Benedicto XVI


El Papa sin fuerza nos enseña con vigor de Quien es la fuerza

Benedicto XVI

No soy hombre de profunda fe, ¡ay de mí!
Por lo tanto no debería intervenir en cosas que a mí no me atañen.

Pero para este hombre, este sacerdote, este Papa, siempre he tenido mucho respecto, mucha simpatía.
Porque ha defendido no obstante miles de dificultades y oposiciones, también del interior de la Iglesia, aquel concepto, aquella forma de la fe que, aunque no en manera totalmente participada, es la mia.

La fe de la tradición, la fe de los padres, la fe que, adentro del corazón, es mi fe.
La fe en los principios fundadores de la vida, en la familia que para mí es mí papa y mí mamá, que son mis hijos y los hijos de mis hijos.
Una continuidad que da valor y sentido a la vida.
A la vida que para sobrevivir mira más arriba, fuera de la vida, más allá de la vida.

Esto para mí es fe. Esto para mí es la significación de la experiencia de Benedicto XVI.

El que hubo el coraje, el valor, la fuerza, que Le viene de una fe profunda e inquebrantable, de cumplir con “la gran renuncia”.

Pero no fue como con Celestino V, el papa que Dante pone en el anti-infierno entre los que han vivido “sanza infamia e sanza lodo” sin pena ni gloria, por haber en el 1294 renunciado al solio pontificio, tras cinco meses de su elección. Siempre se había sentido indigno, era un ermitaño arrancado de su vida de soledad: no pudo.

Cuando un hombre religioso, un Papa, un vicario de Cristo se encuentra en el punto de su vida que Le permite de ser a la altura, no física sino intelectual, por razones fisiológicas de la edad –ingravescentem aetatem nos dijo- , de la imagen pero sobretodo de su función de referencia y guia para el mundo católico, para la Iglesia y para Cristo, es correcto, para como yo la veo, que deje, que se quite.

Es un hecho de humildad y de lealtad.

Todos nos acordamos del otro grande Papa, Juan Pablo II, lo que sufrió en los últimos años de su vida y la fuerza con la que soportó su enfermedad, pero siempre con lucidez, con valor, en la plena posesión de su fuerza, de su carisma intelectual.

Benedicto XVI nos dijo que pidió a Dios que lo iluminara sobre su futuro.
No tenemos el derecho de juzgar.

Solo tenemos que aceptar el designio que Él ha aceptado. “No tengan miedo, Yo estaré con vosotros”.

Por lo demás fue Él mismo que pidió las oraciones de nosotros los fieles para no huir delante de los lobos. El Papa no ha huido.

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