En una época, desgraciadamente, muy lejana, los impuestos se consideraban una contraprestación por ciertos servicios prestados por el Estado.
La protección de los más débiles era uno de ellos.
Luego vinieron los impuestos punitivos: quitar a unos para dárselos a otros.
El mito de la justicia social y la redistribución.
Un impuesto totalmente irrealista y desastroso: los impuestos son siempre más elevados, al igual que el número de pobres.
Sólo el intermediario, el Estado, se ha enriquecido en una elefantiasis de hombres y poderes.
Puesto que el engaño de la redistribución ya no funciona, ya son muy pocos los que le creen, hoy en día se persigue el objetivo “ético” del impuesto.
El consumo está gravado no para hacer dinero (que es la verdadera razón), sino por nuestro propio bien, por el futuro verde del planeta.
La gran prueba, monstruosa, ha sido con los incentivos para las energías renovables: dieciséis mil millones de euros que pasan cada año de los bolsillos de las familias italianas a unos pocos proveedores «conectados», compadreados.
En términos de cambio por cada 500 euros de factura anual de electricidad para una familia típica italiana, la belleza de 139 euros está representada por los cargos por la llamada sustentabilidad. Seamos más claros: sin paneles y aerogeneradores, los italianos de hoy tendrían que pagar una factura anual de electricidad de 360 euros en lugar de 500 euros. Se trata de un impuesto oculto que estamos poniendo en el altar de un mundo verde sin darnos cuenta.
(Estamos hablando de la pequeña Italia, no tengo datos a la mano de otros países)
El paso siguiente, no muy lejos, será gravar con impuestos los alimentos que el estado (soviético) considera perjudiciales para nuestra salud. Ya se habla de gravar bebidas azucaradas y comida chatarra.
Pero, yo digo, ¿no es que cada quien debería pensar a lo que le conviene, a su bienestar, a su visión del mundo como él lo quiere?
¿Y porqué la necesidad de un estado protector, hada madrina y ángel de la guarda, que al final son políticos y burócratas que solo piensan en el breve plazo de su propio futuro?
Cuando lograremos entender esto: que cada uno tiene que ser dueño de su propia vida y de su futuro, y del futuro de sus hijos y nietos.
¿Por qué dejar en manos, interesadas y codiciosas, de una multitud de supuestos «hombres superiores» (sólo porque compraron nuestra credulidad y confianza) el destino de nuestras vidas, nuestro futuro?
La moraleja es que nuestros ingresos (nominas, salarios, ingresos por trabajo por cuenta propia) se mantienen cuando más estables mientras nuestros gastos relacionados con la participación en la comunidad estatal crecen, haciéndonos a todos más pobres y sobretodo menos libres.
Ayer fue para liberar a los más pobres de las penurias, hoy para entregar un planeta más limpio a nuestros hijos.
¡Mentiras!
Informaciones extraídas de un artículo de Nicola Porro que apareció en el periódico “Il Giornale” en Italia a finales del año pasado.
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