El precedente de Chipre


Acerca de unos conceptos económicos

conceptos economicos

Las primeras minas de carbón no contaban con sistemas de ventilación. Los mineros traían en las nuevas cavernas un canario en una jaula. Estos pajaritos son especialmente sensibles a metano y al monóxido de carbono, que les hacía ideales para detectar la presencia de gases peligrosos.
Hasta que oían el canto del canario podían estar seguros de que el aire era puro. La muerte del canario, no oír su canto, en cambio, era la señal de una evacuación inmediata.

En esto pensé cuando leí de los acontecimientos de Chipre: el canario se ha muerto. Pero todavía estamos en las cavernas y sólo protestamos.
La protesta es la reacción instintiva cuando nos damos cuenta que estamos jodidos, que no podemos hacer nada para cambiar las cosas, cuando no hay escape.

A estas alturas debería estar claro para todos que la propiedad del dinero depositado en los bancos de los países no ya no se garantiza. Ya no sólo por la insolvencia de los bancos mismos, sino porque las cuentas están a merced de los eurócratas.
Tal vez ahora deberíamos tener más claro por qué a los políticos le interesa mucho eliminar del dinero en efectivo: antes te impiden de utilizar suelto en las transacciones; luego te quitan el dinero que tienes en el banco.
¡Y hay quien cree que lo hagan para tu seguridad, para impedir el lavado del dinero, para controlar los movimientos de los narcos!

Deberíamos acordarnos del apólogo “la rana cocida” de Peter Senge en “La Quinta Disciplina”: si arrojamos una rana viva a una cazuela con agua hirviendo, la rana con toda seguridad saltará afuera. Pero si ponemos la misma rana en la misma cazuela esta vez llena de agua fría la rana se sentirá cómoda en su elemento y no saltará. Luego calentamos paulatinamente el agua, y veremos como la rana termina su vida cociéndose sin que apenas se entere.

La libertad se quita un poco a la vez (como, al contrario, las obligaciones se ponen) y nos damos cuenta de nada, todo soportamos.

Pero ¿cómo hemos llegado a ser “cocidos” sin darnos cuenta?
Propio como nos cuenta el apólogo: a lumbre mansa, un poco a la vez.

En un ensayo escrito a finales de la Primera Guerra Mundial, El Estado fiscal (The Crisis of the Tax State, 1918), el economista Joseph Schumpeter intuyó de que el dinero y el crédito habrían sido las palancas de control de la economía.
Estaba a punto de dar a luz a una nueva era para la economía y las finanzas. Con estas consecuencias: la transición de una economía real a una “economía figurativa”, representada por operaciones fiscales, monetarias, flujos de crédito, deudas y déficit. El dinero y el crédito se habrían convertido en la “economía real” en lugar de bienes y servicios.

Schumpeter no es mi economista preferido pero había dado en el blanco.

Antes, los economistas, incluyendo a Marx, estaban de acuerdo por lo menos en un punto fundamental: lo que tenía importancia era la economía de los individuos y de las empresas, y la moneda reflejaba el mundo de los bienes. Era la economía privada que hacía el juego.

En el mundo occidental, una de las musas inspiradoras de la nueva visión económica fue Franklin Delano Roosevelt, quien, en 1933, durante la Gran Depresión quiso reconstruir América, dando al gobierno el papel de fuerza motriz, dinámica e innovadora.
La intervención, que ya había sido inaugurada por el ex presidente Herbert Hoover alimentando a un déficit nunca antes visto en la historia de América, con el sucesor Roosevelt, rebautizada New Deal, se convirtió en el sello distintivo de aquella forma de cooperación social, equidistante del capitalismo y del socialismo, en la creencia de que era posible su integración, eliminando las desventajas y tomar ventaja de los beneficios.
El famoso “ircocervo[1]” animal mitológico mitad cabrón y mitad ciervo, metáfora que desde la latinidad ha significado algo absurdo, una improbable coexistencia entre diferentes entidades.
El experimento no quisiera eliminar el mercado, sino corregir e influirlo, dirigir el capital y el trabajo en los campos que la política habría “ajustado”.
Keynes tradujo en teoría económica este ideal. Invirtiendo todo, salió que la economía del dinero y el crédito son reales; bienes y servicios, el espíritu empresarial, la formación de capital, la productividad, la innovación, son todos factores que siguen dependiendo de la economía del estado y están a su sombra.

¿Y cómo se realizó esto?
Eliminando el anclaje del dinero al patrón oro, el poder económico pasó de los que producían riqueza (capitalistas, empresarios, trabajadores) a los gobiernos y a los bancos centrales que producían papel moneda.  Cuando se formó un nuevo tipo de capitalista y de emprendedor (el capitalista clientelista o amiguista, el emprendedor coludido con el poder, político o económico).

