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Iglesias y Fe

Sinodo Obispos

Sinodo Obispos

 

 

Cuando pienso que en el mundo no hay más fe en Dios y la religión católica se ha convertido en una especie de apéndice insignificante de la vida cotidiana para hombres interesados y dirigidos a lograr metas consumistas y hedonistas, creo que tengo razón.

Aunque aislado, desoído (lógico dada mi irrelevancia personal) -en una palabra sólo, o casi, apoyando ideas definidas por los demás reaccionarias, conservadoras, integristas -, estoy convencido de que la verdad es una, so pena de caer en el relativismo, en el politeísmo.

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?».
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
(Gv 14,5-7).

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Me ha parecido extraño que en la misa dominical a la que asistí, -pero igual en otras ocasiones con los amigos o en la prensa-, no se haya hecho alguna referencia al Sínodo de los Obispos sobre la familia, acabado en Roma este último domingo.

El tema era muy relevante pues tocó muchas situaciones que son más o menos directamente en relación con la familia, es decir la convivencia (y el sexo antes del matrimonio), las uniones de hecho, uniones civiles entre bautizados y el tema homosexual.

Pero en ningún lado se ha hablado de manera clara, que los fieles entiendan el sentido profundo de la familia, el lazo indisoluble del matrimonio, la «belleza de la castidad», como valor auténticamente humana y cristiana.

¿La Iglesia del Sínodo, las iglesias de los pueblos están abdicando de su doctrina?

¿Acaso no quieren comprometerse con miras a futuras, próximas, aperturas?

 

 

Otra rareza, con motivo de la Jornada Misionera Mundial, que realza el valor del apostolado, «la misión a los gentiles» – que recuerda el mandato de Cristo:

Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
(Mc, 16-18)

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Y mientras los apóstoles no se quedaron en Jerusalén y en el mundo judío pero se han aventurado en el mundo anunciando Cristo y fundando la Iglesia en otros países, aquí, y ahora, se habla de un único dios que se presenta en varias imágenes; de diferentes «credo» igualmente válidos y verdaderos; del valor idéntico de todas las creencias y religiones.

Con una visión ecuménica, (todos hombres tienen su verdadero dios) que de hecho anula el valor de la Jornada de la Misión que se venía celebrando.

 

Si es cierto que la evangelización no quiere decir sólo conversión, repudio de otras creencias, sino aceptación de la Buena Nueva  -vivir dentro de nosotros la experiencia de Cristo-; no es menos cierto que Cristo nos ha traído, nos ha enseñado una nueva visión: la del amor hacia los demás, los diferentes de nosotros, y esta es la misión que, como sus discípulos, nos ha entregado.

Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres».
(Gv 8,31-32)

Lo lógico y natural es que ese sentimiento lleve a querer propagarlo. Provoca un sentido de obligación misionera. Es el intentar persuadir a cuantos se pueda de unirse a esa religión.

No resaltarlo, casi ocultando, es otra manifestación de relativismo axiológico (de los valores), que es el terreno natural para proliferación de sectas que se observa hoy en día.
Las religiones son un millar: cada una define su propia verdad y se preocupa más de enlistar que de imponer su verdad a otras sectas.
El proselitismo, de hecho, iría en contra del principio básico del relativismo moderno, o el carácter privado, por así decirlo, de los valores.

 

Con la venida del Salvador Jesucristo, Dios ha querido que la Iglesia fundada por él sea el instrumento para la salvación de toda la humanidad

Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que todos se arrepientan, por cuanto tiene fijado el día en que juzgará a la tierra con justicia, por medio de un Hombre, a quien ha constituido juez, acreditándole ante todos por su resurrección de entre los muertos.
(At 17,30-31).

Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero tiene que descartar de manera radical, esa mentalidad de indiferentismo “marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que una religión es tan buena como otra”.

 

¿En efecto nuestra Iglesia, nuestra Fe, no es católica, es decir universal: de todos para todos?

 

 

Francisco a Lampedusa

francisco lampedusa

Lampedusa, la puerta de Europa de los inmigrantes clandestinos, es una islita en el mar Mediterráneo, más cercana a (y más al sur de) Túnez que a la Sicilia.

Por su posición es el atraque ideal de los miles de clandestinos africanos que, explotados por los traficantes, van buscando, con un espacio en las pateras, mejor vida en el continente europeo, principalmente en Italia y España.

Ayer lunes Papa Francisco fue a Lampedusa a encontrar a miles de estos inmigrantes que la isla, normal y temporalmente, acoge y, según sus palabras, “a orar, a hacer un gesto de acercamiento, pero también despertar nuestras conciencias para que lo que pasó no sea repetido» (la muerte de siete norteafricanos, que tratando de llegar a las costas italianas, se encontraron encaramados a las nasas de un pesquero tunecino, cortadas por los tripulantes).
Y “para desviar la atención a tres asuntos principales, la difícil situación de los inmigrantes pobres, el problema del tráfico humano y la brecha creciente entre ricos y pobres en el mundo».

Como era de esperarse, su primer viaje apostólico, ha suscitado numerosas y contradictorias reacciones.

También en mí, que sigo con devoción y simpatía el Papa, se han levantado algunas perplejidades.
Voy a tratar de aclarar las cosas exponiendo mis impresiones.

El Papa, como “jefe” espiritual de millones de católicos en todo el mundo, tiene una enorme relevancia: su palabra, su amonestación, sus acciones tienen una influencia y un valor que va más allá de lo que aparece.

