“Francisco contra las raíces judío-cristianas”


Premio Carlo Magno a Papa Francesco

Les comparto un artículo de un periodista italiano que ya he traducido, Antonio Socci, con respecto al premio Carlo Magno atribuido al Papa Francisco.
Les comento también que estoy totalmente de acuerdo con su análisis.

 

 

La atribución del Premio Carlo Magno a Papa Bergoglio induce a la hilaridad. Sería atribuir un Premio como San Tommaso de Aquino a Eugenio Scalfari (periodista y escritor reconocido ateo, quien recibió,  por extraño que parezca, la primera llamada telefónica italiana de parte de Jorge Mario Bergoglio apenas nombrado Papa). [Ndt.]

Como fue previsible el papa argentino – después de haber tirado las “raíces cristianas de Europa” y los “principios no negociables” que son a la base de la civilización europea – ha proclamado su único «principio no negociable»: la inmigración.

Y, con ella, el hundimiento de Europa.

Del resto – a despecho del título del premio – la desastrosa Europa tecnocrática y laicista, es decir a guía alemana y francés, tiene, ya desde hace tiempo, renegado Carlo Magno y el Sagrado Romano Imperio, es decir la cultura cristiana que ha construido la Europa de los pueblos.

Bergoglio ha invitado a hacer memoria del pasado, pero él es en ayunas de historia. En efecto ha repetido la usual cantilena sobre el deber de «construir puentes y derribar muros», ignorando que Europa literalmente ha nacido de la construcción de sólidas paredes de confín, defensas por milenios con la espada.

MUROS PARA DEFENDERSE DEL ISLAM

Los Francos construyeron el primero núcleo de su reino y el Sagrado Romano Imperio justo cuando, a Poitiers, en el 732 d.C., hicieron muro para parar la primera invasión islámica que desde España intentaba conquistar Europa.

Carlos Martel venció gracias a la ayuda de Visigodos, Bávaros, Alemanes, Sajones y Gépidos.
Fue el primero muro de defensa europea de la naciente civilización que estaba tomando forma en los monasterios benedictinos, dónde se salvaron y se transmitieron los tesoros de la cultura griega, judío-cristiana y latina y se hizo renacer el trabajo, la agricultura y la economía.

A parte las batallas de Carlo Magno sobre los Pirineos, Europa, continuamente saqueada por correrías sarracenas, se salvó porque en los otros dos, colosales, tentativas de invasión musulmana, los europeos todavía hicieron muro y vencieron.

A Lepanto en 1571 gracias a la flota de la Liga Santa promovida por papa Pio V (en aquel tiempo los papas defendieron la cristiandad de la islamización, mientras que el actual quiere derribar las fronteras y favorecer la invasión).

La tercera vez en que fue evitada la invasión islámica de Europa estuvo en el 1683, bajo las, sólidas, murallas de Viena.

El imperio Otomán ya había conquistado el imperio romano de oriente, devastando el milenario Bizancio y avanzando, con 140 mil hombres, sobre por los Balcanes hasta Viena.

Si hubieran caído sus murallas, Europa hubiera sido invadida e islamizada. Pero un ejército cristiano (mitad de aquel otomano), conducido por el rey polaco Giovanni III Sobiesky y formado por austríacos, polacos, italianos, francones, sajones, suevos y bávaros, venció y Europa fue salva para la tercera vez.

De otro modo hoy seríamos todo turcos, como a Bizancio que se ha convertido en Estambul. Y la Basílica de San Pietro sería una mezquita como ha ocurrido a Santa Sofía.

A decirla todo – pero Bergoglio lo ignora – Europa ha nacido, desde su lejano origen griego, justo construyendo un muro intransitable con respecto del desbordante invasión oriental.

MUROS CONTRA LOS PERSAS

En efecto Europa no existe desde siempre. Mientras todos los otros continentes son entidades geográficas definidas, ella – que es un apéndice de Asia – sólo nace de una identidad cultural.

Su cuna han estado como pequeñas ciudades griegas Mileto dónde algunos, a empezar de Tales, siglo VII a.C., tomaron a reflejar sobre el ser, sobre el Logos, la razón, y sobre el arché, el principio.

El ethos del pensamiento, de la búsqueda sobre la verdad y sobre el ser, fue el primero germen del hombre europeo que brotó luego con Sócrates y Aristóteles.
Pero el botón amenazó de ser atropellado enseguida por el oriente asiático. El imperio persa con su oscura cultura de los mitos, de las inquietantes cosmogonías y de las agobiadoras teocracias estuvo a punto de consumirse todo el occidente.