Gracias a las inyecciones masivas de crédito por los bancos centrales, los principales grupos financieros han operado con un alto grado de endeudamiento (apalancamiento), pero después de la crisis del crédito, el valor de los activos patrimoniales, que no daban utilidad, se desplomó poniendo a cero su capital.
Para evitar la insolvencia sistémica, los bancos centrales han aumentado la dotación monetaria de manera desproporcionada iniciando otro ciclo de expansión del crédito y de deuda, especialmente para los gobiernos y los bancos.

Pero el apalancamiento, hacer negocios con capital prestado y no con el propio, funciona hasta cuando el negocio sea rentable: cuando la inversión a deuda se hace en proyectos ruinosos, la pérdida será mucho mayor, cuanto mayor sea el apalancamiento y el valor del colapso.

Tomando el ejemplo que hace Gerardo Coco, economista italiano del cual he aprendido mucho, un apalancamiento de 30 significa que cada préstamo de 30 euros está garantizado por una participación de tan sólo 1 euro. En ese momento, una reducción del 3,3% de los activos, en los que el préstamo es invertido, basta con borrar el euro de capital (30 × -033 = -0,99) y hacer que el prestamista sea insolvente.

Ahora, todo el sector bancario europeo (y norteamericano) se encuentra en esta situación, y la única razón por la que el sistema bancario no ha perdido el capital de una vez, fue gracias a la creación de productos de efectos especiales producidos por los Gobernadores de los Bancos centrales (flexibilización cuantitativa  1, 2, 3, 4; LTRO -operación de refinanciamiento a largo plazo-; promesas de compras ilimitadas) que han tranquilizado los mercados conjurando ventas masivas de títulos, la falcidia de sus valores, el bajón de la bolsa.
Pero nada ha mejorado desde entonces. ¿Han aumentado inversiones y producción? ¿Ha disminuido el desempleo? ¿Se ha reducido la deuda? Y ¿la presión fiscal de ha bajado? ¿Se ha incrementado el ahorro? Pues no, y no hay signos de recuperación, sino la certeza de una profundización de la crisis que ha afectado a todo el sistema bancario.

Desoído, como a menudo pasa a la verdad, lo había escrito Ludwig von Mises

«No hay forma de evitar el colapso final de un expansionismo excesivo del crédito. La alternativa sólo está que la crisis se presente antes, como resultado del abandono voluntario de ampliar ulteriormente el crédito, o más tarde como una catástrofe final y total del sistema monetario involucrado“
(La acción humana, 1949).

Y cuando el sistema bancario se declara insolvente, tales se convierten incluso las naciones y sus gobiernos, que de espaldas a la pared, no les queda que expropiar los bienes de los ciudadanos.
Con el episodio de Chipre es claro que los bancos ya no son los guardianes de los ahorros sino agentes de retención obligados a retener los ahorros de los depositantes para cumplir las deudas de la cual, aunque no adosada en propio, en efecto son titulares.

Pues son siempre más difíciles los bail out (rescates de los bancos con fondos públicos), es decir rescate con inyección de liquidez inflacionista, hay que acudir a los bail in, es decir la capitalización forzada de los banco confiscando el dinero de los ahorradores.
Esto es lo que está pasando en Chipre; y en España, casi lo mismo, pues el gobierno usó, hace dos meses, los fondos del seguro social para comprar su deuda.

También debe tenerse en cuenta que la confiscación ha estado sucediendo durante años en manera indirecta y silenciosa cuando los ahorros son diezmados por una inflación continua que los gobiernos tratan de ocultar. Que pero equivale a una reducción en el valor de la deuda que se paga, de hecho, con el dinero de los ciudadanos.
En este entorno económico dominado por la deuda, tasas de interés negativas y gobiernos quebrados, los ingresos de la clase media no tienen ningún escape.

El euro en diez años ha sufrido una pérdida de valor del 80%, lo que equivale a un impuesto de casi el 10% anual. El dólar, en el mismo tiempo, se devaluó del 85%. El peso mexicano sólo del 31%, muy diferente a la que sufrió en los ’90 (221%) y sobretodo en los ’80 (¡12.576%!).

 


[1]  La imagen, en el sentido económico-politico, fue tomada de Benedetto Croce, filósofo italiano del siglo XX, en referencia al socialismo liberal, cuando el socialista Guido Calogero trató de combinar dos conceptos que Croce consideraba justamente irreconciliables.

 

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