Distopía futura: Albert Jay Nock


Distopia - l'urlo

 

¿Por qué escribimos?
Simplemente, creo, para expresar algo que nos interesa o que, pensamos, pueda interesar a los demás.

Así que podemos decir que el hecho de escribir encubre una cierta forma de narcisismo, presunción, vanidad, exhibicionismo.
Seguramente esto es lo que pasa con aquel fenómeno muy moderno, que se llama Facebook, que también es una manera de llenar el vacío de una soledad espiritual, de una falta de fe, humana y religiosa.
Pero ya es otro discurso.

 

Pidiendo disculpas por esta digresión personal me pregunto, como también se preguntaran mis 5 lectores abandonados desde mucho tiempo, que pasó para que dejara de poner mis reflexiones y sobre todo para que volviera a molestarlos.

Primero, para tranquilizarlos, no estoy seguro de que volveré a escribir como antes; segundo, dejé de escribir por el mismo motivo por el cual ahora regreso: la convicción de la inutilidad y al mismo tiempo la certidumbre que sólo las ideas pueden poco a poco cambiar este mundo que no nos agrada.

 

Así que voy a transcribir un pasaje de un autor tan profundo y clarividente como incomprendido: Albert Jay Nock, filósofo político libertario estadounidense.
El ensayo tiene como título “Nuestro enemigo, el Estado” que explica claramente la postura del autor.

Para entender cómo vienen considerados estos autores, estas ideas contrarias a la «mainstream» de la clase político-burocrática que maneja el poder, y cómo la hegemonía cultural ejercida por éstos reprima, relegue al olvido o a los estrechos espacios de disputas intelectuales; para darse cuenta de todo esto, sólo piensen que el ensayo fue escrito en inglés en 1935, traducido en italiano en el 1994 y, miren!, en español sólo el año pasado, 2013.

«Nuestro enemigo, el Estado», su obra maestra, es un tratado de filosofía política cuyas meditaciones todavía encuentran claros ecos en nuestra actualidad sociopolítica y económica.

Nock tomó como punto de partida la tesis de Franz Oppenheimer, sociólogo y economista político alemán, que en su obra “El Estado” rechazó la idea del «contrato social» y contribuyó a la «teoría de la conquista» del Estado:

El Estado, totalmente en su génesis, esencialmente y casi totalmente durante las primeras etapas de su existencia, es una institución social, forzada por un grupo victorioso de hombres sobre un grupo derrotado, con el único propósito de regular el dominio del grupo de los vencedores sobre el de los vencidos, y de resguardarse contra la rebelión interior y el ataque desde el exterior. Teleológicamente, esta dominación no tenía otro propósito que la explotación económica de los vencidos por parte de los vencedores.

Ningún Estado primitivo conocido en la historia se originó de otra manera. Donde quiera que haya una tradición confiable divulgada de otra manera, cualquiera que se refiera a la amalgamación de dos estados primitivos completamente desarrollados en un cuerpo de una organización más completa; o bien es una adaptación a los hombres de la fábula de las ovejas que convirtieron a un oso en su rey para que las protegiera contra el lobo. Pero incluso en este último caso, la forma y el contenido del Estado se convirtió precisamente en lo mismo que en esos estados donde nada intervino, los cuales se convirtieron inmediatamente en «estados de lobos».

 Oppenheimer también contribuyó a una distinción vital sobre cómo los seres humanos satisfacen sus necesidades:

Hay dos medios fundamentales opuestos que impulsan al hombre, requiriendo sustento, para obtener los medios necesarios para satisfacer sus deseos. Estos son el trabajo y el robo, su propio trabajo y la apropiación por la fuerza del trabajo de otros. ¡Robo! ¡Apropiación por la fuerza! Estas palabras nos transportan a ideas del crimen y de la penitenciaría, puesto que somos contemporáneos de una civilización desarrollada, basada específicamente en la inviolabilidad de la propiedad. Y esta espiga no se pierde cuando nos convencen de que el robo de la tierra y del mar es la relación primitiva de la vida, como el comercio del guerrero, que también es durante mucho tiempo simplemente un robo total organizado, constituye la más respetada de las ocupaciones. Ambos debido a esto, y también a causa de una necesidad de tener, en un futuro desarrollo de este estudio, conciso, claro, términos agudamente opuestos para estos importantes contrastes, propongo la siguiente discusión de llamar al trabajo de uno mismo y al intercambio equivalente de su propio trabajo por el trabajo de otros, los «medios económicos» para la satisfacción de necesidades, mientras que la apropiación no recompensada del trabajo de otros será llamada «medios políticos».

 

Pasando por eso, Nock construye los conceptos de «poder social» y «el poder del Estado», y las aplica al análisis la historia americana (pero igualmente valida en nuestros tiempos y en nuestros países).

Él describe el proceso por el cual el “poder social”, la interacción voluntaria de personas que crean e intercambian la riqueza como individuos libres, se transforma en “el poder del Estado” que por el contrario no es más que el proceso de confiscación de la riqueza producida por otros, y viene por esto englobado.

De hecho, según Nock, sólo hay dos maneras de adquirir la riqueza: los medios económicos (creándo) y los medios políticos (sustraendo).

El Estado es la organización de los medios políticos que fue creado para garantizar, a la clase de individuos que sepan cómo aprovechar toda la parafernalia, oportunidades ilimitadas para la explotación de la riqueza generada por medios económicos.
La construcción del Estado es, pues, como la clave de cualquier relación parasitaria en todas convivencias políticas.

 

Entonces veamos el pasaje del cual les hablaba:


Pero tampoco hace falta ponerse mustios con las circunstancias probables de un futuro no tan lejano. Lo que nosotros y nuestros descendientes más inmediatos veremos es un firme progreso en el colectivismo abocado a un despotismo militar severo. Una mayor centralización, una creciente burocracia, el aumento del poder del Estado y la fe en su creciente poder, la pérdida de fe en el poder social y su decaimiento; veremos al Estado absorber constantemente una mayor proporción del ingreso nacional, y a la producción languidecer, lo que hará que el Estado pase a ocuparse de industria tras industria, dirigiéndolas con su creciente corrupción, ineficiencia y prodigalidad, y finalmente recurrir a un sistema de trabajos forzados. Y entonces, en algún punto de este progreso, surgirá algún conflicto de intereses estatales, al menos tan intenso y general como el de 1914, que dará lugar a un trastorno industrial y financiero tan grande como para que lo pueda soportar la debilitada estructura social, y de ahí el Estado quedará a manos de “la muerte oxidada de la maquina” y las fuerzas anónimas que obligarán a su disolución serán insalvables.

 

Ha pasado casi un siglo y me parece de ver el mundo de hoy…

 

 

Un pensamiento en “Distopía futura: Albert Jay Nock

  1. […] se reconoce en deuda con el gran libertario anti-estatista Albert Jay Nock (y aquí) de quien adopta la distinción entre el poder social (la conquista de la naturaleza) y […]

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