La chispa del revuelto anti-persas en el 490 a.C. brilló justo a Mileto y estrenó a Maratón, luego a las Termópilas, por fin a Salamina, pocos bravos combatientes griegos rechazaron la desmesurada potencia persa.

Gracias a este muro humano pudo florecer el primero germen de Europa, en fin exaltado por Roma, de la civilización jurídica de su imperio mediterráneo y por fin abrazado y hecho fecundo del anuncio cristiano llegado, a Atenas y Roma, con los apóstoles Pedro y Paulo que provinieron de Jerusalén.

Ésta es Europa.
Sólo de una ciudad que tiene sólidas paredes y clara identidad se pueden construir puentes.

En efecto esta cristiandad europea llevó la esperanza cristiana de la inmortalidad en todos los continentes y conjunto llevó la libertad, la dignidad humana y la racionalidad. La que ha dado a luz la tecnología, la ciencia y el bienestar económico.

EL MAL

Pero de la denegación de estas raíces también ha nacido el mal, es decir los totalitarismos que han ensangrentado Europa y el mundo del Novecientos.

Sobre sus escombros, en cambio, del 1945, la paz, la prosperidad y la unidad europea han vuelto gracias a estadistas católicos como Schuman, De Gasperi y Adenauer que recondujeron sus pueblos a las raíces cristianas, (todo y tres tienen la causa de beatificación en curso o en calle de abertura).

Después de la caída del Muro de Berlín de los ‘89 ha prevalecido en cambio una tecnocracia europeo laicista que de nuevo ha barrido fuera aquellas raíces reemplazándolas con la moneda única y con políticas desoladoras.

Los grandes pontífices, Giovanni Paolo II y Benedetto XVI, han lanzado la alarma contra esta deriva nihilista y tecnocrática, una verdadera “dictadura del relativismo” que amenaza de dar a luz nuevos monstruos.

Si Europa hubiera querido hallar sus raíces y con ellas la energía de renacer, los habría escuchado.

Pero no lo ha hecho. En efecto ningún premio Carlo Magno le ha sido dado a Benedetto XVI, que ha sido un verdadero gigante del pensamiento europeo, bastaría su histórico discurso de Ratisbona.
La oligarquía progresista alemana (a partir de los obispos teutónicos) aborreció a Ratzinger.

LAS TINIEBLAS DE BERGOGLIO

Hoy que Europa es a la deriva, en crisis, envejecida, ha cercenado sus raíces, es invadida y ahondada por una tecnocracia desastrosa, el Premio ha sido asignado justamente al símbolo perfecto del extravío espiritual de Europa: el argentino Bergoglio, el paladín de la invasión, el que más empuja por el hundimiento de la antigua Europa (han sido Jean-Claude Juncker y Martin Schulz a motivar esta asignación).
Y no al azar Bergoglio, en su discurso, ha pedido a Europa de abrir las fronteras a la marea migratoria exaltando justo aquel “multiculturalismo” que generalmente es una máscara del relativismo, a menudo del odio anticristiano y sobre todo es la puerta abierta a la islamización.

En efecto Benedetto XVI, en su diálogo con Marcello Pera titulado «Sin raíces. Europa, relativismo, cristianismo, islam» dice:
“El multiculturalismo, que viene continuamente y con pasión alentado y fomentado, es a veces sobre todo abandono y denegación de lo que es lo propio, fuga de las cosas propias.”

Es esta renuncia a su identidad y a sus valores que ha hecho envejecer Europa y la devuelve hoy una frágil maceta de barro en la competición internacional.

Ratzinger explicó:
“Hay aquí un odio de sí del occidente que es extraño y que se puede considerar sólo como algo patológico; el occidente intenta sí, de manera loable, de abrirse lleno de comprensión a valores externos, pero no se quiere más a sí mismo; de su historia ya ve solamente lo que es deplorable y destructivo, mientras ya no es capaz de percibir lo que es grande y puro. Europa necesita un nueva – ciertamente crítica y humilde – aceptación de sí misma, si quiere sobrevivir de veras”.

Benedicto ha sido barrido fuera. Hoy el corazón mismo de Europa, Bruselas, es más islámico que cristiano, Europa es “desarmada” como una “tierra de nadie” dónde quienquiera puede desembarcar, como dice la reciente relación del Europol, y, en un típico alarde de buenas intenciones, la Unión Europea se rinde hasta a Turquía con tal que parar temporalmente la invasión.

Miope autoagresión. Una Europa en manos de estas absurdas tecnocracias y sin sólidas raíces cristianas no tiene ningún futuro.

 

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