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Coca Cola en París – 1950

Los que me conocen ya saben de mi aversión a las bebidas azucaradas, ¡por supuesto prefiero a las alcohólicas! , y ante todo a la Coca-Cola.

No por el hecho que venga de los Estados Unidos, hay algo bueno también por allá (pero poco), sino porqué es algo, sabor, dulzura, manera de tomar, que se pone en total contraposición de mi manera de concebir el mundo.

 

No parezca exagerado esto del mundo: de hecho la Coca-Cola, y todo lo que le sigue y le rodea ha cambiado el mundo.

 

Tengo que volver, y mis cuatro lectores me disculparán, a los días lejanos de mi primera vida en Italia.

Que se esfuercen por ver con mis propios ojos: años inmediatamente después de la Gran Guerra Mundial; en Italia, destrucción, escombros, miseria. Era necesario reconstruir, partiendo de cero.

Y vi, ante mis ojos ingenuos y quizás torpes de niño, el despertar de un renacimiento de la voluntad y el compromiso.

Lo logramos o, mejor dicho, ellos lo lograron.

En medio de esta humanidad dolorosa y trabajadora, fatigada pero fuerte y orgullosa de sus objetivos, aquí aparece, junto al Plan Marshall (que por cierto les fue más útil que a nosotros) la Coca-Cola con su imagen festiva y siempre alegre, sonriente y feliz.

 

Una contradicción patente, para mí.

Era un deseo de dar una visión endulzada del futuro, de hacernos olvidar con un sorbo centelleante los horrores del pasado.

Pero, quién sabe, había algo bueno en esta locura, habría dicho Shakespeare…

 

 

Ya, Coca-Cola.

A nadie le gustó, demasiado lejos de nuestro gusto italiano, europeo.

Comenzaron a distribuirlo gratuitamente, para los hogares, los primeros carteles en las calles, publicidad con imágenes y sonidos atractivos en los cines.

Lo asociaron, fueron maestros en estas campañas de marketing, con una vida libre, poco a poco más y más transgresora: se podía beber de la botella, caminando por las calles; sin vergüenza.

Y ganaron; cambiaron nuestras reglas, nuestra forma de vida, nuestra forma de comer y nuestra forma de tomar.

 

Uno no puede oponerse, ¡ pero juzgar sí !, a la vida que pasa, a las modas que cambian, a los estilos de vida que se marchitan…

 

 

La foto que he puesto arriba la saque del internet, tiene como título Coca-Cola en Paris, 1950. Increíble y fascinante.

Es emblemático, y expresa perfectamente, además de lo de ellos, mi estado de ánimo, de aquella época y de ahora.

Mira las caras desconcertadas, sorprendidas, casi repugnantes de los clientes de este típico bistró francés. Acostumbrados, que sé, a los pastis o calvados, los codos descansando en el banco, ver un vaso de Coca-Cola servido. ¡Puah!

 

A veces una imagen dice más que mil palabras. Os dejo con esta imagen y mi asco.

 

 

 

¿Hacia dónde vamos?…

stereotipi-di-genere

En Italia a Molfetta, pequeña ciudad del sur (Apulia), han instituidos cursos de formación a la educación de género por la construcción de la identidad dirigidos a enseñantes de cada orden y grado para sensibilizar los estudiantes a la lucha a las discriminaciones, al homofobia y a los estereotipos.

A promoverlos son, ay de mí, la Diócesis ciudadana y la Acción Católica.

Relatores: un militante LGBT, una psicóloga que promueve las adopciones gay y la autora del libro: «¿Mamá, por qué es Dios macho?

En cartel, pero luego ha borrado la presencia, también el obispo de la ciudad.

 

 

 

Douce France…

femen

El Arzobispo Andre-Joseph Leonard atacado por un grupo de activistas de Femen durante una conferencia en la Universidad de Bruselas ULB.

Douce France, cher pays de mon enfance… (Dulce Francia, querido país de mi infancia) …

Así, hace más de cincuenta años, Charles Trenet, chansonnier francés cantaba y hacía cantar los franceses.

Nada ha quedado de la Francia de antaño. El cariño, la dulzura, la inolvidable atmósfera de contento y de “savoir vivre” ha desaparecido.

No sólo es preocupante el alambre rojo de las acciones anticristianas de las activistas de Femen, más aún es la reacción ostentosamente «suave» de la policía frente a los espectáculos de mujeres en topless (claro, a mí no me molesta el topless, más bien…).

Si pues se compara la tolerancia de que disfrutan los ataques de los Femen con la violencia sin precedentes utilizados por la policía contra los manifestantes pacíficos en contra de las uniones del mismo sexo, la ansiedad se convierte en alarma.

En efecto la violencia se ha convertido en intimidación: se recuerda el caso de un hombre obligado a pagar una fuerte multa por llevar una camiseta con el logo del evento, y después los 67 jóvenes arrestados y mantenidos aprisionados para todo el día sólo para protestar en silencio cerca de la sede de la Asamblea Nacional.

