Francisco a Lampedusa


francisco lampedusa

Lampedusa, la puerta de Europa de los inmigrantes clandestinos, es una islita en el mar Mediterráneo, más cercana a (y más al sur de) Túnez que a la Sicilia.

Por su posición es el atraque ideal de los miles de clandestinos africanos que, explotados por los traficantes, van buscando, con un espacio en las pateras, mejor vida en el continente europeo, principalmente en Italia y España.

Ayer lunes Papa Francisco fue a Lampedusa a encontrar a miles de estos inmigrantes que la isla, normal y temporalmente, acoge y, según sus palabras, “a orar, a hacer un gesto de acercamiento, pero también despertar nuestras conciencias para que lo que pasó no sea repetido» (la muerte de siete norteafricanos, que tratando de llegar a las costas italianas, se encontraron encaramados a las nasas de un pesquero tunecino, cortadas por los tripulantes).
Y “para desviar la atención a tres asuntos principales, la difícil situación de los inmigrantes pobres, el problema del tráfico humano y la brecha creciente entre ricos y pobres en el mundo».

Como era de esperarse, su primer viaje apostólico, ha suscitado numerosas y contradictorias reacciones.

También en mí, que sigo con devoción y simpatía el Papa, se han levantado algunas perplejidades.
Voy a tratar de aclarar las cosas exponiendo mis impresiones.

El Papa, como “jefe” espiritual de millones de católicos en todo el mundo, tiene una enorme relevancia: su palabra, su amonestación, sus acciones tienen una influencia y un valor que va más allá de lo que aparece.

Pero también una responsabilidad que no se puede olvidar.

Despertar conciencias es buena cosa, pero no resuelve el problema que tiene dos aspectos.

Una perspectiva moral y entonces un hecho personal que cada uno resuelve según su sensibilidad y voluntad.
No la entiendo, estoy totalmente en contra de la llamada solidaridad social, a través de la cual, con el pretexto de la socialización, algunos, siempre los mismos, siempre ellos, van manejando los recursos de los demás con el fin de buscar su propio beneficio personal.

No es mi culpa ni mi responsabilidad si en el mundo hay quien sufre: pues soy caritativo intentaré hacer algo, cuanto y como puedas, para quienes están cerca de mí, conozco, veo. No me siento cruel de no abrir las puertas de mi casa a cualquiera.

Pero mi responsabilidad, y mi culpa si fallo, si no cumplo, es hacerme cargo de los compromisos voluntariamente tomados y aceptados. Mi familia, mis hijos, mis parientes, mis vecinos.

(Sobre este argumento he leído hace poco de María Blanco un artículo comprometido y profundo –La caridad como abuso moral: la zancadilla solidaria-. Sugiero lo lean a quienes les guste profundizar este argumento y encontrar una posible solución.)

Y la otra es la perspectiva política: ¿Qué hacer?
El Papa denunció «la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como estos».

No me queda claro lo que quiso decir exactamente: no pienso en una denuncia genérica, indeterminada. Habría sido igual a todos los discursos políticos que somos acostumbrados y hartos de escuchar un día sí y el otro también.

Contra la pobreza, contra la desigualdades sociales, contra la disparidades y las desproporciones.

Para cambiar algo que no funciona necesitan hechos, resoluciones y no palabras. Los gobiernos, los estados, no pueden hacer nada, mejor, lo que han hecho hasta ahora ha empeorado, mantenido en el status quo, en la inmovilidad, lo llaman equilibrio, que les sirve, les conviene.

Son más de cuarenta años que África recibe “ayuda humanitaria” de la ONU, UNICEF, a través de instituciones creadas con el propósito (organización sin fines de lucro de utilidad social –ONLUS-, organización no gubernamental (ONG)- la Unión Europea, EE.UU. y otros estados, las Iglesias, cantantes y actrices en búsqueda de popularidad (Bono Vox e Bob Geldof via Live Aid, Angelina Jolie entre otros).
Hablamos de miles de millones de dólares: pero el hambre en aquellos miserables países no ha cesado, la paz no ha llegado.

Al contrario han enriquecido déspotas sanguinarios que han financiado grupos terroristas, comprado armas, destruido en sangrientos conflictos étnicos enteras poblaciones.

