiénes son los propietarios?

Esto no es más que una extorsión, si no pagas la cuota anual a la mafia está manda a un grupo de hombres armados para que usen la fuerza contra ti, confisquen tus bienes y te dejan con suerte en la calle y en el peor de los casos enjaulado o en un cementerio.

De esta manera, ninguna persona, ni sus bienes, están a salvo, nadie tiene un derecho de propiedad privada, ni siquiera así mismo, es una propiedad parcial que en cualquier momento puede ser regulada o sustraída por los rufianes del gobierno.

En Colombia se decía que se iban a cuidar los “huevitos” quizá romper uno, máximo dos, no obstante, como es sabido, los políticos no pueden dejar de saquear la sociedad, despilfarrar el dinero que no es de ellos y me cuentan que ya están hirviendo el agua para la “gallinita”.

En pocas palabras, en el País está legalizado el robo siempre y cuando lo cometa el gobierno, las excusas no han cambiado en siglos, el bien común, la patria, la seguridad, y en tiempos de mitos del calentamiento global, el medio ambiente, en suma, simplemente ellos consideran que pueden administrar y distribuir el dinero mejor que tú mismo.

El ejemplo más común y que agobia a la clase media, la que mantiene el resto del país, se ve en la simple compra de una moto, es “tuya” piensas, pero necesitas una serie de permisos y licencias de los amos del gobierno, no sólo eso, ellos pueden decidir arbitrariamente que en “tu moto” no subas a nadie del sexo masculino, ni a tus hijos menores de 12 años por lo que no puedes llevarlos a la escuela, pero no acaba ahí, te dicen que día no la puedes usar y si te dejan usarla aclaran que sólo puede ser hasta antes de las 11: 00 p.m. y después de las 6:00 a.m. del otro día, reitero, ¿entonces quiénes son los propietarios?

A primera vista cualquier persona detecta esto, es fácil ver como el gobierno se las ingenia para crear nuevas formas de confiscar los recursos de las personas, cualquiera que se haya topado con un retén de policía sólo puede sentir miedo, pues si no tienes lo ordenado por los amos, tu propiedad es confiscada y hasta puedes ir a pasar una larga noche junto a asesinos y violadores.

En conclusión, si nuestra opción fuera de elegir entre males, tendríamos por un lado al ladrón de a pie, el cual roba esporádicamente, no te dice que es por tu bien y una vez se queda con tus pertenencias se va, él no dice que las pertenencias sean de él, por el contrario, reconoce que son tuyas y asume todas las responsabilidades de tal acto, mientras que el gobierno, una gran organización criminal organizada, no sólo te roba todo el tiempo sino que reclama que de hecho “tu propiedad” le pertenece, tampoco se va como el ladrón, te persigue exprimiéndote hasta después de tu muerte, ¡ah! ¡Y para colmo! te dice que es por tu bien.

Finalmente, como mi objeto no era discutir si era mejor que nos robaran un 16 o un 19% con el IVA, asunto que inevitablemente va a conducir a un aumento de los productos de la canasta familiar, cosa que niegan, debido al gravamen de toda la industria que se va acumulando desde la gasolina que los transporta al alimento de los animales, o que tanto debería el gobierno extraer de nuestra renta, o sea, de “nuestras” ganancias por trabajar (en Colombia nunca se abolió la esclavitud, ¡¿no lo sabía?!), permítaseme terminar con el descubrimiento más importante de toda la filosofía política:
¡LOS IMPUESTOS SON UN ROBO!

John Alejandro Bermeo 26 oct 2016

 

Decía Lysander Spooner que el Estado era peor que un asaltador de caminos porque éste, al menos, no intentaba sermonearte y convencerte de que te estaba robando «por tu bien»: el ladrón te arrebata la cartera, se va y te deja en paz, mientras que el Estado se instala a tu lado para convertirte no sólo en su esclavo económico sino, sobre todo, en su esclavo moral.

 

 

 

Propiedad

La propiedad es un robo
[Qu’est-ce que la propriété, Pierre-Joseph Proudhon 1840].