Por otro lado, en cambio, los activistas de Femen gozan de impunidad aparentemente poco comprensible, ya que sus ataques a personas y lugares de culto están multiplicando.

Así que se le interpela al Consejo de Europa a intervenir para detener en Francia la violencia contra los cristianos, así como investigar las actividades de Femen.

Bombillas quemadas

La Italia que fue

come eravamo

Un amigo me contaba que algún tiempo después de la muerte de su abuelo tuvo que limpiar el sótano de su apartamento. Entre otras cosas, se encontró con una caja llena de bombillas quemadas. Estaba acompañada por una nota escrita a mano: “Por si en el futuro inventan una manera de repararlas.”

Detrás de algunas anécdotas emerge un mundo. Parece verlo, aquel hombre, mientras arrincona objetos inservibles en el sótano con la secreta esperanza de que algún día puedan servir de nuevo: si no más a él, a alguien de su familia.

Hay quienes interpretaran el gesto del abuelo como un rechazo del consumismo o un soplo de tacañería. Yo, por el contrario, percibo una especie de secreta y arraigada confianza en el futuro.
La confianza que nos hemos perdido, que pero nos está sonriendo de estos cuadros nostálgico que ablandan los corazones, ya que parecen ocultar una posible respuesta a las inquietudes actuales.

Italia surgió de los escombros de una guerra mundial gracias a las personas que pensaban así.
Estadistas que persiguieron objetivos y no sondeos; emprendedores que renunciaron a los beneficios para traducirlos en inversiones; familias que ahorraron en los abrigos de los niños, pero no en sus estudios.
Millones de enamorados de la vida que conjugaban los verbos en el futuro, a sabiendas de que no lo hubieran disfrutado, pero sí propiciado.

¡A quién, sentado en los nuevos escombros de estos días, se preguntara por dónde empezar, me gustaría señalarle aquella caja de bombillas quemadas!

 

 

P.D.
En la antigua Unión Soviética había un mercado lozano de bombillas nuevas y usadas, que estaban a la venta en muchos puestos.
¿Por qué? El burócrata sacaba beneficio del robo de las propiedades públicas. Por ejemplo, muchos robaban las bombillas, que luego vendían en la calle. No ser descubiertos, era pero necesario tener bombillas quemadas para ponerlas en lugar de las que se habían robado…
¿Tal vez el abuelo del cuento ya preveía adonde nos están llevando?

 

He robado la idea a un periodista italiano, que a veces leo: Massimo Gramellini.

 

 

Matrimonio gay

matrimonio gay

El asunto del matrimonio es un problema ético, no político.
Atribuirlo a la política, esperar que la política nos guie, nos indique el rumbo correcto, o ver en las indicaciones que surgen de ella -que son oportunistas, utilitaristas, dictadas por la conveniencia del momento y la supervivencia de unos- la manifestación de un sentido superior, quiere decir encargar nuestra conciencia a quienes no la tienen (o no la usan).

En esto estaba pensando cuando me puse a leer y reflexionar sobre el artículo, muy preciso y seguro aunque para mí no convincente, de Víctor H. Becerra, Matrimonio gay en Latinoamérica: tarde pero llegará.
Ahora bien, el artículo está alojado en el sitio web del Movimiento Libertario de México. Yo también soy libertario, aunque italiano y católico.

No podía dejar de pensar en la admonición de Kenneth Minogue (The Servile Mind: How Democracy Erodes the Moral Life): “Un pueblo que confía sus reglas morales a los gobiernos, por más que sea impecable su motivación, se vuelve dependiente y servil”.
Como problema ético el asunto del matrimonio es un problema individual, personal.

Que en todo el mundo los gobiernos se encuentren enfrentando el argumento del matrimonio entre personas del mismo sexo y que en alguna parte lo hayan resuelto aceptándolo, es una realidad que pero no dice nada más que los políticos están alzando las velas: van, como de costumbre, donde sopla el viento.

Lo indudable es que el viento sopla hacia allá. Pero que tarde o temprano llegaremos a aceptarlo, no quiere decir que sea lo más correcto.
Lo inevitable no es lo cierto.

Hemos, por lo menos yo hace mucho tiempo, dejado de creer que la historia tenga su espíritu (el Zeitgeist hegeliano) que nos lleva dialécticamente a un estado superior; que la historia requiera la perfección de la sociedad humana. La historia no tiene su conciencia: la historia es una secuencia de acontecimientos, y nada más. Es el hombre que tiene, o mejor debería tener, una conciencia como guia para el futuro.

Es otro mito de la modernidad que el progreso, como progresión en el tiempo, sea superación de etapas precedentes e inferiores: de aquí el hombre nuevo, libre de las vinculaciones y discriminaciones del pasado; el pasado mismo visto como oscurantismo es decir restricción y oposición a la difusión del conocimiento, de la verdad, de la supuesta libertad.

Creo sea oportuno aclarar unas cosas.
En mi opinión, el malentendido fundamental radica en la definición del matrimonio entre personas del mismo sexo como “derecho” y en su pretensión de incluir en la categoría de los “derechos” todas las reivindicaciones -por más que respetables y aceptables- de cualquier grupo social.