Pero también una responsabilidad que no se puede olvidar.

Despertar conciencias es buena cosa, pero no resuelve el problema que tiene dos aspectos.

Una perspectiva moral y entonces un hecho personal que cada uno resuelve según su sensibilidad y voluntad.
No la entiendo, estoy totalmente en contra de la llamada solidaridad social, a través de la cual, con el pretexto de la socialización, algunos, siempre los mismos, siempre ellos, van manejando los recursos de los demás con el fin de buscar su propio beneficio personal.

No es mi culpa ni mi responsabilidad si en el mundo hay quien sufre: pues soy caritativo intentaré hacer algo, cuanto y como puedas, para quienes están cerca de mí, conozco, veo. No me siento cruel de no abrir las puertas de mi casa a cualquiera.

Pero mi responsabilidad, y mi culpa si fallo, si no cumplo, es hacerme cargo de los compromisos voluntariamente tomados y aceptados. Mi familia, mis hijos, mis parientes, mis vecinos.

(Sobre este argumento he leído hace poco de María Blanco un artículo comprometido y profundo –La caridad como abuso moral: la zancadilla solidaria-. Sugiero lo lean a quienes les guste profundizar este argumento y encontrar una posible solución.)

Y la otra es la perspectiva política: ¿Qué hacer?
El Papa denunció «la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como estos».

No me queda claro lo que quiso decir exactamente: no pienso en una denuncia genérica, indeterminada. Habría sido igual a todos los discursos políticos que somos acostumbrados y hartos de escuchar un día sí y el otro también.

Contra la pobreza, contra la desigualdades sociales, contra la disparidades y las desproporciones.

Para cambiar algo que no funciona necesitan hechos, resoluciones y no palabras. Los gobiernos, los estados, no pueden hacer nada, mejor, lo que han hecho hasta ahora ha empeorado, mantenido en el status quo, en la inmovilidad, lo llaman equilibrio, que les sirve, les conviene.

Son más de cuarenta años que África recibe “ayuda humanitaria” de la ONU, UNICEF, a través de instituciones creadas con el propósito (organización sin fines de lucro de utilidad social –ONLUS-, organización no gubernamental (ONG)- la Unión Europea, EE.UU. y otros estados, las Iglesias, cantantes y actrices en búsqueda de popularidad (Bono Vox e Bob Geldof via Live Aid, Angelina Jolie entre otros).
Hablamos de miles de millones de dólares: pero el hambre en aquellos miserables países no ha cesado, la paz no ha llegado.

Al contrario han enriquecido déspotas sanguinarios que han financiado grupos terroristas, comprado armas, destruido en sangrientos conflictos étnicos enteras poblaciones.

Entonces la llamada es correcta, la acusación es relevante, pero…

Su tarea, ya lo sé, no es proponer soluciones, indicar los caminos a seguir. Ya su visita y sus palabras fueron vistas como intromisión en asuntos internos de un estado extranjero, por un lado, y por otro como una apertura ecuménica, la aceptación de todos, sean quienes sean, vengan de donde vengan. Y esto viene de una parte política que mezcla el «buensamaritanismo« barato, porque social, hecho a costa de los demás, y los intereses electorales de baja aleación que ven un conjunto de votos que es tentador para muchos.

Francisco probablemente no se dio cuenta de todas las implicaciones políticas de este viaje y no es la primera vez que subestima ciertos “gestos”, o tal vez los evalúa y les van bien. Quiso ir, dice, porque es tierra de “emergencias humanitarias”. Claro. Mientras tanto, sin embargo, en violación de las leyes italianas, santifica entre las líneas exactamente el fenómeno que le dolía mucho: la inmigración.

Y cuando habla de la globalización de la indiferencia, dándole un sentido negativo a la “globalización” quizá no tiene en cuenta que materialmente «novecientos millones de personas están mejor hoy en los mercados abiertos de lo que eran ayer.»

Además este Papa, que viene de Argentina, tierra poblada en su mayoría por inmigrantes, hijo de inmigrantes italianos sí mismo, imagina un tipo que ya no existe.

Porque las razones profundas de la inmigración ilegal africana están completamente alejadas de las razones que llevaron a los italianos a buscar “buena fortuna” en Argentina. En primer lugar, no es cierto que estaban buscando “suerte”: estaban buscando un lugar donde no morirse de hambre y salvar a su familia, trabajando duro, y por eso, aun desgarrando el corazón, se iban.

Los inmigrantes ilegales procedentes de África a la costa italiana, de alguna manera juntando la fuerte suma que le solicitan, se sienten atraídos por las quimeras “materialistas”, “occidentales”.
La búsqueda de una “vida occidental”, dicen, que imaginan fácil, placentera, rica, anarquista, consumista: todos los privilegios materiales que igual de nosotros.
Es decir, si queremos estar en el ámbito católico y musulmán, – que son las creencias que la mayoría de los inmigrantes ilegales profesan, si acaso algo profesan -, todos los excesos que el cristianismo, el Islam, y la misma predicación de Francisco condenan.

Y más: muchos de esos inmigrantes ilegales que llegan, y se multiplicarán por el viaje del Papa, -incapaz el país de digerir el flujo de inmigración mediante la redistribución de la fuerza de trabajo-, van a terminar, ya han terminado, a engrosar la delincuencia organizada, el empleo ilegal y en especial el tráfico de drogas.

En las cárceles italianas, el 45 por ciento de los presos está compuesto por inmigrantes ilegales.

