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Crucifijos

crocifisso 3

Un símbolo del cristianismo juntado a un símbolo comunista. El movimiento inesperado del presidente indio por cierto ha puesto en incomodidad al Papa, que ha contestado, en voz, baja “este no queda bien”.

Se trata de la copia de una escultura ejecutada por el padre jesuita Luis Espinal Camps, torturado y asesinado en Bolivia en el 1980, a quien Papa Francesco había rendido homenaje pocas horas antes.

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Este regalo es “una contradicción en todos los sentidos. La hoz y martillo representa un régimen sanguinario y violento nacido en Rusia. Tallarnos a Jesús, que ha muerto por nuestras injusticias, dando un ejemplo de amor y solidaridad, no tiene ningún sentido. El crucifijo no se puede juntar a la hoz y a martillo del comunismo”, ha dicho monseñor Roberto Luckert León, vice presidente de la Conferencia Episcopal venezolana.

Más tarde, padre Lombardi, director de la Sala de prensa Vaticana ha negado posibles problemas diplomáticos: “El Papa no ha manifestado alguna particular reacción por el regalo del presidente Morales.”

Luego pero, en una entrevista a Radio Vaticana, padre Lombardi ha vuelto sobre el argumento y ha tratado de minimizar, afirmando que en aquel tiempo fue un símbolo que no tuvo “nada ideológico” pero que representó en cambio “la abertura del diálogo que se debió entonces vivir con todas las personas que se empeñaron para buscar la libertad y la justicia en el País.”

!Vaya!

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En todo caso este es el crucifijo que prefiero.

croci.

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Laudato si’

San Francisco en meditacion - Francisco de Zurbarán 1639

San Francisco en meditacion – Francisco de Zurbarán 1639

Altissimu, onipotente bon Signore,
Tue so’ le laude, la gloria e l’honore et onne benedictione.

Ad Te solo, Altissimo, se konfano,
et nullu homo ène dignu te mentovare.

Laudato sie, mi’ Signore cum tucte le Tue creature,
spetialmente messor lo frate Sole,
lo qual è iorno, et allumeni noi per lui.
Et ellu è bellu e radiante cum grande splendore:
de Te, Altissimo, porta significatione.

…..

Cántico de las criaturas, San Francisco de Asís

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En este mundo cada vez más descristianizado, dónde educación, respeto, deferencia y temor reverencial, expresiones mundanas de relativismo y nihilismo conceptual, han dejado el paso a disoluciones, libertinaje, improvisación y licencias, todos se sienten en derecho de hablar y criticar.

También a los santos, también el Papa no goza más de respeto.

O tempora, o mores -habría dicho Marco Tulio Cicerón- ¡Oh tiempos, oh costumbres!

 

* * *

Pero el espíritu crítico siempre tiene que estar atento y cuando el Papa sale justo del su terreno, aquel de Padre de la Iglesia, de Cristo en tierra, para adentrarse en discursos ecológico-naturalísticos, cuando no económico-políticos, entonces creo que nosotros, humanos mortales, tenemos que poder ejercer el análisis y la crítica.

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Porque a este Papa con la costumbre de llamar por teléfono y escribir, siempre en mundovisión, a todo, fieles o todavía más si agnósticos o ateos, debemos, incluso con el debido respeto, decir algo.

“Para recordarle que Dios no es aquel de las obras pías, de la ayuda a los indigentes, de las viejecitas que tienen que atravesar la calle. Por esto bastan los boys-scouts: no hace falta molestar la Trinidad.
Para hacer bien al prójimo es suficiente el hombre, bastan las «Cartas a Lucilio» de Séneca, basta Marco Aurelio o Montaigne; los Evangelios, decididamente, dicen otro: Dios es en otro lugar.”

¿Y en cambio, en un momento en que la situación de la Iglesia es dramática, con una Europa que abandona en masa la fe y la otra mitad del planeta que persigue los cristianos o los destroza, donde viene desacralizada la familia: delante de todo esto, papa Bergoglio que hace?
¿Una encíclica sobre la presencia de los cristianos en el mundo, sobre su dura condición y sobre la libertad de conciencia? No. Una encíclica ecológica sobre la recogida selectiva de la basura y la limpieza de los ríos, sobre la supervivencia de «algas, gusanos, pequeños insectos y reptiles», especie que «generalmente pasan inobservada”.

“Se ennoblecen tesis ambientalistas muy discutibles del punto de vista científico como la causa humana de la calefacción global. Consagrando estas tesis la encíclica amenaza de recaer en el error del “caso Galileo», es decir dar investidura teológica a aquél que es sólo una hipótesis científica, también muy dudoso.”
“En cambio a la incierta supervivencia de los cristianos perseguidos, torturados, deportados, no ha sido dedicada ninguna encíclica. Son destrozados sin que nadie levante la voz”.

¿Se ha activado el Vaticano de Bergoglio para proteger las poblaciones cristianas amenazadas de exterminio? ¿O para cristianos que desde hace años pudren en las cárceles a causa de su fe?

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Como otro crítico de Papa Francesco ha escrito, parece la hilarante escena de Johnny Palillo, de Roberto Benigni, aquel geniazo de «La vida es bella», dónde el autista palermitano explica a Benigni cuál es la verdadera, grande, trágica llaga de Palermo: «¡el tráfico!».
Sobre mafia, robos, secuestros, homicidas, corrupción, droga, prostitución, deterioro moral, entonces y ahora, a Palermo, Italia y en el mundo, se sobrevuela.

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En el “bergoglismo” y no sólo, porque este “modernismo” es muy extenso, no se encuentran ni el “pecado original”, ni los pecados mortales, ni el purgatorio, ni el infierno. Sin embargo la doctrina católica afirma que «la salvación de las almas es la suprema ley de la Iglesia.» La sola cosa que cuenta.