Pierre Joseph Proudhon

Contrariamente a lo que algunos pueden pensar, el lema de arriba -bandera y pabellón de todas las revoluciones, de todos los socialismos, de todos los populismos igualitarios, como también de todos los fracasos que estamos viendo en los países más retrasados- no fue dictada por Karl Marx sino por Pierre-Joseph Proudhon, el primer intelectual en decirse anarquista.

Parece que fue Marx, o quizá sus epígonos –los del “socialismo real- que le juntaron la especificación “privada” (la propiedad privada es un robo) pues por aclarar que la pública –que sólo es una manera conveniente para enmascarar con un adjetivo persuasivo (público) la propiedad y el control de los recursos por parte de bandas y clanes que no tienen nada que ver con el interés general- era justificada y aún más deseada.
Pero puede ser que sea, ésta, una elucubración personal…

Por incidencia, Proudhon puede ser considerado también como libertario ya que su forma ideal de gobierno rechaza la presencia de una institución estatal que sólo tiene como objetivo simplemente lo de explotar el trabajo ajeno por parte de algunos hombres. Él niega cualquier tipo de poder sobre la persona, incluyendo a Dios, que, en el ámbito religioso, es exactamente como el estado en el ámbito político y la propiedad en el económico: instituciones ilegítimas destinadas al control de los otros hombres y su explotación.

Sin embargo, muchas personas pasan por alto, a menudo deliberadamente, que en un escrito posterior Proudhon dio otra definición de la propiedad: “La propiedad es la libertad!” [Théorie de la propriété, 1862].

Algunos podrían ver en estas formulaciones contrastantes unas paradojas tiradas para trastornar y confundir a la gente con sentido común.
Sin embargo, a considerar bien, hay una semilla de verdad en ambas declaraciones.

Todo depende de lo que entendamos por “propiedad” y de los medios por los que la hemos conseguida.

En primer lugar hay que señalar que la propiedad no es un derecho y mucho menos un derecho natural.

La mayoría de la gente ve en el estado y en sus leyes el origen y el fundamento de los derechos. Así que, para muchos, el derecho a la propiedad es algo creado y asegurado por el Estado. Sin el Estado –piensan- no habría derecho de propiedad garantizado a los individuos.
Pero esto no es cierto, esto es una equivocación.

La era del estatismo en el que aún vivimos, sobre todo en su forma asistencial (estado de bienestar), ha creado una serie de derechos ficticios, como el derecho al trabajo, el derecho a la vivienda, el derecho a un salario mínimo, el derecho a tener hijos, el derecho a joder (¡no es una broma! En Italia en una residencia de ancianos pidieron la distribución gratuita de pastillas azules como derecho encontrando a políticos dándoles razón).

Cuando hablamos de derecho natural queremos decir algo que nos viene por una ley natural, es decir una ley pre-estado, pre-legislación, que nos garantiza los derechos inalienables que son inherentes a la persona desde su concepción.
Porque si la propiedad es simplemente el resultado de “decisiones políticas” (como lo es en los sistemas democráticos sociales contemporáneos) la justicia da paso al imperio de la fuerza y a la arrogancia de los que saben doblar la ley a sus intereses personales.

De hecho, nadie nace con el derecho natural a la propiedad, pero sólo con el derecho natural de libre acceso a la propiedad, que se logrará como resultado de ciertos comportamientos productivos.
Y esto hay que aclararlo bien: el derecho a la propiedad sólo quiere decir que lo el hombre gana, con su esfuerzo, con su trabajo (véase Locke) es suyo y que nadie puede quitárselo.

De lo contrario, estaríamos en la situación actual en la que incluso los ociosos y los parásitos, reclamando su “derecho natural” a la propiedad, quieren despojar a través del estado recaudador de los bienes a quienes los han ganado con su compromiso y sus esfuerzos.