Y, por supuesto, la prostitución. Los traficantes de drogas, trabajadores ilegales, prostitutas que invaden Italia, todos ellos han pasado de Lampedusa.
Y la mayoría de ellos todavía cometen delitos en el país sin permiso de residencia; ni lo buscan: de otra manera se verían obligados a perseguir un trabajo honesto y propio por eso mucho menos rentable.

Luego muchos de ellos son musulmanes, tienen cultura diferente, otra forma de de vida frente por ejemplo la mujer, que choca frontalmente, por su negativa a integrarse y absorber los estilos del país de acogida, con nuestra tradición latina judeo-cristiana, que llevamos dentro por más de dos mil años.
El peligro, no sólo en Italia, es que esta sea una forma de “reconquista” por los musulmanes. Ya han dicho, por la fecundidad elevada de sus parejas, que lo que no lograron hacer con las armas (cuando la Liga Santa derrotó a los turcos otomanos en la batalla de Lepanto) lo harán por el vientre de sus mujeres.

El problema, como estamos viendo, es muy complejo y no es correcto mirarlo de un sólo lado.

Cristo, el Papa, la Iglesia tiene que estar cerca de los últimos, de los que sufren, de lo que no tienen un cielo azul en su futuro. Porque esta es su misión: llevar la fe y la confianza a quienes que no la tienen, a los que la han perdida.

Estos comportamientos tienen un significado profundo.

No, a Lampedusa Papa Francisco no trajo un mensaje político, aunque así fue interpretado por muchos. Sino un grito que pretende despertar de lo que él llama “la anestesia del corazón”, la indiferencia frente a los dramas.

Pero me hubiera gustado, hubiera sido mejor, menos presencia mediática, menos fotógrafos, menos cámaras, menos televisión, menos despliegue.

La palabra de Dios nos llama la atención también el silencio y en la humildad.

La masacre de Boston, integración y multiculturalismo.

Boston a

Lo que ocurrió en Boston hace pocos días ya se ha olvidado. Desaparecidas, obscurecidas, las tremendas y horribles imágenes de la pequeña pantalla, también se ha eliminado la atención, la reflexión sobre los acontecimientos.
Es el resultado inevitable de esta civilización de la imagen, emocional y superficial, que en el amontonarse de noticias, en el sobreponerse de emociones, no deja espacio para la reflexión, la profundización, el análisis.

Pero no es sólo esto. Al natural deseo de alejar las amarguras (aparta de mí esta copa -Marcos 14:36), hay que sumar también la indiferencia, la ignavia, el miedo que todos tenemos en el enfrentar lo que no entendemos o mejor, la defensa que actuamos cuando no queremos entender.

El verdadero problema a propósito de Boston es que nosotros los occidentales no queremos ver más allá de la punta la nariz y practicamos la política del avestruz, la de poner la cabeza en la arena.

Siempre harán en el mundo luchas, agresiones, asesinatos, como desastres y calamidades: son parte de nuestra imperfecta vida. Pero también hace parte de nuestra vida el compromiso, el esfuerzo de oponerse a éstos, por cuanto sea posible, sobre todo cuando originados de la voluntad, de la acción de los hombres.

Y el primer paso en el intentarlo es de llamar a las cosas con su nombre, no esconderse atrás de un dedo, no fijarse en el árbol y olvidar a la foresta.

Me parece, pero, que esto es lo que está pasando: hemos creado el término “lobos solitarios” para calificar de esporádico, sin conexión, sin lógica no más la de unos “normales” extremistas, los acontecimientos del otro día y de casi todos lo que se sucedieron después del 11-sep.

En la realidad, por mucho que se quiera “relativizar” y “justificar” a los homicidas con peregrinas teorías de inadaptación, pobreza o ignorancia, nunca estos eran inadaptados o pobres o analfabetos.

Esta “cobertura” podría ser aceptable si fuera sólo para no crear miedo, alarma, desasosiego en la gente pero me temo que sea también una actitud de los gobiernos y de la prensa “asociada” que intentan enmascarar la ideología islámica, que siempre ha inspirado a los terroristas, con subterfugios de falta de integración y de arraigo en la sociedad.

Lo que no entienden, que no quieren entender por un malentendido y estúpido irenismo, es que hay una guerra en curso, entre dos mundos, dos conceptos opuestos de vida, de religión, de estado y de individuos. Esto es.

El Islam es la única religión que exige a sus seguidores matar a los que no creen en Alá, a los infieles, y tomar venganza en su nombre.
Más que una religión es una ideología.
En el Corán, la venganza y la represalia santas son ordenadas a los musulmanes: «¡Oh vosotros que creéis. La venganza es prescripta para vosotros. El que transgreda esto tendrá un doloroso castigo!» [Corán 2:178]. O: «Tomaremos venganza sobre los pecadores» [id. 32:22].

Y nosotros somos los “infieles”, nosotros somos los pecadores:

«¿Quién considera usted que es infiel?» Murgan Salem: «A cualquiera que no acepte el Islam. O bien son infieles de origen, al igual que los judíos y los cristianos, o los apóstatas, tales como los laicos, liberales, comunistas o socialistas. El que no acepte el Islam es un infiel. Alá lo dijo, no yo».
Extracto de una entrevista con el clérigo salafista egipcio Jeque Murgan Salem, transmitida en el canal de televisión Tahrir TV el 16 de abril, 2013

El Islam ha demostrado a lo largo de sus catorce siglos de vida no sólo que es inasimilable, sino que es agresivo e intolerante; no todos los musulmanes son terroristas, esto es cierto, pero es un hecho indiscutible que cuando ocurre un atentado terrorista en un marco religioso, hay un 99% de probabilidades de que los asesinos sean musulmanes.