En primer lugar, el hecho de que los homosexuales (o algunos de ellos) consideran el matrimonio como un concepto completamente independiente de la identidad sexual no significa automáticamente que sea así en absoluto o para cualquier persona (público, instituciones, leyes).

Pero sobre todo es falso que la falta de acceso a la misma condición jurídica de los demás siempre conduzca a la discriminación.

Parece que los partidarios incondicionales del matrimonio entre personas del mismo sexo consideren su falta de reconocimiento como una violación de un derecho al igual que (por ejemplo) la privación del derecho de voto y otros derechos civiles y políticos.

Como negocio jurídico, del matrimonio derivan derechos y obligaciones. Pero en cualquier acuerdo existen también razones de discapacidad que les impide concluir a ciertos sujetos; sin tener que armar un escándalo por la intolerable desigualdad de trato.

No es correcto invocar el matrimonio como único amparo legal del familiar (propiedades, herencias, etcétera): hay otras formas; como única defensa del hecho (real) de quererse (no se puede reconocer el derecho al matrimonio para todos aquellos que se aman por el mero hecho de que se aman): por ejemplo, una mujer que ama a dos hombres, o viceversa; como justificación de las razones emocionales para la adopción de un niño por una pareja homosexual.

Y luego, ¿a dónde llegaremos?

En Canadá, los partidarios de la poligamia exultan, porque con la introducción del matrimonio homosexual no hay más las bases jurídicas para negar la poligamia que ya, aunque no legal, es aceptada.
Y, de veras, ¿porque no? Cuándo hemos rechazado, borrado que el matrimonio sea la unión de un hombre con una mujer.

Al final hemos introducido el concepto relativista que el matrimonio puede ser cualquier cosa nos guste en el momento, pues de esta manera se ha ampliado la aceptación de un modelo de inestable unión basada en el deseo cambiante de compañía

Confundimos los términos. El matrimonio es una cosa y la unión libre de dos personas es otra.

Nadie niega, creo, que cualquier persona puede vivir y estar con quien crea. Es parte de la libertad fundamental del individuo y no seré yo a rechazarlo.

¿Pero esto tiene que ver con el matrimonio? No hablo por supuesto del matrimonio religioso, sería obvio; sino también el matrimonio civil, regulado por el Estado, es algo completamente diferente.

El matrimonio, y su consecuencia la familia, no es una relación privada, es una institución social, tiene que ver con la responsabilidad que la sociedad tiene hacia las generaciones más jóvenes. La familia es confianza de la civilización a través del tiempo, su relación con el futuro.

La introducción del matrimonio gay no es una cuestión de terminología, sino una decisión que cambia la esfera social en su conjunto.

¿Debemos prepararnos para un nuevo orden social en el que cada tipo de relación sexual se puede transformar en matrimonio con la firma en un formulario?
¡Y se anuncia como un gran paso adelante para la libertad humana!

Esta ley hace insignificante a la historia de Adán y Eva y a toda la narración civil, política y literaria acerca de aquel momento de la conciencia humana que es la propagación de la especie.

Es una reforma autoritario-democrática disfrazada de progreso libertario, una regla que niega a los niños el derecho a ser criado por un hombre y una mujer o ser emocionalmente cuidados por las dos secciones de la humanidad, por las dos mitades del cielo.

Conecten todo esto de arriba y… tengan miedo.

No quisiera hablar de fe: por supuesto, si entramos en el proyecto religioso, no deberíamos haber discusión; pero también debemos recordar que nuestra fe, -además de ser la adhesión a los principios sagrados que cada cual puede o no aceptar-, es el gran legado, la fuerte herencia de la tradición judeo-cristiana que impregna nuestra cultura occidental, que se enraíza en nuestras tradiciones, que es el origen y la esencia de nuestra cultura.

Citando una grand lección  di Gilles Bernheim, Gran Rabino de Francia, retomada al final de su pontificado por Benedicto XVI (“Si no hay hombre ni mujer, entonces no hay ya ni siquiera la familia”):

«Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1:27). El relato bíblico funda en el acto creador la diferencia sexual. La polaridad masculino-femenino atraviesa todo lo que existe, de la arcilla a Dios. Es parte del dato primordial que guía su vocación – ser y actuar – del hombre y de la mujer. La dualidad de los sexos pertenece a la constitución antropológica de la humanidad.

Oda a McDonald’s – una respuesta

comida chatarra

Un joven amigo, Gerardo Enrique Garibay Camarena que sigo con atención en su blog, puso ayer un artículo titulado Oda a McDonald’s.
Les aconsejo de leerlo, lo encuentran también en Facebook, pues hay cosas inteligentes y verdaderas.

Aunque no me encuentre totalmente de acuerdo.

Para mí manera de ver, en el artículo se olvidan unos conceptos fundamentales: la comida es cultura, la comida es algo que nos ancla a la tradición. Y sin tradición, sin memoria, no hay raíces por el hombre.