“Diré de más: la salvación de una sola alma es, a los ojos de Dios, más preciosa que el entero universo natural, con buena paz de los Verdes”.

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Hasta ahora esta ideología verde ha sido obstaculizada decididamente por la Iglesia. Pero en la encíclica bergogliana hay un paso que deja perplejos. No sólo porque asume como autoridad Teilhard de Chardin, sino porque afirma: «El objetivo final de las otras criaturas no somos nosotros».

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Pero Santo Tomás de Aquino escribe: «El bien sobrenatural aunque de uno solamente es superior al bien natural de todo el universo», Suma Theologiae EL-II, q.113 a.9 a2).

Y el otro maestro supremo, San Agustín de Hipona, escribe: “La salvación de lo ímpio es una obra más grande de la creación del cielo y la tierra” porque “el cielo y la tierra pasarán, mientras la salvación y la justificación de los electos no pasarán nunca”, En Evang. Juan., 72,3).

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Encíclica esta de estilo cato-progresista, según la agenda del momento, ya alabada por Obama: la agenda del pensamiento dominante que tiene unas claras señas neopaganas, anticristianas y antihumanas.
Por eso le va a gustar a muchos.

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Iglesias y Fe

Sinodo Obispos

Sinodo Obispos

 

 

Cuando pienso que en el mundo no hay más fe en Dios y la religión católica se ha convertido en una especie de apéndice insignificante de la vida cotidiana para hombres interesados y dirigidos a lograr metas consumistas y hedonistas, creo que tengo razón.

Aunque aislado, desoído (lógico dada mi irrelevancia personal) -en una palabra sólo, o casi, apoyando ideas definidas por los demás reaccionarias, conservadoras, integristas -, estoy convencido de que la verdad es una, so pena de caer en el relativismo, en el politeísmo.

Tomás le dijo: «Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?».
Jesús le respondió: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí. Si ustedes me conocen, conocerán también a mi Padre. Ya desde ahora lo conocen y lo han visto».
(Gv 14,5-7).

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Me ha parecido extraño que en la misa dominical a la que asistí, -pero igual en otras ocasiones con los amigos o en la prensa-, no se haya hecho alguna referencia al Sínodo de los Obispos sobre la familia, acabado en Roma este último domingo.

El tema era muy relevante pues tocó muchas situaciones que son más o menos directamente en relación con la familia, es decir la convivencia (y el sexo antes del matrimonio), las uniones de hecho, uniones civiles entre bautizados y el tema homosexual.

Pero en ningún lado se ha hablado de manera clara, que los fieles entiendan el sentido profundo de la familia, el lazo indisoluble del matrimonio, la «belleza de la castidad», como valor auténticamente humana y cristiana.

¿La Iglesia del Sínodo, las iglesias de los pueblos están abdicando de su doctrina?

¿Acaso no quieren comprometerse con miras a futuras, próximas, aperturas?

 

 

Otra rareza, con motivo de la Jornada Misionera Mundial, que realza el valor del apostolado, «la misión a los gentiles» – que recuerda el mandato de Cristo:

Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
(Mc, 16-18)

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Y mientras los apóstoles no se quedaron en Jerusalén y en el mundo judío pero se han aventurado en el mundo anunciando Cristo y fundando la Iglesia en otros países, aquí, y ahora, se habla de un único dios que se presenta en varias imágenes; de diferentes «credo» igualmente válidos y verdaderos; del valor idéntico de todas las creencias y religiones.

Con una visión ecuménica, (todos hombres tienen su verdadero dios) que de hecho anula el valor de la Jornada de la Misión que se venía celebrando.

 

Si es cierto que la evangelización no quiere decir sólo conversión, repudio de otras creencias, sino aceptación de la Buena Nueva  -vivir dentro de nosotros la experiencia de Cristo-; no es menos cierto que Cristo nos ha traído, nos ha enseñado una nueva visión: la del amor hacia los demás, los diferentes de nosotros, y esta es la misión que, como sus discípulos, nos ha entregado.

Jesús dijo a aquellos judíos que habían creído en él: «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos, conocerán la verdad y la verdad los hará libres».
(Gv 8,31-32)

Lo lógico y natural es que ese sentimiento lleve a querer propagarlo. Provoca un sentido de obligación misionera. Es el intentar persuadir a cuantos se pueda de unirse a esa religión.

No resaltarlo, casi ocultando, es otra manifestación de relativismo axiológico (de los valores), que es el terreno natural para proliferación de sectas que se observa hoy en día.
Las religiones son un millar: cada una define su propia verdad y se preocupa más de enlistar que de imponer su verdad a otras sectas.
El proselitismo, de hecho, iría en contra del principio básico del relativismo moderno, o el carácter privado, por así decirlo, de los valores.

 

Con la venida del Salvador Jesucristo, Dios ha querido que la Iglesia fundada por él sea el instrumento para la salvación de toda la humanidad

Dios, disimulando los tiempos de la ignorancia, intima ahora en todas partes a los hombres que todos se arrepientan, por cuanto tiene fijado el día en que juzgará a la tierra con justicia, por medio de un Hombre, a quien ha constituido juez, acreditándole ante todos por su resurrección de entre los muertos.
(At 17,30-31).

Esta verdad de fe no quita nada al hecho de que la Iglesia considera las religiones del mundo con sincero respeto, pero tiene que descartar de manera radical, esa mentalidad de indiferentismo “marcada por un relativismo religioso que termina por pensar que una religión es tan buena como otra”.

 

¿En efecto nuestra Iglesia, nuestra Fe, no es católica, es decir universal: de todos para todos?

 

 

Lepanto 1571

Lepanto - Paolo Veronese

«Non virtus, non arma, non duces, sed Maria Rosarii, victores nos fecit»
(No el valor, no las armas, no los líderes, pero Nuestra Señora del Rosario nos hizo ganadores).

