¿Por qué no aguantan el capitalismo?


capitalismo

“Ya que el Estado necesariamente vive de la confiscación obligatoria del capital privado
y ya que su expansión implica necesariamente incursiones cada vez mayores
sobre el individuo y la empresa privada, debemos afirmar que
el Estado es profunda e inherentemente anti-capitalista”
Murray N. Rothbard.

 

 

Puede ser que para algunos de mis amigos parezca correcto y lógico que el estado sea  anti-capitalista (yo al contrario soy por un capitalismo anti estado o mejor sin estado), pero, de todos modos, hay que aclarar que es el verdadero capitalismo, el sistema de la propiedad privada y del libre mercado.

Simplemente es el sistema de acumulación de capital que permitió, a partir de mediados del siglo XVIII la creación de riqueza por primera vez en la historia.

Ese hecho inusitado fue reconocido por el propio Marx que en el Manifiesto Comunista dice: “La burguesía en solo cien años de dominio ha creado más riquezas y más fuerzas productivas que todas la generaciones anteriores juntas”.

Fue el capitalismo (vuelvo a repetir el sistema basado en la propiedad privada y el libre comercio) que, por primera vez en el curso de toda la historia, entregó al hombre las herramientas para el avance científico, tecnológico, económico.

Por la primera vez el comercio fue entendido como cambio libre y voluntario entre dos partes (rechazando, superando el concepto económico de la historia pasada, el mercantilismo, que no concebía el intercambio sino el robo, el latrocinio, la sustracción de la propiedad del otro).

La riqueza no era concebida como algo que se pudiera incrementar, construir: solo nacía de la transferencia –forzada, coercitiva- de los unos a los otros, los más fuertes, los más poderosos. Tomando la expresión de la teoría de juegos, era un juego (no-cooperativo) “a suma cero”. La riqueza de uno es la pobreza del otro, la ganancia de uno es la pérdida del otro, no se puede ganar más de las pérdidas de otros.

Y socialismo, estatismo, intervencionismo, populismo, fascismo se sostienen en esta hipótesis: la pobreza se vence no creando la riqueza sino quitándola a quienes la tienen.

El mismo concepto de coerción-redistribución forzada fue adoptado por el estado que, mira, propio en aquel tiempo estaba acrecentando. El estado le quita a sus ciudadanos, los empobrece, para, formalmente, entregarles un hipotético suministro de bienes públicos, que igual los ciudadanos hubieran podido producirlos. Esta transferencia, coercitiva y forzada, es, otra vez, el verdadero juego “a suma cero”.

Entonces me parece que haya animadversión, más que oposición, contra este sistema propio ahora que el estatismo socialista, en sus varias formas, ha ganado en todo el mundo, de Europa a EEUU, a Latinoamérica.

Y este rechazo del capitalismo surge evidentemente de la ignorancia respecto de la naturaleza ética, política y jurídica del sistema que cambió la historia del mundo.

Todavía viene descalificado en nombre de la supuesta búsqueda de la igualdad económica como malo, injusto, malvado o inmoral.

En el fondo de tantos debates de nuestro tiempo hay el contraste entre libertad e igualdad, entre cuantos creen que tenemos que defender la autonomía de los individuos, aunque produzca disparidades, y los que en cambio están dispuestos a limitar cada espacio de elección propio para rehuir resultados anti-igualitarios.

Y no hay duda que la predominante es una cultura que tiende a reducir las distancias; la sociedad actual intenta rehusar la realidad: pero como nos enseñaba Murray Rothbard, el igualitarismo representa una forma de revuelta contra la naturaleza.

Mises dijo que “una sociedad que elige entre el capitalismo y el socialismo no elige entre dos sistemas sociales; elige entre la cooperación social y la desintegración de la sociedad”. Hayek creía en “la preservación de lo que se conoce como el sistema capitalista, del sistema de libres mercados y propiedad privada de los medios de producción, como una condición esencial para la propia supervivencia de la humanidad”.

Todos los seres humanos somos distintos desde muy diversas perspectivas, lo cual hace que los resultados de nuestras acciones sean también distintos. Y esto permite la cooperación social, es decir, el intercambio de ideas, de bienes y de servicios.

La verdadera igualdad es la de las oportunidades, no de los resultados que difieren por miles de motivos: sobretodo capacidad, empeño, perseverancia, y, sí, también suerte.

La riqueza injusta es solo la que se alcanza a través de medios incorrectos o ilegales. La riqueza no es algo dado o un accidente de la historia, no cae del cielo como la lluvia. Es el producto de la creatividad humana en un entorno de libertad.

Y ¡como es raro que los que buscan la igualdad la buscan para los otros…(pues ellos son diferentes)!

Pero es evidente que si la desigualdad fuera éticamente injusta ella no procede del mercado, del capital, de la propiedad sino del origen, de la naturaleza de los hombres.

Pues
“el capitalismo en sí mismo es el único sistema moral, porque para ganarse el sustento hay que producir o ayudar a producir alguna cosa deseada, que la gente demande en los mercados, y se venda y compre en libertad, sin coacción alguna, ni privilegios para nadie. Y es el más eficiente en este sentido”.
Alberto Mansueti

 

 

 

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