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Casaitalia Gourmet
Hombre: naturaleza y humanidad
Escribí, hace años, algo sobre la comida rápida (fast-food) y la comida chatarra (que muchas veces son lo mismo).
Por uno de esos misterios que, aún para mí, envuelven los procedimientos y las prácticas del equipo, este artículo se ha perdido: en casaitalia y en la carpeta donde guardo las copias.
Y lo siento mucho porque me había parecido salir bien… .
Ahora tengo sólo la foto que adornaba el post y la pongo ahora de un lado a lo que voy escribiendo ahora sobre el”slow food” la comida lenta que tiene su respaldo en la cocción lenta.
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Me encanta hablar de estas cosas por una serie de razones, la primera de las cuales es que sé que voy en contracorriente: algo que me anima, me divierte, me emociona.
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El movimiento Slow Food, que tiene come símbolo el caracol, emblema de la lentitud, nació hace treinta años en Italia (¡y te parece!) como oposición a la fast food (comida rápida) con el propósito de promover la educación del gusto, redescubriendo aromas y sabores de la cocina tradicional, considerando, y está la otra razón por la cual me gusta platicar de esto, que la alimentación, la cocina, la comida es una forma de cultura, como producto de la historia y de las tradiciones de los pueblos.
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Ya sobre esto hablé en lo que era la misión de Casaitalia y que ahora se encuentra, bajo del título Casaitalia, en la raya roja, como acerca de.
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Luego, last but not least, la cultura de la comida se combina con el placer de la misma.
No más hamburguesas inundada de “cátchup, mostaza y mayonesa”, no más sabores artificiales, y toda la química de los saborizantes, antioxidantes, colorantes, conservantes, antifermentos; comidas tragada en silencio, colando grasa y colores en las manos cuando no en la camisa, en un rincón de una mesa sucia junto a otros tragadores mudos y ausentes.
El placer de la mesa viene en primer lugar de una disposición mental, por una inclinación del espíritu, el amor por la hermosura (yo diría por lo sagrado).
Es cultura, respeto, sensibilidad, estudio. Se forman en la casa de los papás, con los principios que nos transmiten, con la tradición de los abuelos, con los recuerdos y las historias de la primera infancia.
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¡Lástima que estos principios, estos valores, de la fe en Dios a la cocina, se pierdan!
Ya los hemos perdidos; ya no los tenemos más adentro y no los sabemos más transmitir.
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Hablaba antes de la contracorriente. Y así es. Somos, soy, la reducida reserva de algo que está desapareciendo.
Hablamos entre nosotros, pocos, de cosas que ya no interesan a los más.
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Como en el título, a la cocina lenta se junta naturalmente la cocción lenta: como el comer, también el hacer comida tiene algo de sagrado, de misterioso, de antiguo.
Ahora, los pocos exploradores del gusto han redescubierto esto de la cocción lenta: hay chefs que haciendo su fortuna, escribiendo libros y abriendo restaurantes, nos hablan de las bajas temperaturas, del tiempo largo de cocción, de nuevos instrumentos para hacerlo.
Pero me acuerdo de papas cocidas bajo cenizas en la chimenea, de guisados en ollas de barro, de carne puesta en la chimenea apagada pero todavía caliente hasta la mañana del día siguiente… Y todo tenía otro sabor, otra suavidad.
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Los aficionados a la cocina, los falsos jóvenes como yo -los del alma vintage nacidos el siglo pasado al otro lado del océano, con la memoria, sí no los ojos, de la guerra sangrienta y terrible- que sueñan extender la masa en hoja y fettuccine y lasañas; odiando a la “nueva” cocina, la que le pone crema en aquel sublime platillo dicho a la “Alfredo”; que le junta vodka a las “penne rigate”; que confunden la margarina con la mantequilla (y creen que sea más saludable); los aficionados a la cocina, estaba diciendo, ya saben lo que es cocinar lento: que le pasa a un guiso, a un trozo de buena carne a la baja temperatura.
Ya, entre un asado y un guiso, habíamos puesto en práctica inconscientemente la reacción de Maillard, seguida de una cocción lenta a bajas temperaturas. Resultado: la carne suave y jugosa, perfecto, ya que nunca había estado.
Ya habíamos conocido el conde de Rumford, aquel estadunidense transferido en Londres al empezar de la revolución, y sus pruebas en la misma chimenea que había inventado. Rumford había intuido lo que ahora sabemos, que la cocina dulce exalta las bondades del ingrediente, que no le hace perder los jugos sabrosos, y que el tiempo ayuda a disolver los tejidos conectivos, los que hacen que la carne dura.
