El problema del “riesgo moral”


Como el estado aniquila la conciencia moral de los individuos.

riesgo moral

CasaItalia presenta una artículo de Robert Higgs para LewRockwell.com
El título original es How Government Destroys Moral Character, October 23, 2006

Unas de las cosas que quisieran leer en el artículo que he traducido y que le pongo abajo es una aclaración sobre el así dicho “riesgo moral”.
Es decir el efecto no deliberado, no requerido, pero desviante e inevitable de unas de las acciones de los gobiernos.
Y esto sale directamente del concepto del estado del bienestar: el individuo está inducido a explotar el sistema para obtener a lo más las ventajas posibles, pues él soporta personalmente sólo en medida mínima los costes de sus beneficios, costes que son divididos indistintamente entre todos.
Cuanto más este comportamiento se vaya difundiendo, el sistema se hace dispendioso en manera insostenible; aún peor, la solidaridad pierde su propio fundamento moral.

El estado asistencial, al contrario, favorece el riego moral y se vuelve como rehén de la mentalidad de la pretensión debida.

Pero, por el exponente político, presentarse a la campaña electoral como impulsor de las pretensiones del ciudadano puede decir ganar consenso por ser lo que “más tiene en el corazón las necesidades de la gente”

A pesar de su datación y de la referencia a los EE.UU. tiene mucho a que ver con lo que pasa normalmente todavía ahora y también en nuestros países.

El artículo me pareció así completo y así lógico y consecuente que no he vacilado en ponerlo aquí en mi blog.

Sólo algo sobre el autor. Robert Higgs es un economista estadounidense de la escuela austríaca y un anarquista libertario. Nacido en 1944, miembro de facultad en el Ludwig von Mises Institute y académico en el Cato Institute, sus escritos sobre economía e historia económica usualmente se han enfocado en las causas, medios y efectos del crecimiento del gobierno, siendo su principal contribución el estudio de cómo las crisis y las guerras, las cuales son temporales, aumentan el poder del Estado de forma permanente y progresiva. http://es.wikipedia.org

 

 

“No robarás” es una regla de conducta tan vieja como el mundo. No habría podido ser de otro modo, por ser posible el desarrollo de cualquier sociedad compleja.

Se nos ha enseñado desde niños a respetar lo que pertenece a los demás: «No tome los juguetes de tu hermano, sin su permiso»,  nos advirtió nuestra madre, castigando a nosotros cuando hubiéramos persistiendo en la mala conducta de traviesos a los primeros pasos. Con el pasar del tiempo, a los tres años, ya éramos capaces de entender muy bien la diferencia entre «mío» y «tuyo». Y si no hubiéramos tomado a pecho la lección y si hubiéramos durado mucho más allá de la infancia a tratar la propiedad de los demás como algo de sacar libremente, llegando hasta apropiarse de ésta, entonces nos habrían tomado como sociópatas, enemigos de la decencia o incluso de la propia civilización.

Sin embargo el Estado, como sabemos, se basa exclusivamente en este tipo de sociopatología. Los gobernantes simplemente se adueñan de lo que no les pertenece rompiendo por todo.

Desde cuando el Estado, en los últimos tiempos, ha tomado una posición de dominio absoluto de un grupo particular de personas, éstas sin duda se han dado cuenta de que sus adquisiciones no son tan diferentes de un saqueo. Se vieron obligadas a pagar simplemente porque, ante a la inapelable elección «entre la bolsa y la vida», prefieren vivir.

Pero cuando el Estado, desde hace algún tiempo, asumió el poder y se impuso en un contexto social determinado, aquí es que sus afirmaciones se han convertido ni más ni menos que en una «obligación legal», considerada como una mera toma de nota de los hechos, y las mismas personas llegan a perder su conciencia acerca de la innegable verdad que lo que se recibe por parte del Estado corresponde, siempre y en cualquier caso, a bienes robados previamente, ya que el Estado, no poseyendo nada en propiedad, sólo puede redistribuir lo que injustamente ha extorsionado a los demás.

Los gobernantes, respaldados por sus “intelectuales cortesanos” hacen todo para arrogarse un aura de legitimidad, con la intención de encubrir su robo, ya que esto reduce la dificultad de sacar riqueza de los legítimos propietarios.

En algunos casos, especialmente en aquellos contextos sociales en los que los gobiernos tratan de justificar su existencia y sus acciones sobre la base de motivaciones de marca «democrática», muchas personas pueden ser engañadas e ilusionadas por este verdadero embrollo ideológico.

Éstas podrían incluso creer en el relato falso que el principio de “impuesto a nosotros mismos” en realidad está destinado a garantizar que los gobernantes, “que hemos libremente elegidos”, efectivamente puedan contar con los recursos adecuados para lograr esos objetivos para que “nosotros mismos hemos votado a favor”: pero, al hacerlo, fracasan miserablemente a discernir el abismo entre esta visión ideológica incontaminada, de la realidad sórdida de cada día.

Una vez que este tipo de pensamiento se vuelve dominante, sin embargo, es funcional a la legitimidad de cualquier forma específica de depredación, sin más ni más, sin límites claros ni predefinidos.
Las personas llegan a creer -o por lo menos hacen de todo para tener esto convencimiento – que cualquier cosa el estado piense asegurarles ellos tienen el pleno derecho de recibirlo.

En este punto, sin embargo, todos los lazos con una visión moral de la existencia han sido destruidos, y, pues un consorcio de sociópatas no puede sustentarse a largo plazo, la nación que ha buscado embarcarse en este curso ha zarpado hacia su ruina irremediable.

