Lincoln


Lincoln

Hay películas. Y luego está la realidad histórica.

 

Tuve la ocasión de ver, hace poco, la celebrada película “Lincoln”, dirigida por Steven Spielberg y protagonizada por Daniel Day-Lewis en el papel protagonista.
Relata los esfuerzos del presidente Abraham Lincoln, en enero de 1865, para pasar la Decimotercera Enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que abolió formalmente la esclavitud en el país.

A pesar de los premios que recibió para mí fue larga y aburrida; pero no es mi asunto de hoy hacer una reseña sobre el lenguaje fílmico.
Lo que me interesa es exponer como a menudo las películas históricas intentan de transformar la realidad de los acontecimientos pasados para transmitir e inculcar una visión políticamente correcta y en consonancia con el espíritu de este tiempo.

Lo que pasa es que, con nuestra falta de cultura y de conocimiento histórico, vamos tomando como verdad, sólo por el motivo que lo vemos en una película, o lo leemos en un libro, bajo la indicación de hechos históricos u acaecimiento realmente existido, lo que sólo es una interpretación o manipulación del mismo.

Mientras una reconstrucción histórica -aunque hollywoodiana- debería tener como objetivo básico lo de narrar en términos relativamente exhaustivos hechos reales soportados por una investigación sobre documentos históricos.

Nada de esto en la película.

La reconstrucción está en los límites de la “fanta-historia”, el partidismo es desagradable e indigesto, la perspectiva “yankee” se convierte en voz dominante de la peor violación de una realidad tan dramática como la de la Guerra Civil Americana.
De esta forma, una figura compleja, inquietante y contradictoria como el decimosexto Presidente de los Estados Unidos, Abraham Lincoln, viene pintado en tonos hagiográficos y santificadores, con el habitual oropel del emancipador de los esclavos, del salvador de la paz y de la libertad.

En cambio muchas otras son las causas profundas de ese terrible conflicto que desgarró los Estados americanos. Se le llamó Guerra Civil ya que se libró entre los estadounidenses. Pero ante todo es la Guerra de Secesión, que los Estados Confederados de América combatieron para preservar la concepción federalista de los padres fundadores, la de Thomas Jefferson, la de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.

Nosotros los representantes de los Estados Unidos de América, reunidos en Congreso general, acudimos al juez supremo del mundo para hacerle testigo de la rectitud de nuestras intenciones. En el nombre y con el poder pleno del buen pueblo de estas colonias damos a conocer solemnemente y declaramos que estas colonias unidas son y por derecho han de ser Estados libres e independientes; que están exentas de todo deber de súbditos para con la Corona británica y que queda completamente rota toda conexión política entre ellas y el Estado de la Gran Bretaña, y que, como Estados libres e independientes, poseen pleno poder para hacer la guerra, concertar la paz, anudar relaciones comerciales y todos los demás actos y cosas que los Estados independientes pueden hacer por derecho. Y para robustecimiento de esta declaración, confiados a la protección de la Providencia divina, empeñamos unos a otros nuestra vida, nuestra fortuna y nuestro sagrado honor.
Thomas Jefferson, Benjamin Franklin, John Adams

Según Jefferson cada Estado, como parte soberana del pacto constitucional, dispone de un «derecho natural» para declarar la ilegalidad de un acto del Congreso contrario a la distribución de competencias establecida por la Constitución.

En la práctica el gobierno federal fue creado por un pacto entre los Estados; la Entidad indicada por la frase “We the People” se había unido al pacto únicamente por medio de cada uno de los Estados.
Como consecuencia, los Estados tenían que ser considerados como los “señores” de la Constitución, los únicos depositarios del derecho de interpretarla en una manera decisiva y vinculante.

Jefferson declaró, en una carta de tiempo, estar dispuesto «a separarse de la Unión, a pesar de que nos gusta tanto, antes de rendirse los derechos de autogobierno que hemos conservado y que se considera la clave para nuestra libertad, nuestra seguridad y nuestra felicidad».
A partir de entonces, esto se convertiría en uno de los temas clásicos del pensamiento de Jefferson: la libertad y el autogobierno no puede subordinarse a la Unión.