Quiero aclarar mi punto de vista y hacer un contrapunto.

Sí, es cierto yo soy “embriagado de nostalgia”, por mí edad sobretodo que me hace ver el pasado con lupas rosadas y el futuro un poco más gris.
Pero no soy ni aristócrata ni super rico: sin embargo no me gusta la “comida rápida” o la que yo llamo “chatarra”.
Además veo la cocina como un lugar muy agradable y acogedor donde se puede estar trabajando sin sufrimiento mucho mejor que en unas oficinas o fabricas. Este pero es un discurso que me alejaría del asunto.

Me doy perfectamente cuenta de lo importante que fue, en todo el mundo, la industrialización, el fruto más significativo del capitalismo, del ahorro que se hace inversión. El mismo Marx, que no era ciertamente tan tierno con él, tuvo que admitir que la riqueza producida y difundida en los últimos cincuenta años -en la segunda mitad del siglo XIX- había sobrepasado la generada en los miles de años antes.
La industrialización de las fábricas empezada en el siglo XVIII, la industrialización en la agricultura, el desarrollo científico y tecnológico han aportado bienestar y riqueza para todos, para todos los más humildes.

(Es bastante ver los gráficos de la tasa de mortalidad en los últimos cincuenta años, la tasa de supervivencia de los neonatos, las probabilidades de vida de mujeres y hombres, para entenderlo.)

Además, consiguiente a esta revolución industrial, cambió el clima sentimental de la familia no sólo el económico. La familia campesina y la familia obrera evolucionaban hacia la familia burguesa y se difundía una revolución en los afectos-sentimientos, hacia los hijos por ejemplo, que fue, según unos estudiosos, el alcance, el logro más importante en la historia de la humanidad.

Ni estoy en contra de la globalización, ni veo en las empresas una forma de imperialismo disfrazado.

Ni, y esto quizá  es lo más importante, quiero imponer a nadie mis ideas, mi manera de vivir, y, de comer.

Pero, como me gusta decir, no todo es lo mismo, hay una escala de valores y cada cosa tiene su consecuencia.

 

Todo esto aclarado, ¿porqué estoy en contra de está manera de comer, que es, al final, una manera de vivir?
Porque la comida es tradición, es cultura en el sentido más a la letra de la palabra. La comida viene de la tierra, de lo que la tierra ofrece y puede dar y esto es diferente de lugar a lugar, sigue el ritmo de las temporadas; tiene forma, sabores, colores distintos del norte al sur, de la montaña al mar, del Viejo Mundo al Nuevo Mundo.
Hay un vínculo profundo que une la comida a la tierra, a la cultura misma de los lugares y de los hombres.

Que no parezca exagerada o fuera de lugar esta asimilación de la comida a la cultura; aunque el llevado de la modernidad, con la modificación (deformación) de los estilos de vida y la marginación de ritos y tradiciones está llegando a un progresivo empobrecimiento de la relación comida-cultura.

Y sería que profundizar la conexión entre la comida “hecha” en la casa y la familia. Al desaparecer de la primera va desapareciendo el sentido de la segunda.

Porque comer no quiere decir simplemente satisfacer a la sensación física del hambre sino también satisfacer el “apetito”, nuestras “ganas” y nuestras emociones.
La comida es una manera de festejar, de consolar, de aliviar; la comida es expresión de sentimiento: un plato hecho con amor, con pasión, no es el mismo de lo hecho con indiferencia y rapidez en la anónima cocina de un “fast food”.

La comida señala el pasaje a un tiempo cultural y social cuando viene consumida por sus valores nutrimentales pero también simbólicos y rituales.
Pensamos en este ultimo caso cuanto sea profundo el portado cultural de la comida en las dimensiones de la religiosidad, de la sociabilidad y de la identidad adentro de las grandes tradiciones culinarias.

Como el pan, el vino y el aceite ascendido a símbolos litúrgicos de la religión cristiana
La comida como rito: el sentido de la unión alrededor de la mesa de la familia, de la comunidad, que la comida favorece y más aún impone en su forma tradicional de comida hecha y servida.
Unión simbolizada por el mantel que, transformando la mesa de trabajo en mesa de comida, señala también una separación temporal entre los momentos del día, y a la vista creaba unidad e identidad.

Todo esto le falta a la “comida rápida” que es exaltación de la uniformidad, contra la diversidad de las diferentes culturas, contra la tradición.
Es una “socialización” del gusto, ya la palabra me pone miedo, un aplastamiento de acostumbres y comportamientos. Todos comemos lo mismo (la pobreza del menú es evidente), en lugares todos iguales, limpios pero asépticos, simples pero anónimos, prácticos y baratos pero colectivos, sin intimidad.
La televisión a todo volumen, los celulares en la mano pulsando teclas.

¡Ah! ¡La mesa de mi cocina!

Ya lo sé, esta es la nueva manera de vivir, de estar en el mundo.
Parafraseando a Bastiat, es fácil ver lo que se gana, sería que pensar también en lo que se pierde.