¡El tiempo también es un ingrediente! Nunca he pensado que el tiempo en la cocina era un detalle, tal vez debido al hecho que en repetidas ocasiones fue sometido de niño a la preparación de la salsa de tomate, o al cierre de los “cappelletti” (que tienen otra forma de los más conocidos “tortellini”) alrededor del dedo pequeño.
Todas cosas que también ahora sigo haciendo, con gusto y sin que nadie me empuje.
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Ya es tiempo de regresar al antiguo.
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Un joven amigo, Gerardo Enrique Garibay Camarena que sigo con atención en su blog, puso ayer un artículo titulado Oda a McDonald’s.
Les aconsejo de leerlo, lo encuentran también en Facebook, pues hay cosas inteligentes y verdaderas.
Aunque no me encuentre totalmente de acuerdo.
Para mí manera de ver, en el artículo se olvidan unos conceptos fundamentales: la comida es cultura, la comida es algo que nos ancla a la tradición. Y sin tradición, sin memoria, no hay raíces por el hombre.
Quiero aclarar mi punto de vista y hacer un contrapunto.
Sí, es cierto yo soy “embriagado de nostalgia”, por mí edad sobretodo que me hace ver el pasado con lupas rosadas y el futuro un poco más gris.
Pero no soy ni aristócrata ni super rico: sin embargo no me gusta la “comida rápida” o la que yo llamo “chatarra”.
Además veo la cocina como un lugar muy agradable y acogedor donde se puede estar trabajando sin sufrimiento mucho mejor que en unas oficinas o fabricas. Este pero es un discurso que me alejaría del asunto.
Me doy perfectamente cuenta de lo importante que fue, en todo el mundo, la industrialización, el fruto más significativo del capitalismo, del ahorro que se hace inversión. El mismo Marx, que no era ciertamente tan tierno con él, tuvo que admitir que la riqueza producida y difundida en los últimos cincuenta años -en la segunda mitad del siglo XIX- había sobrepasado la generada en los miles de años antes.
La industrialización de las fábricas empezada en el siglo XVIII, la industrialización en la agricultura, el desarrollo científico y tecnológico han aportado bienestar y riqueza para todos, para todos los más humildes.
(Es bastante ver los gráficos de la tasa de mortalidad en los últimos cincuenta años, la tasa de supervivencia de los neonatos, las probabilidades de vida de mujeres y hombres, para entenderlo.)
Además, consiguiente a esta revolución industrial, cambió el clima sentimental de la familia no sólo el económico. La familia campesina y la familia obrera evolucionaban hacia la familia burguesa y se difundía una revolución en los afectos-sentimientos, hacia los hijos por ejemplo, que fue, según unos estudiosos, el alcance, el logro más importante en la historia de la humanidad.
Ni estoy en contra de la globalización, ni veo en las empresas una forma de imperialismo disfrazado.
Ni, y esto quizá es lo más importante, quiero imponer a nadie mis ideas, mi manera de vivir, y, de comer.
Pero, como me gusta decir, no todo es lo mismo, hay una escala de valores y cada cosa tiene su consecuencia.
Todo esto aclarado, ¿porqué estoy en contra de está manera de comer, que es, al final, una manera de vivir?
Porque la comida es tradición, es cultura en el sentido más a la letra de la palabra. La comida viene de la tierra, de lo que la tierra ofrece y puede dar y esto es diferente de lugar a lugar, sigue el ritmo de las temporadas; tiene forma, sabores, colores distintos del norte al sur, de la montaña al mar, del Viejo Mundo al Nuevo Mundo.
Hay un vínculo profundo que une la comida a la tierra, a la cultura misma de los lugares y de los hombres.
Que no parezca exagerada o fuera de lugar esta asimilación de la comida a la cultura; aunque el llevado de la modernidad, con la modificación (deformación) de los estilos de vida y la marginación de ritos y tradiciones está llegando a un progresivo empobrecimiento de la relación comida-cultura.
Y sería que profundizar la conexión entre la comida “hecha” en la casa y la familia. Al desaparecer de la primera va desapareciendo el sentido de la segunda.
Porque comer no quiere decir simplemente satisfacer a la sensación física del hambre sino también satisfacer el “apetito”, nuestras “ganas” y nuestras emociones.
La comida es una manera de festejar, de consolar, de aliviar; la comida es expresión de sentimiento: un plato hecho con amor, con pasión, no es el mismo de lo hecho con indiferencia y rapidez en la anónima cocina de un “fast food”.
La comida señala el pasaje a un tiempo cultural y social cuando viene consumida por sus valores nutrimentales pero también simbólicos y rituales.
Pensamos en este ultimo caso cuanto sea profundo el portado cultural de la comida en las dimensiones de la religiosidad, de la sociabilidad y de la identidad adentro de las grandes tradiciones culinarias.