Hoy, 7 de octubre es el aniversario de la gran batalla naval de Lepanto (1571), en la que la flota cristiana (con la contribución fundamental de los hombres y las naves de la República de Venecia) derrotó a la flota otomana.

 

Tal vez, para muchos, esta fecha y el nombre no significa nada pero sin embargo fue una batalla decisiva para el destino de Europa, para el destino de la cultura y la civilización europea, y más allá.

 

Al alba del 7 de octubre las flotas cristiana y turca se encontraron en el golfo de Lepanto (ahora Corinto) frente a las costas de Grecia en el Mar Mediterráneo, y «comenzó la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros», según las palabras de don Miguel de Cervantes y Saavedra, que la combatió a los 24 años, siendo herido en el pecho y en el brazo izquierdo, que le quedaría inútil.

 

La flota estaba compuesta por 134 barcos venecianos (6 galeazas, 106 galeras, 2 naves y 20 fragatas), 164 barcos españoles (90 galeras, 24 naves y 50 fragatas y bergantines), 18 barcos del papado (12 galeras y 6 fragatas) y 9 galeras de Malta.

Los soldados españoles sumaban 20.000, los del Papa 2.000, los venecianos 8.000 y unos cuantos Caballeros de la Orden de Malta.

La flota era dirigida por Juan de Austria hijo natural de Carlos V y por tanto medio hermano del rey Felipe II de España.
Marco Antonio Colonna, condestable de Nápoles y vasallo de España, era el almirante del papa y Sebastián Veniero el de las naves venecianas.

La victoria cristiana fue total. Se perdieron 12 galeras cristianas y 7.600 hombres, de los que 2.000 eran españoles, 880 de la escuadra del Papa y el resto venecianos.

Se contaron 190 galeras turcas apresadas, de las que sólo 130 estaban útiles, quemándose las otras 60. Se hicieron 5.000 prisioneros y se liberaron 12.000 cautivos cristianos. Se estimaron entre 20.000 y 30.000 los muertos del enemigo.
(Wikipedia).

 

Fue la batalla más sangrienta de la época con la que, sin embargo, los cristianos fueron capaces de bloquear la avanzada que parecía inexorable de los turcos otomanos.

El 31 de mayo 1453, Mahoma II había conquistado la ciudad de Constantinopla y con ella el antiguo Imperio Cristiano de Oriente, y los turcos musulmanes creían inminente el día de su dominación mundial.

En 1480 tomaron Otranto, ciudad del sur de Italia, y además de los muertos en la batalla, fueron asesinados, cortándoles las cabezas, los ciudadanos que todos rechazaron convertirse al Islam. Son los 813 mártires de Otranto que fueron canonizados el mayo pasado por Papa Francisco.

En 1521 se adueñaron de la ciudad de Belgrado, en 1526 conquistaron Hungría y habían llegado a las puertas de Viena.

En Italia invadieron y saquearon todas las costas del sur. Trípoli ya se había retirado a la españoles, la isla de Chios a los genoveses, de Rodas a los Caballeros de Malta.

 

En febrero de 1570 había llegado a Venecia un embajador turco con un ultimátum: o bien el traslado al sultán de la isla de Chipre o la guerra.
Venecia había despreciado. Sin embargo, después de once meses de asedio, el primero de agosto 1571 había caído la capital de Chipre, Famagusta.

Cuando el comandante turco había penetrado en Famagusta, aunque el pacto de rendición hubiera garantizado la vida a los sobrevivientes, había matado a todos los soldados y desollado vivo el comandante veneciano Marcantonio Bragadin.

El terror reinó en el Mediterráneo, el viejo Mare Nostrum romano. El destino de los cristianos en Chipre era que el Islam parecía preparar a los cristianos de Europa.

 

 

El nombre de Lepanto pasó a la historia. Por primera vez en un siglo en el Mediterráneo quedó libre. A partir de ese día comenzó la decadencia del Imperio Otomano.

Había sido un teólogo dominico, Michele Ghislieri, Papa con el nombre de Pio V, a darse cuenta de que sólo una guerra preventiva habría rescatado al Occidente.
Instó a las potencias cristianas a unirse en contra de los agresores y la defensa de Cristiandad fue el eje de su breve pontificado.

 

El carácter extraordinario de Lepanto es que, a pesar de todo, por una vez, los príncipes, políticos y comandantes militares fueron capaces de dejar de lado sus divisiones y unirse para defender a Europa.

Esto fue posible porque la política europea del siglo XVI todavía tenía algún compromiso con una visión sustancialmente común del mundo, basada en el respeto de la cristiandad y de la ley natural.

 

 

Conmemorar Lepanto entonces tiene otro significado, para hacernos reflexionar sobre hechos, acontecimientos más cercanos a nosotros, de nuestros días.

Una civilización culturalmente homogénea, que quiera defender sus valores, tiene la capacidad de reaccionar en una manera sustancialmente compacta en defensa de su propia paz, y lo hace sin pisotear su identidad y su dignidad.

 

Pero algo ha cambiado.

El fenómeno profundo con el que tenemos que tratar es el siguiente: Occidente está cansado y desde muchos años.

Ya hubo innumerables gurús que han profetizado el ocaso, la decadencia, con argumentos sólidos, pero el cansancio ya no es indagación teórica o hipótesis filosófica de los expertos: es que realmente todos somos moralmente agotados.

Hemos perdido valores e ideales: no tenemos visión para el futuro; no tenemos fuerza para luchar contra nada y nadie.

Las palabras que cuentan para nosotros son la solidaridad, la igualdad, la hospitalidad, vacaciones, protección, seguridad, asistencia social, derecho a la salud, gratuidad de los servicios, defensas por el mercado y sus riesgos.

En cambió nos hacen sonreír palabras como la disciplina, la obediencia, la tradición, el catecismo, la ortodoxia, la valentía, la lealtad, el honor, y no parece ser irritante la idea misma de una civilización común, en efecto occidental, con sus vínculos culturales, lingüísticos y religiosos.