La prueba es que en los países islamistas la masacre produjo un gran júbilo, con danzas y alegría en las calles, como al tiempo de la estrategia de las «mil heridas» de Al-Qaeda.

Al final tenemos que considerar, sin bobos histerismos y sin baratos pacifismos que el bagaje cultural de las células “durmientes”, o “lobos solitarios” si nos gusta más, es la crisis, el fracaso del multiculturalismo, generoso aunque irrazonable y masoquista arranque que se refleja en la asignación de derechos colectivos diferentes a comunidades étnicas o religiosas.

La así llamada “buena sociedad”, aquella sociedad abierta fundada en el pluralismo de las ideas, es decir la tolerancia y el reconocimiento de las diversidades, nada tiene a que ver con el multiculturalismo, que nos lleva a una desintegración multiétnica.

Es importante a este punto distinguir entre dos palabras que a menudo (y mal) se utilizan como fueran sinónimos: multiétnico y multicultural. De hecho, existe la sociedad multiétnica antes de cualquier sociedad multicultural. La diversidad étnica es un hecho, el multiculturalismo es una de sus consecuencias.
Hoy en día, hablamos de sociedades multiétnicas y / o multiculturales en cuanto a la inmigración, pero históricamente el concepto se inició durante el período colonial. La sociedad multiétnica nació después de una conquista: así fue la perspectiva de los pueblos indígenas que han sido conquistados por los extranjeros.
La «solución» del problema multiétnico era, como es bien conocido, bastante expeditiva: los indígenas a veces convertidos, por las buenas o por las malas, a la cultura de los conquistadores (el caso del mestizaje en Latinoamérica); a veces matados o relegados a las reservas (el caso de los EE.UU.) donde pudieron preservar su cultura (en una forma de muerte civil) sin «mezclarla» con la de los conquistadores.
En las primeras décadas del siglo XX los EE.UU. fue el primer país para abordar la cuestión de las minorías étnicas o creadas por la inmigración que llegaba de todas partes, o derivadas de los descendientes de los esclavos: se tenía la intención de fundir, literalmente, las diferentes culturas para formar una nueva que no existía antes. El objetivo era la igualdad final.
El modelo del melting pot no tuvo éxito: de la igualdad final se ha puesto el énfasis en la protección de las diferencias de base: es el llamado pluralismo cultural.
Pero nos conduciría a un discurso más largo pues este pluralismo o multiculturalismo es, de hecho, uno de los muchos frutos del relativismo cultural, la idea de que todas las tradiciones culturales, incluso aquellas que, por ejemplo, niegan los principios de la libertad individual y la igualdad ante la ley (y en el nuestro caso la libertad de religión), deben encontrar respeto y protección legal como la de nosotros.

En nuestro tiempo, averiguado que los inmigrados no son todos iguales, aún más los que vienen de una cultura teocrática, muy diferentes de los que aceptan la separación entre política y religión, las cosas se ponen más difíciles.

El islam occidental es muchas cosas diferentes, pero el rasgo emergente es la re-islamización de la generación más joven -a menudo nacida en occidente-; el comando cada vez más cercano de la ortodoxia de la mezquita sobre la comunidad; la militancia religiosa que tiene como sencillo y único programa que la sociedad debe basarse en los principios del Islam.

Esto es lo que hemos visto en los años pasados en Francia, en las afueras de París; en los Países Bajos; en Inglaterra, en la Londres que han llamado Londonistan.

A este teoconservadurismo recio y a menudo armado no podemos oponerle las grotescas polémicas laicistas, el rechazo ideológico de unas palabras como “cristianismo”, “catolicismo”, “civilización”; oscurecer imágenes del Cristo, cubrir con lienzos el Santo Caliz, para no estropear el sueño pacifista.

En esto, terrorismo islamista, dictaduras neocomunistas, pensamiento “liberal-izquierdista”, tienen un marco común que los asocia.

No entenderlo puede ser peligroso. También en Latinoamérica.

No pasará mucho tiempo antes de que nos demos cuenta.

El pecado original del liberalismo

Masaccio

La expulsión de Adán y Eva del Paraíso Masaccio 1427

Aunque sepa que la pura palabra “liberalismo” para la mayoría de la gente es casi blasfemia intentaré presentarles mis reflexiones sobre el asunto y sobre el porqué de esta “leyenda negra”.
Tengo que añadir que quiero hablar del liberalismo como concepto filosófico, no de los movimientos políticos que tienen este nombre y que siempre son una alteración, una corrupción del sentido primario.

Este artículo es una actualización, de un breve ensayo que escribí en mi otra vida, cuando me gustaban problemas más filosóficos y profundos. Afortunadamente, para los que me leen, abandoné esta postura para dedicarme a la cocina, al gustó de la comida y a los recuerdos.
De vez en cuando, pero, los viejos hábitos vuelven a salir y por eso les pido disculpa.

En el siglo XIX en Italia, decir de una persona “liberal” era como decir un comecuras, un masón, un ateo anticlerical y además un capitalista explotador de los pobres.
Quizá  en el tiempo era así -siempre hubo gente de este perfil- pero en este caso, la palabra, el concepto usurpado, era el propio “liberal”.

No eran liberales los que se ponían este nombre; en la mayoría de los casos ni sabían que quería decir ser “liberal”. Habían tomado esta etiqueta para pura conveniencia y utilidad personal, al mismo que hoy los socialistas se etiquetan como los que sólo piensan en el “bien común”.

