Berlusconi, un proceso político


Berlusconi triste

Incluso fuera de Italia no disminuyen las reacciones y comentarios a la sentencia del Tribunal de Milán que condenó en primera instancia, Silvio Berlusconi, a siete años de prisión e inhabilitación perpetua de los cargos públicos para concusión y prostitución de menores.
Una especie de cadena perpetua política impuesta contra el gran enemigo de todos los tiempos, Silvio Berlusconi.

En el mismo juicio se le acusa a más de 30 testigos de haber mentido: que sería no haber dicho, bajo juramento, lo que los jueces querían escuchar.

Para aclarar los acontecimientos casi siempre presentados, especialmente en el extranjero donde prevalece una cultura estatista-justicialista, en una forma facciosa y no correcta, propongo algunas reflexiones sobre el tema.

De paso tengo que decirles que en Italia hay tres niveles de apelación (esta es la primera), que para dar cumplimiento final a una sentencia en contra de un parlamentario senador sirve el visto bueno del Senado, que, dado los tiempos (largos) de la Justicia y la edad del acusado, … prácticamente nada va a suceder.

Pero el problema es otro y muy grave. Como dijo un agudo comentarista en Italia: “Hasta ayer la eliminación física de opositores políticos fue un hecho revolucionario, y luego fuera del sistema legal existente. A partir de hoy, en cambio, es un hecho jurídico, es decir, dentro del ordenamiento jurídico vigente”

Y esto para mí es el núcleo central de la cuestión: toda una clase de magistratura izquierdista (no toda la magistratura pero la parte más influyente y conectada a los poderes “facticos”) intenta manejar y guiar la vida social-política del país asumiendo autoridad y potestad que no le compiten.

Esto empezó con Manos Limpias (Mani pulite) en 1992 cuando se descubrió una extensa red de corrupción que implicaba a todos los principales grupos políticos del momento y a diversos grupos empresariales e industriales.

(Como consecuencia de estos hechos que eliminaron todos los partidos existentes, sin tocar, por extraño que parezca, el viejo Partido Comunista Italiano, Silvio Berlusconi, que hasta entonces sólo había sido un empresario rico y exitoso, se dedicó a la política.)

Desde entonces los fiscales y los jueces, siempre más politizados a la izquierda, asumieron un papel, afuera de cualquier regla o ley, de justicieros y moralizadores.

Esto -que es típico de toda cultura revolucionaria, la de moralizar el hombre, hacer el “hombre nuevo”, bajo el control y la guia de supuestos jueces “superiores”- es también muy raro pues los mismos que quieren liberalizar cualquier conducta sexual son los que luego condenan ante el tribunal un ex primer ministro por sus “cenas”.

Entonces estos modernos revolucionarios, por un malentendido concepto de moralismo, de puritanismo falso e hipócrita, por un resentimiento socialista hacia éxito y riqueza, confundiendo moral con justicia, quieren condenar a uno por sus vicios, por sus pecados, olvidando la lección de Lysander Spooner: los vicios no son delitos.

Para limpiar el campo, tengo que decirles que nunca aprobé la conducta de quien, en aquel entonces, era el gobernante como incompatible con la función y no porque sea yo moralista que me importe lo que cada uno hace en taparrabos en la intimidad de su casa.

Y después de todo este es el hombre de siempre, con sus defectos, con sus vicios, con sus “pecados”.

¿Queremos hablar sobre los amores de Kennedy? ¿O el «pasatiempo» en la Casa Blanca de Clinton? ¿Y lo del rey Juan Carlos de España, que tenía cientos de amantes y llevaba una compañía alegre de niñas cuando pasó sus vacaciones de invierno en una famosa estación de esquí en la Valtellina (Italia)? Por no hablar de que incluso Mitterrand nombró primer ministro a su ex amante, Édith Cresson. ¿Completando con Chirac apodado “cinco minutos ducha incluida”?

Para llegar a esta condena política, nos han hablado de un delito de explotación de la prostitución infantil cuando ni siquiera hay la evidencia, la prueba de por lo menos uno o más actos sexuales consumidos; así como de un delito de extorsión sin que se encuentren quienes la sufrieron. ¿Qué pasó con los funcionarios del Estado que deberían ser condenados al igual que Berlusconi? ¿Cómo es posible condenar a una persona, el supuesto extorsionador, y no a los funcionarios que se dejaron extorsionar?

Creo que vale la pena hacer consideraciones que van un poco más allá: en el vacío de la política, ahora entendida como facciones de funcionarios públicos irresponsables, como camarillas de empresarios y financistas coludidos en busca de poder y dinero, se radica, juega un papel predominante el poder judicial como ahora está organizado en Italia.
Absolutamente autorreferencial, no electivo, con un poder casi ilimitado de interdicción. Como una casta sacerdotal, inamovible, no criticable.

Es claro que un juicio de este tipo, sólo la primera instancia, no puede ser tomado en serio y es poco probable que sea confirmado en otros niveles.

Sigue siendo, sin embargo, el significado político de la historia: en un momento difícil para el país, con un gobierno de “acuerdos amplios” apoyado por el PDL (partido de Berlusconi), poner Berlusconi de espaldas a la pared y convencerlo quitarle el enchufe al gobierno para asuntos personales, los jueces se habrían ganado el juego.

Un juego de ajedrez, una guerra de nervios: la pelota está en el ex primer ministro.

A ver qué pasa.

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