Odiamos los roles familiares, o sea la familia que ya no hay; rechazamos una educación rigurosa, estricta, y la ignorancia es general; tememos al dolor, el sufrimiento, el carácter efímero de la vida personal y entendemos la inmortalidad como proyecto para perpetuar la exterioridad, el cuerpo, rehaciendo también la cara o los senos o labios.

 

Estamos agotados, el Islam no lo es.

Queremos que nos dejen en paz, que nos hagan la guerra.
Pero siguen a contarnos su verdad heroica: aman la muerte más de lo que nosotros amamos la vida.

 

Hay todavía hombres dispuestos a “tomar algunos riesgos por sus ideas”

 

 

 

 

Un nuevo sabor

 

Tengo curiosidad, soy curioso por naturaleza. Me gusta probar, encontrar cosas nuevas e inesperadas, diferentes. Los gustos, sabores, personas, ideas…

 

fragoline di bosco

Tal vez ustedes piensan que conocen el sabor de fresa. Toman helado de fresa, chicle de fresa. Tienen razón, les encanta.
Pero, un día, en algún lado, quizá en Italia, recogen una pequeña fresa salvaje, la prueban y descubren que necesitan para redefinir por completo el concepto de sabor a fresa. Es otra cosa respecto al jugo que los frutos los ha visto ni siquiera de lejos.

El vinagre balsámico hecho con el caramelo es del todo agradable, pero no se puede comparar con el verdadero. Y cuando han gustado una vez un helado artesanal, no lograrán soportar aquellos hechos con polvo de colores.

Un jamón, un jamón de pata de cerdo pues sólo esto puede decirse jamón, es diferente de lo de ave (pollo, pavo, avestruz): tiene otro sabor, es otra cosa.

 

Lo que nos engaña es a veces la falta de comparación. Creemos sinceramente que los que probamos es lo mejor, que nuestra vida es agradable, ya que no sabemos más.

O, quizá, no es sólo esto.

Pues también el hábito, la rutina nos impone reglas, barreras, cercas que ni siquiera intentamos de romper, de evadir. Son las más terribles, las más solapadas. Pensamos que son connaturales, que hacen parte de nuestro ser: el tirano más cruel es lo que tenemos adentro de nosotros.

Es el hábito de obedecer que nos impide buscar la libertad; es el hábito de mirar siempre el piso que nos impide ver las estrellas; es el hábito de ir siempre por el mismo rumbo que nos aleja de los diferentes, nuevos, caminos de la vida.

 

Puede ser que una vez hemos escuchado una voz que nos decía, adentro de nosotros, que la vida es un misterio y que hay que explorarla, hay que vivirla con plenitud y admiración.

Nunca le hemos prestado atención, pero ahora… ahora tenemos la posibilidad de elegir entre buscar el sabor que no sabíamos, o continuar como antes.

 

La diferencia es que ahora sabemos que hay algo mejor.

Qué hacer, cómo usar nuestra libertad se convierte en una cuestión de gusto. Para la verdad.

 

 

Francisco a Lampedusa

francisco lampedusa

Lampedusa, la puerta de Europa de los inmigrantes clandestinos, es una islita en el mar Mediterráneo, más cercana a (y más al sur de) Túnez que a la Sicilia.

Por su posición es el atraque ideal de los miles de clandestinos africanos que, explotados por los traficantes, van buscando, con un espacio en las pateras, mejor vida en el continente europeo, principalmente en Italia y España.

Ayer lunes Papa Francisco fue a Lampedusa a encontrar a miles de estos inmigrantes que la isla, normal y temporalmente, acoge y, según sus palabras, “a orar, a hacer un gesto de acercamiento, pero también despertar nuestras conciencias para que lo que pasó no sea repetido» (la muerte de siete norteafricanos, que tratando de llegar a las costas italianas, se encontraron encaramados a las nasas de un pesquero tunecino, cortadas por los tripulantes).
Y “para desviar la atención a tres asuntos principales, la difícil situación de los inmigrantes pobres, el problema del tráfico humano y la brecha creciente entre ricos y pobres en el mundo».

Como era de esperarse, su primer viaje apostólico, ha suscitado numerosas y contradictorias reacciones.

También en mí, que sigo con devoción y simpatía el Papa, se han levantado algunas perplejidades.
Voy a tratar de aclarar las cosas exponiendo mis impresiones.

El Papa, como “jefe” espiritual de millones de católicos en todo el mundo, tiene una enorme relevancia: su palabra, su amonestación, sus acciones tienen una influencia y un valor que va más allá de lo que aparece.

Pero también una responsabilidad que no se puede olvidar.

Despertar conciencias es buena cosa, pero no resuelve el problema que tiene dos aspectos.

Una perspectiva moral y entonces un hecho personal que cada uno resuelve según su sensibilidad y voluntad.
No la entiendo, estoy totalmente en contra de la llamada solidaridad social, a través de la cual, con el pretexto de la socialización, algunos, siempre los mismos, siempre ellos, van manejando los recursos de los demás con el fin de buscar su propio beneficio personal.

No es mi culpa ni mi responsabilidad si en el mundo hay quien sufre: pues soy caritativo intentaré hacer algo, cuanto y como puedas, para quienes están cerca de mí, conozco, veo. No me siento cruel de no abrir las puertas de mi casa a cualquiera.

Pero mi responsabilidad, y mi culpa si fallo, si no cumplo, es hacerme cargo de los compromisos voluntariamente tomados y aceptados. Mi familia, mis hijos, mis parientes, mis vecinos.

(Sobre este argumento he leído hace poco de María Blanco un artículo comprometido y profundo –La caridad como abuso moral: la zancadilla solidaria-. Sugiero lo lean a quienes les guste profundizar este argumento y encontrar una posible solución.)