Pero, dejando eso de lado, el “pecado original” de la concepción filosófica de este pensamiento político es lo de ser, permítanme el juego de palabras, una filosofía y no una religión.

La filosofía pertenece al mundo de la realidad, de la razón, del “ser”; la religión a la esfera ideal de las creencias, de la fe, del “deber ser”.

El problema del ser y el deber ser (también llamado la guillotina de Hume, del nombre del filósofo, economista y una de las figuras más importantes de la filosofía occidental y de la Ilustración escocesa) es un problema acerca de la posibilidad de deducir oraciones normativas a partir de oraciones descriptivas. Las oraciones descriptivas son aquellas que dicen lo que es el caso, mientras que las oraciones normativas son aquellas que dicen lo que debe ser el caso.
Tomado de Wikipedia

El hecho es que el hombre más que ser un “animal político”, según lo que nos dijo Aristóteles, es un “animal religioso” (y esto, aparte de mí, no sé quién lo haya dicho).

El hombre, aun cuando se diga ateo, tiene una vinculación con lo trascendente, (en eso precisamente consiste la religión, que es la «re-ligazón», el acto de «volver a ligar» al hombre con la trascendencia, lo sobrenatural).
Así que, más que el “ser”, el hombre, animal religioso, quiere hablar, escuchar sobre el “deber ser”: por eso el marxismo, el socialismo y todas las ideologías políticas utópicas tuvieron éxito.
Como una religión, esta vez civil, laica, éstas han sometido a introyección el deseo, la necesidad del sobrenatural: con ellos la política se hace algo diferente del análisis de la realidad como base de un proyecto sino una enumeración de buenas intenciones, de aspiraciones, de derechos.

Esta confusión, este equívoco entre la acción y el anhelo, entre el “ser” y el “deber ser” ha sido también inspirada por la Iglesia, por lo menos por una parte de la Iglesia (incluso en los más altos niveles).
Hay diferencia entre teología y economía y no siempre los que manejan aunque en grado sumo la primera entienden la segunda: de todos modos a un cura deberíamos escucharlo por su fe, por su doctrina, no por sus conocimientos y propuestas económicas.
En efecto ella misma, la Iglesia, confundió la religión con la política atribuyendo, a ésta última, finalidades redentoras, teleológicas que no le compiten.
De otro lado, de los principios teológicos no se pueden deducir normas concretas de acción política.

A este respecto, nunca he entendido cuando al final de la misa, entre las plegarias y los deseos que pedimos al Señor, siempre haya invocación a los mandatarios que nos lleven hacia el bien, entendido como “bienestar”.
Jesús es el “buen pastor” pero él es un pastor de almas, de conciencias, no de carteras. Tenemos, nosotros creyentes, que pedirLe a Jesús que nos ilumine a todos en el camino de nuestra vida, que nos aleje del pecado, que nos haga amar a “el otro” como a nosotros mismos.
De este camino saldrá la justicia, sin nada; saldrá la compasión, la misericordia, la piedad, la tolerancia, la generosidad, la solidaridad.  Que son cualidades del hombre particular, no tareas de los gobiernos.

Éste es también el error de todas las ideologías políticas interpretadas como una religión terrenal; que tienen el propósito, yo diría luciferino, de cambiar el hombre, de construir el hombre nuevo, de guiarlo como un borrego, al final de considerarlo esclavo de fines superiores que él no logra entender.

La política que habla de “justicia social”, de “igualdad de oportunidades”, es una política falsa y cautivadora que tiene como resultado el resentimiento y la envidia y como objetivo lo de sacarle a unos para entregarle a otros.

Al opuesto el liberalismo, como filosofía política, no intenta nada de esto, no tiene un propósito catártico, purificador del hombre. Lo acepta como es, en su realidad; le deja libertad hasta donde no afecte a la libertad de los demás y le obliga a la responsabilidad; libertad y responsabilidad encerradas en el concepto de propiedad privada, antecedente e indisponible a cualquiera institución o poder.

El liberalismo busca el crecimiento económico porque la gente pueda salir de la pobreza mediante el trabajo y el compromiso; por el contrario el socialismo con la re-distribución quiere quitarle su dinero a los que lo han ganado para darle a los que no lo tienen, sin preguntarse porqué: la apoteosis del político, benefactor con la cartera de los otros.

No entendiendo el socialismo, y sus herederos disfrazados, el concepto de desarrollo, lo de hacer el pastel más grande, busca austeridad, sobriedad, en una palabra el fin del crecimiento, lo que único permitió de erradicar en muchas partes del mundo la pobreza absoluta, que elevó de manera increíble el nivel de vida.

Nivelar e igualar, el lema es igualdad en contra de libertad; pero no querer ser superior a los demás quiere decir no querer ser más rico o más afortunado, o más sabio, o más poderoso. Y para este fin no basta con eliminar el mercado y cualquier otro tipo de competencia de ideas, valores, intereses.
Eliminar la carrera no es suprimir la diversidad de los competidores, no puede transformar todos en campeones.

¿Nace la escasez y la desigualdad de la naturaleza humana? A nosotros, los liberales, parece que sí.
No, para ellos, los promotores del nuevo Jardín del Edén.
El contraste se compone achacando defectos y desigualdades no a la naturaleza humana, sino al entorno social en el que vivimos, así que mejorándolo a través de medios políticos, acabaríamos con defectos, fallas y desigualdades.

