Envidia y sociedad


Envidia - Hieronymus Bosch 1485

Envidia – Hieronymus Bosch, El Bosco 1485

Lo que suelo hacer, cuando un tema me interesa, es lo de ponerme a escribir algo sobre el argumento.
Pero a veces hay otro, o un acontecimiento reciente o una lectura, que me envuelve y me encanta así que dejo de un lado lo que había escrito y paso a lo nuevo que me atrae.

Que bien puede ser una receta, una variación en un plato ya probado, algo que me tiene con pasión en la cocina.
En estos días, por ejemplo, estoy leyendo, estudiando y haciendo pruebas sobre un tipo de levadura natural para pan y pizza. Les hablaré cuando consiga resultado.

 Pero ayer cuando me puse a leer el interesante artículo de Gabriel S. BoraginaLos estragos de la envidia” lo relacioné, aunque el autor no lo mencionara, con el texto fundamental sobre el argumento: “La envidia y la sociedad” por Helmut Schoeck, sociólogo y escritor austríaco alemán del siglo pasado, que hace unos meses había leído.

Y que había escrito unas reflexiones que a duras penas encontré entre los miles de artículos y textos de diferentes autores que tengo almacenados en mi computadora.

Volví a leerlo y acepté que no estaba tan malo, tanto es así que ahora lo voy a proponer.

 

Demasiado auténtico, demasiado profundo, demasiado desenmascarador para que pudiera ser aceptado por la seudo-cultura igualitaria y socialista de la segunda mitad del siglo pasado. E incluso hoy en día.
El texto es del 1971.

Qué la envidia es un tema en sí mismo molesto. Pero mucho más desagradable es la sospecha de que la noble aspiración humana a la igualdad -que es un rasgo fundamental del mensaje cristiano, del pensamiento democrático y socialista-  tiene sus raíces en el innoble sentimiento de la envidia.
Sospecha que siempre flotaba en la mente de estudiosos de la ética, la filosofía política y la sociología, sino también en las mentes de la gente común.

Esta puede ser la razón por la cual el tema de la envidia / sociedad, especialmente en los últimos siglos, no ha recibido la atención y la profundización que merece.

 

Hay que aclarar sin embargo el diferente significado que se le da a la palabra “igualdad” pues, mientras en el texto evangélico se habla de igualdad en la dignidad humana como estamos creados a imagen y semejanza de Dios (pero no todos recibimos en nuestra vida iguales talentos, Mt 25, 14-30.) en el contexto político social se ha impuesto la visión igualitaria en el sentido de crear una sociedad en la cual ya no haya casi ninguna diferencia entre las personas.

La realidad es que la desigualdad en el ser humano es natural.
La herencia, la educación, la cultura, el entorno donde se crece, la responsabilidad, las virtudes o vicios que practica, la inteligencia, la dedicación, la disciplina: el conjunto de estos elementos es lo que les permite a los seres humanos ser distintos, lo que los hace diferentes. Y también, ¿por qué no?, el hado, la suerte, la fortuna tiene su papel.

Tratar de evitar estas diferencias, imponer igualdades que no están en el carácter del hombre, además que imposible, inútil, nos lleva al riesgo de caer en distopias alucinantes al estilo de George Orwell, Ray Bradbury, Aldous Huxley, Evgeni Zamiatin.

Así que Schoeck describió las manifestaciones sociopolíticas de la envidia en estos términos: “La política de aquellos que procuran nivelarlo todo, procura instaurar, por lo menos poco a poco, tendencialmente, una igualdad utópica”.

Y resumió los resultados de sus investigaciones en la tesis: la envidia traducida a política es el socialismo.
El probaba su tesis, demostrando que el carácter expropiatorio de los impuestos diferenciales severamente progresivos no proviene de la ciencia económica sino de la psicología política.

Estos conceptos son responsables, tanto en economía como en ciencias cuanto en la capacitación profesional, del agotamiento del potencial de una población y de sus cualidades.

Que sea utópica y contra de la naturaleza, una mirada en el mundo nos lo confirma.
México, para dar un ejemplo que tengo a la mano, ha tenido 70 años de gobiernos revolucionarios socialistas y es el país donde más fuerte es la desigualdad entre los ciudadanos. En la cultura, en el estatus social, en la riqueza.

 

Para la Biblia es la envidia que impulsa la rebelión de Lucifer, pero es sobre todo el origen mismo de la catástrofe por excelencia, la expulsión del Edén. En el momento en que nos invita a conocer el fruto del árbol, la serpiente destaca que en comerlo llegaremos a ser como dioses.
Por eso la tradición religiosa occidental ve en la envidia un pecado capital, y cuando Santo Tomás de Aquino se pregunta a que se contrapone la envidia (ya que todo vicio es lo contrario de la virtud), su respuesta es que «La envidia es contrario a la piedad y la caridad.»

 

Con el triunfo del estado, la crisis de la metafísica tradicional y la desaparición de la fe, el escenario ha cambiado radicalmente.

En este sentido, el socialismo es un mesianismo que promete el Edén en la tierra. Entra en la escena cuando la intelectualidad europea ya había dejado de creer en Dios, y en su horizonte secular tiene que dar una respuesta, y una supuesta solución, a la desigualdad.

Como señaló Alexis de Tocqueville en L’ancien régime et la Révolution “ver a un hombre pobre que se hace rico provoca en una gran parte de la sociedad la creencia de que la pobreza no sólo es superable, pero también se puede achacar a responsabilidades muy precisas”.

Y Ludwig von Mises: “Lo que impulsa a muchos en el campo del socialismo es, más que la ilusión de hacerse más ricos, la expectativa de que baje los que se encuentran mejor que ellos.”

Es la envidia, el resentimiento contra aquellos que son mejores que nosotros, independientemente de nuestra condición, lo que mueve el alma.

 

Conceptos estos que el ensayista español Gonzalo Fernández de la Mora expresó en manera clara en su La Envidia Igualitaria: “El progreso de una sociedad supone la aceptación por la mayoría de una planificación realizada por una minoría. La pasión malsana de la envidia, que margina a los mejores y exalta a los mediocres, que demuele las jerarquías de una sociedad (o de una organización cualquiera), se transforma entonces en una fuerza negativa que puede llegar a detener el progreso de esa sociedad (o de esa organización)”.

Son los socialistas que legitiman la envidia mediante la creación de una nueva moral, la del resentimiento.

La lucha de clases, la oposición del proletariado y la burguesía, la revolución son los esquemas ideológicos que desde Marx se han convertido en la bandera del socialismo.

La falacia consiste en que se considera a la igualdad como un bien en sí mismo.

 

 

Entonces si la piedad y la caridad es la virtud, la imagen del buen samaritano, la envidia que nos lleva al igualitarismo es la de Procusto, el bandido hospitalario que para igualar la estatura de sus invitados a la longitud de las camas asignadas a ellos, tenía la costumbre de estirar las personas de baja estatura hasta que estén lo suficientemente largo y cortar las piernas de los que son demasiado altos para reducirlo al tamaño deseado.

En conclusión la virtud es ayudar a los demás y otra cosa es imponer (tragando bilis por la envidia) una orden de iguales: la cancelación de la excelencia, de la diversidad, cortando las alas a todo diferente e innovador.

 

 

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