Entonces la llamada es correcta, la acusación es relevante, pero…

Su tarea, ya lo sé, no es proponer soluciones, indicar los caminos a seguir. Ya su visita y sus palabras fueron vistas como intromisión en asuntos internos de un estado extranjero, por un lado, y por otro como una apertura ecuménica, la aceptación de todos, sean quienes sean, vengan de donde vengan. Y esto viene de una parte política que mezcla el «buensamaritanismo« barato, porque social, hecho a costa de los demás, y los intereses electorales de baja aleación que ven un conjunto de votos que es tentador para muchos.

Francisco probablemente no se dio cuenta de todas las implicaciones políticas de este viaje y no es la primera vez que subestima ciertos “gestos”, o tal vez los evalúa y les van bien. Quiso ir, dice, porque es tierra de “emergencias humanitarias”. Claro. Mientras tanto, sin embargo, en violación de las leyes italianas, santifica entre las líneas exactamente el fenómeno que le dolía mucho: la inmigración.

Y cuando habla de la globalización de la indiferencia, dándole un sentido negativo a la “globalización” quizá no tiene en cuenta que materialmente «novecientos millones de personas están mejor hoy en los mercados abiertos de lo que eran ayer.»

Además este Papa, que viene de Argentina, tierra poblada en su mayoría por inmigrantes, hijo de inmigrantes italianos sí mismo, imagina un tipo que ya no existe.

Porque las razones profundas de la inmigración ilegal africana están completamente alejadas de las razones que llevaron a los italianos a buscar “buena fortuna” en Argentina. En primer lugar, no es cierto que estaban buscando “suerte”: estaban buscando un lugar donde no morirse de hambre y salvar a su familia, trabajando duro, y por eso, aun desgarrando el corazón, se iban.

Los inmigrantes ilegales procedentes de África a la costa italiana, de alguna manera juntando la fuerte suma que le solicitan, se sienten atraídos por las quimeras “materialistas”, “occidentales”.
La búsqueda de una “vida occidental”, dicen, que imaginan fácil, placentera, rica, anarquista, consumista: todos los privilegios materiales que igual de nosotros.
Es decir, si queremos estar en el ámbito católico y musulmán, – que son las creencias que la mayoría de los inmigrantes ilegales profesan, si acaso algo profesan -, todos los excesos que el cristianismo, el Islam, y la misma predicación de Francisco condenan.

Y más: muchos de esos inmigrantes ilegales que llegan, y se multiplicarán por el viaje del Papa, -incapaz el país de digerir el flujo de inmigración mediante la redistribución de la fuerza de trabajo-, van a terminar, ya han terminado, a engrosar la delincuencia organizada, el empleo ilegal y en especial el tráfico de drogas.

En las cárceles italianas, el 45 por ciento de los presos está compuesto por inmigrantes ilegales.

Y, por supuesto, la prostitución. Los traficantes de drogas, trabajadores ilegales, prostitutas que invaden Italia, todos ellos han pasado de Lampedusa.
Y la mayoría de ellos todavía cometen delitos en el país sin permiso de residencia; ni lo buscan: de otra manera se verían obligados a perseguir un trabajo honesto y propio por eso mucho menos rentable.

Luego muchos de ellos son musulmanes, tienen cultura diferente, otra forma de de vida frente por ejemplo la mujer, que choca frontalmente, por su negativa a integrarse y absorber los estilos del país de acogida, con nuestra tradición latina judeo-cristiana, que llevamos dentro por más de dos mil años.
El peligro, no sólo en Italia, es que esta sea una forma de “reconquista” por los musulmanes. Ya han dicho, por la fecundidad elevada de sus parejas, que lo que no lograron hacer con las armas (cuando la Liga Santa derrotó a los turcos otomanos en la batalla de Lepanto) lo harán por el vientre de sus mujeres.

El problema, como estamos viendo, es muy complejo y no es correcto mirarlo de un sólo lado.

Cristo, el Papa, la Iglesia tiene que estar cerca de los últimos, de los que sufren, de lo que no tienen un cielo azul en su futuro. Porque esta es su misión: llevar la fe y la confianza a quienes que no la tienen, a los que la han perdida.

Estos comportamientos tienen un significado profundo.

No, a Lampedusa Papa Francisco no trajo un mensaje político, aunque así fue interpretado por muchos. Sino un grito que pretende despertar de lo que él llama “la anestesia del corazón”, la indiferencia frente a los dramas.

Pero me hubiera gustado, hubiera sido mejor, menos presencia mediática, menos fotógrafos, menos cámaras, menos televisión, menos despliegue.

La palabra de Dios nos llama la atención también el silencio y en la humildad.

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