Esta es la diferencia con el liberalismo, la filosofía que hace del hombre, con su libertad y responsabilidad, el centro y el eje de la vida y de la sociedad.
Y este el límite y su pecado original.

No promete, no asegura, no tiene certidumbres o caminos seguros. No tiene chivos expiatorios, no achaca responsabilidades a entidades impersonales, inexistentes, a la sociedad; existe sólo el hombre, su voluntad, su libertad, su responsabilidad.

Nos cautiva, en cambio, aquella ideología, que confundiendo los planes entre política y religión, quiere cambiarnos en los que deberíamos ser: sueño utópico de todas las revoluciones que han dejado ríos sangrientos atrás de ellas.

Benedicto XVI

El Papa sin fuerza nos enseña con vigor de Quien es la fuerza

Benedicto XVI

No soy hombre de profunda fe, ¡ay de mí!
Por lo tanto no debería intervenir en cosas que a mí no me atañen.

Pero para este hombre, este sacerdote, este Papa, siempre he tenido mucho respecto, mucha simpatía.
Porque ha defendido no obstante miles de dificultades y oposiciones, también del interior de la Iglesia, aquel concepto, aquella forma de la fe que, aunque no en manera totalmente participada, es la mia.

La fe de la tradición, la fe de los padres, la fe que, adentro del corazón, es mi fe.
La fe en los principios fundadores de la vida, en la familia que para mí es mí papa y mí mamá, que son mis hijos y los hijos de mis hijos.
Una continuidad que da valor y sentido a la vida.
A la vida que para sobrevivir mira más arriba, fuera de la vida, más allá de la vida.

Esto para mí es fe. Esto para mí es la significación de la experiencia de Benedicto XVI.

El que hubo el coraje, el valor, la fuerza, que Le viene de una fe profunda e inquebrantable, de cumplir con “la gran renuncia”.

Pero no fue como con Celestino V, el papa que Dante pone en el anti-infierno entre los que han vivido “sanza infamia e sanza lodo” sin pena ni gloria, por haber en el 1294 renunciado al solio pontificio, tras cinco meses de su elección. Siempre se había sentido indigno, era un ermitaño arrancado de su vida de soledad: no pudo.

Cuando un hombre religioso, un Papa, un vicario de Cristo se encuentra en el punto de su vida que Le permite de ser a la altura, no física sino intelectual, por razones fisiológicas de la edad –ingravescentem aetatem nos dijo- , de la imagen pero sobretodo de su función de referencia y guia para el mundo católico, para la Iglesia y para Cristo, es correcto, para como yo la veo, que deje, que se quite.

Es un hecho de humildad y de lealtad.

Todos nos acordamos del otro grande Papa, Juan Pablo II, lo que sufrió en los últimos años de su vida y la fuerza con la que soportó su enfermedad, pero siempre con lucidez, con valor, en la plena posesión de su fuerza, de su carisma intelectual.

Benedicto XVI nos dijo que pidió a Dios que lo iluminara sobre su futuro.
No tenemos el derecho de juzgar.

Solo tenemos que aceptar el designio que Él ha aceptado. “No tengan miedo, Yo estaré con vosotros”.

Por lo demás fue Él mismo que pidió las oraciones de nosotros los fieles para no huir delante de los lobos. El Papa no ha huido.

A veces es mejor callarse

Leido hoy en un periodico de Durango:
No votar es pecado: Iglesia.
«En el sentido de nuestras responsabilidades por lo menos es un pecado de omisión porque es deber fundamental de una persona ejercer su responsabilidad en la vida pública»
¡Que lastima que propio un primate de la Iglesia Catolica en Mexico confunda el deber con el derecho!

Estado del bienestar



 “Abuelas sufren abusos de su propia familia: las utilizan como niñeras sin darles retribución”. 
Este era el titulo que salió en El Siglo de Durango el otro día. Y la noticia, o mejor, el mensaje que la misma intentaba acreditar, me pareció una barbaridad.
 