Por eso la propiedad es libertad en el límite que es compatible con el respeto a la persona y por ende a la propiedad privada entendida como una barrera moral, como la frontera que define los límites legales de nuestro libre albedrío.

Entender que «buenas cercas hacen buenos vecinos», es decir, que los hombres pueden utilizar su propio conocimiento para perseguir sus propios fines, sin que interfieran entre sí, sólo si pueden establecer límites claros entre las respectivas áreas donde pueden actuar libremente, es la base sobre la que todas las civilizaciones han evolucionado conocido
F. A. von Hayek, Derecho, Legislación y Libertad.

¿Por qué no aguantan el capitalismo?

capitalismo

“Ya que el Estado necesariamente vive de la confiscación obligatoria del capital privado
y ya que su expansión implica necesariamente incursiones cada vez mayores
sobre el individuo y la empresa privada, debemos afirmar que
el Estado es profunda e inherentemente anti-capitalista”
Murray N. Rothbard.

 

 

Puede ser que para algunos de mis amigos parezca correcto y lógico que el estado sea  anti-capitalista (yo al contrario soy por un capitalismo anti estado o mejor sin estado), pero, de todos modos, hay que aclarar que es el verdadero capitalismo, el sistema de la propiedad privada y del libre mercado.

Simplemente es el sistema de acumulación de capital que permitió, a partir de mediados del siglo XVIII la creación de riqueza por primera vez en la historia.

Ese hecho inusitado fue reconocido por el propio Marx que en el Manifiesto Comunista dice: “La burguesía en solo cien años de dominio ha creado más riquezas y más fuerzas productivas que todas la generaciones anteriores juntas”.

Fue el capitalismo (vuelvo a repetir el sistema basado en la propiedad privada y el libre comercio) que, por primera vez en el curso de toda la historia, entregó al hombre las herramientas para el avance científico, tecnológico, económico.

Por la primera vez el comercio fue entendido como cambio libre y voluntario entre dos partes (rechazando, superando el concepto económico de la historia pasada, el mercantilismo, que no concebía el intercambio sino el robo, el latrocinio, la sustracción de la propiedad del otro).

La riqueza no era concebida como algo que se pudiera incrementar, construir: solo nacía de la transferencia –forzada, coercitiva- de los unos a los otros, los más fuertes, los más poderosos. Tomando la expresión de la teoría de juegos, era un juego (no-cooperativo) “a suma cero”. La riqueza de uno es la pobreza del otro, la ganancia de uno es la pérdida del otro, no se puede ganar más de las pérdidas de otros.

Y socialismo, estatismo, intervencionismo, populismo, fascismo se sostienen en esta hipótesis: la pobreza se vence no creando la riqueza sino quitándola a quienes la tienen.

El mismo concepto de coerción-redistribución forzada fue adoptado por el estado que, mira, propio en aquel tiempo estaba acrecentando. El estado le quita a sus ciudadanos, los empobrece, para, formalmente, entregarles un hipotético suministro de bienes públicos, que igual los ciudadanos hubieran podido producirlos. Esta transferencia, coercitiva y forzada, es, otra vez, el verdadero juego “a suma cero”.

Entonces me parece que haya animadversión, más que oposición, contra este sistema propio ahora que el estatismo socialista, en sus varias formas, ha ganado en todo el mundo, de Europa a EEUU, a Latinoamérica.

Y este rechazo del capitalismo surge evidentemente de la ignorancia respecto de la naturaleza ética, política y jurídica del sistema que cambió la historia del mundo.

Todavía viene descalificado en nombre de la supuesta búsqueda de la igualdad económica como malo, injusto, malvado o inmoral.

En el fondo de tantos debates de nuestro tiempo hay el contraste entre libertad e igualdad, entre cuantos creen que tenemos que defender la autonomía de los individuos, aunque produzca disparidades, y los que en cambio están dispuestos a limitar cada espacio de elección propio para rehuir resultados anti-igualitarios.

Y no hay duda que la predominante es una cultura que tiende a reducir las distancias; la sociedad actual intenta rehusar la realidad: pero como nos enseñaba Murray Rothbard, el igualitarismo representa una forma de revuelta contra la naturaleza.