 

En está respuesta he tomado y arreglado las ideas que hace más de dos años había puesto como programa de mi Casaitalia, que ahora se encuentra en el blog a la página “acerca de”.
En aquel tiempo tenía unas ambiciones comerciales que luego se perdieron, pero los conceptos fundamentales sobre el valor y el sentido de la comida quedan fijos.

 

 

 

Familia e hijos en la posmodernidad

adam and eve

Y crió Dios al hombre á su imagen, á imagen de Dios lo crió;
varón y hembra los crió. (Génesis 1:27)

“Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer,
y serán una sola carne” (Génesis 2:24)

 

Fue Simone de Beauvoir que dijo “mujer no se nace, se hace” (“On ne naît pas femme, on le devient”). En estas palabras hay el fundamento de lo que hoy en día se presenta como nueva filosofía de la sexualidad.

El sexo no es más un dato originario de la realidad, de la naturaleza que el hombre tiene que aceptar y llenar de sentido con su persona, sino un papel social que decidir autónomamente. La profunda equivocación de está teoría y de la revolución antropológica subyacente es evidente: el hombre deniega tener una naturaleza pre-constituida por su corporeidad, que define el ser humano. Negando la naturaleza es él mismo que se la crea.

Algo muy diferente de lo que aparece en el relato bíblico que destaca lo esencial de está dualidad.

 

Si nos paramos aquí, el discurso se atasca en un choque sobre los principios generales entre especialistas, sicólogos, antropólogos culturales, gente acostumbrada a tomar la realidad y a estudiarla despachurrada en una platina.

El tema fuerte es otro, y se encuentra en la reivindicación de la igualdad de los derechos. ¿Porqué una mujer cincuentona no puede tener un hijo si lo quiere? Y, al contrario, ¿porqué tener un hijo que no quiere? ¿Porqué una pareja gay no puede casarse y adoptar un niño, o hacer un hijo? También ellos, si lo quisieran, deberían hacerlo, ¿o no?

El chanchullo se pone en la interpretación de la libertad. La cuestión pero no es jurídica sino antropológica: la opinión, la voluntad de aplicar un modelo de programación (de gestión, computista) a toda la realidad.

¡Ay que recordar que la naturaleza sigue su curso! ¡Ay que hablar de naturaleza!
Si ustedes notan, hasta la palabra “naturaleza” con sus leyes, casi han desaparecido del vocabulario reemplazada con “medioambiente”, “entorno”, “hábitat”, “ecosistema”: salvo en los documentales de la BBC o de Discovery Channel.

 

En México no se habla mucho de la familia gay, de la adopción gay.
Lo que es un problema a la orden del día en Europa, aquí no está percibido. Quizá el machismo ranchero y revolucionario más que esconderlo quiere olvidarlo.
Por lo común en los discursos familiares o de amigos no existe. Por pavor, por timidez, por cobardía, por indiferencia y no sé que otro, no se habla de esto.

Pero algo se mueve: el año pasado la resolución emitida por el pleno de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN), cuyo tema de fondo tiene que ver con la violación al principio de igualdad y no discriminación, permitió, mediante un amparo, las uniones entre parejas del mismo sexo.

Esto fue en Oaxaca en donde el artículo 143 del Código Civil define el matrimonio como la unión entre un solo hombre y una sola mujer para perpetuar la especie y proporcionar ayuda mutua en la vida.

No obstante, la resolución de la Corte abre la puerta “para lograr que el matrimonio sea igualitario en todo México”.

 

Pero el problema hay, existe. No sólo por motivos religiosos.

El mismo Benedetto XVI cuando habla sobre el matrimonio, y lo hace bastante a menudo, lo hace refiriéndose a la naturaleza del hombre y de la mujer, a la “sacralidad” de la vida: “defender la institución del matrimonio como realidad social es, al final, una cuestión de justicia, ya que implica la tutela del bien de toda la comunidad humana, y los derechos de los padres y de los niños”.

Todas las sociedades humanas siempre han estado preocupadas acerca de cómo los hombres y las mujeres están juntas y tienen hijos. La familia no es una relación privada, es una institución social, es la responsabilidad que la sociedad tiene hacia las generaciones futuras. La familia es la confianza de la civilización a través del tiempo, es la relación con el futuro.

El matrimonio es algo diferente de la satisfacción del deseo voluble de compañía de un adulto.

 

Una sociedad puede escapar a su propia destrucción sólo si se basa en ciertos principios de «sentido común», aceptados por todos.
Estos incluyen la idea que matar y robar son comportamientos criminales; que la pedofilia y el incesto son inmorales, y que la noción de que un niño es tal ya que tiene una madre y un padre, y que el matrimonio es la unión entre un hombre y una mujer.

Una sociedad es verdaderamente tal porque respeta estos principios compartidos, que, pero al mismo tiempo, forman el fondo de la ética en la que la propia convivencia se basa.