Intentaré explicarme.
El estado, al surgir en su forma más poderosa desde la segunda mitad del siglo diecinueve, se dió cuenta que la institucion antagónica a el era la familia, como centro de lealtad y fuente de autoridad.
Y empezó una lucha más o menos encubierta para destruir, y aniquilar a este rival.
Hay que entender que en todas las sociedades hay un nivel básico de “dependencia”: hay niños, personas muy ancianas, individuos incapacitados y otros seriamente enfermos. Esta gente no puede cuidar de sí misma. Sin la ayuda de otros, morirían. Toda sociedad debe tener una forma de prestar atención a estos dependientes.
Y este es el punto: bajo el predominio de la libertad, la institución natural de la familia (complementada y apoyada por las comunidades locales, las organizaciones voluntarias, las istituciones religiosas) proporciona, y siempre ha proporcionado y de veras en alguna manera sigue proporcionando, la protección y el cuidado que necesita esta gente “dependiente”.
De hecho, la familia es el único lugar donde nacen, se manifiestan, se fortalecen aquellos vínculos solidarios de reciproca dependencia y de ayuda, forjado sobre el ética del amor y del respecto, sin el deseo de la autoridad política y a menudo en contra de ella. 
Y no podría ser diferente, pues este orden que es natural en el pequeno grupo (la familia, la horda, el clan y la tribu, por decirlo a la Hayek) no puede ser el  mismo en el estado, en la grande sociedad, que se rige sobre otras y diferentes reglas.
Me permitan un cita del autor que antes nombré, Friedrich August von Hayek, que despues de especificar  la diferencia entre las dos instituciones, nos explica la necesidad de diferentes reglas, porqué:
el orden de la (Grande) Sociedad descansa, y tiene que descansar, en las frustraciónes y en los fracasos constantes y no deliberados (de aqui la supuesta crueldad, inhumanidad del mercado) de unos esfuerzos – esfuerzos que no habrian debido ser cumplido que pero, entre hombres libres pueden ser desalentado solo por el fracaso”.
Y en eso consistía la rivalidad: el estado en su inesorable, leviatánico camino, debía poco a poco substituirse a la familia, quitarle su papel, su necesidad establecida en los milenios.
Y empezó con la proihibición del trabajo de los ninos, con las escuelas públicas ( el estado estableciendo horarios, programas, orientaciones de estudio); aunque justificada como una medida para mejorar el bienestar y el conocimiento del pueblo, la dinámica profunda era la socialización del tiempo y del saber de los niños, a través de la suposición de que los funcionarios del estado sabían mejor que los padres cómo debían emplear los niños su tiempo y de que no podía esperarse o confiarse en que los padres protegieran a los hijos ante la explotación.
El auge del estado del bienestar puede describirse entonces como la constante transferencia de la función de “dependencia” de la familia al estado, de las personas ligadas por lazos de sangre, matrimonio o adopción a las personas ligada a funcionarios públicos, a burócratas.
El paso final se produjo cuando el estado implantó un programa de pensiones de ancianidad o jubilación: un sistema público de seguridad social, recortando los lazos naturales entre generaciones de una familia, de otra manera dejaba al estado como centro de la lealtad primaria.
El hecho subyacente fue aquí la socialización de otra función de la dependencia, esta vez la dependencia de los “muy viejos” y los “débiles” respecto de los adultos maduros.
Durante milenios, el cuidado de los ancianos había sido asunto de la familia.
A partir de aquí, iba a ser cosa del estado.
Juntando todas estas reformas, el efecto buscado era socializar el valor económico de los niños. La economía natural de las familias y el valor que los niños habían producido a los padres (ya sea como trabajadores en la empresa familiar o como “póliza de seguro” para la vejez) se eliminaron.
Este cambio produjo una menor “demanda” de niños y esto es exactamente lo que pasó en Europa. Desde finales del siglo XIX hasta ahora, la fertilidad estuvo en caída libre y la tasa de natalidad en muchos paises, como la Italia, esta por debajo del nivel de crecimiento cero.
Argumentaban que el problema profundo era el declinar del cristianismo o el aumento del materialismo o el egoísmo personal. Nadie reparaba en los problemas que se encontraban en la legislación educativa y social de los últimos 50 años.
El estatalismo gubernamental destruyó en esta manera la familia, las relaciones mutuas que son el fundamento y la fortaleza de un pueblo. Ahora todos somos pueblos masificados, sin identidad; estamos perdiendo tradiciones, culturas, que siempre fueron ligadas y pertenecían a la familia y a las agregaciones naturales y espontaneas.
Burocratizar la familia, los enlaces naturales quiere decir destruirlos.
Entre poco, si ya no hay, escucharemos hablar del sindicato de la familia y de su derechos, cuando la familia siempre ha estado el lugar donde se fortalecían los deberes, se encontraba el mutuo y caritativo ayuda, la asistencia recíproca.
En frente a la descomposición de la familia, de sus enlaces, de sus relaciones  – lo que nos aparece cuando leemos de la culpabilizada falta de retribucion de las abuelas por su familia – ya hemos perdido también la capacidad, la fuerza de indignarnos.
Y por eso a la fin les pongo este impresionante “Estoy mas que harto” sacado de la pelicula Network (un mundo implacable) por Sidney Lumet, del 1976.
http://www.youtube.com/watch?NR=1&feature=fvwp&v=uSEfhWfrrOQ
¡Buena indignación a todos!

Reglas naturales y leyes

Raffaello Sanzio -  The School of Athens (detail) [01]

Entonces como ya hemos dicho, hay reglas en la vida social, o, que es lo mismo, la vida social tiene reglas.

Estamos hablando de las reglas naturales, las que mejor se llaman derechos naturales o ley natural, la ley que según la perspectiva de Santo Tomás de Aquino “es una ética  deducida de la observación de las normas fundamentales de la naturaleza humana”, normas que el veía como expresión de la voluntad de Dios en la creación.
Reglas que son aquel conjunto de valores, de normas irremisibles y compulsivas que no dependen de la voluntad, tampoco de la decisión del legislador pues están adentro de nosotros, como fundamento de nuestra moralidad, es a decir de nuestra manera de vivir en armonía con el mundo y con los demás; reglas que son antecedentes a cualquiera ley (legislación) humana y por lo tanto no permiten derogación por ninguno.

Y el hombre social, el hombre que entraba en la historia, advertía adentro de sí mismo este orden que el sentía  ser de la misma naturaleza, igual a lo que encontraba afuera.  En esta manera el salía de su condición  de hombre-animal, de hombre depredador y cazador, que se ponía detrás de sus presas, siempre moviéndose, y se volvió a hombre sedentario, se quedó en lugares donde la tierra era más rica y fértil y el clima más agradable, donde había agua y calor, vida, por el y por su campo.

El hombre se ligaba a la tierra y al cultivo: el hombre entraba en la comunidad.
El sol, la luz y su falta, la obscuridad, eran su referencia: se levantaba con el sol y su día era la luz; el atardecer era su descanso y regreso a la casa.
Por siglos, por millares de años, su vida fue articulada sobre estos ritmos, que se fueron así sus reglas de vida.

