Cruzadas


coneval pobreza

Hay dos cosas que los políticos en México han aprendido muy bien de los EE.UU., incluso si no son las mejores.

El uso del acrónimo y el abuso de metáforas.

El primero, el acrónimo, me hace difícil leer noticias políticas en los periódicos tan son empedradas de estas siglas muchas veces para mi incomprensibles. Por decir en el sitio Coneval (Consejo Nacional de Evaluación  de la Política de Desarrollo Social) donde acabo de leer el Informe hay cinco páginas de siglas y acrónimos para entender el estudio.

Las metáforas, de otro lado, bien se adaptan al carácter visionario e imaginativo típico de los políticos, y a los mexicanos les encanta, se las creen todas.

Pero la pobreza en México no es una metáfora, es ¡ay de mí! una realidad.

Según los datos del CONEVAL, en 2008 sobrevivieron en pobreza 48.8 millones de mexicanos, en 2010 fueron 52.0 millones, y en 2012 la cifra alcanzó los 53.3 millones de personas, el 45.5 por ciento de la población. Y hablando de bienestar  son 60.6 millones los mexicanos con ingresos inferiores a la línea de bienestar –cualquier cosa se entienda con la palabra- y 23,5 millones con ingresos inferior al bienestar mínimo.
¡Son cifras aterradoras en una población de menos de 120 millones de habitantes!

Entonces el problema existe y es grave pero no puede encararse (sólo) con programas o “cruzadas” antipobreza.
Estas son utopías, son slogans que pueden servir para ganar comicios no para enfrentar correctamente la situación.

Porque este programa, como todos los demás programas gubernamentales (me viene a la mente la gota de ayuda alimenticia, los uniformes y útiles escolares) otro no es que una redistribución de recursos, quitados a unos y entregados a otros -a menudo de forma regresiva-; tienen el efecto perverso de crear una mentalidad de verdadera pobreza: esperar y aceptar la limosna de alguien.

Y siempre ha estado así.

Un estudio del Centro de Análisis Multidisciplinario (CAM) de la UNAM apunta que durante los últimos 42 años los gobiernos federal y estatales invirtieron 36 millones 366 mil 541 pesos por cada pobre de este país, pero en lugar de disminuir la pobreza ésta aumentó el 58.2 por ciento en el mismo periodo.

En un análisis sobre los programas de combate a la pobreza el Centro sostiene que mientras el gasto gubernamental al respecto se incrementó el 96.1 por ciento entre los años 1970 y 2012, los pobres subieron de 31 millones 450 mil personas a 54 millones en dicho periodo. Y que tal situación se replica en los programas de educación y salud.

Está claro, a los que tienen un mínimo de cultura económica y sentido común, que otra debe ser la manera de resolver el problema de raíz.
Una verdadera acción para combatir la pobreza sería disminuir o desaparecer la mayoría de los impuestos, ¡ojalá todos!, y permitir que los individuos emprendan, sean empresarios libres que produzcan riqueza y empleos, beneficiando como efecto secundario a los más pobres.

Porque el gobierno no genera empleos: los empresarios generan empleos.
El gobierno sólo puede generar algo parecido a un empleo aumentando su base burocrática pero esto sólo produce otra redistribución de los recursos ya que el gobierno o el Estado no genera riqueza, la obtiene por la fuerza, impone un tributo (impuestos) a sus suscriptores, ciudadanos o súbditos.

Y luego se hace una confusión demagógica entre pobreza y desigualdad, como si el hecho grave, lo que hay que combatir para eliminar la pobreza es la desigualdad.
Este es el legado, difícil de  morir, de una cultura socialista todavía bien enraizada en Latinoamérica.

Redistribuir, quitar a los ricos, es una forma ilusoria, populista, falsa de reducir la desigualdad. Pero también, y más importante para los políticos de todos los partidos, es la oportunidad de manejar dinero y poder, acrecentar el papel y la influencia de los gobiernos y de sus adeptos.