Mises dijo que “una sociedad que elige entre el capitalismo y el socialismo no elige entre dos sistemas sociales; elige entre la cooperación social y la desintegración de la sociedad”. Hayek creía en “la preservación de lo que se conoce como el sistema capitalista, del sistema de libres mercados y propiedad privada de los medios de producción, como una condición esencial para la propia supervivencia de la humanidad”.

Todos los seres humanos somos distintos desde muy diversas perspectivas, lo cual hace que los resultados de nuestras acciones sean también distintos. Y esto permite la cooperación social, es decir, el intercambio de ideas, de bienes y de servicios.

La verdadera igualdad es la de las oportunidades, no de los resultados que difieren por miles de motivos: sobretodo capacidad, empeño, perseverancia, y, sí, también suerte.

La riqueza injusta es solo la que se alcanza a través de medios incorrectos o ilegales. La riqueza no es algo dado o un accidente de la historia, no cae del cielo como la lluvia. Es el producto de la creatividad humana en un entorno de libertad.

Y ¡como es raro que los que buscan la igualdad la buscan para los otros…(pues ellos son diferentes)!

Pero es evidente que si la desigualdad fuera éticamente injusta ella no procede del mercado, del capital, de la propiedad sino del origen, de la naturaleza de los hombres.

Pues
“el capitalismo en sí mismo es el único sistema moral, porque para ganarse el sustento hay que producir o ayudar a producir alguna cosa deseada, que la gente demande en los mercados, y se venda y compre en libertad, sin coacción alguna, ni privilegios para nadie. Y es el más eficiente en este sentido”.
Alberto Mansueti

 

 

 

Impuestos: cuando lo mucho cansa

Depardieu – Obelix


Ya habrán leído de Gerard Depardieu, el famoso actor francés, que como protesta en contra del gobierno de François Hollande, que recientemente aprobó aumentar a 75% el pago de impuestos a quienes ganen más de un millón de euros año (1.300.000 dólares), decidió mudarse a una localidad belga ubicada a un kilómetro de la frontera de Francia.

Y además, aunque el Tribunal Constitucional haya rechazado la ley -pero pronto replanteada por el gobierno-, Depardieu devolvió su pasaporte y parece que tomará el ruso.

“Estoy harto de trabajar por el estado” – dijo y añadió que en 2012 había pagado el 85% de impuesto sobre su renta.

En Francia el caso levantó un revuelo: quien como el ministro del Empleo y Seguridad Social dijo que era “un caso de decadencia personal”, la de Cultura dijo que era un escándalo y que para Depardieu “habría sido mejor quedarse en el cine mudo”; otros politicos, los de oposición, encontraron que el verdadero escándalo era el impuesto y la decisión tomada por del actor era la consecuencia de la política fiscal irresponsable de los socialistas.

Yo también participo de esta posición: para quien considere derecho inalienable lo de su propia vida, de su libertad, de su propiedad,  los impuestos de los gobiernos son un robo y cuando llegan a este nivel, además de una estupidez pues son contraproducientes, se manifiestan como un hecho de soberbia y de prevaricación.

Bueno, Hollande, el presidente francés, se encuentra en buena compañía pues también Barak Obama, otro socialista, intenta hacer lo mismo; y también en Italia, en España es igual.

Pero el numero puede ser fuerza, pero no, en absoluto, legitimidad, verdad y coherencia.

Le adjunto un articulo sobre el argumento del profesor español Juan Ramón Rallo, que agradezco por su tacita permisión, que mucho me gustó por inteligenzia y agudeza.

De servicios y servidumbres

Decía Lysander Spooner que el Estado era peor que un asaltador de caminos porque éste, al menos, no intentaba sermonearte y convencerte de que te estaba robando «por tu bien»: el ladrón te arrebata la cartera, se va y te deja en paz, mientras que el Estado se instala a tu lado para convertirte no sólo en su esclavo económico sino, sobre todo, en su esclavo moral.