Y la otra es la perspectiva política: ¿Qué hacer?
El Papa denunció «la crueldad que hay en el mundo, en nosotros y en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que abren el camino a dramas como estos».

No me queda claro lo que quiso decir exactamente: no pienso en una denuncia genérica, indeterminada. Habría sido igual a todos los discursos políticos que somos acostumbrados y hartos de escuchar un día sí y el otro también.

Contra la pobreza, contra la desigualdades sociales, contra la disparidades y las desproporciones.

Para cambiar algo que no funciona necesitan hechos, resoluciones y no palabras. Los gobiernos, los estados, no pueden hacer nada, mejor, lo que han hecho hasta ahora ha empeorado, mantenido en el status quo, en la inmovilidad, lo llaman equilibrio, que les sirve, les conviene.

Son más de cuarenta años que África recibe “ayuda humanitaria” de la ONU, UNICEF, a través de instituciones creadas con el propósito (organización sin fines de lucro de utilidad social –ONLUS-, organización no gubernamental (ONG)- la Unión Europea, EE.UU. y otros estados, las Iglesias, cantantes y actrices en búsqueda de popularidad (Bono Vox e Bob Geldof via Live Aid, Angelina Jolie entre otros).
Hablamos de miles de millones de dólares: pero el hambre en aquellos miserables países no ha cesado, la paz no ha llegado.

Al contrario han enriquecido déspotas sanguinarios que han financiado grupos terroristas, comprado armas, destruido en sangrientos conflictos étnicos enteras poblaciones.

Entonces la llamada es correcta, la acusación es relevante, pero…

Su tarea, ya lo sé, no es proponer soluciones, indicar los caminos a seguir. Ya su visita y sus palabras fueron vistas como intromisión en asuntos internos de un estado extranjero, por un lado, y por otro como una apertura ecuménica, la aceptación de todos, sean quienes sean, vengan de donde vengan. Y esto viene de una parte política que mezcla el «buensamaritanismo« barato, porque social, hecho a costa de los demás, y los intereses electorales de baja aleación que ven un conjunto de votos que es tentador para muchos.

Francisco probablemente no se dio cuenta de todas las implicaciones políticas de este viaje y no es la primera vez que subestima ciertos “gestos”, o tal vez los evalúa y les van bien. Quiso ir, dice, porque es tierra de “emergencias humanitarias”. Claro. Mientras tanto, sin embargo, en violación de las leyes italianas, santifica entre las líneas exactamente el fenómeno que le dolía mucho: la inmigración.

Y cuando habla de la globalización de la indiferencia, dándole un sentido negativo a la “globalización” quizá no tiene en cuenta que materialmente «novecientos millones de personas están mejor hoy en los mercados abiertos de lo que eran ayer.»

Además este Papa, que viene de Argentina, tierra poblada en su mayoría por inmigrantes, hijo de inmigrantes italianos sí mismo, imagina un tipo que ya no existe.

Porque las razones profundas de la inmigración ilegal africana están completamente alejadas de las razones que llevaron a los italianos a buscar “buena fortuna” en Argentina. En primer lugar, no es cierto que estaban buscando “suerte”: estaban buscando un lugar donde no morirse de hambre y salvar a su familia, trabajando duro, y por eso, aun desgarrando el corazón, se iban.

Los inmigrantes ilegales procedentes de África a la costa italiana, de alguna manera juntando la fuerte suma que le solicitan, se sienten atraídos por las quimeras “materialistas”, “occidentales”.
La búsqueda de una “vida occidental”, dicen, que imaginan fácil, placentera, rica, anarquista, consumista: todos los privilegios materiales que igual de nosotros.
Es decir, si queremos estar en el ámbito católico y musulmán, – que son las creencias que la mayoría de los inmigrantes ilegales profesan, si acaso algo profesan -, todos los excesos que el cristianismo, el Islam, y la misma predicación de Francisco condenan.

Y más: muchos de esos inmigrantes ilegales que llegan, y se multiplicarán por el viaje del Papa, -incapaz el país de digerir el flujo de inmigración mediante la redistribución de la fuerza de trabajo-, van a terminar, ya han terminado, a engrosar la delincuencia organizada, el empleo ilegal y en especial el tráfico de drogas.

En las cárceles italianas, el 45 por ciento de los presos está compuesto por inmigrantes ilegales.

Y, por supuesto, la prostitución. Los traficantes de drogas, trabajadores ilegales, prostitutas que invaden Italia, todos ellos han pasado de Lampedusa.
Y la mayoría de ellos todavía cometen delitos en el país sin permiso de residencia; ni lo buscan: de otra manera se verían obligados a perseguir un trabajo honesto y propio por eso mucho menos rentable.

Luego muchos de ellos son musulmanes, tienen cultura diferente, otra forma de de vida frente por ejemplo la mujer, que choca frontalmente, por su negativa a integrarse y absorber los estilos del país de acogida, con nuestra tradición latina judeo-cristiana, que llevamos dentro por más de dos mil años.
El peligro, no sólo en Italia, es que esta sea una forma de “reconquista” por los musulmanes. Ya han dicho, por la fecundidad elevada de sus parejas, que lo que no lograron hacer con las armas (cuando la Liga Santa derrotó a los turcos otomanos en la batalla de Lepanto) lo harán por el vientre de sus mujeres.

El problema, como estamos viendo, es muy complejo y no es correcto mirarlo de un sólo lado.

Cristo, el Papa, la Iglesia tiene que estar cerca de los últimos, de los que sufren, de lo que no tienen un cielo azul en su futuro. Porque esta es su misión: llevar la fe y la confianza a quienes que no la tienen, a los que la han perdida.

Estos comportamientos tienen un significado profundo.

No, a Lampedusa Papa Francisco no trajo un mensaje político, aunque así fue interpretado por muchos. Sino un grito que pretende despertar de lo que él llama “la anestesia del corazón”, la indiferencia frente a los dramas.