La introducción del matrimonio gay, y lo que sigue como la requerida adopción de niños, no es una cuestión de terminología, sino una decisión que cambia la esfera social en su conjunto.

¿Debemos prepararnos para un nuevo orden social en el que cada tipo de relación sexual se puede transformar en matrimonio con una firma puesta en la línea justa, como requiere una ley del estado?

 

Cuando, como ahora, estamos perdiendo la recta concepción de la persona humana, no hay más un criterio para evaluar lo bueno y lo malo. Cuando el criterio dominante es la opinión pública o, peor, el estado expresado por una anónima mayoría, entonces es difícil oponerse.
¿Por qué decir que no a las diversas formas de convivencia, alternativas a la familia? ¿Por qué decir no al incesto, mientras hay el caso de Inglaterra, donde el hermano y la hermana viven juntos, tienen hijos y se aman?
Hoy nos escandalizamos, pero si va a caer el criterio ético de la naturaleza humana será siempre más difícil decir que no.

 

Es muy correcto y atinado lo que encontré en ContraPeso.info por Eduardo García Gaspar: “Lo lamentable es, en nuestros tiempos, que ante tales diferencias de opinión, sea el gobierno quien termine siendo la autoridad moral de última instancia. Nada bueno puede salir de eso”: cuando el estado llega en la casa o, mejor, en la cama de los individuos.

 

 

Armas de fuego

¿estamos seguros?


“De todas las fechorías cometidas por el imperio británico en la India,
la historia verá la de privar a toda una nación de las armas como la peor”
Mahatma Gandhi

“Una población sin armas está a expensas de la buena o mala voluntad de quienes sí las poseen, ya sea el gobierno, ya la delincuencia.”
Gerardo Enrique Garibay

 

Un tiroteo en una escuela primaria de Sandy Hook en la localidad de Newtown, en el estado de Connecticut, dejó 27 muertos, entre ellos 20 niños de entre cinco y 10 años.

Un joven de 20 años, autor de la matanza, cuya madre era profesora en la escuela donde ocurrió la tragedia, acudió al centro escolar tras asesinar a su madre en la casa.
Es la mayor tragedia ocurrida en una escuela de Estados Unidos.

Esta la noticia, reportada por los periódicos, de los dramáticos acontecimientos sucedidos hace unos días.

El presidente Obama conmovido expresó su condolencia: “… no hay un sólo papá que hoy no pruebe el dolor que yo estoy probando. Las víctimas, en la mayor parte, eran niños: tenían toda su vida por delante: cumpleaños, bodas, hijos… Esta noche nosotros los papás abrazaremos nuestros hijos: hay papás que esta noche llorarán…
Hemos soportado demasiadas veces estas tragedias en los últimos años.
Como País tenemos que hacer algo para impedir que se repitan tragedias como estas.”

Palabras conmovedoras en un momento terrible.

No quisiera parecer desfachatado o cínico si no me encuentro de acuerdo con la última frase. O mejor con lo que hace entender: revocar el permiso de llevar armas.

Todos estamos disgustados, amargados por lo que pasó, por la violencia gratuita y sinsentido, por la barbarie y la crueldad de la matanza pero una cosa es expresar condolencia en nombre del país y otra pensar que el país, mejor dicho, el gobierno del país  pueda solucionar, en manera correcta, este problema.

Porqué la solución del gobierno, a la cual muchos de nosotros, por falta de conocimiento, por equivocadas informaciones, por mal puesta confianza en la seguridad del estado consentimos y aceptamos, es la de cerrar aun más el cerrojo de la libertad del ciudadano: y la de tener o utilizar armas es parte importante de esta libertad.

 

Por incidencia quisiera aclarar que personalmente no tengo ningún tipo de arma, blanca o de fuego, por lo tanto no estoy hablando “pro domo mea” (en favor de mi propio interés). Para mi es una cuestión de principio y de libertad.

En los Estados Unidos, donde sucedió el trágico acontecimiento, la libertad de poseer armas de fuego está contemplada, desde tres siglos, en la Segunda Enmienda de la Constitución.

Aunque muchos no quieran entenderlo, el instinto de fondo en la sociedad estadounidense, nacida de una lucha de liberación contra un poder imperial, la libertad de llevar armas es antes de todo una defensa contra el arbitrio del poder.

Los constitucionalistas americanos no excluían que también el gobierno de los EE.UU. un día pudiera hacerse tiránico cuanto lo de los ex-dominadores británicos y la libre posesión de armas es una reserva permanente contra la dictadura, doméstica o enemiga que sea.

 

La opinión preconcebida predominante quiere hacernos creer que la posesión de armas, por tanto el reconocimiento del derecho de llevar armas, sea factor causal y desencadenante de la criminalidad salvaje.

Pero esta correlación entre crimen y disponibilidad de las armas no se puede probar y cuando intentamos hacerlo encontramos que en los países  con tasa de posesión más alta en el mundo (Noruega, Alemania, Suiza, Nueva Zelanda, Finlandia) la tasa de homicidios es la más baja; donde hay pocas armas “legales” (porque son prohibidas) como Rusia y también México, Sudáfrica, Honduras, El Salvador, Jamaica, Argentina, Colombia y Venezuela los homicidios son mucho más altos.