El Estado francés no sólo es una institución que año tras año se queda con más de la mitad de todos los ingresos de sus ciudadanos, sino que además trata de persuadirles de que todavía pagan demasiado poco y de que redunda en su interés el terminar de rendir sus haciendas particulares a la Hacienda de la República. Tampoco es que posea alternativa: cualquier banda organizada que ose sisar cantidades tan astronómicas a un grupo de personas necesariamente vivirá sometido a un riesgo potencial de rebelión que únicamente podrá aplacarse y controlarse con un continuado adoctrinamiento y una bombardeante propaganda.

A tal fin se dirigió el célebre Hollandazo fiscal por el que las rentas de más de un millón de euros pasaban a estar sometidas a un tipo marginal del 75%. Su propósito, a diferencia de lo que algunos quisieron creer, no era el de incrementar los ingresos del Estado francés, pues la recaudación de la medida se preveía absolutamente exigua, sino templar los ánimos de unas clases medias que se ven sometidos a un sistema fiscal igualmente invasivo y ahogante. En otras palabras, el objetivo del Hollandazo era hacerles más digerible la rapiña fiscal a la mayoría de franceses de ingresos moderados –que son el auténtico granero del que se nutre el erario– ofreciéndoles a modo de sacrificio y carnaza el despellejamiento de cuatro odiosos ricachones. En el fondo no era un impuesto contra los ricos, sino una campaña de marketing para consolidar la exacción fiscal de las clases medias y bajas.

De ahí que la reacción de Gerard Depardieu sea tan bienvenida. No porque Obelix esté combatiendo al César François por el bien de la irreductible aldea gala, sino porque, al tratar de salvaguardar su propiedad en su propio interés, no sólo recuerda a todos los franceses quiénes son siempre los auténticos sojuzgados en materia fiscal (todos aquellos que no pueden evitarlo, esto es, la mayor parte de las clases medias que no cuentan ni con recursos ni con asesores para protegerse de las mordidas gubernamentales) sino que, sobre todo, pone de relieve el auténtico fondo de la cuestión: la tributación confiscatoria de la Grandeur.

Así las cosas, a Hollande no le ha quedado otro remedio que salir a la palestra para tratar de redirigir la indignación social contra los exiliados fiscales como Depardieu en lugar de contra lel auténtico culpable: la voraz Hacienda gala. Peticiona Hollande que los contribuyentes tienen el deber de servir a Francia, es decir, al Estado francés, es decir, al propio Hollande. Otro con complejo de Rey Sol.

En realidad, el mayor servicio que los contribuyentes franceses pueden prestar a su país y a sus connacionales no es agachar la cabeza e hincar la rodilla ante el publicano de turno, sino, entre otras contestaciones, ejercer en masa el muy democrático voto con los pies cruzando la frontera y acelerando la descomposición de su reaccionario, opresivo y pauperizador régimen tributario.

Lo que reivindica Hollande no es un servicio a la ciudadanía, sino una servidumbre al Estado; mas sólo revistiendo lo segundo de lo primero tendrá oportunidad de canalizar el odio social contra el traicionero exiliado fiscal, minimizar futuros casos análogos, argamasar a quienes creen que pagan muchos impuestos porque los ricos no contribuyen y, en última instancia, lograr mantener en pie la descarada institucionalización del expolio en beneficio de políticos, burócratas, grupos de presión y buscadores de rentas. A nada más que esto se reduce toda la pomposa retórica de nuestros estatistas gobernantes.

Juan Ramón Rallo el 28 de dic de 2012

El misterio del Capital


Lo compré enseguida.  Estaba pasando un período difícil de adversidades económicas empresariales che se prolongaban desde hace un tiempo, y no encontraba el momento y la gana de una lectura que no fuera una descuidada lectura de los periodicos y unos vistazos a mis textos de management.

No había leído su libro precedente que tuvo un gran éxito, “El otro sendero”, pero  esto me intrigaba por el titulo, refiriendose al capital, lo que en aquel tiempo iba buscando angustiosamente.