Pero me hubiera gustado, hubiera sido mejor, menos presencia mediática, menos fotógrafos, menos cámaras, menos televisión, menos despliegue.

La palabra de Dios nos llama la atención también el silencio y en la humildad.

Cancelado «padre» y «madre»

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En Francia, esta mañana se ha publicado en el Diario Oficial de la ley el decreto Taubira (del nombre del ministro de Justicia, la socialista Christiane Taubira, promotor de la ley) que legaliza el matrimonio y la adopción gay.

Los primeros efectos son que las palabras «padre» y «madre» se han canceladas y han sido modificadas en el libro de familia y el Código de Procedimiento Civil.

Ahora hay un campo blanco neutro para dar cuenta de las familias de dos padres o dos madres, y las palabras «el padre, la madre» se sustituyen por «uno de los padres».

Desafortunadamente hemos llegado donde ya sabíamos.

Volví a leer lo que había escrito sobre el tema que, como se han dado cuenta mis lectores, es para mí una cuestión de importancia fundamental.

En  ¿Mamá y papá? Definiciones de abandonar  había hablado, hace más de seis meses, en favor de la familia natural, sustento de cualquiera sociedad que quiera pensar en su futuro.

En  Familia e hijos en la posmodernidad intentaba de investigar como estaban cambiando estos conceptos y como una malentendida ley positiva me parecía la causa incitante y justificante de todas las libertades, las necesidades y los derechos se venían descubriendo.

En Pobre mundo, adonde hemos llegado expresaba mi desolación frente al mundo que estábamos construyendo.

En Matrimonio gay, el último que escribí sobre el tema atrayendo a más de una reprobación, hablaba de lo inevitable oponiéndome en nombre del derecho natural, consagrado en miles de años, y de la tradición judaico-cristiana expresada por la fe.

 

Si alguien quiere ir a través de este camino de reflexión, creo que pueda encontrar algunas respuestas “incorrectas” y fuera de los cánones tan en boga hoy en día.

 

 

Matrimonio gay

matrimonio gay

El asunto del matrimonio es un problema ético, no político.
Atribuirlo a la política, esperar que la política nos guie, nos indique el rumbo correcto, o ver en las indicaciones que surgen de ella -que son oportunistas, utilitaristas, dictadas por la conveniencia del momento y la supervivencia de unos- la manifestación de un sentido superior, quiere decir encargar nuestra conciencia a quienes no la tienen (o no la usan).

En esto estaba pensando cuando me puse a leer y reflexionar sobre el artículo, muy preciso y seguro aunque para mí no convincente, de Víctor H. Becerra, Matrimonio gay en Latinoamérica: tarde pero llegará.
Ahora bien, el artículo está alojado en el sitio web del Movimiento Libertario de México. Yo también soy libertario, aunque italiano y católico.

No podía dejar de pensar en la admonición de Kenneth Minogue (The Servile Mind: How Democracy Erodes the Moral Life): “Un pueblo que confía sus reglas morales a los gobiernos, por más que sea impecable su motivación, se vuelve dependiente y servil”.
Como problema ético el asunto del matrimonio es un problema individual, personal.

Que en todo el mundo los gobiernos se encuentren enfrentando el argumento del matrimonio entre personas del mismo sexo y que en alguna parte lo hayan resuelto aceptándolo, es una realidad que pero no dice nada más que los políticos están alzando las velas: van, como de costumbre, donde sopla el viento.

Lo indudable es que el viento sopla hacia allá. Pero que tarde o temprano llegaremos a aceptarlo, no quiere decir que sea lo más correcto.
Lo inevitable no es lo cierto.

Hemos, por lo menos yo hace mucho tiempo, dejado de creer que la historia tenga su espíritu (el Zeitgeist hegeliano) que nos lleva dialécticamente a un estado superior; que la historia requiera la perfección de la sociedad humana. La historia no tiene su conciencia: la historia es una secuencia de acontecimientos, y nada más. Es el hombre que tiene, o mejor debería tener, una conciencia como guia para el futuro.

Es otro mito de la modernidad que el progreso, como progresión en el tiempo, sea superación de etapas precedentes e inferiores: de aquí el hombre nuevo, libre de las vinculaciones y discriminaciones del pasado; el pasado mismo visto como oscurantismo es decir restricción y oposición a la difusión del conocimiento, de la verdad, de la supuesta libertad.

Creo sea oportuno aclarar unas cosas.
En mi opinión, el malentendido fundamental radica en la definición del matrimonio entre personas del mismo sexo como “derecho” y en su pretensión de incluir en la categoría de los “derechos” todas las reivindicaciones -por más que respetables y aceptables- de cualquier grupo social.

En primer lugar, el hecho de que los homosexuales (o algunos de ellos) consideran el matrimonio como un concepto completamente independiente de la identidad sexual no significa automáticamente que sea así en absoluto o para cualquier persona (público, instituciones, leyes).

Pero sobre todo es falso que la falta de acceso a la misma condición jurídica de los demás siempre conduzca a la discriminación.

Parece que los partidarios incondicionales del matrimonio entre personas del mismo sexo consideren su falta de reconocimiento como una violación de un derecho al igual que (por ejemplo) la privación del derecho de voto y otros derechos civiles y políticos.

Como negocio jurídico, del matrimonio derivan derechos y obligaciones. Pero en cualquier acuerdo existen también razones de discapacidad que les impide concluir a ciertos sujetos; sin tener que armar un escándalo por la intolerable desigualdad de trato.

No es correcto invocar el matrimonio como único amparo legal del familiar (propiedades, herencias, etcétera): hay otras formas; como única defensa del hecho (real) de quererse (no se puede reconocer el derecho al matrimonio para todos aquellos que se aman por el mero hecho de que se aman): por ejemplo, una mujer que ama a dos hombres, o viceversa; como justificación de las razones emocionales para la adopción de un niño por una pareja homosexual.