Genera, al estilo del comunismo más viejo y retro, envidia, resentimiento social y odio de clase.
Y, como ya nos ha enseñado el sociólogo Helmut Schoeck, en la sociedad moderna masificada la envidia de individual se ha vuelto social y se pone como base de las instancias igualitarias, jacobinas, socialistas, totalitarias.
La misma ambición de «justicia social» de nuestro tiempo se basa en la envidia; la envidia como origen inconsciente del nihilismo (a la Nietzsche): “porque yo no puedo tener algo, todo el mundo no debería tener nada”.

Así, lo primero que deberíamos definir es que lo que queremos es disminuir la pobreza, no reducir la desigualdad.

Es una arraigada ilusión socialista que para disminuirla sirva reducir la desigualdad (naturalmente a través de impuestos, de redistribución manejada por ellos, los que mandan). No debería importarme un bledo, cuando vivo bien, con tranquilidad y dignidad, si hay otros que son más ricos que yo.
Y no se vale fomentar envidia contra de ellos, cuando han ganado su riqueza con el trabajo, el compromiso, el esfuerzo, el estudio.

Otra cosa diferente es cuando los ricos se hacen tales a las espaldas de nosotros, sean empresarios, financieros, políticos, sindicalistas (el monopolio telefónico que nos cuesta a los ciudadanos un 30 por ciento más de lo que sería el precio en un mercado abierto; el precio de la gasolina o de la electricidad que soporta el gasto de los miles de empleados, ausentes pero pagados, impuestos por los sindicatos con el Ferrari; la falta de eficiencia y de resultados en la educación donde hay maestros que nunca han tenido una clase y dueños del sindicato que sí tienen, propiedades y dinero, al exterior;…).
Pero de esto no se habla, o muy poco: el importante es la metáfora de la cruzada, de la lucha (el revolucionarismo mexicano) llena de slogans y palabras vacías, de falsos blancos que sirven a distraer, a confundir.

El verdadero reto entonces, no es redistribuir, prodigar como limosna a la gente gotas más o menos grandes, sino encontrar una manera que reduzca la pobreza. Entonces primeramente eliminar aranceles, cupos a las importaciones; abrir mercados a las inversiones de cualquier país venga, para crear empresas, fábricas, trabajo. Y luego, y quizá  más importante, la educación, escuelas, universidades que puedan crear una nueva cultura, fuente de toda riqueza.

No hay nada nuevo, nada imposible en esto: sirve sólo la voluntad de hacerlo, de destruir los baluartes del capitalismo clientelista, de compadreo, monopolista, de los empresarios coludidos, de los sindicatos corruptos.

Un ejemplo claro, a pesar de la muchas contradicciones, lo proporciona el desarrollo de China en los últimos treinta años. A principios de los ochenta, cuando China era todavía una economía comunista, el 54 por ciento de la población vivía en la pobreza. Conforme la economía se fue liberalizando hasta convertir a China en uno de los países más “capitalistas” del mundo, la pobreza cayó muy rápidamente, hasta el punto que para principios de los 2000 representaba menos del 10 por ciento de la población.

Por supuesto, la misma inversión que dio tantos trabajos a los obreros chinos también dio grandes utilidades a los inversionistas y dio más ingresos a unos obreros que a los demás.  Con el desarrollo de la industria y los servicios, las áreas urbanas se han hecho mucho más ricas que las rurales; los que están en la economía formal se han hecho más ricos que los que se mantienen en la informal.

Sin embargo es obvio que sólo un envidioso preferiría seguir en la pobreza con tal de que nadie gane más que él. Sólo un envidioso diría que China debería de haber parado las inversiones que han eliminado casi totalmente su pobreza porque como resultado de ellas algunos chinos se han hecho más ricos que otros.

De otro lado, sin hacer nada, seguiremos escuchando discursos, los mismos desde treinta años, que el país no está desarrollado; que hay pobreza; que la distribución del ingreso no es igualitaria; que deberíamos hacer algo en este respecto.

Y que hay que lanzar una cruzada.

Un pensamiento en “Cruzadas

  1. Higinio 6 de septiembre de 2013 en 07:58 Reply

    Estoy 100% de acuerdo con este articulo, pero finaliza con que hay que lanzar una cruzada, cuando? como?

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