Como el pan, el vino y el aceite ascendido a símbolos litúrgicos de la religión cristiana
La comida como rito: el sentido de la unión alrededor de la mesa de la familia, de la comunidad, que la comida favorece y más aún impone en su forma tradicional de comida hecha y servida.
Unión simbolizada por el mantel que, transformando la mesa de trabajo en mesa de comida, señala también una separación temporal entre los momentos del día, y a la vista creaba unidad e identidad.
Todo esto le falta a la “comida rápida” que es exaltación de la uniformidad, contra la diversidad de las diferentes culturas, contra la tradición.
Es una “socialización” del gusto, ya la palabra me pone miedo, un aplastamiento de acostumbres y comportamientos. Todos comemos lo mismo (la pobreza del menú es evidente), en lugares todos iguales, limpios pero asépticos, simples pero anónimos, prácticos y baratos pero colectivos, sin intimidad.
La televisión a todo volumen, los celulares en la mano pulsando teclas.
¡Ah! ¡La mesa de mi cocina!
Ya lo sé, esta es la nueva manera de vivir, de estar en el mundo.
Parafraseando a Bastiat, es fácil ver lo que se gana, sería que pensar también en lo que se pierde.
En está respuesta he tomado y arreglado las ideas que hace más de dos años había puesto como programa de mi Casaitalia, que ahora se encuentra en el blog a la página “acerca de”.
En aquel tiempo tenía unas ambiciones comerciales que luego se perdieron, pero los conceptos fundamentales sobre el valor y el sentido de la comida quedan fijos.
Mientras tanto que el repollo en salmuera de Casaitalia se cuece lentamente en su olla, – el secreto está, sí en el ponerle todo lo que le pertenece, pero también en la cocida, lenta, baja por unas horas, – me puse a leer los comentarios económicos s que me habían llegado de Italia.
Este que leía, estaba escrito por uno de los pocos periodistas económicos que sigo de muchos años, de los pocos que entienden algo de economía.
Me pareció muy interesante sobre todo porque apuntaba lo que normalmente, también en México, pasa bajo silencio: el debito publico americano y sus catastróficas consecuencias para los países que están conectados, y casi dependiendo, de los EE.UU..
Sabemos todos que el presidente chino Hu Jintao fue recibido este miércoles en la Casa Blanca, pero no todos sabemos lo que dijo en una entrevista escrita al Wall Street Journal en la cual con cortante dureza anunció que “la era de un sistema monetario mundial controlado por el dólar pertenece al pasado”.
Juicio que sigue de unos días el advertimiento de Moody’s y Standard&Poor’s, los mas influyentes credit rating agency, sobre el hecho que la deuda federal USA pueda perder no solo su “triple a” (la valoración más alta en la medida de la calidad y solvencia de una deuda) sino atornillarse en una perspectiva de fracaso financiero.
Y no es solo por decir si el presidente del Council of Economic Advisors (los consultores económicos que hacen parte del Executive Office del presidente Obama) Austan Golsbee, imploró a la Cámara de los Representantes de levantar cuanto antes el tejado de la deuda publica federal, que esta puesto a 14.300 mil millones de dólares, pues la deuda corriente ya está más de 13.900.
Poniendo la cifras en perspectiva hay que decir que la deuda publica USA era, en el 1970, 425 mil millones de dólares, menos que el 40% del PIB de entonces y que a la deuda federal actual hay que juntar alrededor de 7.000 mil millones de la deuda publica estatal, de los Contados y Ayuntamientos americanos, que lleva la deuda total al 130% del PIB.
Mucho mas que los PIIGS juntos, aunque no hay que olvidarnos la fuerza y los activos de la economía americana.
Una observación importante: el 70% de los ciudadanos americanos, en los últimos sondeos, se declara categóricamente favorable al fracaso técnico (la quiebra federal según las leyes contables de los EE.UU.). Y esto nos dice mucho sobre los contribuyentes americanos que frente a los políticos que no logran, no quieren parar la espiral compulsiva de la deuda y del déficit publico, prefieren el crac.
Por lo menos se para el crecimiento de la deuda y se carga a los políticos la clara responsabilidad del desastre. De una vez por todas en la historia.
Niall Ferguson, historiador ingles ahora en la Harvard University, en una conferencia en Australia sobre el inevitable declive de la potencia americano se puso a decir: “la cosa más grave no es la deuda que corre, sino que no se haya puesto en agenda ninguna creíble estrategia por reducirla”. Igual que el otro hombre Gideon Rachman en Foreign Policy.
Los americanos son mucho más críticos, y críticos despiadados, que nosotros en Italia.
Y en México?
Bueno, ahora el repollo esta listo: su perfume se expande por la casa y llega a mi escritorio donde estoy y siempre cuando no me pongo en la cocina.
Es inebriante, muy particular…
A comer!
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