Y luego, ¿a dónde llegaremos?

En Canadá, los partidarios de la poligamia exultan, porque con la introducción del matrimonio homosexual no hay más las bases jurídicas para negar la poligamia que ya, aunque no legal, es aceptada.
Y, de veras, ¿porque no? Cuándo hemos rechazado, borrado que el matrimonio sea la unión de un hombre con una mujer.

Al final hemos introducido el concepto relativista que el matrimonio puede ser cualquier cosa nos guste en el momento, pues de esta manera se ha ampliado la aceptación de un modelo de inestable unión basada en el deseo cambiante de compañía

Confundimos los términos. El matrimonio es una cosa y la unión libre de dos personas es otra.

Nadie niega, creo, que cualquier persona puede vivir y estar con quien crea. Es parte de la libertad fundamental del individuo y no seré yo a rechazarlo.

¿Pero esto tiene que ver con el matrimonio? No hablo por supuesto del matrimonio religioso, sería obvio; sino también el matrimonio civil, regulado por el Estado, es algo completamente diferente.

El matrimonio, y su consecuencia la familia, no es una relación privada, es una institución social, tiene que ver con la responsabilidad que la sociedad tiene hacia las generaciones más jóvenes. La familia es confianza de la civilización a través del tiempo, su relación con el futuro.

La introducción del matrimonio gay no es una cuestión de terminología, sino una decisión que cambia la esfera social en su conjunto.

¿Debemos prepararnos para un nuevo orden social en el que cada tipo de relación sexual se puede transformar en matrimonio con la firma en un formulario?
¡Y se anuncia como un gran paso adelante para la libertad humana!

Esta ley hace insignificante a la historia de Adán y Eva y a toda la narración civil, política y literaria acerca de aquel momento de la conciencia humana que es la propagación de la especie.

Es una reforma autoritario-democrática disfrazada de progreso libertario, una regla que niega a los niños el derecho a ser criado por un hombre y una mujer o ser emocionalmente cuidados por las dos secciones de la humanidad, por las dos mitades del cielo.

Conecten todo esto de arriba y… tengan miedo.

No quisiera hablar de fe: por supuesto, si entramos en el proyecto religioso, no deberíamos haber discusión; pero también debemos recordar que nuestra fe, -además de ser la adhesión a los principios sagrados que cada cual puede o no aceptar-, es el gran legado, la fuerte herencia de la tradición judeo-cristiana que impregna nuestra cultura occidental, que se enraíza en nuestras tradiciones, que es el origen y la esencia de nuestra cultura.

Citando una grand lección  di Gilles Bernheim, Gran Rabino de Francia, retomada al final de su pontificado por Benedicto XVI (“Si no hay hombre ni mujer, entonces no hay ya ni siquiera la familia”):

«Dios creó al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó» (Génesis 1:27). El relato bíblico funda en el acto creador la diferencia sexual. La polaridad masculino-femenino atraviesa todo lo que existe, de la arcilla a Dios. Es parte del dato primordial que guía su vocación – ser y actuar – del hombre y de la mujer. La dualidad de los sexos pertenece a la constitución antropológica de la humanidad.

Benedicto XVI

El Papa sin fuerza nos enseña con vigor de Quien es la fuerza

Benedicto XVI

No soy hombre de profunda fe, ¡ay de mí!
Por lo tanto no debería intervenir en cosas que a mí no me atañen.

Pero para este hombre, este sacerdote, este Papa, siempre he tenido mucho respecto, mucha simpatía.
Porque ha defendido no obstante miles de dificultades y oposiciones, también del interior de la Iglesia, aquel concepto, aquella forma de la fe que, aunque no en manera totalmente participada, es la mia.

La fe de la tradición, la fe de los padres, la fe que, adentro del corazón, es mi fe.
La fe en los principios fundadores de la vida, en la familia que para mí es mí papa y mí mamá, que son mis hijos y los hijos de mis hijos.
Una continuidad que da valor y sentido a la vida.
A la vida que para sobrevivir mira más arriba, fuera de la vida, más allá de la vida.

Esto para mí es fe. Esto para mí es la significación de la experiencia de Benedicto XVI.

El que hubo el coraje, el valor, la fuerza, que Le viene de una fe profunda e inquebrantable, de cumplir con “la gran renuncia”.

Pero no fue como con Celestino V, el papa que Dante pone en el anti-infierno entre los que han vivido “sanza infamia e sanza lodo” sin pena ni gloria, por haber en el 1294 renunciado al solio pontificio, tras cinco meses de su elección. Siempre se había sentido indigno, era un ermitaño arrancado de su vida de soledad: no pudo.

Cuando un hombre religioso, un Papa, un vicario de Cristo se encuentra en el punto de su vida que Le permite de ser a la altura, no física sino intelectual, por razones fisiológicas de la edad –ingravescentem aetatem nos dijo- , de la imagen pero sobretodo de su función de referencia y guia para el mundo católico, para la Iglesia y para Cristo, es correcto, para como yo la veo, que deje, que se quite.

Es un hecho de humildad y de lealtad.

Todos nos acordamos del otro grande Papa, Juan Pablo II, lo que sufrió en los últimos años de su vida y la fuerza con la que soportó su enfermedad, pero siempre con lucidez, con valor, en la plena posesión de su fuerza, de su carisma intelectual.

Benedicto XVI nos dijo que pidió a Dios que lo iluminara sobre su futuro.
No tenemos el derecho de juzgar.

Solo tenemos que aceptar el designio que Él ha aceptado. “No tengan miedo, Yo estaré con vosotros”.

Por lo demás fue Él mismo que pidió las oraciones de nosotros los fieles para no huir delante de los lobos. El Papa no ha huido.

El 26 de diciembre, día de San Esteban

El asesinato de Tomás Becket, arzobispo de Canterbury


En la Europa católica este día es un día de fiesta religiosa pues se recuerda a San Esteban, el primer mártir del cristianismo.