Así estaba escribiendo en el lejano año 2000, cuando salióel citado libro de Hernando de Soto, economista peruano.

Y ahora que arreglando mis libros en el recien comprado librero de madera pintada negra lo encontré, me fijé una vez más en el subtítulo “Porqué el capitalismo triunfa en Occidente y fracasa en el Resto del Mundo”.

El libro, que ahora estoy releyendo, tuvo y tiene una importancia fundamental porque apunta el motivo, el porqué, entre los paises desarrollados y los del, así llamado, Tercer Mundo.

Aunque ahora, en un mundo a la deriva socialista, el concepto de capital es malentendido y trastornado, sin embargo no podemos desconocer o subvalorar la realidad de los acontecimientos que pasaron en la Europa desde los años de la “revolución industrial”. Fue el capitalismo, el sistema basado en la propriedad privada y el libre comercio, que, por primera vez nel curso de toda la historia, entregó al hombre las herramientas para el avance científico, tecnológico, económico.

“El misterio del capital” reproduce claramente la causa principal y determinante de las dificultades económicas y sociales del Tercer Mundo: la falta de un sistema legal que sustente la propiedad privada y brinde un marco de certeza y seguridad a los emprendedores.

La solución encontrada es la de crear un puente entre la economía extralegal, sumergida, informal -el capital muerto-, y la del estado de derecho donde hay el capital vivo. Es decir intentar de transformar el capital muerto en capital vivo.

Pero ¿qué es el capital muerto, el capital vivo?

Un paseo por las calles del Medio Oriente, de la ex Unión Soviética o de América Latina le mostrará muchas cosas: casas que proporcionan techo; parcelas de tierra en labranza, siembra o cosecha; compra y venta de mercadería.  En los países en vías de desarrollo y en los que salen del comunismo los activos sirven sobre todo para estos propósitos físicos inmediatos. En cambio en occidente, esos mismos activos llevan además una vida paralela, como capital externo al mundo físico: pueden ser usados para aumentar la producción, agenciándose los intereses de otras partes como «garantía» para una hipoteca, por ejemplo, o asegurando la obtención de otras formas de crédito, así como de servicios públicos”.

Esto fue lo que nos dijo Hernando de Soto empezando su obra en al año 2000: el comprobó y, con su equipo viajando por el mundo como asesor, valoró todo este capital sin derecho, capital que no podía dar beneficio, en cifras enormes.

De Soto nos lleva de la mano y nos enseña, entre las favelas brasileñas y las  bidonvilles de las megalópolis centroafricanas, como dondequiera hayan emprendedores hábiles, hombres voluntariosos, ahorradores admirables y –¡nada menos!- patrimonios notables (hay que mirar a la inmensa extensión de edificios realizados en las últimas décadas en muchas ciudades del Tercer Mundo.

¿Porqué, entonces, esto, que es en todo caso riqueza, no ocasiona desarrollo y crecimiento?

La razon tenemos que encontrarla en el hecho que, a falta de una orden jurídica en condiciones de tutelar de manera efectiva la propiedad, los capitales nunca pueden transformarse en liquidez: invertible, negociable, utilizable por la diferentes empresas.

Antes de todo es un gap  jurídico que los paises desarrolados tienen que llenar: derecho y propiedad privada son entonces las simples recetas que los liberales sugieren a los que quieren mucho el futuro de los paises más pobres.

Los cuales de todo tienen necesidad menos que de los financiaciones “a llover” del Occidente, sea Banco Mundial o Fmi, que primero son manejo de dinero y de poder de los politicos.

Es bastante viejo el aforismo diciendo que si quiere ayudar a un pobre no hay que darle un pez sino enseñarle a pescar: ya que, hay que decirlo, todos los peces que le han entregado en 40 años a los paises pobres se lo han comidos gobiernos, dictadores, políticos y burócratas, con los pobres mirando (y moriendose de hambre).

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