También su comida seguía estas reglas.

Antes el hombre-animal comía cuando encontraba algo en su caza, y cuando lo encontraba tenia que aprovechar, no siempre tenía esta suerte: propio como las bestias todavía hoy. Pueden comer un día y estar sin comer por una semana. Igual con el descanso y el sueño.
Pero ahora la tierra, el campo, le daba cada día algo de comer, y en las temporadas algo de diferente. Su comida se hizo más rica, más variada y sin darse cuenta el hombre se dio sus reglas alimenticias, articuladas segun el reloj de la naturaleza.

Habia el tiempo de comer y el tiempo de ayunar; el tiempo de trabajar y el tiempo de descansar. Todo estaba en un orden que aunque no dictado estaba escrito en las reglas eternas del mundo.

Hoy, nosotros los hombres de la modernidad, hoy nos encontramos en una situación bastante diferente. No quiero decir que el tiempo pasado, el tiempo de la naturaleza por decir, fue el mejor tiempo, el paraíso en la tierra. Absolutamente no: nunca fue fácil vivir, y en aquel tiempo mucho menos que ahora.
Es indudable que la civilización, el progreso científico, el crecimiento de la cultura en la humanidad nos llevó a un mundo mejor, donde la vida sale más agradable, más compensativa.

Pero, de otra parte, nos alejó de algunas cosas fundamentales por el hombre: la tierra, la naturaleza, y junto a estas nos alejó de las reglas inmutables del mundo. Y esto fue, por el hombre, como si fuera alienado, sin vínculos, sin referencias firmes y acertadas. La nueva cultura, la cultura de la modernidad con su filosofía, con sus estudios, ha removido el hombre de sus creencias más fuertes, más arraigadas. En la convicción de emanciparlo, lo ha erradicado: sustraendo su visión en la trascendencia, le ha sustraído en realidad el fundamento de su humanidad: el sentido del limite, de su lugar en el orden natural.

No me pongo a dar juicios de valor en lo que sucedió en la historia: la historia tiene sus reglas y los acontecimientos tienen sus razones. Pero estos son los hechos a los cuales nos enfrentamos y no podemos subestimarlos u olvidarlos.

Hemos creído  de ser totalmente dueños de nosotros, que la tradición, la autoridad del pasado, las reglas de conducta, todo lo que ha guiado el hombre no fueran más precisas o por lo menos no fueran así importantes.

Es el pecado de presunción, la soberbia del hombre que se cree Dios, que siempre nos agarra cuando creemos, demasiado o sólo, en nosotros mismos.

 

 

 

Islam y Cristianismo

México, dicen, es un país cristiano, católico por casi el noventa por ciento decía hace dos anos una estadística referida en los periódicos.

En verdad no estoy convencido porque como en todo el mundo también en México se está llevando a cabo una progresiva de-cristianización y paganización de la vida en todos sus aspectos (quizás entienden un cristianismo formal – echo de un signo de cruz y negocios -, exterior, sin real y adecuada participación, como un rito que no tiene verdadero sentido).

Esto se ve en la moralidad, que esta asumiendo caracteres de Bajo Imperio Romano, y luego en la familia, en la política…

Bueno estoy de acuerdo con el Giambattista Vico (23 June 1668 – 23 January 1744) que hablaba de cursos y recursos históricos, es a decir que también la civilización, en su sentido histórico-moral y no en el tecnológico-científico, tiene una historia: sube y se baja, y otra nace, crece y a su vez muere. Como el hombre, como la vida: no hay nada que hacer.

 

Pero esto me lleva fuera de mi rumbo.

Porque quería hablar del masacre de Alejandría, ciudad en Egipto donde 21 personas fueron matadas y mas de ochenta heridas en un devastador atentado delante de una iglesia copto-ortodoxa: los fieles estaban saliendo después de la misa de medianoche a la fin del año.

Hay en acto una guerra del Islam contra los cristianos y los cristianos están sucumbiendo, en la indiferencia y en el consentimiento dictados por el miedo y un malentendido sentido de multiculturalismo y de tolerancia: pero antes de todo es una rendición cultural.

En los periódicos de México encontré la noticia, pocos comentarios y casi ninguna análisis o reflexión entre la comunidad de la gente: quizás en México tienen muchos otro masacres en que reflexionar…

 

Pero es diferente, muy diferente.

La droga, la corrupción y el dinero ensuciado son un peligro, pero la guerra santa, la yihad de los islámicos, así llamada porque por ellos todo el mundo que no es Dar al-Islam o Casa de la Sumisión (al Islam) es Dar al-Harb o Casa de la Guerra, porque hay que hacer la guerra por llevar esta ultima a la casa del Islam, es mucho, mucho más grave.

Y esto se encuentra no en las aberraciones de unos integristas sino en las paginas del texto sacro, el Corán, y en las palabras de su profeta Mahoma.

Nunca he creído en la Guerra de religión, pero ahora algo cambió: están destruyendo las raíces de nuestra civilización, dos mil anos de historia, y todos los fundamentos de nuestra vida civil y moral.

Por el Islam el estado es Islam y el Islam es el estado: el Leviatán, el monstruo que según Hobbes (1651), reunía el poder temporal y religioso, y que se identifica con la vejación del poder sobre el individuo cancelando todas libertades, encuentra ahora su nueva personificación.

Pero el México ya tiene sus problemas…

 

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