En los EE.UU. (cada estado tiene su ley diferente) donde hay restricciones más fuertes los homicidios tienen una incidencia diez veces más alta que en los más permisivos. Hay que recordarnos que el estado de Connecticut, donde ocurrió el masacre, es uno de los estados norteamericanos con más restricciones a la posesión de armas.

Mientras lo que es cierto es que la propiedad de armas de fuego por la inmensa mayoría sirve para prevenir el delito. Los delincuentes se lo piensan dos veces antes de matar y robar a individuos pacíficos que puedan estar armados. Pero no vacilan cuando confían en que sus víctimas estén indefensas. Como los criminales siempre tendrán armas, es necesario que las víctimas potenciales sean capaces de armarse para evitar el delito.

Entonces pensar que la solución rápida y realmente eficaz sea la prohibir por ley a todos las armas, además de ser irrealizable, es una estupidez.
Primero porque la ley la cumplen los inocentes, no los criminales (el propio Adam Lanza, asesino en Sandy Hook, se hizo ilegalmente con el arma que empleó).
Segundo porque el problema está en las personas y no en las armas: no debemos olvidar que quienes agreden y asesinan son las personas, no los objetos: que pueden ser armas de fuego, pero también cuchillos, piedras, carros…

Y sobre todo porque tener un arma para autodefensa funciona muy bien contra la delincuencia común.

“Tan solo en los Estados Unidos se registran cada año más de un millón de casos donde la abuelita, la mamá, el tío o el cuñado salvan su vida e impiden un crimen gracias justamente a sus pistolas y rifles”.

La misma opinión fue expresada por el padre de la criminología, Cesare Beccaria, (leído y estudiado por Thomas Jefferson y los padres fundadores de los Estados Unidos):

“Falsa idea de utilidad es la que sacrifica los miles de beneficios reales para una desventaja, o imaginaria o de poca consecuencia; que quitaría a los hombres el fuego porque quema y el agua porque ahoga; […].

Las leyes que impiden llevar armas son leyes de substancia semejante: desarman sólo los no propensos y no resueltos al crimen, mientras los que tienen el ánimo de violar las leyes más sagradas de la humanidad y las más importantes del código ¿Cómo pensamos que querrán respectarlas? ¿La ejecución exacta de las cuales nos quita la libertad personal y somete los inocentes a todas las vejaciones debidas a los reos?

Estas agravan las condiciones de los acometidos, mejorando la de los asaltantes; no bajan los asesinatos pero los acrecen pues es mayor la confianza en el asaltar los indefensos que los armados.

Corría el año 1764.

 

P.D.
Muy pertinente y en el mismo sentido es el articulo de Arturo Damm Arnal “El punto sobre la i”.

 

 

 

No hay más el pollo de antaño


Me gustaba mucho comer el pollo.
Como todos los niños de mi generación el pollo lo comía solo el domingo: era una comida de lujo.
Mirando por atras con los ojos de hoy, aquel pollo era verdaderamente un lujo pues era de corral, y no por una elección comercial o gastronómica sino porque en aquel tiempo solo habían pollos criados en el campo.
El pollo que se comía en la casa salía de la pollera del abuelo que estaba llena de gallinas y cada mañana nosotros los niños teníamos el huevo fresco, recíen hecho: también esto era un lujo del cual no me daba cuenta.
La mamá servía la mesa con el pollo asado con papas, le quitaba el muslo y lo entregaba al abuelo, el otro a mi papá; para mi muchas papas y una alita, luego podía hinchar los dientes en los huesitos buscando pedacitos de pulpa.
Me incantaba el pollo del domingo, la costra crujiente, el “bocado de rey”.
Luego los pollos empezaron a tener otro sabor, antes de pez y luego un sabor neutro: no había mas la pollera del abuelo y yo comía otros platillos.
Hoy en día, cada tanto, como pollo pero siempre me quedo decepcionado. Tal vez sea el recuerdo del aquel sabor: no hay más el pollo de antaño…
Stefano Bonilli 2012
Es un pasaje que encontré de un gourmet muy conocido en Italia. En cierto sentido tiene la misma visión de la cocina que yo: habla a menudo de lo que era el mundo antes, del campo, de la mesa en la casa de la mamá, de la tradición y del respeto.
De todo lo que desapareció. Y no solo el pollo.

