Carta a un amigo economista


               Un amigo que aprecio y estimo, economista y periodista en Durango, me envió  su artículo en el cual, con referencia a la Cumbre del Foro Económico Mundial (World Economic Forum) celebrado en Davos, Suiza, en los primeros días de febrero, hacía unas reflexiones sobre la crisis económica actual y sus deseables remedios.
               El título “Davos, diagnóstico de un capitalismo enfermo” es muy cautivante e igualmente claro sobre su entendimiento: la culpa, las responsabilidades de los acontecimientos económicos actuales, son del capitalismo, del capitalismo salvaje, del capitalismo globalizado, que impide “cualquier intervención de los ahora inexistentes  estados nacionales”.
               Hay muchas cosas ciertas en lo que el escribe pero mi manera de entender el problema es diferente y quisiera intentar explicarlo.
Aunque me temo que al final este platillo podrá resultar demasiado “técnico”, por no decir indigesto, a mis cuatros aficionados lectores.
               Antes de todo el capitalismo que estamos viendo en casi todo el mundo, no es el capitalismo clásico, como lo entendían los liberales desde Adam Smith hasta David Ricardo, hasta la Escuela Austriaca de economía; el capitalismo de ahora es el capitalismo de Estado, un capitalismo monopolístico protegido por el Estado.
               El capitalismo fue en realidad un fenómeno efímero pues el intervencionismo bélico, en la primera guerra mundial, fue el pretexto por una ola intervencionista del Estado. Los gobiernos no quisieron quitar la economía de mercado, apoderándose de la propiedad de los medios de producción, no quisieron matar “la vaca de leche”, de otra manera habrían eliminado la fuente de su sobrevivencia.
               La economía de mercado era esencial para el Estado en la nueva concepción económico-estatista, – también fue dicha Tercera Vía -, que intentó acreditarse por medio de una base moral: la redistribución de la riqueza con el fin de la justicia social. Concepto engañador que siempre sirvió a disfrazar la apropiación del producto social por una nueva clase de burócratas.
               No conozco mucho de México pero creo podemos decir que también aquí los grandes capitalistas han florecido bajo la manta del Estado, obteniendo monopolios, permisos exclusivos y demás privilegios, que en la competencia de un mercado libre nunca habrían podido conservar. Hay un enlace doble, muy estrecho, entre poder económico (capitalismo) y poder político (Estado, gobiernos).
               Entonces creo que cuando decimos algo en contra del capitalismo, en contra del libre mercado, en efecto estamos tirando al blanco que no es, al falso. En la actualidad nada podemos decir en contra el libre mercado, culparlo de algo, cuando este no hay en ninguna parte. Igual con el capitalismo que no tiene nada a que ver con el capital sino con el crédito otorgado por los Bancos complacientes; que surge y prospera no por méritos económicos, relacionados con la productividad y la competitividad, sino por la contigüidad con los lugares del “Poder”, por relaciones políticas más o menos claras y abiertas.
               El capitalismo que resulta es, como lo llama Arturo Damm:
“el crony capitalism, que se ha traducido, precisamente, como capitalismo de compadres, y que se define como aquel arreglo institucional (reglas de juego, formales o informales) que permite que el éxito empresarial dependa, al menos en algunos mercados de la economía, o en determinados sectores de la actividad económica, de la relación entre los hombres de negocio y los gobernantes, desde legisladores hasta secretarios de Estado, relación que se traduce en favoritismos a la hora de otorgar permisos exclusivos, apoyos únicos, protecciones especiales, exenciones tributarias, concesiones monopólicas y demás privilegios …”
               Y entonces, otra vez, no deberíamos echar culpa a lo que no existe, sino a lo que permite, que vive de esta aberración, el Estado. Y no se debería llamar como doctor a la cabecera del enfermo el mismo que ocasionó la enfermedad.
    Y también hay que poner mente que en el mercado financiero mundial, los que prevalecen, que actúan como inversión, no son los títulos accionarios, los activos, el capital de las empresas, sino los títulos de las deudas públicas, de las deudas soberanas, que son los pasivos de los estados. La economía por tanto siempre más depende de las tesorerías del Estado y de los Bancos Centrales: la fuente del dinero otro no es que los pasivos del estado que crea la deuda y empuja el Banco Central a imprimir el dinero papel (o ahora mejor el dinero plástico o electrónico) para  adquirirlo. 
    El Estado no crea medios de producción, no crea riqueza, sino y únicamente gasto. Y cuando el gasto excede la producción, lo que en economía se llama consumo de capital; cuando el estado sustrae capital a la economía con los impuestos (y si no le basta, lo que pasa siempre, se endeuda) la deuda crece más rápido que la renta: hay inflación, devaluación monetaria, merma de la productividad, de la ocupación y del sueldo real.
    Esta suma de efectos, como consecuencia típica de la intromisión del Estado en las actividades económicas, lleva al caos económico: nos lleva al punto donde estamos ahora.
    Para superar la crisis la única solución es reintegrar el capital destruido: para que la economía crezca el capital tiene que aumentar. El desarrollo económico, en efecto, otro no es que acumulación de capital. Este solo puede determinar la capacidad de producir bienes y servicios, un alto nivel en el empleo, en la productividad, en las rentas.

Un pensamiento en “Carta a un amigo economista

  1. Definición: la inflación. | casaitaliablog 14 de octubre de 2017 en 18:57 Reply

    […] si es un concepto que a menudo se encuentra repetido en mi blog, (Carta a un amigo economista 2012;  Inflación y devaluación 2013; La cuestión monetaria 2015; Falsificación e Inflación […]

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