Este es el antecedente que no debemos olvidar, si queremos juzgar con ecuanimidad la Guerra Civil o mejor la Guerra de Secesión

Comúnmente se dividen en «norteños», y en «sudistas»; los primeros guapos y brillantes en sus chaquetas azules cielo, los segundos desaliñados y canallescos con camisa gris como su causa. Pero Hollywood no es la realidad histórica.

La idea de una “guerra civil” en la que, entre 1861 y 1865, se enfrentaron el Norte y el Sur de los Estados Unidos de América es correcta hasta cierto punto. Normalmente se transmite otra: el del Norte se vio obligado a utilizar las armas para reducir el Sur a la razón y poner fin a la práctica ilegal de la esclavitud.
Los buenos, los legalistas, se encontraban en el Norte; los bandidos, los forajidos, estaban en el Sur. En el norte los abolicionistas, los dueños de esclavos en el Sur.
¡Lástima que en 1865, al final de la guerra, el general Robert E. Lee, comandante del ejército confederado, hacía tiempo que había liberado a sus esclavos, mientras que el ganador norteño, el general Ulysses S. Grant, seguía siendo propietario de los suyos!

Cuando todo se acabó, la libertad para todos, lo que caracteriza al Norte, se hizo ley, incluso en el Sur reaccionario.
La expresión «guerra civil» nació aquí. Funciona, pero es una gran mentira.

Así que cuando, en 1861, después de las elecciones a la presidencia de Abraham Lincoln, formalmente se separaron y luego declararon la independencia, Carolina del Sur, Georgia, Florida, Alabama, Misisipi, Luisiana y Texas, poco después, seguido por Virginia, Arkansas, Tennessee y Carolina del Norte, lo hicieron en la legitimidad constitucional completa.

Inmediatamente, dieron a luz a un nuevo orden político-institucional, el CSA (Estados Confederados de América), y lo forjaron en una Constitución confederada, que explícitamente se ponía en continuidad con la Federal del 1789.

La secesión, en definitiva, fue el instrumento para romper el pacto federal y volver a forjarlo en la continuidad (como las colonias que habían roto institucionalmente con la madre patria británica para salvaguardar la continuidad jurídico-cultural): lo que era el sentido común de todo el país y no sólo un hábito “sudista”.

Al final, fue el Gobierno central-centralista contra los Estados, no es el “Norte” contra el “Sur”.

Para los confederados, de hecho, fue el gobierno federal que traicionó a la Constitución y el país cuando, con Lincoln y una gran parte del Partido Republicano, se atrincheró en un centralismo que propio el original tratado constitucional había evitado sabiamente. Eran los Estados del Sur, pero fue una batalla constitucional universal: entre los instrumentos de revisión de aquel contrato voluntario que se fue llamado Constitución fue comúnmente aceptada también la salida: lo que se llama técnicamente “secesión”, pero que, desde entonces, se ha convertido en una palabra tabú.

La carta que Lincoln envió a Horace Greeley es la refutación más evidente de la idea de que él haya desatado la guerra contra el Sur con el noble objetivo de erradicar la mala hierba de la esclavitud; él no quería que “alguien albergaba la más mínima duda” sobre las verdaderas razones del conflicto:

Lo que quiero es salvar la Unión. […] Mi objetivo primordial en esta lucha es salvar la Unión, y no para mantener o eliminar la esclavitud. Si pudiera salvar la Unión sin liberar a un esclavo, lo haría, y si pudiera salvarla liberando a todos los esclavos, lo haría. Si pudiera salvar liberando a algunos y abandonar otros también lo haría. Lo que hago con la esclavitud y para la raza de color, lo hago porque creo que ayuda a salvar la Unión y lo que no hago, no lo hago porque yo no creo que vaya a ayudar a salvar la Unión.

