La Gran Ilusión


La gran ilusion

Es el título de la mítica película francesa dirigida en 1937 por Jean Renoir catalogada por la mayoría de los críticos y estudiosos del cine entre las mejores de la historia.

A través de la narración de los acontecimientos pasados por un grupo de prisioneros franceses en un campo de concentración alemán durante la Primera Guerra Mundial la película quiere explorar como, a pesar de las diferencias sociales, de nacionalidad, de papel que había entre prisioneros franceses y captores alemanes pudiera nacer amistad y solidaridad.

¡Una ilusión!

En el año en el cual la película fue dirigida ya se amontonaban las nubes negras de una nueva guerra mundial.

La respuesta amarga y terrible que nos queda es que hay algo que traiciona la natural disposición a una vida compartida, que impide vivir según una lógica humana, que impone una voluntad de poder y de guerra.
Ha pasado casi un siglo y la ilusión, la gran ilusión, sigue.

¿Cuándo lograremos nosotros los hombres a convertirse en dueños de nosotros mismos? ¿Cuándo vamos a ser capaces de decidir con nuestra cabeza, con razón y sentimiento? ¿Cuándo llegará el momento en que la voluntad de cada uno se opondrá a los abusos del imperio de la mayoría?

 

Estaba leyendo, hace algún tiempo, “La relación del estado con el individuo” escrito por Benjamin Tucker, anarquista individualista, precursor del libertarismo en los EE.UU. .

Me pareció muy relevante para lo que traté de expresar aquí con mis palabras. Y muy cierto. Aunque, a juzgar por el tiempo transcurrido -el texto es de 1890-, utópico, sin cumplir.
¿Sin embargo, será imposible?

El hombre común de cada nueva generación se dice a sí mismo, en forma mucho más clara y consciente que su predecesor:
“Mi vecino no es mi enemigo sino mi amigo, y yo también lo seré de él si ambos reconocemos mutuamente este hecho. Nosotros nos ayudamos para lograr una mejor, más llena y más feliz vida y este servicio aumentaría grandemente si nosotros cesáramos de restringir, estorbar u oprimir a otros.
¿Por qué no podemos estar de acuerdo en que cada cual viva su propia vida, sin transgredir ninguno de nosotros el límite que separa nuestras individualidades?”.
Mediante este razonamiento la humanidad se encamina al verdadero contrato social, que no se encuentra, tal como Rousseau lo imaginara, en el origen de la sociedad, sino que es el resultado de una larga experiencia social, el fruto de sus tonterías y desastres.

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Lingüista y filólogo. Escritor. Profesor universitario.

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