Olimpiadas

Más que ganar el importante es participar
pues en la vida el esencial no es la conquista
sino la competición leal
Pierre de Frédy,
barón de Coubertin (1863 – 1937)
Fue Pierre de Coubertin el que volvió a llevar al lustre antiguo las Olimpiadas: un barón francés, aficionado al deporte.
El quiso que fuera en Grecia, en Atena, pues Olimpia era un pueblo demasiado peque
ño, el lungar en donde reiniciar la nueva tradición. El fue quien ideó el logotipo: los cinco círculos colorados significando el encuentro de los atletas de todo el mundo.
Así, el 6 de abril del 1896, rey Jorge I de Grecia abrió de manera oficial la primera edición de las Olimpiadas modernas delante de bien 5000 espectadores; las competiciones se cumplieron en un estadio construido igual a lo antiguo de Olimpia.
Participaron 13 paises por un total de alrededor de 300 atletas no profesionales, y sólo hombres. Competían en atletismo, gimnasia, lucha grecorromana, tenis, esgrima, halterofilia y pocos otros.
Han transcurrido más de cien años y todo ha cambiado.
El espíritu del  barón De Coubertin, el significado del encuentro de paises diferentes y lejanos a través de sus hombres (y mujeres, después de la primera vez) más representativos en el deporte (visto como una alegoría, una sublimación de la guerra), que quería reconectarse a la antigüedad cuando la Olimpiada era un signo de paz y de unión, se perdió en el curso de los años.
Olimpiadas se realizaron en Berlino en el 1936, cuando ya el Führer había promulgado las leyes raciales  y estaba planeando el exterminio de los judíos -Delano Roosevelt era presidente de los EE.UU., Stanley Baldwin Primer Ministro del Reino Unido, en Espana empezaba en los mismos dias la sangrienta guerra civil; en Moscú en el 1980 cuando estaba al poder Leonid Brežnev, el mismo que había  apagado en la sangre la primavera de Praga, el mismo que propio en año antes ejecutó la invasión del Afganistán.
También hicieron propuestas para la Olimpiada en Cina: pero no pasó.
Mientras tanto la Olimpiada se había cambiado en un negocio de proporciones colosales, en uno espectaculo amantado de pabellones e hymnos, que siempre impresionan el corazon de los simples, en una distribución mondial de cargos, de organismos y instituciones, de sedes principescas, y de dinero, de mucho dinero, de muchisimo dinero.
El deporte se degradó del sentido originario: el dinero subyugó a todo y a todos.  Cualquier tipo de juguete, dentro de poco también lo de canicas, tomará honra olímpica, mereciendose medallas, hymnos y palmadas. Y nuevas sedes, nuevas federaciones, nuevos secretarios y presidentes.
Al contrario de cuanto había dictado el barón de Coubertin, ganar llegó a ser  siempre más importante.  Así era en los paises totalitarios -Rusia, Cuba, China-, donde la victoria es un pasaporte para una vida de mejor calidad.
Se hizo en todo el mundo.
De una sana y regular competición se llegó a una angustioso enfrentamiento  en el cual el fin legitima a cualquier medio.
Para ganar se hace de todo.
En estos dias, por la victoria increible e imposible, en la competencia de natación de los 400 metros mixtos, de la chaparrita Ye Shiwen con un tiempo más bajo, en los últimos 50, de lo de Lochte y Phelps, todos se ponen a reprochar, a acusar, a pedir justicia deportiva.
Las blancas vestales del deporte, come vivieran en el empíreo, dan la cara de indignados y sorprendidos.  Falsa sorpresa y falsa indignación: defienden delante de los ojos de los simples y de los miseros una pureza y un decoro que no hay más,  que tal vez nunca existió. Defienden sólo su posición, su dinero, que se volveriá comprometido si todo cayera en el desprestigio y luego en el rechazo y en la indiferencia.
Porqué, ¿como podemos asombrarnos si casi cada día descubrimos casos de doping en el deporte –pero también en la vida-, en cualquier deporte, en cualquier de nuestras vidas?
Y luego ¿ya hemos olvidado los precedentes inquietantes de la DDR (Republica Democratica Alemana) y del URSS (Unión de las Republicas Socialistas Sovieticas) a quienes por décadas fue admitido de engañar el mundo aunque la treta fuera bajo los ojos de todos? Muchas de las atletas han tenido su vida marcada por la tormenta hormonal a la cual habían sido sujetadas: unas se hicieron hombres, o quizas ya lo eran…
El sistema político chino es igual: vive de propaganda nacionalista; la excelencia deportiva viene planeada por el estado; los ninos sacados de la familia y integrados en los programas estatales para hacer de ellos un ejercito de atletas.
Y quizá, como en el maíz, harán programado modificaciones geneticas del organismo. ¿Sería más grave, de un punto de vista humano, de que el campeón surgiera como resultado de entrenamientos  extenuantes, más semejantes a la tortura y a la  explotación de los menores?
Estamos en el tiempo de la imagen, del aparecer, de la exterioridad. Los valores no cuentan nada, no cuentan para nadie.
El deporte,  nacido para enraizar en los jovenes los valores de la competencia y de la confrontación, para acostumbrarlos al esfuerzo y al compromiso,  ha perdido sobre la marcha su verdadera función.
El deporte se volvió a ser una actividad por mirones, sedentarios y onanistas, un espectáculo donde admiramos los resultados que otros enseñan a nuestra floja y aburrida vista. 
Estamos muy cerca de los límites de las distopias que muchas veces unas peliculas  han detallado.
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