No pude evitar pensar en estas cuestiones, cuando me encontré con un artículo, en el Washington Post del 15 de octubre de 2006, titulada “Los subsidios son una gran cosecha para los agricultores.

La historia se refiere a la difundida costumbre de los agricultores recibiendo, en primer lugar, los subsidios para la compra de seguros de cosecha, luego las primas devengadas del seguro en caso de que sus cosechas no son suficientes, y, al final, como velita en el pastel, los pagos públicos adicionales llamados “ayuda por el desastre”. Muchos agricultores son capaces de sacar habitualmente grandes cantidades de dinero a través de este círculo vicioso: sólo a partir del año 2000 [en los EE.UU. ndb] han extraído de los contribuyentes alrededor de $ 24 mil millones para financiar el seguro de cosechas y los programas de subvenciones a la agricultura.

Los periodistas entrevistaron a varios agricultores y otras personas, no sólo sobre el funcionamiento de estos programas, sino también sobre su legalidad. Aunque ninguno de los beneficiarios mencionados en la investigación se regocijó en particular por su conducta, no había nadie que ha condenado el hecho. La actitud prevaleciente parece ser condensada en las palabras de Charles Fisher, un granjero de Tulare County, California: “No importa si esto es bueno o malo. Como nos están ofreciendo estos incentivos, sería bastante tonto rehusarlos.”

Con esa frase, Fischer ha representado icásticamente el alma negro del estado de bienestar y ha aclarado cómo un estado pueda aniquilar el carácter moral de los individuos. El botín está ahí para ser tomado; usted sería un tonto no aprovechar, independientemente de cualquier consideración moral sobre la legalidad de sus acciones. Las rentas parasitarias valen más de la rectitud moral.
“No seas un idiota: agarra este dinero.”

No conozco a Charles Fisher, pero si es uno como muchos otros, que se aprovechan de lograr despojar a otros hombres, con el gobierno actuando como impulsor de la ilicitud, entonces sospecho que probablemente no es el tipo de hombre que recogería la cartera de su vecino, cuando la viera caer al suelo desapercibido, igual que no esperaría junto a la carretera el primer viajero para tenderle una emboscada a mano armada. Sin embargo, él está dispuesto a robar un sinnúmero de desconocidos – en fin, más o menos todos los que pagan impuestos federales – “prescindiendo de si es bueno o malo”, simplemente para aumentar lo ingresos de su actividad agrícola. (También parece necesario señalar que la llamada indemnización por las calamidades naturales rara vez se dirige a todos aquellos que han sido víctimas de un desastre real; al igual que la mayoría de los programas del gobierno, esto es una ilusión de un sistema completamente desequilibrado y generador de riesgo moral).
Pudiera ser tentador imputar este «eco-fraude» a un peculiar defecto moral, causado por los agricultores pasando demasiado tiempo bajo el solazo. En este sentido, también podríamos recordar la cáustica definición que H.L. Mencken dio del granjero americano: “Ningún de los homínidos, de hecho, se ha estimado ser más codicioso, egoísta y deshonesto de este mamífero, por los que estudian los Antropoides.” Sin embargo, los agricultores no descuentan prerrogativas morales muy distintas de las de un sinnúmero de otras personas; simplemente, a diferencia de la mayoría de ellos, se las arreglaron para conseguir un mayor éxito político.

Es triste decirlo, pero por cada forma específica de botín tomado por los granjeros, el gobierno se enfrenta a miles de otros saqueos que no tienen nada que ver con la agricultura. La decadencia moral es completa, no se limita a unas pocas manzanas podridas, y contamina, sin distinción, hombres de negocios, médicos, abogados, sacerdotes, estudiantes, jubilados, y muchos otros, junto con los granjeros. Prácticamente todo el mundo ha acallado su conciencia a la entrada de la sala de control.

“El Estado”, en palabras de Frederic Bastiat, no es más que “la gran ficción por la cual todo el mundo trata de vivir a expensas de todos los demás.” Si tan sólo pudiéramos ver al gran hombre en esta situación  … Tendría que estar conmocionado y consternado teniendo en cuenta el nivel alcanzado por esta mendicidad inmoral e inútil. De hecho, esa antigua ilusión se ha transformado en el dogma maestro de nuestro tiempo, para legitimar la naturaleza y el funcionamiento del Estado.

He hecho estas observaciones no porque me siento un hombre muy justo, de ningún modo. Pero no es necesario tener una licenciatura con honores en la rectitud moral para entender, -independientemente de cómo se puede evaluar la intervención redistributiva hipertrófica del Estado moderno, dirigido a llevar a Pedro para darle a Pablo-, un hecho evidente y palmario: esta actividad trae consigo frutos mortales.
Porque crea muchos incentivos extensos y poderosos, para inducir a los agentes a dirigir su comportamiento hacia acciones de cabildeo, predatorias y parasitarias, en lugar de esforzarse en intercambios económicamente productivos y de beneficio mutuo. Se disipan muchas energías, inteligencias y otros recursos para la búsqueda de privilegios -lo que los analistas de la “Elección Pública” (James M. Buchanan entre otros) definen “búsqueda de rentabilidad parasitaria”.

Y a medida que más y más este explotación ocurre, la sociedad en su conjunto se desploma más debajo de la completa realización de su potencial funcional a la creación de riqueza real.
Al final, todos estarán ocupados luchando entre sí para capturar y consumir el grano, y nadie pensará en sembrar la cosecha del próximo año. Éste es el resultado natural e inevitable de tal acción. Pregúntale a cualquier agricultor.

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