Siempre me pareció extraña esta conexión: el día de fiesta del Nacimiento y el día de luto por quien primero fue martirizado por su fe.

Luego, hace muchisimos años, encontré las paginas de “Asesinato en la Catedral” fabuloso drama de T.S. Eliot que nos cuenta del asesinado de Tomás Becket arzobispo de Canterbury, en la Inglaterra del año mil cien.

Y entendí el sentido profundo de esta conexión y mucho más pues Thomas Stearns Eliot, poeta y dramaturgo inglés del siglo pasado, nos lleva en la profundidad de la fe donde parece que la razón, la razón del hombre, se pierda.

Mejor que todo los dejo con unas paginas, la más vibrantes de fe, extraidas del drama que les mencioné.

El Arzobispo se levanta, va hacia el púlpito y empieza la prédica: estamos en la mañana de la Navidad del 1170.

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

“Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Versículo décimocuarto del segundo capítulo del Evangelio según san Luca.

Mis queridos hijos de Dios, mi sermón de esta mañana va a ser muy corto.

Sólo quiero que consideren, reflexionen sobre el significado profundo y el misterio de la Misa en el Día de Navidad.

Porque, cada vez que celebramos la Santa Misa renovamos la pasión y muerte de nuestro Señor, y en este día de Navidad, la renovamos en la celebración de Su Nacimiento. Así que, al mismo tiempo, disfrutamos de Su Venida para la salvación de los hombres, y volvemos a ofrecer a Dios su Cuerpo y su Sangre en el sacrificio, oblación y satisfacción por los pecados de todo el mundo.

Fue en esta misma noche,que acaba de pasar, que una multitud de las huestes celestiales apareció a los pastores de Belén, diciendo: « Gloria a Dios en el Cielo, y en la Tierra paz a los hombres que ama el Señor«; esta es la razón por qué en este mismo momento, sólo en el año, celebramos juntos y el Nacimiento de Nuestro Señor y Su Pasión y Muerte en la Cruz.

Queridos amigos, de acuerdo con el Mundo, este tipo de comportamiento es muy extraño. Pues quien en el mundo puede llorar, y alegrarse al mismo tiempo y por la misma razón?

Sin embargo, o la alegría estará dominada por la aflicción, o la aflicción será disipada por la alegría y por lo tanto es sólo en estos nuestros misterios cristianos que nosotros podemos alegrarnos y llorar al mismo tiempo y por la misma razón.

Pero piensen en el significado de la palabra» paz «

¿No les pareceextraño que losángeles hayan anunciado: Paz,cuando el mundo estáconstantemente afectadopor la guerra,y el miedo a la guerra?

¿No creen que las voces angelicales estaban equivocadas, y que la promesa fue una decepción, y un fraude?

Consideremos, ahora, cómo Nuestro Señor mismo habló de la Paz.

Él dijo a sus discípulos: «Mi paz os dejo, mi paz os doy.«

Quería decir: la paz, tal como lo entendemos?

El reino de Inglaterra está en paz con sus vecinos? Los barones en paz con el Rey? El cabeza de familia contando sus pacíficas ganancias? El hogar bien limpiado, su mejor vino en la mesa para el amigo? Su mujer cantando a sus hijos?

Esos hombres, que eran sus discípulos no sabían acerca de estas cosas; salieron a hacer un viaje largo, a sufrir por tierra y mar, a padecer la tortura, el encarcelamiento, la decepción, a sufrir la muerte por martirio.

¿Qué quiso decir, entonces?

Si ustedes quieren saber, recuerden que Él también dijo: «No como el mundo la da, yo les doy, mi paz». Por lo tanto, les dio la paz a sus discípulos, pero no la paz como la da el mundo.

Consideren también una cosa en la que, tal vez, nunca han pensado.

No sólo celebramos junto, en la fiesta de Navidad, el Nacimiento de Nuestro Señor y su Muerte, pero al día siguiente, celebramos el martirio de Su primer mártir, el beato Esteban.

¿Creen ustedes que seapor casualidad que el día del primer mártir sigue inmediatamente el día del nacimiento de Cristo?

Por supuesto que no. Al igual que disfrutamos y sufrimos juntos, el Nacimiento y la Muerte de Nuestro Señor, así, aún proporcionalmente menor, disfrutamos y sufrimos la muerte de los mártires.

Sufrimos por los pecados del mundo que les ha martirizado;disfrutamos que otra alma se cuenta entre los santos en el Cielo, para la gloria de Dios y para la salvación de los hombres.

Queridísimos, nosotros no pensamos en un mártir simplemente como un buen cristiano que fue elevado a la categoría de santos, ya que esto sólo sería disfrutar;así pues, ni nuestro clamor, ni nuestro disfrute son como los del mundo.

Un martirio cristiano no es un «caso». Los santos no se hacen al «azar«.

Mucho menos es, el martirio cristiano, el efecto de la voluntad de un hombre para convertirse en un santo;como un hombre, querendo y tramando, puede convertirse en un gobernante de los hombres.

Un martirio es siempre el designio de Dios, por su amor a los hombres, para advertirles y para guiarlos, para traerlos de vuelta en las calles.

Un martirio no es un dibujo de un hombre pues verdadero mártir es el que se ha convertido en un instrumento de Dios, que ha perdido su voluntad en la voluntad de Dios; no pero perdida sino encontrada, porque ha encontrado la libertad en la sumisión a Dios

El mártir ya no desea nada para sí mismo, ni siquiera la gloria del martirio.

Como en la tierra, la Iglesia junto se alegra y llora, de una manera que el mundo no puede entender, así en el cielo los santos no ven a sí mismos como nosotros los vemos, pues están en la luz de la Divinidad de la que sacan su ser.

P.D. La traducción, disculpen, es mía
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Jerónimo Alayón

Lingüista y filólogo. Escritor. Profesor universitario.

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