La esclavitud no fue la causa de la guerra, pero la excusa con la que se impartió al sistema del país un inédito giro neo-jacobino-estatista.
Fue fácil porque la esclavitud era insostenible, pero el hecho de que el Sur ha perdido ha allanado el camino para un nuevo poder que a partir de entonces ya no ha encontrado obstáculos.

Todo esto fue posible gracias a la derrota de la Confederación: América murió el 9 de abril 1865 en Appomattox, cuando el general Lee firmó la rendición incondicional frente a Ulysses S. Grant. Esta escena es, por desgracia, representada por Spielberg en su himno a Lincoln como el comienzo de una nueva era de hombres libres e iguales.
La Old Republic, la América de los orígenes fundada en la tutela de los derechos naturales de los individuos, en el sistema federal, en los poderes reservados a los estados o al pueblo según la Décima enmienda y en la idea más clara de libre mercado, murió en la Guerra Civil y la derrota de los Estados Confederados.

La película, que representa una visión deformada de la realidad y de los acontecimientos históricos -es cierto que la historia la escriben los vencedores a través de sus lameculos-, al final es un homenaje a la política autoritaria y centralista de la América actual y a su presidente Obama.

Los “Oscar” se ganan también así.

 

 

Un pensamiento en “Lincoln

  1. Crisbio 21 de May de 2013 en 18:23 Reply

    Suele suceder éste tipo de manipulaciones, los gobiernos necesitan sus propios «santos» y «mártires» a quienes venerar y rendir culto. Lo peor no es que lo hagan a través de sus películas ó telenovelas, lo peor es que lo hagan a través de su indoctrinación, ups perdón, quise decir «educación» pública (y hasta la de paga, porque como dice el Dr. Santos Mercado, en México no existen escuelas privadas genuinas).

    Pero, a mi parecer, lo peor que ocurrió a causa de la Guerra de Secesión fue, como señaló una vez Murray Rothbard, la «nacionalización monetaria», básicamente se acabó la libre emisión de moneda (de oro, plata, papel, etc.) por parte de la banca privada y pasó a manos del Estado, aunque se conservó el patrón oro, el hecho de que ahora fuese el Gobierno el emisor dañó al libre mercado y al sistema monetario en múltiples maneras (demasiadas como para enumerarlas aquí), pues el patrón oro comenzó a ser vulnerado por la acción conjunta de la manipulación monetaria del Estado y el sistema de reserva fraccionaria (principal causante de los ciclos económicos por causar desajustes entre ahorro e inversión).

    Luego se crearon los Bancos Centrales para «rescatar» a la banca privada de sus ciclos recurrentes (de nuevo, causados por el sistema de reserva fraccionaria), lo que empeoró la situación al convertir a la banca en prácticamente un «cártel» amparado por el poder del Estado… luego vino el reventón de 1929, el fin del patrón oro en 1933… y de ahí en adelante las crisis sucesivas que hemos venido sufriendo causadas por el dinero fiduciario.

    Se dice que el verdadero capitalismo fue herido de muerte en 1913, año de creación de muchos “Bancos Centrales” y la Reserva Federal; en 1933, cuando se expropió el oro a los ciudadanos, se le asesinó; en 1944, año del Bretton Woods, se le enterró; y en 1971, cuando aparecieron las monedas fiduciarias sin ningún tipo de respaldo intrínseco, se le remató. Desde entonces solamente ha existido una burda marioneta manejada y dirigida a voluntad por los Gobiernos y sus burócratas.

    Al igual que con el ámbito “educativo”, “salud”, “ciencia”, “vivienda”, “comercio”, “turismo”, “deporte”, etc., nuestro actual sistema monetario no es más que un gigantesco y muy caro fraude… quizás el más grande de todos los fraudes que han existido.

    Yo diría que en realidad el verdadero capitalismo que hizo grande a EUA comenzó a desmoronarse a partir de la Guerra de Secesión pues a partir de ahí el Estado adquirió el poder más absoluto de todos los que se ha adjudicado: la emisión del dinero.

    Crisbio

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